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SOBRE EL AUTOR

Gregg Braden es autor de varios éxitos de ventas incluidos en la lista de The New York Times y pionero de prestigio internacional de la unión de la ciencia, la sabiduría tradicional y el mundo real. Entre 1979 y 1990, Gregg trabajó para varias empresas de Fortune 500, como Cisco Systems, Philips Petroleum y Martin Marietta Defense Systems, como solucionador de problemas en tiempos de crisis. En la actualidad sigue en este cometido con su trabajo de hilvanar la ciencia moderna con la sabiduría preservada en remotos monasterios y textos olvidados, para con ello dar solución a problemas reales del mundo. Fruto de sus descubrimientos son once libros que han recibido diversos premios y han sido traducidos a cuarenta idiomas. En la lista de Watkins Journal del Reino Unido, Gregg está entre las «cien personas de mayor influencia espiritual del mundo» por quinto año consecutivo, y en 2017 fue propuesto para el prestigioso Premio Templeton. Ha ofrecido ponencias y formación en Naciones Unidas, empresas de Fortune 500 y el Ejército de Estados Unidos, y hoy aparece en las principales cadenas de las dos Américas y de Europa.

Título original: HUMAN BY DESIGN

Traducido del inglés por Roc Filella Escolá

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Diseño y maquetación de interior: Toñi F. Castellón

© de la edición original

2017 de Gregg Braden

Publicado inicialmente en inglés en el año 2017 por Hay House Inc., en Estados Unidos

Para oír la radio de Hay House, conectar con www.hayhouseradio.com

© de la presente edición

EDITORIAL SIRIO, S.A.

C/ Rosa de los Vientos, 64

Pol. Ind. El Viso

29006-Málaga

España

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I.S.B.N.: 978-84-18000-53-9

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Para criaturas tan diminutas como nosotros la inmensidad
es soportable solo a través del amor.

CARL SAGAN (1934-1996),

astrónomo y cosmólogo estadounidense


Epígrafe: Sagan, Carl (1997). Contact. Nueva York, EUA: Simon and Schuster, p. 430.

INTRODUCCIÓN

¿Por qué es importante saber
cuál es nuestro origen?

Desde que nuestros más antiguos ancestros miraron con asombro las lejanas estrellas del cielo en las noches sin luna, incontables cantidades de personas que han compartido la misma experiencia a través de los tiempos se han hecho una pregunta innumerables veces. Dicha pregunta está en el centro de todos los retos que nos pondrán a prueba a lo largo de nuestra vida, por grandes o pequeños que sean. Está en la base de toda elección que vayamos a hacer y es el fundamento de cualquier decisión que vayamos a tomar. La pregunta que está en la raíz de todas las preguntas que nos hemos hecho los seres humanos en los doscientos mil años, aproximadamente, que llevamos en la Tierra, es esta: ¿quiénes somos?

En la que tal vez sea la mayor paradoja de nuestras vidas, después de cinco mil años de historia registrada y de avances técnicos y tecnológicos que sobrepasan la imaginación, aún no hemos dado una respuesta incontrovertible a esta pregunta.

Clave 1: Ante los mayores avances tecnológicos del mundo moderno, la ciencia no sabe responder la pregunta más importante de nuestra existencia: ¿quiénes somos?

POR QUÉ ES IMPORTANTE SABER CUÁL ES NUESTRO ORIGEN

La forma en que respondamos la pregunta de cómo hemos llegado a ser lo que somos impregna la esencia de cada momento de nuestras vidas. Conforma los ojos perceptivos –los filtros– a través de los cuales vemos a los demás seres humanos, al mundo que nos rodea y, lo más importante, a nosotros mismos. Por ejemplo, cuando pensamos en nosotros como seres independientes de nuestro cuerpo, entendemos el proceso curativo como víctimas impotentes de una experiencia que no podemos controlar. Y, en el extremo opuesto, descubrimientos recientes confirman que cuando enfocamos la vida sabiendo nuestro cuerpo está diseñado para repararse, rejuvenecer y sanar constantemente, este cambio de perspectiva genera en nuestras células la química que refleja nuestra creencia. 1

La autoestima, el sentimiento de valía, el sentimiento de confianza, el bienestar y la seguridad nacen directamente de la idea que tengamos de nosotros mismos. Desde la persona a la que decimos sí para que nos acompañe toda la vida y lo que vaya a durar la relación una vez iniciada hasta los empleos que consideramos que vale la pena tener, las decisiones más importantes que tomamos se basan en cómo respondemos la pregunta simple e intemporal de ¿quiénes somos?

En un ámbito más espiritual, nuestra respuesta sienta las bases de cómo vamos a entender nuestra relación con Dios. Incluso justifica lo que hagamos por intentar salvar una vida humana y nuestra decisión de terminar con otra.

La idea que tenemos de nosotros mismos se refleja también en lo que les enseñamos a nuestros hijos. Cuando el acoso implacable de sus rivales y compañeros de clase pone en peligro el delicado sentimiento de su propia valía, por ejemplo, la respuesta a ¿quién soy? es la que les da la fuerza para curar sus heridas. Su respuesta puede incluso marcar la diferencia entre pensar que merece la pena vivir o no.

A mayor escala, lo que pensamos de nosotros mismos determina las políticas de las grandes empresas y las naciones que justifican que se viertan cada año en los mares del mundo más de doce millones de toneladas de plásticos y cientos de litros de residuos radioactivos, o bien demuestra que el amor que sentimos por los mares es suficiente para que invirtamos en su conservación.

La decisión de los países de levantar fronteras que los separen y su modo de justificar el envío de ejércitos a esas fronteras y a los hogares de gente de otros países empieza en la idea que tenemos de nosotros mismos como personas. Si nos detenemos a pensarlo, la respuesta a la pregunta más elemental –¿quiénes somos?– está en el núcleo de todo lo que hacemos y define todo lo que valoramos.

