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EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Título: Me enamoré mientras dormía.

 

© 2021 Moruena Estríngana.

© Imagen de portada: Aleshyn Andrei (Shutterstock)

© Edición y corrección: Rosa Sanmartín

© Diseño y maquetación: nouTy.

 

Colección: Noweame.

Director de colección: JJ. Weber.

 

Primera edición diciembre 2013

Segunda edición revisada junio 2021.

Derechos exclusivos de la edición.

© nou EDITORIAL 2021.

 

ISBN: 978-84-17268-54-1

Edición digital agosto 2021

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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Para mi marido y mi hijo, mi mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

Lo espero en el mismo sitio de siempre, o más bien en el lugar donde aparezco cada día sin saber por qué. No sé el tiempo que llevo sumida en este extraño sueño. Un sueño que está entre la vida y la muerte. Tampoco sé si él es real, si existe o si lo crea mi mente. A veces pienso que esto no es más que el paraíso, como lo llaman algunos, que es la imagen que tiene la muerte y que estoy aquí esperando a saber qué será de mi alma.

Y como cada día, en este misterioso lugar lo espero, ansiosa de verlo en este sueño donde los colores son más intensos y las cosas cambian sin cesar, a su antojo.

Está cerca, mi alma lo percibe, su presencia llena ahora este mundo mágico, sé que sonríe, que está feliz por verme, mas no puedo ver apenas mucho de él, solo sentir. Está borroso, como si algo me impidiera verlo. Aun así, puedo sentir cómo su alma y la mía se acarician.

Me acerco a su lado y, cuando llego, empezamos a andar. A veces creo que hablamos de mil cosas que luego nunca recuerdo; a veces siento que solo paseamos en silencio y disfrutamos de la mutua compañía. Él se ha convertido en la razón de mi existencia.

Temo el día que no regrese o que yo desaparezca. Más de una vez me he preguntado si desapareciese, dónde iría.

A veces quiero acortar la distancia que nos separa, abrazarlo con fuerza, sentir sus brazos a mi alrededor, pero no siento nada y me pregunto si este sueño no es más bien una pesadilla, pues el tiempo que estoy aquí me ha unido a él y deseo con todas mis fuerzas abrazarlo, sentir su ser cerca del mío.

—Siento que está cerca… —Su voz me llega como un susurro y, como siempre, trato de que sus palabras no se pierdan en mi mente, trato de retenerlas con fuerza, aunque sé que cuando esta conversación termine no recordaré lo que nos dijimos.

Lo miro inquieta pues sé a qué se refiere.

—¿Te vas?

—Esto se acaba, es el final… —Percibo angustia en su voz—. Recuérdame, no me olvides…

Siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas y cómo él se encoge por mi dolor. Su última pregunta me atormenta. Pues no, en el fondo sé que no lo haré y eso hace que sienta un gran vacío en mi interior.

—Quiero pensar que te recordaré allá donde vaya…

Sonrío con tristeza y alzo la mano una vez más para acariciarlo, para sentirlo, aunque sé que no lo haré. Y, efectivamente, no siento más que un leve cosquilleo, pero no aparto mi mano, no quiero perderle.

—Me duele decirte adiós…

—Dime tan solo hasta pronto —me responde—. No me olvides…No me olvides… —Su voz es cada vez más lejana, al igual que él. El eco me trae de vuelta una y otra vez sus últimas palabras.

Grito cuando empiezo a ser consciente de que se va para siempre; y cuando ya no queda nada de él, empiezo a gritar con desesperación por el dolor y noto como si me arrastraran lejos de aquí. Trato de escapar de esa fuerza que me arrastra. Es imposible. Estoy cada vez más y más lejos de aquí… ¿Hacia dónde voy?

 

 

Escucho cómo mi grito surca el cielo y me despierto… ¿Me despierto? Miro a mi alrededor asustada y me veo en la cama de un hospital. Me miro las manos, inquieta. Estoy viva. Viva. No consigo saber cómo he llegado aquí, pero sí tengo la sensación de que he olvidado algo importante, de que he olvidado a alguien… Es una sensación que me ahoga cuando trato de recordar, sin éxito, ¿Cómo he llegado aquí? ¿Por qué tengo la sensación de que alguien me ha arrebatado mi alma?

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

 

Observo la mansión con un nudo en el estómago. Trato de serenarme, de calmar mi respiración agitada, sin éxito. Y es que no he vuelto a la casa de mi padre donde mi vida cambió para siempre hace casi tres años. Desde entonces no he querido regresar y, por suerte, hasta ahora han respetado mis deseos.

Vivo lejos de mi padre, mi madrastra y mi hermana, con una tía mía que, tras despertarme del coma, al ver mi rechazo a vivir en la mansión, me acogió en su casa junto con su marido y su hijo, que por aquel entonces era casi un recién nacido. Sin embargo, eso no evita que desde que desperté del coma sienta escalofríos cuando la oscuridad me rodea.

Tomo aire, pues mi padre me ha pedido que acuda hoy a la casa y aunque pensé en negarme no puedo huir eternamente. Necesito entrar y seguir adelante con mi vida, sin que lo sucedido aquí marque mi existencia.

Empiezo a caminar decidida a afrontar el pasado.

No recuerdo nada de lo que pasó aquella noche ni de mi vida anterior a lo sucedido. Tras aquello perdí todos mis recuerdos y los únicos que tengo de mi pasado son los que me ha ido contando mi familia, con los que he conseguido componer mi vida olvidada. Pero nadie sabe qué pasó aquella noche, nadie salvo yo, y estoy convencida de que vi algo importante. A veces me pregunto si no estaré intentado buscar algo inexistente, pues después de este tiempo lo único que tengo es un pálpito; un pálpito que me hace creer que he olvidado algo.

