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Max Weber
en Iberoamérica

 

Sección de Obras de Sociología

Max Weber
en Iberoamérica

Nuevas interpretaciones,
estudios empíricos y recepción

Álvaro Morcillo Laiz
Eduardo Weisz

(Editores)

CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2016

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Índice general

Prefacio
LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA

La relevancia para Iberoamérica de las interpretaciones sobre Max Weber
ÁLVARO MORCILLO LAIZ y EDUARDO WEISZ

I. Obra: el todo

La obra de Max Weber
FRIEDRICH H. TENBRUCK

Politeísmo de valores. Reflexiones a partir de Max Weber
WOLFGANG SCHLUCHTER

La literatura en el pensamiento de Max Weber. Desencantamiento del mundo y retorno de los dioses
JOSÉ M. GONZÁLEZ GARCíA

La racionalización en la historia de desarrollo de Max Weber
GUENTHER ROTH

Max Weber como educador
WILHELM HENNIS

II. Obra: las partes

¿Qué es la Sozialökonomik?
KEITH TRIBE

La dominación legítima
STEFAN BREUER

Patrimonialismo
STEFAN BREUER

La crítica de Max Weber al sistema político y social de Alemania (1890-1920)
JOAQUÍN ABELLÁN

Las comunidades de Max Weber. Acerca de los tipos ideales sociológicos como medio de desustancialización de la comunidad
PABLO DE MARINIS

La sociología weberiana de la religión: claves para su interpretación
EDUARDO WEISZ

Sociología jurídica en Max Weber: economía, sociedad y derecho
JSOÉ LUIS MONEREO PÉREZ y CRISTINA MONEREO ATIENZA

La metodología de Max Weber
HANS HENRIK BRUUN

III. Weber: su relevancia para Iberoamérica

Max Weber y el Estado latinoamericano 397
MIGUEL ÁNGEL CENTENO

Max Weber y La ciudad. Una interpretación a la luz de la experiencia hispanoamericana
FRANCISCO COLOM GONZÁLEZ

El concepto de patrimonialismo y su aplicación al estudio de México y América Latina
GINA ZABLUDOVSKY KUPER

Los avatares del carisma en el estudio del populismo latinoamericano
CARLOS DE LA TORRE

¿Persuasión o dominación en la sociedad mundial? Racionalidad, estatutos y portadores entre la Ilustración y la UNESCO
ÁLVARO MORCILLO LAIZ y KLAUS SCHLICHTE

Max Weber y la orientalización de América Latina
JESSÉ SOUZA

La ética católica y el espíritu del capitalismo. Una lectura weberiana de la teología de la liberación
MICHAEL LÓWY

IV. Las lecturas de Weber

La dominación filantrópica. La Rockefeller Foundation y las ciencias sociales en español (1938-1973)
ÁLVARO MORCILLO LAIZ

Max Weber en el Cono Sur (1939-1973)
JUAN JESÚS MORALES MARTÍN

La controvertida recepción de Max Weber en Brasil (1939-1979)
GLAUCIA VILLAS BÔAS

Max Weber-Gesamtausgabe: origen y significado
EDITH HANKE

Índice analítico

Da igual cuán profundos fueran los influjos sociales condicionados por la economía y la política sobre la ética religiosa en cada caso específico; a pesar de ello, ésta recibió su cuño primordial de fuentes religiosas. En primer lugar, del contenido de su anuncio y de su promesa. Y si no pocas veces, ya en la siguiente generación se las reinterpretaba completamente, porque se las ajustaba a las necesidades de la comunidad, con toda regularidad se las adaptaba, por el contrario, a las necesidades religiosas. Sólo secundariamente podían tener efecto otras esferas de intereses, a menudo, por supuesto, con mucha intensidad y a veces de modo determinante.

La ética económica de las religiones universales1

La parroquia medieval occidental, anglicana, luterana, oriental, cristiana e islámica, es esencialmente una asociación pasiva de cargas eclesiásticas y el distrito competencial del cura. En estas religiones, en general, el conjunto de todos los laicos carecía por completo del carácter de comunidad. Pequeños restos de derechos comunales se han conservado en algunas iglesias cristianas orientales y también se encontraban en el Occidente católico y en el luteranismo.