Clave 2: Todo, desde nuestra autoestima hasta nuestro sentimiento de valía, el sentimiento de confianza, el bienestar y el sentimiento de seguridad, y nuestra forma de ver el mundo y a las demás personas, nace de la respuesta que damos a la pregunta ¿quiénes somos?

Debido precisamente al papel decisivo que la idea que tenemos de nosotros mismos desempeña en nuestras vidas, tenemos la obligación de explicar, con toda la honradez y sinceridad posibles, quiénes somos y de dónde venimos. Este empeño incluye tomar en consideración todas las fuentes de información de las que dispongamos, desde la ciencia más avanzada actual hasta la sabiduría de cinco mil años de experiencia humana. También incluye cambiar la historia vigente cuando nuevos descubrimientos nos dan razones para hacerlo.

POR QUÉ NECESITAMOS UNA NUEVA VERSIÓN DE LA HISTORIA

Hace más de ciento cincuenta años, el geólogo Charles Darwin publicó un libro paradigmático con el título El origen de las especies por medio de la selección natural, que se suele abreviar como El origen de las especies. El libro pretendía dar una explicación científica a la complejidad de la vida: cómo ha cambiado a lo largo del tiempo, desde las primitivas células hasta las complejas formas de hoy. Darwin pensaba que la evolución que había visto en algunas partes del mundo, en algunas formas de vida, se podía aplicar a todas las formas de vida del planeta, incluida la vida humana.

En una de las mayores paradojas del mundo moderno, desde la época de Darwin la propia ciencia que se esperaba que avalaría su teoría, y que acabaría por resolver los misterios de la vida, ha hecho exactamente todo lo contrario. Los descubrimientos más recientes revelan hechos que contradicen la persistente tradición científica, en especial en lo que se refiere a la evolución humana. Algunos de estos hechos son los siguientes:

Hecho 1: Las relaciones que se muestran en el árbol evolutivo humano convencional –las líneas discontinuas que unen un fósil con otro y hacen que los humanos actuales se encuentren en la parte superior del árbol– no se basan en pruebas. Son relaciones que se cree que existen, pero nunca se han demostrado; son relaciones inferidas especulativas.

Hecho 2: Los seres humanos modernos aparecieron de repente en la Tierra hace aproximadamente doscientos mil años con las características avanzadas que nos diferencian de todas las otras formas de vida ya desarrolladas.

Hecho 3: La ausencia de un ADN común entre los antiguos neandertales, quienes, se cree, fueron algunos de nuestros ancestros, y los primeros humanos, cuyo ADN es similar al nuestro, revela que no descendimos directamente de los neandertales, aunque en algún momento nos cruzáramos con ellos.

Hecho 4: Un análisis avanzado del genoma muestra que el ADN que nos diferencia de otros primates es el resultado de una antigua y misteriosa fusión de genes que apunta a que algo que está más allá de la evolución hizo posible nuestra condición humana.

Para decirlo sin ambages, las características avanzadas señaladas en el hecho 2 no evolucionaron lentamente durante largos períodos, como asegura la teoría de la evolución. Al contrario, características como la de un cerebro un 50% mayor que el de nuestro pariente primate más cercano y un complejo sistema nervioso con capacidades emocionales y sensoriales perfectamente ajustadas a nuestro mundo ya existían en los seres modernos cuando aparecieron. Y los humanos no hemos cambiado.

En otras palabras, los humanos actuales somos los mismos humanos ¡doscientos mil años después!

Estos hechos, basados en estudios científicos debidamente contrastados, plantean un problema a la historia evolutiva de nuestro origen que durante tanto tiempo se ha defendido. Las nuevas pruebas no avalan en modo alguno el relato convencional del pasado que nos han enseñado. La historia popular que hoy se expone en las aulas y los libros de texto nos induce a pensar que somos seres insignificantes fruto de la casualidad biológica ocurrida hace muchísimo tiempo, unos seres que después sufrieron doscientos mil años de brutal competencia y de «supervivencia del más fuerte», para al final descubrir que somos víctimas impotentes de un mundo hostil marcado por la separación, la competencia y el conflicto.

Sin embargo, los descubrimientos científicos que se exponen en este libro apuntan hoy a algo completamente distinto. Por esta razón necesitamos una historia nueva que se ajuste a las nuevas pruebas. O, al revés, debemos seguir las pruebas de que ya disponemos para llegar a la historia que nos cuentan.

Antes de su muerte en 1962, el físico y premio Nobel Niels Bohr nos recordaba que la clave para resolver un misterio se encuentra en el propio misterio: «Toda dificultad grande y profunda lleva en sí su propia solución –dijo–. Para encontrarla, hemos de pensar de otro modo». 2 Las palabras de Bohr tienen hoy la misma fuerza que cuando las pronunció hace más de cincuenta años.

Desde los fósiles y los lugares de enterramiento hasta el tamaño del cerebro y el ADN, las pruebas existentes ya están resolviendo el misterio del origen de nuestra especie. Ya nos están contando una historia nueva. La clave es que antes debemos pensar de otro modo acerca de nosotros mismos para aceptar lo que la historia revela. He escrito este libro para invitar a hacerlo.

Clave 3: Si dejamos que los nuevos descubrimientos nos lleven a las nuevas historias que cuentan, en lugar de obligarlos a ajustarse a una determinada estructura ideológica, es posible que, al final, demos respuesta a las preguntas más importantes de nuestra existencia.

¿POR QUÉ ESTE LIBRO?