Algún día lo descubriré.

Ahora tengo que ser fuerte y entrar en la casa de mi padre para celebrar con él y mi hermana mi décimo octavo cumpleaños, y comer con mi querida madrastra, alguien a quien prefiero tener siempre lejos. Pongo la mano en el timbre y llamo esperando a que aparezca el mayordomo de mi padre. Enseguida se presenta con una apariencia seria e impenetrable. Solo he visto en fotos la mansión. Mi padre me las mostró para ver si recordaba algo del accidente, para ver si conseguía superar el trauma. La impresión que sufrí mientras me la mostraba y me contaba lo sucedido fue lo suficientemente fuerte como para no querer repetir algo así. Pese a todo, hoy estoy aquí, con un corazón acelerado y un constante temblor de piernas. El mayordomo me observa para indicarme el camino hacia la sala donde aguarda mi familia. Incapaz de evitarlo, me giro y observo el lugar exacto donde me dijo mi padre en fotos que fue el accidente.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. Nunca he sido capaz de ver la prensa y de mirar la cara del ladrón que, ante su sorpresa, me atacó con uno de los candelabros de plata que había en las mesitas auxiliares. Al menos, así me lo contaron. Me he mantenido siempre al margen, lo prefiero. Además, todo se resolvió en los dos meses que yo estuve en coma. Aparto la mirada y la paso por la bella escalera central de mármol pues no quiero revivirlo más.

Cada vez que me obligan a revivir ese momento, siento un dolor en la sien, donde recibí el golpe; ese palpitante malestar no puedo olvidarlo. Tal vez no recuerde qué sucedió, pero sí un fuerte golpe en mi cabeza.

—Por aquí, señorita Haideé —me dice el mayordomo, cansado de mi tardanza.

Asiento y empiezo a caminar hacia el salón donde presupongo que estará mi padre con mi madrastra y mi hermana mayor. Paso donde me indica el mayordomo y me sorprende verlo todo oscuro, me paro extrañada en el umbral.

—¡¡Sorpresa!!

Las luces se encienden, mi corazón se detiene y mis incrédulos ojos azules no creen que sea cierto lo que estoy viendo. Mi padre me ha hecho una encerrona. Ha invitado a todos sus amigos y conocidos del ámbito en el que se mueve, es decir, la política, pues tiene un puesto en el Senado. No me puedo creer que haya usado mi primera visita con este fin. Nunca he querido ser presentada en sociedad y él siempre ha respetado mis deseos e incluso accedió a que ocultaran mi apellido en el instituto y usar el de mi tía, para evitar que la gente me relacionara con él y así llevar una vida ajena a su mundo.

¿Por qué ha dejado de respetar mis deseos? ¿Acaso no intuía que podía estar mal por la impresión de regresar al lugar del accidente? No sé por qué me sorprendo; tal vez porque, como siempre, esperaba que fuera distinto.

Todos me miran a la espera de mi reacción tras la sorpresa que me acaban de dar. Yo sonrío sin mucha convicción, pero parece, por sus aplausos, que era lo que esperaban. Busco a mi padre entre la multitud, no tardo en observar su pelo cano y sus ojos negros y serios mirándome con suficiencia. Mi calculadora madrastra, a su lado, me contempla con una gran sonrisa, que brilla con intensidad en sus ojos azules, que se ven más intensos por el color negro de su pelo. Es evidente que todo lo ha montado ella, pero él no se ha opuesto. Disfruta haciendo fiestas y despilfarrando estúpidamente el dinero de mi padre, aunque a él parece no importarle y es que solo tiene tiempo para su trabajo, y no para gobernar a su propia esposa; o mejor dicho: le es indiferente lo que haga mientras le deje en paz.

Noto como, tras mirarme con interés, poco a poco cada uno vuelve a la suyo, ya no tienen que interpretar que les importa si la sorpresa me ha gustado o no. A mí no me queda más remedio que aguantar mis ganas de salir corriendo; pues, pese a todo, es mi familia. No soporto esto.

Mi padre me mira relajado cuando sonrío a sus invitados y no monto una escena por la encerrona. Mi madrastra y mi hermana aplauden, vienen hacia mí para cogerme y sumergirme en un mar de caras desconocidas, que me habría encantado que hubieran seguido siendo así, desconocidas.

 

La noche está pasando muy lenta y no consigo comer. Mi madrastra me ha presentado a prácticamente todos los presentes. Si ahora alguien me pregunta el nombre de alguno, no podría decírselo, pues han sido tantas caras diferentes en tan poco tiempo que mi mente no ha podido asimilar la información, no ha querido. Mi padre aún no se ha acercado a mí, creo que teme lo que pueda decirle por la encerrona y porque me haya presentado en sociedad sin mi permiso. No estoy cómoda aquí, es una suerte que viva con mi tía lejos de todo esto. Él lo sabe, pero está claro que no ha podido negarse a lo que se le ha antojado a mi madrastra y ella lleva tiempo insistiendo en hacer esto.

Pienso en mi madre, y en si hubiera respetado mis deseos o, como mi madrastra, hubiera hecho esto quisiera yo o no. No tengo muchos recuerdos de mi madre, era muy pequeña cuando murió y no hay fotos suyas. Mi padre me dijo que su obsesión por la cirugía estética la hizo destrozar todas las fotos donde salía, porque se veía horrible. Al final murió por culpa de una de estas operaciones. A veces me he preguntado si era como mi madrastra y he sentido una profunda tristeza al pensar que fuera así. Aunque sepa que, lo más probable es que ella fuera igual, en mi interior quiero pensar que, de haber vivido, hubiera sido una gran amiga para mí, además de una madre. O eso es lo que quiero creer.

