9788499534572.jpg

Ángel de Saavedra. Duque de Rivas

Sublevación de Nápoles capitaneada por Masanielo

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-052-9.

ISBN ebook: 978-84-9953-457-2.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Análisis político 7

Al excelentísimo señor don Francisco Javier de Istúriz 9

Prólogo 11

Introducción 13

Libro I 17

Capítulo I 19

Capítulo II 24

Capítulo III 28

Capítulo IV 32

Capítulo V 39

Capítulo VI 46

Capítulo VII 51

Capítulo VIII 56

Capítulo IX 61

Capítulo X 66

Capítulo XI 73

Capítulo XII 78

Capítulo XIII 84

Capítulo XIV 89

Capítulo XV 95

Capítulo XVI 101

Capítulo XVII 108

Capítulo XVIII 111

Capítulo XIX 119

Capítulo XX 123

Libro II 133

Capítulo I 133

Capítulo II 136

Capítulo III 141

Capítulo IV 146

Capítulo V 151

Capítulo VI 155

Capítulo VII 161

Capítulo VIII 165

Capítulo IX 171

Capítulo X 175

Capítulo XI 180

Capítulo XII 185

Capítulo XIII 189

Capítulo XIV 195

Capítulo XV 198

Capítulo XVI 202

Capítulo XVII 208

Capítulo XVIII 212

Capítulo XIX 217

Capítulo XX 220

Capítulo XXI 226

Capítulo XXII 233

Capítulo XXIII 237

Capítulo XXIV 244

Capítulo XXV 247

Libros a la carta 255

Brevísima presentación

La vida

Duque de Rivas, Ángel Saavedra (Córdoba, 1791-Madrid, 1865). España.

Luchó contra los franceses en la guerra de independencia y más tarde contra el absolutismo de Fernando VII, por lo que tuvo que exiliarse en Malta en 1823. Allí leyó obras de William Shakespeare, Walter Scott y Lord Byron y se adscribió a la corriente romántica con los poemas «El desterrado», «El sueño del proscrito» (1824), y «El faro de Malta» (1828).

Regresó a España tras la muerte de Fernando VII heredando títulos y fortuna. Fue, además, embajador en Nápoles y Francia.

Análisis político

Este es un tratado a la manera de El Príncipe de Maquiavelo sobre una devastadora sublevación que marcó la historia de Italia. Rivas fue embajador en Nápoles y conocía de cerca la historia que cuenta en su libro.

Al excelentísimo señor don Francisco Javier de Istúriz

senador del reino, etc., etc., etc.,

como testimonio de fina y constante

amistad en prósperas y adversas fortunas.

su compañero,

Ángel de Saavedra, duque de Rivas

Ad extremum ruunt populi exitium, cum extrema onera eis imponuntur.

TÁCITO

Prólogo

El nombre de Masanielo, tan célebre en la historia y popularizado en estos últimos tiempos por la poesía, y mucho más aún por la música de Auber, fue uno de los primeros que ocurrieron a mi imaginación al poner el pie en la hermosísima ciudad de Nápoles, teatro del, aunque pasajero, formidable poder de aquel ente extraordinario, y me propuse, desde luego, tomarlo para asunto de un artículo de revista. Pero cuando recorrí las calles y plazas que presenciaron su arrojo, su próspera, aunque fugitiva fortuna, sus horribles crueldades y, su lastimosa muerte y empecé a reunir noticias y documentos sobre su persona y hechos, conocí que necesitaba de más ancho campo, y me decidí a escribir la historia de su dominación. Mas como ésta no podía ser comprendida sin tener idea del estado a que llegó el reino de Nápoles bajo el gobierno de los virreyes españoles, y particularmente bajo el del duque de Arcos, y como fue de tan pocos días y a la muerte de Masanielo no concluyó la sublevación, antes bien, se hizo más grave y peligrosa, advertí que para presentar una idea exacta de aquella revuelta y dejar satisfecho al lector era indispensable dar más ensanche a mi trabajo y trazar un cuadro completo de tan memorable acaecimiento.