El objetivo de este libro es, en un inicio, desvelar, en la primera parte, los nuevos descubrimientos sobre nuestro origen, y a continuación mostrar, en la segunda parte, cómo aplicar estos descubrimientos a nuestra vida cotidiana. En lugar de especular sobre cómo apareció la primera célula en la Tierra, empezaré como Darwin, en el momento que siguió a nuestro misterioso origen. En las dos partes del libro incluyo ejercicios que te ayudarán a afianzar en tu vida la trascendencia de los distintos descubrimientos.

LO QUE NO ES ESTE LIBRO

LO QUE SÍ ES ESTE LIBRO

NUEVOS DESCUBRIMIENTOS SIGNIFICAN UNA HISTORIA NUEVA

Si somos sinceros y reconocemos que el mundo está cambiando, es comprensible que nuestra historia en el mundo también deba cambiar. Con toda probabilidad, la nueva historia del ser humano será un híbrido de teorías que ya existen, las cuales se entretejerán en un nuevo tapiz de una grandiosa crónica que describirá un pasado extraordinario y épico. Y con ella, por fin aceptaremos la historia que ninguna de las teorías existentes por sí misma puede explicar.

Cada vez son más las pruebas que apuntan a que somos producto de algo más que mutaciones aleatorias y una biología afortunada. Pero las evidencias solo llegan hasta aquí. Los fósiles, el ADN, las pinturas rupestres y los lugares de enterramiento solo pueden mostrar los restos de lo que ocurrió en el pasado. No pueden explicar por qué ocurrieron esas cosas. A menos que descubramos la forma de retroceder en el tiempo, la verdad es que tal vez nunca sepamos enteramente qué fue lo que hizo posible nuestra existencia.

Pero quizá no necesitemos saberlo. Tal vez no tengamos necesidad de contar con ese grado de detalle con el fin de modificar la idea que tenemos de nosotros mismos y cambiar nuestras vidas. Es posible que el descubrimiento de que somos producto de algo más que la evolución –muy probablemente, el resultado de un acto consciente e inteligente de creación– sea todo lo que nos haga falta para orientarnos en un sentido nuevo, honesto y saludable en lo que a la historia del ser humano se refiere.

El hecho innegable es que hace doscientos mil años ocurrió algo que hizo posible nuestra existencia. Y ese algo, fuera lo que fuese, nos dotó de las extraordinarias habilidades de la intuición, la compasión, la empatía, el amor, la autosanación y otras.

Tenemos el deber de aceptar el conjunto de pruebas existentes, la historia que cuentan y la sanación que pueden traer a nuestras vidas. La fuerza de la emergente historia del ser humano nos puede ayudar a curar realmente el persistente odio racial, la violencia sexual, la intolerancia religiosa y las otras amenazas devastadoras a las que nos enfrentamos, desde el abuso de la tecnología hasta la plaga del terrorismo, que están asolando el planeta. Cualquier esfuerzo de menor envergadura es como poner una tirita a la herida emocional de la que nacen estas manifestaciones del miedo.

Por primera vez en la larga historia de trescientos años de la ciencia, estamos escribiendo un nuevo relato del ser humano que da respuesta a la eterna pregunta de quiénes somos.

Clave 4: Las nuevas pruebas del ADN indican que somos el resultado de un acto intencionado de creación que nos ha dotado de las extraordinarias capacidades de la intuición, la compasión, la empatía, el amor y la autosanación.

Este libro está escrito con un propósito en mente: empoderarnos para que podamos tomar las decisiones que nos lleven a una vida próspera en un mundo transformado.

GREGG BRADEN

Santa Fe, Nuevo México (Estados Unidos)


1 Se ha producido una eclosión de nuevos estudios sobre el poder de las creencias humanas, el efecto placebo y la fuerza de nuestras expectativas en la sanación del cuerpo. Este ejemplo en particular expone un estudio aleatorio doble ciego realizado con un grupo de personas con alzhéimer. Mercola, Joseph (5 de marzo de 2015). «How the Power of Your Mind Can Influence Your Healing and Recovery». Mercola.com. Disponible en http://articles.mercola.com/sites/articles/archive/2015/03/05/placebo-effect-healing-recovery.aspx.

2 Palermo, Elisabeth (editora adjunta) (14 de mayo de 2013). «Niels Bohr: Biography & Atomic Theory». Disponible en http://www.livescience.com/32016-niels-bohr-atomic-theory.html.

NOTA DEL AUTOR

En la segunda parte de este libro utilizo el término cableado para señalar que ya disponemos de la constitución biológica que necesitamos, y que estamos predispuestos a alcanzar todo el extraordinario potencial del que se habla en cada capítulo.

Cableado en el pasado tenía otros significados.

Su primer uso en inglés se puede rastrear hasta los tiempos anteriores al teléfono, cuando el telégrafo era el principal sistema de comunicación. En esa época era habitual decir que habíamos «cableado» un mensaje a alguien, refiriéndonos con ello a que habíamos enviado un mensaje por telégrafo. Posteriormente, y también en inglés, la palabra ha tenido diversos significados, desde el nerviosismo que provoca el consumo excesivo de cafeína o de determinados fármacos hasta la conexión entre las neuronas cerebrales. Por esta razón quiero dejar claro desde el principio y antes de utilizar este vocablo en las páginas que siguen el sentido que le doy.

Primera parte

LA NUEVA HISTORIA DEL SER HUMANO

El objetivo de los capítulos que siguen es empoderarte con nuevas formas de pensar y con nuevas razones para que pienses de otro modo acerca de ti mismo y de las relaciones que mantienes en tu vida: las que tienes con otras personas, la que tienes con la Tierra y el mundo que te rodea, la que tienes contigo mismo y, en última instancia, la que tienes con Dios/el Espíritu/la Fuente Universal/el Único. Pero antes de descubrir estas implicaciones que te van a empoderar, conviene que determines qué es lo que crees en este mismo momento, el punto de partida de lo que piensas de ti y de tu lugar en el mundo.

