Cubierta

Del sillón a la maratón

Correr es la mejor decisión de tu vida

Dr. Antonio Ríos Luna

Plataforma Editorial

«El éxito se alcanza convirtiendo cada paso en una meta, y cada meta en un paso.»

C. C. CORTEZ

«Una persona no sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.»

C. DICKENS

Índice

  1.  
    1. Prólogo de Martín Fiz
  2.  
    1. 1. ¿Cómo empezó todo?
    2. 2. ¿Y tú por qué corres?
    3. 3. Si tienes un cuerpo, eres un atleta
    4. 4. Entrenamiento general. ¿Por dónde se empieza?
      1. Fisiología del ejercicio
      2. ¿Qué es el ácido láctico?
      3. Principios del entrenamiento
      4. ¿Por dónde se empieza?
    5. 5. Entrenamiento específico
    6. 6. Aspectos nutricionales para el corredor de fondo
      1. Conceptos básicos
      2. Ayudas ergogénicas
    7. 7. Calzado deportivo
      1. Consejos para la elección de la zapatilla ideal
    8. 8. Entrenamiento en situaciones especiales. El cuerpo y el frío
      1. Trucos para combatir el frío
      2. El ejercicio en ambientes calurosos
      3. Termorregulación
    9. 9. Ejercicio físico y la altitud
      1. Fisiología del ejercicio en altura
    10. 10. Verdades y mentiras sobre los estiramientos
      1. ¿Por qué debemos estirar?
      2. ¿Cuándo debemos estirar?
      3. ¿Cómo debemos estirar?
    11. 11. Sobreentrenamiento
      1. Sintomatología
      2. Tratamiento
      3. ¿Cómo se puede prevenir?
    12. 12. La logística para la carrera
    13. 13. Llegó el día
      1. 1. Desayuno
      2. 2. Beber durante la carrera
      3. 3. Comer durante la carrera
      4. 4. Pensamientos positivos
      5. 5. El temido muro
    14. 14. Mitos y leyendas relacionados con el running
      1. 1. Sudar adelgaza: FALSO
      2. 2. El ejercicio en ayunas adelgaza más: FALSO
      3. 3. Beber agua durante el ejercicio provoca flato: FALSO
      4. 4. El exceso de barriga se elimina haciendo abdominales: FALSO
      5. 5. Con la menstruación no se debe hacer ejercicio: FALSO
      6. 6. Cuantas más proteínas tome, más músculo se formará: FALSO
      7. 7. El agua con azúcar ayuda a prevenir la aparición de agujetas: FALSO
      8. 8. El ejercicio físico mejora la vida sexual y nos hace más felices: VERDADERO
    15. 15. El corredor lesionado
      1. Lesiones musculares
      2. ¿Dónde te duele?
    16. 16. Análisis de sangre en deportistas
      1. Hemograma
      2. Bioquímica
    17. 17. El kilómetro 43, ¿y ahora qué?
  3.  
    1. Epílogo
    2. Bibliografía
    3. Agradecimientos

Prólogo

Desde mi retirada del atletismo de élite, hace ya algún tiempo, me planteé (en el ámbito deportivo, no profesional) un objetivo: satisfacer y recomendar al más necesitado. Mis experiencias y conocimientos deportivos han logrado calar en gente de diferentes estatus sociales y profesionales. Es lo que tiene el mundo de las carreras: puedes estar corriendo al lado de un albañil, un abogado o un ejecutivo de una gran empresa; entre ellos no existe ninguna diferencia. En estos once años, en los que he llevado dorsales mayores de dos cifras y me he codeado con el resto de los mortales, he conocido historias de personas que han hecho que se me pongan los pelos como escarpias. Gente que se inició en la práctica de la carrera a pie y que, gracias a calzarse unas zapatillas, han logrado que sus vidas experimenten una transformación (física y mental). En estos momentos tengo la sensación de que se sienten y son un poquito más felices. Yo diría muy, pero que muy felices.

Aquel que un día me dijo que correr era aburrido actualmente no concibe su vida sin correr. Aquel que siempre creyó que la mejor manera de hacer deporte era estar sentado frente a un televisor ha pasado de avituallarse con palomitas y refrescos de cola a rellenar su despensa con barritas energéticas y bebidas isotónicas.

Así ha sido la vida de muchas personas antes de saborear todo lo que rodea al mundo del corredor. Mi chica fue una fumadora empedernida, y hoy es feliz corriendo.