Resuelto a emprender esta obra, aunque desconfiado de mis fuerzas para llevarla a cabo, hice nuevas investigaciones reuní mayor copia de documentos, examiné curiosos manuscritos, leí cuantos autores de aquellos sucesos tratan y conferencié largamente con los eruditos del país, eligiendo para servirme de guía en mi trabajo a los escritores que merecen mayor crédito entre los mejor informados de las ocurrencias de aquel memorable período. Siendo éstos: Tomás De Santis, contemporáneo, y colocado entonces en posición a propósito para escribir con buenos datos, pues era secretario de uno de los sediles o barrios de la ciudad de Nápoles y desempeñaba además otro empleo en la administración, y, aunque pesado y falto de color, sin aventurar ningún juicio, escribió con prolijidad lo que presenció, indagando con solicitud lo que ocurrió fuera del alcance de su vista. Alejandro Giraffi, también contemporáneo, que publicó en Venecia, con nombre supuesto, un diario muy prolijo de la dominación de Masanielo. No se sabe quién fue, pero se colige por su obra que era hombre del pueblo y de instrucción pedantesca; se entusiasma y extasia con las acciones de su héroe, aunque no aprueba sus crueldades, da acogida a las vulgaridades más absurdas y nunca pierde el respeto al duque de Arcos. Su estilo es humilde, pero a veces se remonta ridículamente, citando textos de la Escritura. Se conoce que escribía de noche lo que pasaba de día, y que se halló presente a todos los acontecimientos. Rafael de Torres, también contemporáneo, que escribió y publicó en Génova la historia de aquella sublevación, en latín crespo e hinchado, poniendo pomposos discursos en boca de los personajes, y empedrando la narración con sentencias y apotegmas políticos; pero expone los sucesos con buen orden y claridad, y se conoce que escribió con muy buenas noticias. El conde de Módena, secretario y director del duque de Guisa, escritor culto y entendido, enemigo acérrimo de los españoles, que le tuvieron largo tiempo prisionero, y dándose en su obra exagerada importancia, refiere con bastante exactitud, aunque de oídas, las ocurrencias de Masanielo, y con mayor seguridad, las del corto tiempo que el duque francés dominó a Nápoles, como cosa que él mismo preparó, de que fue testigo y en que tuvo una parte tan principal. Parrino, panegirista de los virreyes, y que escribió medio siglo después. Giannone autor más moderno, que escribió con un método particular y raro la historia general de Nápoles. Y el moderno doctor Baldacchini, quien últimamente ha publicado un excelente compendio de la historia de aquella revolución, escrito con muy buen gusto, con calor sumo, con buenos estudios y con elegante pluma.

También entre el cúmulo de manuscritos que he registrado elegí los que, a juicio de los eruditos, merecen más crédito, y que aparecen ser, efectivamente, de mucho valor, como el del maestre de campo Capecelatro, que es el más precioso de todos y muy raro; el de Agnello de la Porta, más conocido, y que da muy buenas noticias y desciende a curiosas minuciosidades; una relación anónima, no muy extensa, y que pocos han visto, de aquellos sucesos, que posee, con otras obras muy raras, el príncipe de San Georgio; varias cartas de aquel tiempo, y, entre ellas, algunas muy importantes, de un proveedor general que padeció grandes pérdidas en aquel desorden, y otras del ayuda de cámara del duque de Arcos; y otros documentos de la época, que existen en los archivos públicos y en los particulares, y, de los que insertamos algunos en el apéndice de esta obra.

Con estos datos y con el consejo de personas doctas la he escrito. No sé si he trabajado con acierto y si he conseguido trazar una historia clara e interesante de aquellos dramáticos sucesos que turbaron el año 1647 un reino importantísimo, dependiente entonces de nuestra inmensa monarquía. Si no he acertado a desempeñar dignamente mi propósito, no será por falta de estudio, sino de capacidad. Y puede que, a lo menos, haya logrado recordar un episodio digno de atención de nuestra historia del siglo XVII, que, tratado por escritor más idóneo, podrá formar una obra digna del tiempo en que vivimos.

Nada más tengo que manifestar a mis lectores; pero no puedo concluir este prólogo sin pagar el tributo de gratitud a las distinguidas personas que me han ayudado eficazmente en este trabajo, entre los cuales es una obligación de mi reconocimiento nombrar al señor comendador Espinelli, archivero general del reino de Nápoles, que puso a mi disposición los escasos documentos de aquella época que tiene en custodia; al señor duque de Lavello, que me escribió una sencilla memoria para enterarme de la antigua organización municipal de Nápoles; al caballero Escipione Volpiccella, eruditísimo en la historia de su patria y distinguido literato, que me instruyó en largas conferencias de muchas particularidades, y que me informó sobre el grado de crédito de los autores que manejaba; al señor Luis Blanch, escritor eminentísimo, con quien he consultado varios trozos de esta historia, rectificando con los suyos mis juicios; al señor Cuomo, a los príncipes de Cásaro y de Montemileto y al marqués de Estriano-Tito, que me proporcionaron libros de sus bibliotecas, y, por último, al señor príncipe de la Rocca, que me facilitó con particular empeño registrar libros raros y preciosos manuscritos. A todos les doy las más expresivas gracias, y a su cooperación y auxilio me reconoceré deudor si alguna gloria y aplauso mereciese esta obra.