El ejercicio siguiente no está destinado a juzgarte ni a criticar ninguna idea, creencia ni sentimiento que albergues. No es más que un punto de referencia para que puedas identificar creencias de las que tal vez no seas consciente, o para que puedas esclarecer otras que en el pasado tal vez solo sospechabas tener.

EJERCICIO

Determina tus creencias de base

A partir de las respuestas a las siguientes preguntas, al final del libro podrás ver fácilmente de qué modo la nueva información que has descubierto ha cambiado lo que piensas de ti mismo y de tu potencial. Para este ejercicio necesitarás papel y bolígrafo.

La técnica: Responde por escrito las siguientes preguntas con la mayor sinceridad posible, con una sola palabra o una frase corta. En las preguntas de sí o no, rodea la respuesta que corresponda.

Preguntas sobre tus orígenes

1. ¿Crees que el origen de la vida, en general, es el resultado de un suceso casual que se produjo hace muchísimo tiempo, como indica la ciencia convencional?

Sí --- No

2. ¿Crees que la vida humana en particular es el resultado de un suceso casual que se produjo hace muchísimo tiempo, como indica la ciencia convencional?

Sí --- No

Preguntas sobre tu potencial

3. ¿Crees que estás diseñado de forma consciente para influir en los sucesos de tu vida, la calidad de esta y el tiempo que vayas a vivir?

Sí --- No

Si has respondido no, pasa a «Define tus creencias».

Si has respondido sí, responde las preguntas 4, 5 y 6.

4. ¿Crees en tu capacidad de activar la curación de tu cuerpo a voluntad, cuando la necesitas?

Sí --- No

5. ¿Crees en tu capacidad de activar tus estados más profundos de intuición o voluntad, cuando los necesitas?

Sí --- No

6. ¿Crees en tu capacidad de autorregular tu sistema inmunitario, las hormonas de la longevidad y tu salud en general?

Sí --- No

Define tus creencias. Completa las frases siguientes:

7. Cuando observo que algo inusual le sucede a mi cuerpo (un dolor repentino, un sarpullido inexplicable, el corazón que se acelera sin motivo aparente, etc.), me siento______________________.

8. Cuando observo que a mi cuerpo le sucede algo fuera de lo habitual, lo primero que hago es_____________________.

–¿

Capítulo 1

ROMPER EL HECHIZO DE DARWIN

La evolución es un hecho, aunque no para los humanos

¿Quiénes somos [...] sino las historias que nos contamos
acerca de nosotros mismos, sobre todo si las creemos?

SCOTT TUROW (1949- ),
escritor estadounidense

-¿Por qué estás aquí? –preguntó una voz desde algún punto de la oscuridad.

Un hombre hacía la pregunta desde el que parecía un lugar muy lejano; de hecho, se le oía tan distante que no estaba seguro de si me hablaba a mí o a otra persona. Recuerdo que me sentía a la vez despierto y dormido y pensé que tal vez estaba soñando. Ni siquiera se me ocurrió que podía abrir los ojos para ver quién era ese hombre. Luego oí de nuevo su voz, esta vez llamándome por mi nombre:

–Gregg... Estás bien. Todo ha ido fenomenal. Pero necesito que me digas por qué estás aquí.

Ahora ya sabía que no estaba soñando: el hombre sabía mi nombre y me estaba hablando. Instintivamente, al volver la ­cabeza hacia él, mis párpados empezaron a abrirse. La luz que tenía sobre mí era tan intensa que, al levantar la vista hacia el techo, me obligó a entrecerrar los ojos. Me extrañó que el hombre no estuviera tan lejos como había imaginado. Se encontraba de pie a mi lado, mirándome por encima de una mascarilla. Su visión me despertó la memoria y de repente recordé lo que estaba ocurriendo.

Me estaba despertando de la anestesia que me habían administrado a primeras horas de esa mañana. Estaba en la sala de posoperatorio de la Clínica Mayo de Jacksonville (Florida). La voz que oía era la del médico que, solo una hora antes aproximadamente, me había asegurado que con su equipo estaba en buenas manos, y que todo iría bien. Ahora seguía insistiendo en esas garantías, pero yo no estaba preparado para su repetida pregunta de por qué me encontraba allí.

Menos de un mes antes, en un reconocimiento que me hicieron en otro hospital habían observado algo anómalo en la pared de mi vejiga:

–Tiene usted algo en la vejiga que no debería estar ahí –me dijo el primer médico–. Hay que extirparlo.

Quería asegurarme de que lo que fueran a hacerme acabara de la mejor manera posible, por lo que fui a la prestigiosa Clínica Mayo a recabar una segunda opinión. Allí me enteré de que la única forma de determinar con certeza si el tumor era benigno era analizar el propio tejido. Había que efectuar una biopsia.

Pero lo que estaba sucediendo ahora no formaba parte del plan original. Después de haber recibido la anestesia completa y de todos los preparativos para la operación, me estaba despertando ante un médico perplejo que me hacía una pregunta que, en mi alterado estado de conciencia, apenas podía responder: ¿por qué estaba ahí? Me lo preguntaba porque la excrecencia anómala que se había visto en los análisis previos ya no estaba allí. El cirujano me dijo que no había nada que extirpar porque tenía la vejiga normal y con aspecto totalmente sano. Para subrayarlo, me mostró una fotografía en color del interior de mi vejiga, tomada solo un poco antes.

Mientras yo hacía todo lo que podía para entender lo que me estaba diciendo, el cirujano señaló con la punta del bolígrafo el lugar donde había estado esa excrecencia en los últimos escáneres. Sin embargo, insistía en que ahora no había ninguna contusión, decoloración, cicatriz ni señal alguna que indicara que en algún momento hubo allí algo anormal. Y el médico quería saber por qué. Quería saber cómo pudo haber ocurrido algo así.