Ahora mismo me siento engañada por mi familia, e incomprendida, porque esperaba que, después de todo este tiempo sin querer formar parte de este circo, ya hubieran aceptado mi decisión. Me equivocaba.

—A tu madrastra le hacía ilusión…

Miro a mi padre que, por fin, se ha dignado a acercarse. No es un hombre muy joven, pues está cerca de los setenta años. Se casó muy tarde con mi madre, una mujer mucho más joven, claro, que nos tuvo a mi hermana y a mí. Y después, su obsesión acabó con su vida. Luego apareció mi madrastra, una mujer de treinta y pocos años, que está con mi padre solo por su dinero. Sé que, en el fondo, ansía el día que él muera y poder ser una joven y rica viuda. Podría pensar lo contrario si no fueran tantas las evidencias que me hacen pensar así. Es muy triste, pero sé que él debe de saberlo. Hacen una buena pareja social, ambos se ignoran cuando nadie los ve y cuando están juntos representan el papel de pareja ideal. A ambos les compensa esto.

—Lo sé, pero a mí no, y aunque no viva contigo deberías saberlo. Si accediste a respetar mi deseo del anonimato hace tres años y a no ser presentada en sociedad, no entiendo el cambio.

—Ha pasado mucho tiempo, la gente preguntaba por mi desaparecida hija…

—Te venía bien para ser elegido senador —le digo entre dientes tras una sonrisa. Por la mirada de mi padre sé que he acertado.

—Somos una familia y a todos nos interesa que salga elegido.

—A mí no me interesa…

—No es lugar para hablar de esto. —Mi padre sonríe a unas personas que pasan por nuestro lado. Decido dar por imposible esta conversación. Conozco lo suficiente a mi padre como para saber que si antes me dejó ser anónima era porque decir que su hija estaba lejos no le afectaba a su carrera; ahora le afecta que parezca que no quiero saber nada de él y me ha hecho esta encerrona. No entiendo por qué llegué a pensar que todo seguiría igual. Debería haberlo visto venir.

—Es solo una noche.

—Eso espero, no quiero dejar de llevar la vida que llevo aunque ambos sabemos que va a cambiar a partir de ahora…

—No tiene por qué. Nadie te está pidiendo que no hagas lo que no quieras. —En el fondo ambos sabemos que esto ha cambiado aunque quiera disfrazar la realidad.

—A veces no hace falta pedir las cosas. —Mi padre me mira serio y luego sonríe para quitar leña al asunto.

—Solo mira toda esta fiesta, el lujo, el encanto, ¿no te gustan?

—La falsedad, la hipocresía… No, no me atrae para nada.

—Eres demasiado inteligente para tu propio bien y me atrevo a decir que para el mío propio.

—Es una suerte que solo nos veamos una vez al mes entonces.

Mi padre no comenta nada, siento que debo llamar a mi tía e irme, no aguanto más.

—¿Qué has sentido…? —Deja la pregunta a medias, pero yo sé a qué se refiere.

—Angustia.

—No has recordado nada —afirma. Asiento.

—Mi mente sigue queriendo olvidar ese episodio de mi vida.

—Es mejor no recordar malos momentos. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo con los que tengo grabados en mi mente. —Me sonríe como si su comentario tuviera que aliviar mi angustia. Asiento, aunque una parte de mí no esté de acuerdo con no querer saber lo sucedido.

—Vaya, George —comenta un hombre un poco más joven que mi padre interrumpiéndonos—, acabamos de llegar —el hombre señala a un joven rubio— y no me has presentado a tu encantadora hija. Mi hijo y yo llevamos mucho tiempo queriendo saber de ella.

Mi tensión y mi malestar se triplican. La mirada de complicidad de ambos hombres me deja claro que es una encerrona para que conozca a su hijo. No es la primera vez que mi madrastra intenta algo así, aunque espero haberme equivocado y que esto no sea una encerrona; con una por noche tengo suficiente. Observo al hombre alto y con una cara endurecida por los años. Sus ojos verdes me observan fríos, tratando de parecer cálidos sin éxito. Es más alto que mi padre y tiene que rondar los cincuenta.

—Haideé, te presento a Julián y, bueno… este es su hijo Julián júnior.

Saludo al hombre y me atrevo a mirar al joven. Es un poco mayor que yo, el pelo rubio, los ojos verdes y una cara de anuncio. Pero tras sus ojos veo solo cinismo y algo más que me hace sentir molesta ante su escrutinio descarado. Me desnuda con la mirada y esto me produce escalofríos. Odio esta situación.

—Encantada de conoceros.

Les ofrezco mi mano y se la doy a ambos con firmeza.

—George, tengo que hablar unas cosas contigo. Dejemos que los jóvenes se conozcan mejor.

Se alejan y yo me giro a la mesa de la comida para coger cualquier cosa con tal de llenarme la boca y no tener que hablar con el «Juliancito júnior».

—Una fiesta estupenda. Espero que a partir de ahora te vea en más.

—Lo dudo mucho —comento sin perder la sonrisa y él hace otro tanto, sonríe.

De repente me parece percibir el fogonazo de un flash. Me giro a tiempo de ver a los guardaespaldas de mi padre correr por el patio.

—Seguro que alguien trataba de sacarme una foto y se ha colado en la fiesta. El peso de la fama. —Lo miro incrédula porque sea tan creído y haya supuesto que entre tanta gente afamada sea él el elegido por los paparazzi. No hago comentario sobre ello. Julián ya está suficientemente crecido como para que haga alusión alguna.