Economía y sociedad2

Prefacio

LUIS F. AGUILAR VILLANUEVA

Instituto de Investigación en Gobierno y Política Pública,
Universidad de Guadalajara, México

Son inmortales los creadores de conocimiento, filósofos, científicos, hombres de letras, historiadores, que han producido conceptos, lenguajes, métodos, teoremas, conjeturas causales, modos de entender el conocimiento que, no obstante el paso del tiempo, permanecen actuales, significativos, inspiradores, como faros y puntos cardinales que nos ayudan a aclarar nuestras preguntas y exploraciones, a plantear con mayor agudeza nuestros problemas de conocimiento, a liberarnos de nuestros lugares comunes, prejuicios, dogmas y, con frecuencia, después de distracciones, pasatiempos y atajos inconducentes, a retomar el camino del conocimiento, a revalorar su significación y productividad y, más a fondo, a revalorar su ética distintiva de la autocrítica, la veracidad, el rigor argumentativo, el sometimiento a los controles del diálogo y la validación empírica.

Weber es un pensador inmortal porque somos numerosos los que desde el siglo pasado nos hemos acercado a su obra con diversas preguntas, diversos motivos y objetivos (cognoscitivos o no), diversas expectativas y porque el recorrido intelectual que hemos hecho bajo su guía, que es largo, fatigoso, severo, con ires y venires, frecuentemente frustrante, nos ha llevado a encontrar respuestas a nuestras preguntas, jamás La Respuesta. Mejor dicho, nos ha enseñado a construir las respuestas que buscamos y trabajamos.

A diferencia de muchos otros autores considerados grandes, el camino por donde nos lleva Weber jamás llega a una estación final, a un puerto, a un teorema o una recomendación de certidumbre total y encantadora. Weber ofrece un camino para pensar la historia, la economía, la política, la sociedad, la religión, no un punto de llegada cognoscitivo, ético, político, un sistema económico sin fallas, una tabla de valores absolutos. Nos ofrece un lenguaje, una gramática para hablar con sentido y rigor acerca del mundo social, no el libro donde podemos saber todo lo que es, ha sido y será la sociedad humana. Pienso (acaso debatiblemente) que Weber no nos ofrece una teoría sociológica, sino un dispositivo conceptual y metodológico para producir teoría social, explicar y comprender hechos y ordenamientos sociales específicos, empíricos, con lugares y fechas.

Como buen neokantiano, Weber tiene más interés y cuidado en definir cuál es el conocimiento posible de la sociedad y con cuáles categorías y procedimientos es posible alcanzarlo que en pretender captar la esencia interior, la dinámica y el destino del abigarrado mundo humano, sacudido por contingencias sin fin, no sólo imprevisibles sino catastróficas también. No hay en Weber Gran Teoría, holística, monumental, hay instrumentos para teorías explicativas específicas, históricas o sociológicas. Fiel a la herencia del pensamiento moderno alemán es consciente de los límites de la razón. El conocimiento es limitado, limitada es la ciencia social, con el añadido de que los límites son superables. Su ordenado sistema de «conceptos fundamentales», de «categorías» abstractas, elaboradas como «tipos ideales» de la realidad, hace posible el conocimiento de la realidad concreta, hace posible que nos acerquemos a la realidad factual que tiene una configuración definida, delimitada, y construyamos a contraluz del concepto lógicamente perfecto su concepto específico o particular, la describamos, comprendamos y expliquemos tal cual es, en un tiempo y lugar precisos. Nos ofrece un sistema de conocimiento abstracto para nuestra tarea de construir conocimiento concreto y, por ende, nos ofrece un sistema de conocimiento abierto, como hoy solemos decir.

La inmortalidad de Weber, su trascendencia, su vigencia, se debe a su «desencantamiento del mundo», que estructura su modo de pensar y vivir y que, fuera de metáfora, significa su convicción en los límites de la razón y de la producción humana que, aun si superables, jamás podrán suprimirse. No hay un diseño racional y providente que la historia social expresa, ejecuta y comprueba. Sabe y acepta los límites de su producción teórica. Por eso, para muchos, yo entre ellos, lo que nos sigue atrayendo de él es que no vamos a «comprar» una teoría de la sociedad, una biblia o manual de enunciados causales universales y leyes sociales o leyes de la historia, sino una gramática para hablar de la sociedad y producir y validar enunciados causales particulares, situacionales. Jamás la sociedad es una constelación de casos particulares que manifiestan y validan una ley, una «estructura», un «sistema», que se desenvuelve o funciona en modo imponente, por encima de la libertad y la obra humana. Él nos hace entender que vamos a producir conocimiento sobre los productos del individuo asociado, que es el hombre («individualismo metodológico»). Y que el conocimiento que producimos, como los productos que realizamos, son acciones racionales («respecto de fines» o «respecto de valores»), que cuando aspiran a ser eficaces, están sujetas a la racionalidad que implica la eficacia, a la claridad en los fines o resultados esperados y a la selección y empleo de los instrumentos coherentes con la intencionalidad de la acción e idóneos para producirlos.