Antonio, autor de Del sillón a la maratón, nunca imaginó que correr le iba a cambiar tanto la vida. Personas corrientes que jamás hicieron ejercicio físico y que flirtearon con hábitos poco convenientes han pasado de correr unos cuantos kilómetros a pretender correr una maratón. Antonio lleva cinco maratones y, por lo que nos cuenta, no tiene previsto retirarse.

Del sillón a la maratón es un libro que rebosa ilusión, pues se plantea desafíos insospechados. Puedes empezar dándote una vuelta por el barrio y acabar corriendo una maratón. ¿Quién sabe? Todo es posible una vez que empiezas a correr. Cada cual tiene una explicación. Yo corro porque es mi forma de vida, porque correr me hace sentir bien, física y anímicamente. Corro para conocer cada instante, cada año que pasa, cuáles son mis límites. Corro para sentirme y escuchar cada latido, cada pisada e impacto con el terreno. Disfruto muchísimo. No concibo mi vida sin correr.

A las personas indecisas que quieren empezar a correr y no se deciden, Del sillón a la maratón las incitará a hacer ejercicio físico. Ciertas dosis de motivación, de ilusión y la historia real del propio autor del libro les harán sentirse fuertes.

Una de las frases de Antonio es: «Si hay sitio en tu mente, hay sitio en tu vida». Y yo os digo: «Si crees que puedes…, puedes».

Del sillón a la maratón: una ilusión, un libro.

MARTÍN FIZ MARTÍN

Campeón de Europa de Maratón 1994

Campeón del Mundo de Maratón 1995

Premio Príncipe de Asturias de los Deportes 1997

1. ¿Cómo empezó todo?

«He tocado fondo», «No puedo más», «Hasta aquí hemos llegado»… Frases como estas eran mi pan de cada día, que repetía tras un periodo interminable de estrés laboral que empezaba a pasarle factura a mi salud. Sin embargo, cuando la cosa está a punto de explotar, puede haber un punto de inflexión, una situación concreta que, del mismo modo en que se enciende el indicador de que el depósito de gasolina se está agotando, te avisa y te hace recapacitar. Comencé a reflexionar acerca de hacia dónde iba mi vida profesional y concluí que, si seguía por ese camino, mi salud se resentiría. Tenía que cambiar. Como decía Aristóteles: catarsis o purificación.

Esa situación me llevó a tomar una de las decisiones más importantes de mi vida. Con casi 1,80 metros de altura y 98 kilos de peso, había tocado fondo. Mi actividad profesional me pedía una renovación a gritos. Mi vida personal, aunque cómoda y desahogada, no era plena. La irritabilidad y el mal humor eran la tónica de cada día. En cuanto a la salud, más de lo mismo: mala calidad de sueño, cansancio ante moderados o mínimos esfuerzos, problemas digestivos… En resumen, un viejo prematuro.

Comencé solicitando una reducción de jornada para tener más tiempo y dedicarme a otras cosas, entre ellas, a mí mismo. Un día cualquiera, no sé muy bien cómo ni por qué, me acerqué al gimnasio que hay al lado de casa. Yo era de los que pagaba religiosamente la cuota sin ir, a pesar de que mi mujer, a modo de martillo pilón, me lo recriminaba cada día. Recuerdo que, cuando llegué al gimnasio, contemplé las instalaciones como si estuviera admirando un reactor nuclear por dentro. Pensaba: «¿Y yo qué hago aquí? ¿Por dónde empiezo?». A pesar de que toda mi vida he hecho mucho deporte, más bien ciclismo o baloncesto, no sabía muy bien qué hacer. Me dirigí a la máquina que, a priori, era la más sencilla de usar: la cinta de correr. Mi caminar era decidido; intentaba no parecer el típico pardillo en su primer día. Transcurridos unos minutos, cuando me familiaricé con el programa de entrenamiento, comencé a trotar. No recuerdo la velocidad a la que corrí ni durante cuánto tiempo, pero sí me di perfecta cuenta del estado físico tan lamentable en el que me encontraba. Me sentí cansado, fatigado y sudoroso, como si hubiera hecho un esfuerzo sobrehumano; sin embargo, creo que no pasaron más de diez minutos. Decepcionante. Todos los que hemos hecho deporte de forma más o menos regular, sabemos que donde hubo, algo queda. Siempre se confía en que algo de la forma física y de cierta capacidad permanece.

Pues en mi caso, no. Penoso.

Al día siguiente, me dolía todo. Sin embargo, en mi interior se encendió una luz.