—A mí antes no me gustaban —sigue hablando sin importarle que no le siga la conversación—, pero mi padre está orgulloso de verme aquí… y por la familia hay que hacer sacrificios.

Lo miro. Sus ojos verdes están lejos de mostrar sinceridad ante sus palabras, más bien parece que se ha estudiado muy bien el guion que le han dado para llamar mi atención.

—Sí, está muy bien por tu parte; por la mía, me espera mi familia —digo refiriéndome a mi tía—. Si me disculpas.

—Claro, faltaría más, seguro que tu hermana y tu madrastra están encantadas de que les hagas una visita —contesta confundiendo mis palabras—. Te acompaño.

Me ofrece el brazo, dudo, pero su mano es más rápida y acaba poniéndome mi mano sobre su brazo. Mi idea era irme, pero lejos de esta familia. ¿Qué puedo hacer para marcharme sin más de mi propia fiesta?

—Oh, hija, no paro de mirar tu horrible vestido, es una lástima que no haya podido arreglarte como me gustaría y hayas sido presentada en sociedad con algo tan cochambroso. —Julián y yo acabamos de llegar con mi madrastra y parece ser que ella no ha perdido el tiempo en dejarme en evidencia—. Pero claro, era una fiesta sorpresa, la próxima vez lucirás las mejores galas.

Mi hermana me mira con su perfecto traje exclusivo. Observo aterrada a mi madrastra; no pienso ir a ningún acto más de este estilo, pienso molesta porque hayan decidido dar por hecho que cederé. Además, me molesta que critique mi vestido, lo he elegido con mi tía y para mí es precioso. Y seguro que mi madrastra lo sabe. Me estoy asfixiando aquí. Me cuesta mucho fingir que todo está bien cuando en realidad me siento engañada y estafada.

—Si me disculpáis, tengo que ir al servicio.

Salgo escuchando cómo me dicen que vuelva pronto. Una vez fuera del salón y de la fiesta, dejo una nota a uno de los empleados de mi padre y le digo que se la entregue dentro de diez minutos. Me escapo de aquí. No aguanto más.

Llamo a mi tía para que me recoja a unos pocos metros. No se sorprende y no tarda en recogerme con su marido y su hijo de casi tres años, Erik.

Por mi cara sabe que prefiero no comentar nada de lo sucedido, ya habrá tiempo para contárselo todo más tarde. Ahora solo quiero escapar de lo que he vivido esta noche y, lo que es peor, de la sensación de que a mi familia les importa más el qué dirán, que aceptar la simple decisión de su hija pequeña de no querer formar parte de este circo. Creía que hacía años que habían aceptado mi decisión. ¿Acaso todo ha cambiado? ¿Acaso no saben lo mucho que me ha costado dar el paso de venir hasta esta casa?

 

♡ ♥ ♡

 

Mi tía detiene el coche cerca del instituto, y yo, reticente a bajar, observo los alrededores. Es el primer día de clase y este es mi último curso antes de ir a la universidad. Y todavía no sé qué quiero estudiar. Este fin semana ha sido un poco caótico, pues el sábado, mi tía y yo descubrimos que la prensa ya se había hecho eco de la noticia de mi presentación en sociedad. Por suerte el paparazzi solo pudo pillar una instantánea mía de perfil y casi no se aprecia el rostro. Pero es cuestión de días que me hagan alguna foto donde sea visible para que todo el mundo sepa quién soy. Yo no quería esto. Mi tía se ha pasado el fin de semana tratando de hacerme ver que no todo era malo y que la prensa se cansaría de mí en poco tiempo. Que solo soy la novedad del momento, la hija reaparecida. Pero yo lo veo como algo horrible, me gustaba mi vida anónima.

Mi padre solo me ha dicho que lo siente, pero que esto iba a suceder tarde o temprano, que no podía ocultarme eternamente. Ojalá yo no hubiera esperado que así fuera.

Me despido de mi tía y salgo para empezar el primer día de clase. Siento algunas miradas puestas en mí. Ahora ya saben quién soy en realidad o lo sabrán pronto. Observo cómo alguno de ellos me fotografía con el móvil, seguro que para mandar la foto a alguna web de prensa. Los ignoro esperando que, como me ha dicho mi tía, esto se pase en unos días.

—¡Ya estás aquí! Pensé que no llegarías, ¿qué tal llevas tu fama?

Miro a mi amiga Ninian, al tiempo que niego con la cabeza. Me llamó nada más ver la foto para ver cómo estaba.

—Espero que pase pronto.

—Lo hará, solo eres la novedad, pero no eres tan importante. En cuanto te hagan una foto te dejarán tranquila —me calma—. Me he enterado de cotilleos.

Me mira con su cara pícara. Es pelirroja e igual de alta que yo, es decir más bajita que la media. Mido poco más de metro cincuenta, aunque no me siento bajita, más bien me gusta poderme poner el tacón que más me guste sin destacar por ello. Sus ojos verdes me miran con ilusión contenida. Aunque Ninian, a simple vista, parece una joven amigable y que se lleva bien con todo el mundo, no es así. Es más bien selectiva con sus amistades, pero una vez te coge cariño, se muestra tal como es.

—Y qué dicen esos cotilleos.

—Que tú y yo seremos las más populares este año y, como puedes ver por todo el mundo que te mira, no voy descaminada.

Me río por su ocurrencia. No somos de las marginadas, pero nos mantenemos al margen de todo, o lo hacíamos. Nos llevamos bien con toda la gente, pero no nos decantamos por ningún grupo en concreto.