Introducción

La desacertada administración de los sucesores de Carlos V y de Felipe II desmoronó pronto la gran monarquía, fundada con tanta gloria y sobre tan sólidos cimientos por los Reyes Católicos, acrecentada con tanta fortuna por aquel intrépido guerrero y mantenida con tanto tesón y prudencia por este eminente político. No parece sino que Felipe III, Felipe IV y Carlos II subieron ex profeso al trono de las Españas para arruinarlas y destruir la obra de sus antepasados. Su política vacilante y mezquina; su ciego abandono en brazos de sus favoritos; su empeño en sostener a toda costa la desastrosa guerra de Flandes; la indiferencia y descuido o, por mejor decir, equivocado sistema administrativo con que trataron las nacientes colonias americanas, o, hablando con más exactitud, los vastos e importantísimos imperios que en el Nuevo Mundo les habían adquirido el arrojo y el heroísmo de Hernán Cortés y de Francisco Pizarro, y la injusticia y rapacidad con que dejaban gobernar los ricos Estados que poseían en lo mejor de Europa, hacían no solo inútil, sino embarazoso, en sus débiles e impotentes manos, aquel inmenso poderío.

Las otras potencias europeas, regidas entonces con más acierto, y sobre todas Francia, constante émula y antigua rival, gobernada por el célebre cardenal Mazarino, veían gozosas acercarse la ruina del temido coloso español, y no se descuidaban en aprovechar todos los medios de apresurarla. En cuantos países dominaba fuera de la península no perdían ocasión alguna de acalorar el descontento, y en la península misma agitaban sin cesar a las provincias más activas y bulliciosas. En todas partes, pues, se veían de tiempo en tiempo los resultados de sus instigaciones, que nada hubieran podido si la poca capacidad de las autoridades que la gobernaban, lo absurdo de las leyes que se les imponían y lo errado de la administración a que se las sujetaba no hubieran presentado siempre ancho campo en que se dilatasen.

Pero donde se vieron más claramente los efectos de tan descabellado sistema de gobierno y el partido que de ellos podían sacar los extranjeros fue en la rebelión del reino de Nápoles, acaecida el año de 1647, pues, tras de varios desastrosos sucesos, puso aquel importantísimo Estado en manos de la Francia, y no lo separó totalmente de la monarquía española porque la falta de costumbre de independencia, los desórdenes y desconciertos de la anarquía y los desaciertos, rivalidades y ligerezas de los franceses hicieron preferible a aquellos naturales, cansados y desfallecidos de su propio esfuerzo, el yugo a que estaban acostumbrados,

Corto fue, ciertamente, el período de aquella memorable revuelta, pero importantísimo en la historia y digno de la atención del filósofo y del repúblico, porque pueden estudiar en él la energía que da la desesperación a los pueblos oprimidos, lo terrible que son los momentos de la desenfrenada dominación popular, que mancha, ennegrece e imposibilita la mejor causa, y lo que se engañan los ambiciosos, ora naturales, ora extranjeros, que creen fundar en los pasajeros favores y en el efímero entusiasmo del populacho una dominación duradera.

Aún no había sujetado del todo Felipe IV la tenaz rebelión de Cataluña, acalorada y sostenida por los franceses; aún hacía vanos esfuerzos para recuperar la corona de Portugal, incorporada a la de España en tiempo de su abuelo cuando la derrota y muerte del rey don Sebastián en Marruecos, y perdida por su incapacidad e indolencia; la guerra de Flandes era cada día más ruinosa, aunque no deslucida para las armas españolas; el Milanesado no estaba tranquilo, y continuaba la guerra con Francia, que comenzó sobre el Estado de Mantua, y que seguía encarnizada en los Países Bajos en el Rosellón y en el norte y costas occidentales de Italia, cuando estalló en Nápoles aquella famosa rebelión llamada de «Masanielo», que nos proponemos referir con sus «antecedentes» y «consecuencias», hasta el total restablecimiento del dominio español en aquel reino. Emprendemos este trabajo histórico después de haber recorrido los sitios que sirvieron de escena a aquellos trágicos acontecimientos; de haber leído y estudiado con atención los autores contemporáneos y posteriores que de aquellos sucesos tratan; de haber examinado curiosísimos manuscritos de aquel tiempo y los escasos documentos que de él existen en los archivos públicos, y de haber oído la tradición, que de padres a hijos ha llegado hasta nuestros días, sintiendo haber hallado en todas partes acriminaciones acerbas y más o menos apasionadas contra los españoles, que no eran, ciertamente, entonces más dichosos y ricos en su propio país que los habitantes de los otros Estados que dominaban, y que fueron los primeros. y de una manera harto más dolorosa, víctimas del desgobierno de los últimos reyes austríacos, como lo demuestra el lastimoso estado en que el imbécil Carlos II dejó morir la poderosa y opulenta monarquía española.