En mi estado de aturdimiento no respondí la pregunta con la elocuencia que me habría gustado. Hice cuanto pude por contarle al doctor los estudios que había llevado a cabo sobre el potencial de autosanación del cuerpo humano, las tradiciones antiguas que dominaron este potencial sanador y la ciencia que hoy confirma que nuestros cuerpos se pueden curar a sí mismos si se les facilitan las condiciones para hacerlo. El último recuerdo que tengo de ese médico es que se dio la vuelta para dirigirse hacia la puerta mientras yo intentaba responder su pregunta de la mejor forma posible. Era evidente que la explicación que le estaba ofreciendo de lo que había vivido ese día no era la que esperaba, ni quería, oír.

Más tarde, una vez recuperado, cuando pensé en su reacción, comprendí su frustración. En la formación que hoy reciben los profesionales médicos, no hay absolutamente nada que dé pie a una relación de autosanación con el propio cuerpo. Y, precisamente por esta razón, cuando se produce una experiencia como la mía, la medicina cuenta con explicaciones muy limitadas. Normalmente se atribuye a un diagnóstico equivocado, una recuperación espontánea inexplicable o un milagro.

Desde el punto de vista de mi médico, en el quirófano se había producido un milagro que intentaba explicar. Sin embargo, desde el mío, lo ocurrido tenía menos de milagro y más de tecnología; tenía que ver con una potente tecnología interior de la que todos disponemos y cuya existencia se ha ido olvidando en gran medida a lo largo del tiempo.

Desde 1986, investigo la sabiduría y estudio los principios relativos a nuestra capacidad de autosanación procedentes de las tradiciones antiguas e indígenas, y, cuando es posible, experimento las técnicas de dichas tradiciones. Desde los monjes, monjas, abades y abadesas de los monasterios del Tíbet, Nepal y Egipto hasta los sanadores y chamanes indígenas de las selvas del Yucatán, en México, y de los Andes del sur de Perú, nuestros antepasados, y sus homólogos modernos, han hecho todo lo posible por preservar los conocimientos relativos a la más íntima relación que jamás podamos mantener: la relación con nuestro cuerpo. Y aunque los conocimientos que han preservado las antiguas tradiciones no son ciencia en el sentido tradicional, nuevos descubrimientos científicos en genética, biología molecular y los nuevos campos de la biogenética y la neurocardiología confirman muchas de las relaciones de las que nos hablan dichas tradiciones.

Pero en mi caso, aunque creía firmemente que la autosanación es posible e incluso había sido testigo del éxito de otras personas a este respecto, una mezcla de mi formación científica y las ideas limitadoras que en edad muy temprana me generaron mi padre alcohólico y un entorno familiar disfuncional me había dejado una profunda duda sobre la posibilidad de que la autosanación fuera posible para mí. De modo que, a pesar de practicar las técnicas del yoga, el qi gong y otras modalidades de autosanación, de haber tomado hierbas medicinales y adoptado una ­dieta crudívora y de haber aceptado lo mejor que supe los cambios emocionales que experimenté entre el momento del diagnóstico y la intervención en la Clínica Mayo, seguía dudando de mi capacidad de generar para mí mismo las afortunadas sanaciones que había visto que se producían en otras personas. Y las dudas me llevaron a decidirme por la tecnología moderna que ofrecía una de las instituciones médicas de mayor prestigio del mundo, como opción responsable ante el diagnóstico que había recibido.

Como científico de formación, no te puedo decir que las prácticas, las técnicas y los cambios en el estilo de vida que adopté en aquellas dos semanas fueran la causa de que el equipo médico no encontrara nada que extirpar el día en que me operaron. Lo que puedo decir es que nuevos descubrimientos científicos han identificado una relación entre modos concretos de sanación del pasado y su capacidad de recuperar el equilibrio corporal. Esta relación nos invita a reconsiderar sinceramente la restrictiva historia que nos han contado sobre nuestro origen y sobre nuestras capacidades. Si consideramos los hechos que revela la mejor ciencia actual, las curaciones espontáneas y los milagros como el que yo viví parecen menos raros y extraordinarios, y más una parte habitual de la vida cotidiana. En los capítulos siguientes se exponen estos descubrimientos y la historia que cuentan. Y con esta historia más amplia, pasamos a tener razones para aceptar una nueva respuesta a la pregunta ¿quiénes somos? y escribir una nueva historia del ser humano.

Si alguna vez has pensado que la historia de nuestro pasado encierra algo más que lo que se nos ha hecho creer, quiero que sepas que no eres el único. Una encuesta Gallup realizada en 2014 reveló que solo en Estados Unidos nada menos que el 42% de los entrevistados pensaban que en el origen del ser humano hay algo más que lo que se suele reconocer, que nuestra existencia se debe a algo que está más allá de los postulados de la teoría de Darwin. 1

FALTA ALGO EN LA HISTORIA DEL SER HUMANO

Francis Crick, el premio Nobel codescubridor de la doble hélice del ADN, pensaba que la elocuencia de los bloques con los que se construye la vida humana es el resultado de algo más que un afortunado capricho de la naturaleza. Con sus estudios pioneros, fue uno de los primeros seres humanos en ser testigo de la complejidad y la sencilla belleza de la molécula que hace posible la vida. En años más avanzados de su vida, Crick arriesgó su reputación como científico al afirmar públicamente: «Un hombre sincero, con las únicas armas de los conocimientos de que hoy disponemos, no puede sino afirmar que, en cierto sentido, en estos momentos parece que el origen de la vida es casi un milagro». 2 Tal afirmación es, en el mundo científico, sinónimo de herejía, porque apunta a que nuestra existencia se debe a algo más que al azar de la evolución.