—Sí, eso seguro —le contesto siguiéndole el juego.

Ninian, tras sonreírme, me toma del brazo y miro hacia el instituto.

—El cotilleo real es algo gordo —agacha la voz—. Este año en nuestra clase habrá un chico nuevo.

—Eso no es una novedad.

—Lo es, si el chico nuevo es un expresidiario. ¿Ves? Pronto dejarás de ser el cotilleo del instituto, porque todo el mundo hablará de él.

—¿En serio? —Asiente, me sube un escalofrío por la espalda—. Debes de estar confundida… ¿Cuántos años tiene?

—Según dicen es joven; tendrá unos veintiún años, pero es cierto, ha estado en un reformatorio de menores y según parece un tiempo en la cárcel. ¿Y si mató a alguien?

—No te alteres, Ninian. Igual solo es un ladrón que robó para comer…

—Nadie tiene derecho a robar las cosas ajenas, pero cada cual con su vida.

Ninian muestra su habitual desconfianza ante una persona nueva y más si tiene un pasado como el de este joven.

—No, es cierto. Pero tranquilízate, los profesores no nos hubieran metido a alguien peligroso en el instituto.

—Mira lo que dijeron el otro día en las noticias, un maniático que pegó tiros a toda su clase… Cuanto más alejadas estemos de este nuevo compañero, mejor para todos. Tú por si acaso no te separes de mí, yo te cuido —me lo dice sonriente como si de verdad pudiera defendernos en caso necesario.

—Ya déjalo, me estás empezando a asustar.

Y es cierto, porque todo esto me trae recuerdos de cuando a mí me atacaron. No puedo evitar estremecerme y, una vez más, preguntarme qué habrá sido de aquel ladrón, y lo que más miedo me da, si lo viera otra vez ¿le reconocería? ¿Y él a mí? ¿Me volvería a atacar?

El corazón me late deprisa y el estómago se me contrae. Me temo que nuestro nuevo compañero no va a traer nada bueno a este instituto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 2

 

 

—Allí está Rosa, voy a contarle lo del expresidiario. ¿Vienes?

—Ve tú, ahora iré. Necesito un poco más de tiempo para enfrentarme a las habladurías del instituto.

Ninian asiente antes de salir corriendo hacia Rosa, una compañera de clase. Yo me quedo distraída en el aparcamiento pensando en todo y en nada. Desde el robo y mi posterior coma, he tratado de llevar una vida normal, de tratar de pensar lo menos posible en que estuve a punto de perder la vida, pero es difícil, pues cuanto menos quieres recordar algo, más lo haces. Ahora, al saber lo de mi nuevo compañero y que es posible que conociera a mi atacante en el reformatorio, me siento inquieta. Seguramente si no hubiera acudido a la casa de mi padre, la noticia de mi nuevo compañero me hubiera caído de otra forma. Sin embargo, desde entonces estoy muy inquieta y ser el centro de atención no ayuda para que recupere la normalidad de mi vida y olvidar una vez más mi accidente.

Tomo aire, aunque me cuesta más que otras veces serenarme. La gente que me rodea me ve como una persona fuerte que le planta cara a la vida… Pero en ocasiones el miedo me posee y me veo invadida por una ansiedad que recorre cada poro de mi piel y que inunda mi mente de un sinfín de pensamientos incoherentes, que lo único que hacen es acentuar mi pánico.

No pensar… no pensar… todo está bien. Me repito una y otra vez, pero mi mente parece algo ausente, o eso creo, hasta que escucho el fuerte chirrido de una moto y el sonido cercano de un motor.

Me asusto cuando el ruido se hace cada vez más fuerte y, como si de una película a cámara lenta se tratara, veo como una moto negra se pone ante mí y un coche choca con la parte trasera de esta, desviándose para seguir su camino sin pararse para ver lo que podría haber pasado. Si no llega a ponerse la moto en medio de su trayectoria…

El pánico me invade y noto cómo la sangre parece abandonar mi cuerpo, tengo miedo a desvanecerme, a marearme, a perder el control de mi cuerpo y eso solo hace que se acentúe mi ansiedad.

—¿Estás bien?

Escucho la voz a mi espalda de un joven.

—Mierda —profiere al ver que no reacciono, que estoy conmocionada.

Noto unos fuertes brazos tocarme por detrás y cuando los siento, la sensación cálida que me embriaga hace que me olvide del pánico y mire sus manos cubiertas por unos guantes de cuero negros.

—Respira lentamente, se te pasará.

Su voz es calmada y trata de parecer dulce pese a la rudeza que puedo percibir en su voz.

—Así, muy bien. No te he salvado para que ahora te dé un ataque de pánico. —Su voz me calma como si de bálsamo se tratara. Voy poco a poco recuperando el control de mi cuerpo—. Siempre que suceden estas cosas es mejor pensar en lo que no ha pasado, en vez de darle vueltas tontamente a lo que podría haber pasado. Te ayudará para la vida.

Asiento y me separo, pues me siento algo tonta ante mi reacción.

—Estoy bien… gracias por salvarme.

La gente de alrededor, tras ver mi sonrisa y observar que no ha pasado nada, se aleja. El joven misterioso, si es que es tan joven como parece por su voz, se aleja. Me atrevo a mirarlo avergonzada y agradecida. Está de espaldas, se acerca hasta su moto para desplazarla hacia la zona correspondiente a las motos.