Se puede fallar y se fallará en la tarea cognoscitiva si la acción de investigación termina en opinión, en información, en visiones, pero no en conocimiento. Porque en esos casos el instrumental lógico (conceptual) y metodológico es inconducente por ser inconsistente, atrapado en la ambigüedad, en la contradicción, en la incoherencia. Se falla también en el ejercicio del poder político por el empleo de medios incompatibles con la legitimidad socialmente vigente y el saber técnico profesional que toda dirección de gobierno (eficacia) implica, así como en la producción económica por la improductividad de las tecnologías y las formas de organización del trabajo y del intercambio. Siempre he apreciado que Max Weber haya pensado la acción humana según el arquetipo de la racionalidad; que la racionalidad sea para él un atributo posible y exigible de la acción individual y asociada, pero no la lógica y la fenomenología de la historia (Hegel) y que ésta haya sido una clave explicativa de la originalidad y contribución de una historia y una cultura humanas, las occidentales, que ahora parecen mundializarse. La racionalidad de la acción pone orden en la acción cognoscitiva, política y económica, es un ordenamiento del mundo relativo, no absoluto. En esta idea y proyecto de vida personal y asociada, que busca crear orden, orden limitado, contingente, nos encontramos muchos, porque hemos perdido la fe en razones sustantivas absolutas, pero no la esperanza y el compromiso de hacer que el mundo humano sea un producto de valores racionalmente justificados, de ciencia probada, de tecnologías productivas, de política no sólo de intereses y mentiras sino de normas y resultados sociales. En el lenguaje de Weber, la predestinación de salvación habita en la lógica religiosa pero no en el mundo humano de incontables vicisitudes, avances y retrocesos, bondad y maldad. La racionalidad se exige para sobrevivir en este mundo y para hacerlo vivible.

En América Latina nos hemos acercado a Weber desde nuestros problemas, en busca de entendimiento y explicación. Los motivos han sido variados, pero resumiéndolos incorrectamente tengo la impresión de que los principales acercamientos tuvieron relación con la empresa histórica del desarrollo y la modernización de nuestros países en el siglo XX. Fue central que muchos hayan explorado bien o mal el principio de la racionalidad como su condición, motor y exigencia. Hasta las relaciones entre ética y capitalismo o, más ampliamente, entre religión y economía, con sus inagotables discusiones, fueron significativas en el debate acerca de cómo construir una sociedad productiva, de bienestar, próspera. En conexión con la empresa del desarrollo económico y social nos planteamos la cuestión de la formación del Estado moderno, de sus atributos esenciales, y muchos vieron bien o mal que el Estado era fundamentalmente una «asociación de dominación», asentada en «creencias de legitimidad» de la sociedad acerca de sus gobernantes y su actuación más que en una doctrina impecable. Los estatistas encontraron convincente y hasta entusiasmante la definición del Estado como «el poseedor del monopolio de la violencia legítima», mientras los más bien republicanos y demócratas (sociales o liberales) pusieron el acento en la legitimidad construida y vigente del poder político, acentuando instituciones más que personalidades, relacionando la coacción con la legitimidad. Unos vieron bien o mal «los tipos de dominación» como un esquema sugerente para explicar la modernización del Estado, como un tránsito de los poderes y legitimidades tradicionales y/o de los poderes y legitimidades carismáticas hacia la forma más bien aspiracional de «la legitimidad legal-burocrática» del Estado moderno que queríamos crear, en busca de un Estado y gobierno imparcialmente legales y socialmente eficaces, sin arbitrariedad, parcialidad y corrupción y sin dispendio, ineficiencia e incompetencia. Los que se dedicaron al estudio de los gobiernos y de su administración pública encontraron una referencia fundamental en el concepto de burocracia como organización y proceso operativo, el cual hasta la fecha nos confronta con una tarea inconclusa y también superable.