La idea de que en nuestra historia hay algo más no es un fenómeno reciente. Descubrimientos arqueológicos revelan que, casi de forma universal, nuestros más remotos ancestros se sentían conectados con algo más que su entorno inmediato. Sentían que tenemos raíces en otros mundos, algunos de los cuales ni siquiera podemos ver, y que en última instancia formamos parte de una familia cósmica que habita en esos mundos.

En el Popol Vuh, el texto sagrado de los antiguos mayas, se explica que los «Antepasados» crearon la humanidad, y la Biblia cristiana y la Torá judía hablan de que somos descendientes de seres sabios y poderosos vinculados a una inteligencia superior y sobrenatural. 3 4 5 ¿Puede haber alguna explicación sencilla del motivo por el cual esta sensación ha estado con nosotros con tanta fuerza, en tan diversas tradiciones y durante tanto tiempo? ¿Es posible que el sentimiento de ese origen intencionado y ese mayor potencial nuestro se basen en algo que sea verdad?

La respuesta corta a la pregunta ¿quiénes somos? es que no somos lo que se nos ha dicho, y que somos más de lo que la mayoría jamás imaginamos.

SOMOS UNA ESPECIE DADA A LAS HISTORIAS

Desde los tiempos de nuestros primeros antepasados, hemos utilizado las historias para describir el mundo que nos rodea y explicar el sitio que ocupamos en él. Unas veces nuestras historias se basan en hechos. Otras, no. Algunas son metafóricas. Utilizamos las historias para explicar lo inexplicable y encontrar sentido a nuestra existencia.

Los antiguos egipcios, por ejemplo, pensaban que la tierra y el espacio que imaginaban debajo de ella y el cielo por encima de ella formaban sus propios mundos. Según su idea de la creación, la tierra que tenían bajo sus pies flotaba sobre Nun, un océano primigenio que era la fuente del río Nilo. El cielo superior estaba formado por el cuerpo de la diosa Nun. En la cúpula que formaba el vientre de Nun habitaban el Sol y las estrellas, que se iban mostrando a medida que la diosa se iba arqueando bocabajo sobre la tierra. El reino inferior a la tierra, Duat, era adonde el Sol se retiraba por la noche, después de desaparecer por el horizonte. 6

Todos estos reinos tenían deidades –dioses y diosas– asociadas a ellos que desempeñaban un papel trascendental en la vida cotidiana del pueblo egipcio. Las historias no se basaban en la ciencia, pero le servían perfectamente a la gente de la época. Ofrecían un mecanismo que explicaba lo que los antiguos egipcios veían que ocurría en su mundo de todos los días y les ayudaban a saber dónde encajaban ellos en ese acontecer.

Hoy, seguimos utilizando las historias para explicar el mundo. Y el papel que representan estas historias nuestras es más importante que nunca. No solo explican cómo lo gestionamos todo en el ámbito individual, desde la enfermedad y la sanación hasta nuestros romances y relaciones, sino que, a escala global, el futuro de nuestro planeta y la supervivencia de nuestra especie, hoy pendientes de un hilo, también dependen de las historias que decidimos aceptar. Precisamente por estas razones es fundamental que nos contemos la historia verdadera.

NUESTRAS HISTORIAS DEFINEN NUESTRAS VIDAS

Amamos las historias que creamos. Como individuos, nos enorgullecemos a menudo de la historia de nuestra familia y de los logros de nuestros antepasados. Como naciones, defendemos dichosos las gestas de nuestros deportistas en los juegos olímpicos, los avances científicos y tecnológicos que llevaron a los astronautas a la Luna y las banderas que nos unen como ciudadanos de nuestros países. Pero a veces defendemos historias con las que hemos crecido aunque nuevos descubrimientos digan que son falsas. La disposición a aferrarnos a una historia que nos es familiar, pese a que nuevas pruebas demuestren que está obsoleta, puede ser el mayor obstáculo al que nos enfrentemos en nuestro intento de aceptar saludablemente nuestro mundo de extremos.

Clave 5: Las historias que nos contamos –y que nos creemos– sobre nosotros mismos definen nuestras vidas.

Según un principio al uso, si oímos decir algo las veces suficientes, empezamos a aceptar ese algo como un hecho, sea verdad o no. Un claro ejemplo de ello es la historia de que el tabaco es saludable, que se aceptó de forma generalizada hasta los inicios de los años sesenta. Antes del informe de 1964 sobre los efectos perjudiciales que tenía fumar cigarrillos, las compañías tabacaleras estadounidenses se implicaron en una intensa campaña destinada a convencer al público de que fumar tabaco era un hábito inocuo, incluso saludable. Eslóganes como «Cuando quieras mimarte, fúmate un Lucky», «Yo protejo mi voz con Lucky» o «Como dentista, te recomiendo Viceroy» eran habituales en los anuncios de las revistas, la radio y la televisión. 7

Un cartel particularmente inquietante de propaganda de Camel de los años cuarenta anunciaba que, según una encuesta de ámbito nacional, «Los cigarrillos Camel son los que más fuman los médicos». 8 Indagaciones posteriores sobre esa encuesta revelaron el resto de la historia. Las preguntas se hicieron a médicos a los que previamente, antes de pasarles la encuesta, les habían regalado paquetes de Camel en reuniones y congresos. Después de recibir muestras gratuitas se les preguntó cuál era su marca preferida o la que llevaban en el bolsillo. Estaba claro que aquellos regalos habían sesgado las respuestas a favor de Camel. Pero los consumidores estadounidenses confiaban en anuncios como este. Al fin y al cabo, si un cigarrillo era inocuo para un médico, debía de serlo para cualquiera, ¿no?