Me quedo quieta contemplando su espalda. Se quita el casco para guardarlo en la moto y coger una cartera negra de debajo de su asiento. ¿Va a mi instituto? Lo contemplo con más intensidad y veo cómo su pelo negro intenso cae suelto con vida propia, a capas, sobre su rostro y el cuello, dejando que algunos cabellos acaricien su cazadora de cuero negra. Es muy alto, su espalda es ancha, no así su cintura que es estrecha. Se gira y me avergüenzo cuando siento cómo mis ojos suben a una velocidad pasmosa para encontrase con los suyos. Y en ese instante casi puedo sentir como si algo cambiara entre los dos. El joven parece momentáneamente aturdido, o eso me parece, pues no tarda en ocultar sus sentimientos bajo una máscara de indiferencia. Tal vez lo he imaginado todo debido al incidente.

Observo su cara libre del casco. Su mirada oscura es intensa y penetrante. Sus rasgos son marcados, endurecidos y bellos, muy bellos; pues, pese a la dureza de sus gestos, no puedo ignorar su belleza. Es realmente atractivo y mi corazón no ha dejado de latir desde que mis ojos lo recorrieron. Vuelvo a sus ojos y me pierdo en ellos, unos ojos marrones, como el chocolate caliente, también faltos de calidez o de emoción alguna; es como si supiera controlar sus emociones y no dejara que estas se trasluzcan de ninguna forma. Me siento extraña, como si hubiera deseado ver sus ojos de color casi negro observarme desde hacía ya tiempo. Me mira con intensidad a la espera de mis reacciones… o eso parece, pero no sé qué puede querer de mí. Cuando me habló antes, me imaginé a un joven sonriente, pero este joven que tengo delante está lejos de la imagen que me hice de él, es como si lo que ha pasado hace unos minutos solo hubiera sido producto de mi mente alterada.

Siento una gran pena interior, algo que me desconcierta una vez más y me hace preguntarme por qué.

Me quedo inquieta. Necesito más que nunca volver a la normalidad y olvidar todo lo que me ha sucedido últimamente.

—¿Estás bien? —me dice sin acercarse y con una voz dura y fría. Asiento con la cabeza—. ¿Necesitas algo?

Niego con la cabeza y noto cómo sus rasgos se endurecen más, qué raro… He tenido una sensación como si hubiera esperado algo de mí. Qué tontería, el incidente ha debido impactarme más de lo que creía.

—Deberías ir a clase.

—Sí, eso haré. —Le sonrío y empiezo a andar. Siento aún la pesadez de mis piernas—. Gracias.

—De nada.

Me quedo mirándolo con la sensación de que debería decir algo más. Pero aparte de «gracias por salvarme» no se me ocurre nada más que añadir y me siento mal por no encontrar palabras mejores que un simple gracias para alguien que ha hecho por mí algo tan grande como salvarme la vida. Me alejo de allí intentado olvidar cuanto antes este incidente.

Entro al centro, saludo a alguno de los compañeros que veo por los pasillos; otros me preguntan por lo de mi padre, curiosos ante las últimas noticias. Una chica se acerca a mí y me pregunta si estoy bien, pues ha visto el accidente. Cuando le digo que sí, sigue con su grupo y se va hacia su clase. Llego a la mía, Ninian me sonríe y me señala una silla cerca de ella. Me extraña mucho que no se haya enterado de lo que me ha sucedido en el aparcamiento. Me contó que hace unos años empezaron a correr rumores falsos sobre ella y por eso ahora está siempre al tanto de estos, es su forma de estar tranquila y saber que no es ella el blanco de los cotilleos, y si un comentario puede hacer daño a alguien prefiere guardárselo y no correr la voz. No sé cómo lo hace, pero siempre parece saberlo todo.

Me siento y me paso la mano por el puente de la nariz.

—¿Estás bien?

—Sí, muy bien.

Aún tengo los nervios a flor de piel por el accidente y aún más por el inquietante joven. Ha conseguido calmar mi pánico con su voz, pese a que luego me desconcertara al verlo sin el casco. Tiene razón, no debo pensar en lo que podría haber pasado.

—He estado informándome sobre la noticia de quién eres. —La miro curiosa—. La gente siente curiosidad, pero no eres tan importante, ni has hecho nada alocado o descabellado para que te presten mucha atención. Se les pasará.

—Gracias. Eso me deja más tranquila. —Ninian me sonríe con calidez.

—A este centro vienen suficientes hijos de gente rica como para que solo seas una más.

Eso es cierto, aunque es público, es muy buen instituto y la mayoría de los padres mandan aquí a sus hijos por la calidad de su enseñanza.

La clase empieza y muchos alumnos contestan a las preguntas del profesor sobre lo que han estado haciendo este fin de semana. Pronto el profesor empezará a explicar su política para sobrellevar este curso y no tardará en preguntar por los compañeros que tendremos para las actividades conjuntas que suele pedir. Ninian siempre se pone con Rosa, ya que ella se siente mal si no es así y yo no me quiero meter en su amistad. Además, al ser las dos tan parecidas a la hora de estudiar, a veces hemos llegado a pelearnos por nuestra cabezonería y no dar nuestro brazo a torcer cuando creemos saber algo. Por eso también es mejor que trabajemos en grupos separados. Seguramente alguno de mis compañeros me pedirá ser su compañera, no me preocupa con quién me toque.

De pronto la puerta se abre y un silencio sepulcral reina en la clase. Miro hacia ella y veo a mi salvador que entra. Voy a decirle a mi compañera que lo conozco y por qué, cuando veo cómo el profesor lo presenta con un leve nerviosismo en su voz… No puede ser que él…

—Un expresidiario en nuestra clase —susurra mi compañera de detrás—. A dónde vamos a llegar. Cuando se entere mi padre seguro que deja de ver este instituto tan bien.