Las endorfinas, esas sustancias que segrega el organismo tras realizar ejercicio, habían hecho su trabajo. Me sentía relajado y con esa sensación de cansancio muscular, pero a la vez placentera. Algo que casi había olvidado. Esa noche dormí a pierna suelta.

Volví. Y continué yendo. Empecé a ser regular y a tomármelo en serio. Cuando no podía acudir al gimnasio por alguna circunstancia, me fastidiaba bastante. Decidí comprarme un pulsómetro, ya que no era cuestión de hacer deporte a lo loco y sin un mínimo control. Y así fue como, corriendo en una cinta, siempre en la misma, por cierto, comenzó mi metamorfosis. Cada vez corría durante más tiempo y más rápido. Al cabo de unos meses, incluso me atreví a apuntarme a mi primera carrera popular, la San Silvestre de El Ejido, que tiene lugar en un circuito urbano de diez kilómetros. Suponía una prueba de fuego para mi autoestima y para mi organismo. Había perdido peso, había ganado masa muscular y me encontraba muy bien. Era capaz de correr durante una hora seguida, pero no me había comparado con otros corredores, ni había corrido al aire libre. Ya el ambiente previo en la salida me cautivó. Se congregaron multitud de corredores venidos de otras provincias, con sus equipaciones, a cuál más vistosa. Risas, saludos y un ambiente muy sano. Una vez dado el pistoletazo de salida, recuerdo perfectamente que, ya en los primeros doscientos metros, el pulsómetro pareció volverse loco. Tenía programada una alarma que me avisaba cuando rebasaba mis pulsaciones máximas y no habían pasado dos minutos cuando mi reloj me advertía de que ese ritmo era superior al que debía mantener. No paraba de pitar y me asusté cuando vi las pulsaciones a las que estaba corriendo. Decidí apagarlo. «¡Que sea lo que Dios quiera!», pensé. Hoy me arrepiento de no haber sido más responsable y haber aminorado mi marcha. Acabé el antepenúltimo con un tiempo de más de cincuenta y siete minutos. No sentí ningún tipo de vergüenza por ello. Al contrario, mi vida había cambiado. Meses después completé mi primera media maratón. Fui solo. En casa dije que iba a correr, pero no la distancia ni dónde. En mi interior sentía una punzada de temor. Como médico y deportista, he leído sobre la muerte súbita en el deporte. Una media maratón son palabras mayores (veintiún kilómetros) y yo nunca había corrido más de catorce kilómetros. La completé en un tiempo de 1 hora 57 minutos, pero no sin sufrimiento. Los últimos metros me parecieron eternos. Al cruzar la línea de meta, lloré. No sabía si seguir caminando, si sentarme, si beber o comer la fruta que nos daban a los que finalizábamos. ¡Qué subidón! A mi cabeza acudieron miles de recuerdos e imágenes de mi familia. De inmediato llamé a mi mujer para compartir la noticia. Oficialmente era corredor de fondo. Me di cuenta de que había conseguido algo que no todo el mundo era capaz de lograr. Irradiaba entusiasmo y salud por todos los poros de mi organismo. Había rejuvenecido física y mentalmente. Pude contagiar este «virus» a una de las personas más importantes en mi vida, mi amigo y mentor, Manuel Villanueva. Él era un consumado maratoniano, pero una inoportuna lesión de cruzados hizo que la actividad física pasara a un segundo plano. Juntos corrimos mi segunda media maratón. Completé los veintiún kilómetros en quince minutos menos que en la primera carrera, cuatro meses atrás.

Y poco a poco fui acumulando kilómetros en las piernas y profundizando en la búsqueda de mis límites. Corría, al menos, cuatro días por semana. Siempre que podía, iba al gimnasio a hacer una sesión de musculación. Tenía mi recorrido «fetiche» al lado del mar. Todo un lujo. Llegué a conocer cada metro de ese circuito, cada curva y recodo como la palma de mi mano, a base de repetirlo una y otra vez. Cada salida era una lucha contra el pulsómetro y contra mí mismo. Intentaba arañar aunque fuera un segundo. Eso suponía una progresión en la preparación. Cuando no lo conseguía, una punzada atravesaba mi amor propio y me conjuraba para intentar batir el tiempo en la siguiente salida.