Sin embargo, la percepción que se tenía de este tipo de mensajes, y del consumo de tabaco en sí, cambió para siempre con el estudio de referencia que impulsó el director general de Salud Pública de Estados Unidos. Por primera vez, ese estudio acreditó científicamente lo que muchos ya intuían. Hablaba de una relación directa entre el consumo de tabaco y la ­bronquitis crónica y el cáncer de pulmón. Decía: «La comisión afirma que fumar tabaco contribuye sustancialmente a la mortalidad por determinadas enfermedades y a la tasa de mortalidad general». 9 En 1965, se obligó a las empresas tabacaleras a colocar en sus productos las hoy familiares etiquetas que advierten de esos ­riesgos.

El objetivo de este ejemplo es ilustrar que una idea que en su día compartieron los principales medios de comunicación y el público en general –la historia de que el consumo de tabaco es seguro– cambió con el tiempo. Tuvo que cambiar porque las pruebas sobre enfermedades graves que sufrían muchos fumadores contradecían la historia generalizada de seguridad e inocuidad; esa historia no se correspondía con lo que la gente experimentaba en la realidad.

ESTAMOS ABORDANDO PROBLEMAS DEL SIGLO XXI CON IDEAS DEL SIGLO XIX

De modo similar, hoy está en marcha una campaña de información para influir en la opinión pública en lo que se refiere a nosotros y a la historia de nuestro origen. La teoría decimonónica de la evolución humana se enseña hoy en las aulas sin discusión alguna, sin dejar espacio para la consideración de ninguna otra posible explicación al misterio de nuestra existencia. La historia oficial no tiene en cuenta los descubrimientos recientes, por lo que nos priva de la posibilidad de abordar con éxito los acuciantes problemas sociales y los retos globales que hoy vivimos, desde el terrorismo, el acoso escolar y los delitos de odio hasta la epidemia del abuso de drogas y alcohol entre los jóvenes.

Estamos inmersos en la teoría de la evolución, y por esta razón la utilizamos para orientarnos en las decisiones que tomamos y aprobamos la competencia y la fuerza frente a la ­cooperación y la compasión. Entre otras cosas, seguimos intentando resolver problemas relacionados con nuestra diversidad racial, religiosa y sexual mediante el pensamiento obsoleto de la competencia y la «supervivencia del más fuerte» –componentes, ambas, de la teoría de la evolución–. Si nos detenemos a pensarlo, esta actitud no tiene sentido, pero por cuestiones de hábito, dinero, ego y poder, el sistema educativo oficial y sus profesores se aferran a una historia desfasada del origen de la humanidad que no cuenta ya con pruebas que la avalen. Tanto la historia del tabaco como la del origen del ser humano ilustran perfectamente por qué es importante rectificar nuestras historias, y lo que puede suceder si no lo hacemos.

CAMBIA LA HISTORIA, CAMBIA TU VIDA

En lo que a la familia humana se refiere, las historias compartidas de nuestros éxitos, el recuerdo de nuestras tragedias y los motivadores ejemplos de nuestros actos heroicos son los hilos que nos unen. Nuestra unión es fuerte, primigenia y necesaria. Ya sea en relación con los grandes asuntos de la política, la religión o el envío de armas a los «combatientes de la libertad» de países azotados por la guerra en el otro lado del mundo, ya sea en relación con asuntos muy personales, como el derecho del homosexual a casarse o el de la mujer a controlar su propio cuerpo, con la tecnología moderna podemos compartir las historias que justifican nuestras decisiones y el futuro que queremos crear.

El novelista inglés Terence David John Pratchett, conocido por sus fans como Terry Pratchett, describía bellamente el asombroso poder de nuestras historias cuando decía: «Cambia la historia, cambia el mundo». 10 Creo que hay mucha verdad en esta afirmación. Nuestras vidas son el reflejo de lo que creemos sobre nosotros mismos y sobre cómo funciona el mundo. En realidad, la observación de Pratchett es tan universal que la podemos llevar un paso más adelante.

Del mismo modo que podemos decir «cambia la historia, cambia el mundo», podemos profundizar un poco más y manifestar «cambiemos la historia, cambiemos nuestras vidas». Ambas afirmaciones son verdaderas. Y ambas ofrecen una sólida forma de pensar en los momentos más oscuros que nos toque vivir.

Clave 6: Cuando cambiamos la historia, cambiamos nuestras vidas.

El relato científico sobre la inmensidad del cosmos, y nuestra insignificancia dentro de él, es un ejemplo perfecto de lo mucho que nos puede influir una historia. También ilustra el axioma de que si contamos una historia las veces suficientes, empezamos a aceptarla como verdadera.

LA VIEJA HISTORIA: PEQUEÑOS, IMPOTENTES E INSIGNIFICANTES

Durante un siglo y medio nos han bombardeado con una historia cósmica que nos deja con la sensación de que somos poco más que una intrascendente mota de polvo en el universo, o una nota biológica al margen en el esquema general de la vida. Carl Sagan ilustraba perfectamente esta mentalidad al comentar la perspectiva científica sobre nuestro lugar en el cosmos: «Observamos que vivimos en un planeta insignificante de una estrella corriente perdida en una galaxia oculta en una esquina olvidada de un universo en el que hay muchísimas más galaxias que personas». 11

Este tipo de pensamiento restrictivo, promovido por la comunidad científica, nos ha llevado a creer que carecemos de importancia en lo que se refiere a la vida en general, y, además, nos separa del mundo, a los unos de los otros y, en última instancia, incluso de nosotros mismos.