Me tenso ante el comentario. Y empiezo a entender la frialdad de su mirada y lo que percibí al verlo. Es injusto, pero tal vez mi subconsciente notó que era él el expresidiario. Nada más pensarlo recuerdo cómo le conocí y que me salvó. No conozco su pasado, ni qué lo llevó a ir a la cárcel, pero no siento hacia él la animadversión que reina en el ambiente desde que ha entrado.

—Sí, pero uno que está bien bueno —dice otra con una nota alegre en su voz.

Veo cómo el joven moreno se acerca a mi profesor y este coge su nota. Parece ajeno a todo y muy seguro de sí mismo.

—Ziel, siéntate donde quieras.

—A mi lado que ni se le ocurra —comenta uno de los jóvenes—. No vaya a ser que me robe la cartera.

Todos los de su alrededor se ríen ante su estúpida gracia y veo cómo Ziel se adentra entre las mesas y se instala en el último pupitre sin mostrar síntomas de que le molesten los ojos acusadores que lo observan con intensidad y recelo. Más bien parecen divertirle los comentarios.

Qué chico más raro.

Ahora que he puesto cara al expresidiario, me cuesta pensar en él como en alguien malo y frío, sin sentimientos. No sé qué lo llevo allí, pero a veces las personas cometemos errores. ¿Y si solo robó? ¿Y si el hambre le llevó a una situación desesperada? Y… y será mejor que deje de pensar en cómo quitar gravedad a este asunto. Aunque lo cierto es que por mucho que trate de llevar una vida normal, la sociedad lo condenará una y otra vez, y aún lejos de la cárcel, seguirá siendo un joven preso de los prejuicios de los demás.

En el fondo, aunque quiera ver el asunto de manera objetiva y pensar en él como lo hacen mis compañeros, no puedo hacerlo. Para mí solo es un joven que me ha salvado y que se ha preocupado por mí.

—La verdad es que a mí no me importaría que me robara mi virginidad —comenta una de mis compañeras risueña y otra se ríe por su comentario.

—Tú ya no eres virgen. —Ambas se ríen.

—Eso él no lo sabe.

—Además, el que sea expresidiario solo hace que tenga más morbo.

Se ríen y el profesor las manda callar.

—Me parece que el que sea guapo solo revolucionará más las cosas. Aunque míralo por el lado bueno —miro intrigada a Ninian—, ya nadie se acuerda de quién ha descubierto lo que eres.

Sonrío por su ocurrencia y trato de seguir la clase. Pero mi mente vuelve otra vez a Ziel y no puedo evitar observarlo disimuladamente. Está tomando notas, impasible a lo que se rumorea a su alrededor, o eso quiere aparentar. El pelo negro le cae sobre la frente, juguetón. Aprecio una vez más sus rasgos y los registro en mi mente sin poder evitarlo, como si quisiera recordar cada ángulo y cada curva de su persona. No sé por qué me pasa esto, pero no puedo detenerlo. Aparto la mirada contrariada y trato de seguir la clase, los comentarios no cesan y el profesor, aunque molesto, continúa como si no escuchara lo que se dice de Ziel.

—Bien, chicos, ha llegado la hora de que me digáis el nombre de vuestro compañero para el curso.

Empiezan a decírselo al profesor y escucho cómo dicen que seguro que nadie querrá ponerse con Ziel; este sonríe con suficiencia como si le diera exactamente igual tener o no compañero, algunas jóvenes ya están olvidando lo que es Ziel y viendo el lado romántico de todo esto por la belleza del joven. Las risitas entre algunas, tras comentarios de que puede robarle lo que quiera, se empiezan a escuchar más que los desprecios entre mis compañeros. Los comentarios absurdos empiezan a molestarme y cuando el profesor dice mi nombre, me levanto y digo algo que hace que el silencio reine en mi clase por fin.

—Ziel.

—¿Qué has dicho? —me pregunta el profesor.

—He dicho que seré compañera de Ziel.

—No necesito a nadie. Puedo hacer el trabajo solo —comenta el aludido.

—No —contesta el profesor—, es un trabajo en pareja, y por lo que parece Haideé quiere ser la tuya.

Observo a Ziel con disimulo y este mira al profesor muy serio, aprieta la mandíbula y al final asiente como si no le quedara más remedio. Su reacción me molesta y lo observo seria. Ziel ignora mi mirada y eso me hace preguntarme si no estaré cometiendo un gran error.

—Bien, lo haréis juntos.

Ninian tira de mi mano y me sienta en mi silla.

—¡¡Pero te has vuelto loca!! Ya sabes que es…

—Es un compañero y ya está —le corto.

Ninian se calla y me mira con intensidad.

—Hay algo más, me lo debes contar; además pensé que no querías llamar la atención y así vas a hacer justamente eso.

Cierto, pero algo me ha impulsado a cometer esta locura y ahora mismo no tengo ganas de analizar por qué he hecho algo tan espontáneo y tan impropio de mí.

—Te lo contaré. —Me mira seria y luego asiente.

La clase finaliza, el profesor reparte los ejercicios y el temario que trataremos en el primer trimestre del curso con nuestra pareja. Miro a Ziel, está leyendo con interés lo que le acaba de dar el profesor. Dónde me he metido…

—Vamos, Haideé —me dice Ninian.

—Sí, ahora iré, quiero hablar un momento con mi compañero.

—Me puedo quedar…

—Estaré bien.