Recuerdo perfectamente cómo ocurrió todo. Estaba sentado en casa, un 31 de diciembre, viendo el discurrir de la San Silvestre por las calles de Madrid. Qué gentío, qué ambiente. Los comentaristas destacaban la participación y el valor de los corredores ante el frío reinante. Uno de ellos hizo un comentario acerca de la MAPOMA (Maratón Popular de Madrid). Un pensamiento inundó mi cabeza, mis pupilas se dilataron y el vello se me erizó. «Voy a correr la maratón de Madrid. Está decidido.» Como poseído por una pulsión ingobernable, me conecté a Internet y rellené el formulario de inscripción. Ansia y nervio. Cómo no, Manolo tampoco me dejó solo y se ofreció a correr conmigo. Él pensó que por un amigo bien vale desgastarse algo más las articulaciones, y una cosa llevó a la otra. Lo comenté en mi gimnasio y me pusieron en contacto con Miguel Trujillo, licenciado en Educación Física y que realizaba las labores de monitor en sala de fitness. No se lo tomó a broma, como pensé en un principio. Me pidió que le diera unos días. Él fue la primera persona que me guió en el complejo mundo de la preparación de este reto.

Me diseñó un plan y una estrategia de entreno que seguí a rajatabla y que fue la clave del éxito. Me preguntaba mis sensaciones al finalizar cada semana y rehizo alguna de las partes de la preparación para adaptarlas a mi persona. Un plan a medida.

En abril de 2010 crucé la línea de llegada de la MAPOMA en menos de cuatro horas junto con mis amigos Pedro Vera y Manolo Villanueva.

Tengo grabada a fuego en mi cerebro la subida de Atocha y la cuesta del Retiro, casi en el kilómetro treinta y nueve. A pesar de que corría los últimos kilómetros con mi hermana Ana a mi lado, animándome, estos resultaron interminables. Recuerdo que me preguntó: «¿Qué tal vas?». Le contesté: «Voy mal. Estoy sufriendo mucho». Ya no oía a la gente animar, a pesar de que no cabía un alfiler. «Qué duro es esto, por Dios.» Mi cuerpo ya no era mi amigo. Apreté los dientes y corrí mirando al suelo. No quería ver los metros que me separaban de la meta. Cada vez que levantaba la vista, anhelaba ver el cartel del kilómetro cuarenta y dos, como el náufrago que desea encontrar la playa de una isla para refugiarse y descansar. Y cruzamos la meta los cuatro cogidos de la mano. Lloré. Me abracé a Manolo, a Pedro y a mi hermana. Un abrazo sincero de agradecimiento por el sacrificio desinteresado que habían hecho para que yo cumpliera un sueño. Cuando llamé a casa, mi mujer pensó que me había pasado algo. Balbuceaba de la emoción y no era capaz de articular una palabra. Qué momentos.

Así es como empezó todo. En tres años, mi cuerpo y mi mente cambiaron, evolucionaron. Me convertí en una de los millones de personas que cada año finalizan con éxito la prueba reina del atletismo y cumplí el objetivo de todo corredor de fondo: ya soy maratoniano.

Después de Madrid, se han ido sucediendo otras maratones. Nueva York fue el siguiente reto. Es la maratón que todo el mundo quiere correr y de la que guardo un recuerdo excelente. En 2011, Manolo y yo decidimos que debíamos correr las cinco grandes: Nueva York, Londres, Berlín, Boston y Chicago. Tras Nueva York, nos fuimos a la capital del Támesis, para correr en abril. En septiembre de ese año, Berlín, en la que se llega a la meta tras pasar por la Puerta de Brandenburgo. A todo este periplo me referiré más adelante.

Este libro recoge un montón de vivencias y experiencias personales. No pretende ser un tratado irrefutable a la hora de la preparación física orientada a correr una maratón. Es el libro que me hubiera gustado leer cuando estaba absorbiendo información preparando los cuarenta y dos kilómetros.

He leído decenas de publicaciones sobre el tema, pero unas eran demasiado técnicas; otras, demasiado elementales; y otras, simplemente infumables. Mi objetivo es que este sea un libro hecho por un corredor popular para corredores populares. Que hable de cómo personas corrientes pueden llegar a correr una maratón, compaginándolo con todo el quehacer diario de trabajo, familia y amigos. Estaría muy satisfecho si uno solo de los lectores concluyera con éxito esos, a priori, imposibles cuarenta y dos kilómetros. El mensaje que deja entrever el libro puede servir para poder afrontar retos que consideramos imposibles de realizar.

Las palabras que se suceden a lo largo de esta obra no solamente van destinadas a servir de ayuda para lograr correr una maratón, sino también para superar cualquier reto que uno se plantee. Una vez leí: «Si tienes un cuerpo, eres un atleta». Pues eso, a correr.