Albert Einstein se hacía eco de esta percepción de nuestra insignificancia en sus ideas sobre la validez de las pruebas del nuevo campo de la física cuántica que apuntaban a que todas las cosas están profundamente conectadas. No podía aceptar el hecho de esa conexión. Sin dejarnos con el menor asomo de duda sobre lo que pensaba acerca del significado de las ideas cuánticas para la ciencia, Einstein decía: «Si la teoría cuántica es correcta, significa el fin de la física como ciencia». 12 Sus ideas le impedían aceptar la posibilidad de que vivamos en un mundo donde todo y todos estemos íntimamente unidos.

Una de las razones de la resistencia de Einstein a las ideas de la nueva física era que vivir en un mundo de conexiones cuánticas significaría que poseemos la capacidad de influir en lo que ocurre en nuestras vidas y que somos responsables de las consecuencias que generamos. Su firme creencia de que vivimos en un mundo donde las cosas no están conectadas fue, en definitiva, lo que le impidió cumplir el sueño de su vida. Estaba firmemente convencido de que sus estudios le llevarían al final a descubrir una verdad científica en la que convergieran todas las leyes de la naturaleza, una «teoría del todo». Lamentablemente, Albert Einstein murió en 1955 sin ver su esquivo sueño hecho realidad.

Considerando el legado de Einstein y de Sagan de la separación y la insignificancia humana, no es extraño que a menudo nos sintamos impotentes ante lo que ocurre en nuestros cuerpos y en nuestras vidas. En un mundo de desconexión, se nos dice que las cosas sencillamente ocurren, cuando y como sea. ¿Puede sorprendernos que nos sintamos impotentes al ver el mundo cambiar tan deprisa que algunos aseguran que «se está rompiendo por las costuras»?

El postulado de Charles Darwin de mediados del siglo xix sobre la evolución humana sentó las bases de las conclusiones científicas de nuestra insignificancia que llegaron más tarde, en los inicios del xx. La teoría de la evolución partía de la premisa de que somos el resultado último de una serie de sucesos fortuitos que nunca se han observado, demostrado ni repetido, y podíamos atribuir el hecho de seguir existiendo a la «supervivencia de los más fuertes» de entre nosotros. La teoría de que la lucha nos ha traído adonde hoy nos encontramos indica que estamos irremediablemente encerrados en una vida de competencia y conflicto. En el ámbito cultural, esta idea está hoy tan aceptada que muchas personas creen que el uso de la fuerza es la mejor manera de actuar en el trabajo y en la comunidad de naciones.

De forma consciente, y a veces con una intensidad que nos pasa desapercibida, esta creencia en la lucha y el conflicto se manifiesta a diario en nuestras vidas. Y a veces irrumpe de modos sorprendentes e inesperados. Por ejemplo, cuando las personas con las que tenemos una relación más íntima, aquellas que nos conocen bien, nos tocan la fibra sensible, incluso los que tenemos una mentalidad más espiritual contraatacamos y empleamos tácticas hirientes para protegernos en el calor del momento. La razón por la que mostramos este comportamiento es muy comprensible.

Desde que nacemos, e incluso antes, mientras estamos en el útero materno, empezamos a aprender a desenvolvernos en el mundo a través de los pensamientos y los sentimientos de quienes nos cuidan. Por el tono de voz de nuestra madre, por ejemplo, sabemos cuándo el mundo es seguro y cuándo no. También aprendemos a relacionar las sustancias químicas del estrés, y las del placer, que fluyen por nuestros cuerpos con las voces, los sonidos y las experiencias que activan la liberación de dichas sustancias.

A menos que tengamos la suerte de proceder de una familia en la que quienes nos cuidaron tuvieron realmente actitudes saludables, son muchas las probabilidades de que las reacciones de nuestros cuidadores ante el mundo se basasen en el falso condicionamiento que aprendieron de sus cuidadores en sus primeros años de vida. Y precisamente estos patrones procedentes de otras personas, que a veces se remontan a muchas generaciones, son los que se convierten también en nuestros modelos.

Por esto, cuando de mayores nos sentimos en peligro, estos patrones condicionados se muestran de todas las formas que la mente considera necesarias para nuestra supervivencia. Al irrumpir, dichos patrones beben en el profundo pozo de cualquier creencia que esté «cableada» en la mente inconsciente. Lo importante es que estas ideas a menudo están enraizadas en historias y experiencias de otras personas.

¿Nos revolvemos con violencia, como nos han condicionado a hacer las historias de la «supervivencia del más fuerte»? ¿O reaccionamos confiada y honradamente, aceptando el profundo conocimiento de nuestra conexión con toda la vida, incluida la que nos une con quienes acaban de provocarnos?

Para decirlo con toda claridad, no estoy insinuando que alguna de las dos respuestas sea correcta o incorrecta, buena o mala. Pero sí digo que nuestras reacciones no engañan. Con independencia de lo que podamos pensar que creemos, la manera que tenemos de reaccionar en esos momentos tan íntimos refleja elocuentemente lo que de verdad creemos. En este sentido, la cuestión es que las historias que nos han contado en los años más vulnerables e impresionables de la infancia conforman las ideas que se asientan en nosotros con mayor fuerza. Y aquí también es donde la historia de nuestro origen entra en escena.

HISTORIA DE DOS ORÍGENES

Ya de muy pequeños empezamos a oír la historia del origen del ser humano. Y según cuáles sean las creencias de nuestra familia, a veces incluso estamos expuestos a dos historias completamente distintas y opuestas que se cuentan más o menos al mismo tiempo, una en casa y otra en la escuela.

En la mayoría de las escuelas nos cuentan la teoría científica de la evolución por selección natural, una historia estéril y perturbadora para cualquier niño que la escuche. Comienza hace mucho tiempo con una increíble racha de buena suerte, cuando justo los átomos adecuados se combinaron justojustojusto