—Me extraña mucho que precisamente tú no seas la que más alejada quiera estar de él… ¿Esto no te hará daño? Tal vez recordar no sea bueno. A veces no es lo mejor, puede traerte recuerdos que te hubiera gustado no desenterrar jamás. Deberías alejarte de todo aquello que puede hacer que tu vida cambie…

Me sube un escalofrío y niego con la cabeza. No es la primera vez que Ninian me aconseja que no recuerde lo que pasó, que deje las cosas como están, pues así estoy bien. A veces siento como si ella deseara poder borrar de su mente algunos amargos recuerdos. Pero, aunque antes le daba la razón, ahora ya no estoy tan segura. ¿Qué ha cambiado en mí? Lo ignoro.

—Tal vez debería empezar a afrontar los hechos y a aceptar que ya es parte del pasado. El pasado es solo pasado, no puede hacerme daño que recuerde… espero. —Sonrío—. Estaré bien.

Miro a Ninian, pues la pobre solo está preocupada por mí, ella sabe lo mal que lo paso a veces por las noches, cuando los recuerdos afloran y el sueño no hace más que intranquilizarme. Además, sabe que nunca he querido hablar de lo que sucedió y menos aún de quién me atacó.

—Estaré bien —repito con más convicción al ver que duda entre irse o no.

Se va a regañadientes. Ziel está sentado despreocupadamente sobre su mesa y me mira mientras termino de recoger mis cosas. Ahora aquí, en la clase los dos solos, siento como si no fuera lo suficientemente amplia. Soy demasiado consciente de su presencia. Es desconcertante.

—Hola, Ziel, ahora ya sé cómo te llamas. —Parezco tonta, pienso.

Ziel me mira muy serio. Una vez más tengo la sensación de que espera algo de mí, algo que, al parecer, no llega. Sus ojos me estudian con mucha intensidad, me pierdo en ellos sin poder evitarlo. No sé por qué siento que espera algo de mí o si estoy tratando una vez más de ver cosas donde no las hay. Sonríe sin alegría, pero parece que esa característica es habitual en él.

—No tenías por qué haberlo hecho, puedo trabajar solo. Estoy mucho mejor solo —puntualiza y por la forma que tiene de decirlo, siento que no lo dice solo por el trabajo.

—Ya lo dejaste claro. —No sé qué decir, está claro que soy una molestia para él, cómo me arrepiento de mi loco impulso—. El profesor no te hubiera dejado hacerlo solo.

—Supongo que gracias ¿no? ¿Tú no me temes como los demás? Deberías —me dice seriamente y su mirada hace que me recorra un escalofrío.

—No.

Ziel sonríe con lo que parece ser una sonrisa despreocupada y carente de sentimientos, pero sus ojos marrones me rebelan algo más. Algo que no sé muy bien qué nombre darle.

—Ya veo, no tienes ganas de huir de mí, interesante.

Lo miro sin saber muy bien qué contestar tras este comentario.

—Solo quiero saber algo…

—No me mandaron allí por haber matado a alguien. Tampoco acabé en la cárcel por golpear a una mujer, pero si me preguntas si no he golpeado a alguien, te mentiría si te dijera que no. Uno tiene que sobrevivir —lo dice con despreocupación, pero me invade la certeza de que tras sus palabras hay más verdad de lo que me quiere hacer creer.

—Entonces solo queda que te metieron allí por robo.

—Claro, solo queda eso… Bien, ¿sigues queriendo trabajar a mi lado? No me importara que me dejes solo. Te aseguro que sé cuidar de mí mismo. Y lo prefiero.

Lo miro seria y decido seguir adelante, pero por un segundo pienso que estoy poseída por alguna clase de locura por no cortar de raíz esto. No sé qué me incita a hacerlo, qué me empuja a querer seguir con esto.

—Sigo queriendo. En el fondo me necesitas, aunque aún no lo sepas —digo para tratar de aliviar la tensión que ha crecido entre nosotros.

—¿No será al revés?

—Es posible, siempre es bueno tener a alguien cerca que te salve. Además cuando me salvaste no parecías tan…

—¿Capullo? —Termina por mí, me sonrojo.

—Entonces no te había visto la cara.

—¿Y qué tiene de malo mi cara?

—Nada en especial, simplemente al verte cambió mi forma de mirarte.

—No lo comprendo.

—No es mi problema. —Me sonríe sin emoción, siento ganas de gritarle—. Es cierto. —Me mira curioso—. Antes no parecías tan capullo.

—Bien, aclarado ese punto, puedes ir a la sala de profesores a informar a nuestro querido profesor de que te busque otro compañero.

—No he cambiado de idea.

—Te gusta el riesgo, entonces.

—Es posible, o puede ser que me haya dado cuenta de que haces esto para que desista de ser tu compañera.

Ziel sonríe y por primera vez no lo hace de forma cínica ni pícara y eso hace que parezca aún más joven de lo que quiere aparentar, pero por desgracia esto dura poco, tan poco que me pregunto si no me habrá engañado la vista.

—Tú misma.

—¿Cuántos años tienes? —le pregunto mientras empieza a irse de clase.

—Veintiuno. ¿Hace eso que quieras dejar de trabajar conmigo? —me pregunta mirando por encima de su hombro.

—Claro que no.

Se ríe.

—Lástima.

Parece divertido y me siento algo molesta al saber que yo soy el foco de su diversión. Creo que estoy cometiendo el mayor error de mi vida, que debería decir que mejor que lo haga solo… pero simplemente no puedo. Pues, por primera vez en mucho tiempo, sé que estoy haciendo lo correcto, aunque sea la mayor locura que he cometido en mi vida, y con el chico más raro y desconcertante que me he topado nunca.