Más recientemente nos acercamos también a Weber motivados por el interés intelectual de evaluar la consistencia y los alcances de la propuesta epistemológica, teórica, social y política del «materialismo histórico». Muchos no nos sentíamos satisfechos con la arquitectura conceptual del marxismo, con la manera en que combinaba dialéctica y ciencia, determinismo y teleología, conocimiento y realidad, lo abstracto y lo concreto, la teoría y la práctica, ciencias naturales y ciencias sociales, historia e historias, estructura social y libertad individual. Sin embargo, el mérito inolvidable del marxismo fue que nos obligó a ir a las raíces de los problemas del conocimiento social y de la realidad social, a examinar la noción de ciencia, la construcción de los conceptos y el tipo de relación que establecen con la sociedad, la posibilidad y validez de construir enunciados causales de alcance universal y la posibilidad y validez de la unicausalidad histórica y del papel de sus mediaciones particulares. También la posibilidad y validez de un determinismo con teleología humanista, el método de construcción de las hipótesis causales y particularmente el de las evidencias para validarlas, así como el tipo de las evidencias probatorias y la pregunta sobre en qué medida el conflicto social y el éxito político de las movilizaciones son pruebas de corrección teórica. No tengo duda de que en esos años nos planteamos cuestiones centrales, que fueron abordadas con erudición y rigor, y que tal vez pudimos ser reduccionistas en el diálogo entre los dos grandes. Añadiría que para determinadas tendencias de la recepción latinoamericana de Max Weber el debate con Karl Marx fue determinante y más inspirador y productivo que la confrontación con Talcott Parsons, que para muchos de nosotros no era una referencia intelectual ni era apreciado como un conocedor confiable de Weber.

Celebro la publicación del libro y su importancia, así como agradezco muy sentidamente la invitación que me han hecho los editores a prologarlo. La invitación me ha regresado a mis años weberianos y particularmente me ha hecho recordar el Seminario de los Sábados de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, en el que tuve la fortuna de enseñar y aprender, dar y recibir, ser criticado y criticar, compartir ideas en un círculo de numerosos profesores y estudiantes latinoamericanos y mexicanos que hoy, cada uno por sus caminos, son investigadores sobresalientes y referencias intelectuales. Dicho nostálgicamente, los académicos de entonces protagonizamos con seriedad una genuina Methodenstreit productiva.

El libro me ha enseñado nuevas cosas, y en un nivel de profundidad mayor, sobre la producción y el pensamiento del maestro inmortal. La primera y la segunda sección me han hecho registrar el extraordinario avance que se ha alcanzado en el conocimiento de la edición de la obra de Max Weber, en la historia de su redacción, y me ha permitido refrendar y refinar mi visión del conjunto de su obra (la relación entre historia y sociología, por ejemplo), descubrir otros enfoques y otras intencionalidades (la trascendencia de la «sociología de la religión») que me han hecho tener una mejor comprensión del contenido e intencionalidad de su propuesta teórica. He apreciado particularmente la tercera sección, en la que investigadores latinoamericanos con las herramientas conceptuales y metodológicas de Max Weber estudian problemas de la región (Estado y patrimonialismo, carisma y populismo, modernidades, teología de la liberación…) y nos señalan nuevos aspectos de entendimiento y explicación. La cuarta sección retoma el camino de mostrarnos la trayectoria que han seguido las obras, traducciones, conceptos y método en lengua española y portuguesa.

Mi mejor deseo para este importante libro es que la nueva generación de historiadores y científicos sociales hispanoamericanos se acerquen a Weber y desde otros problemas cognoscitivos (los nuevos del siglo XXI), otras aspiraciones valorativas, otras preocupaciones intelectuales y vitales, otros desafíos teóricos (a decir verdad, hoy más bien tecnológicos), valoren en qué temas y con cuál mirada metodológica puede Weber seguir siendo un Maestro, que inspira la investigación contemporánea y arroja luz a las complejidades sociales actuales, y en qué otros temas y enfoques pertenece ya a la historia de las ideas, en las que ocupa un sitio inolvidable y a emular.