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INTRODUCCIÓN

Hay mucho ruido y tu casa no está tan limpia como te gustaría, tú y tu esposo no han salido juntos por mucho tiempo, la ropa sucia se ha acumulado nuevamente, acabas de descubrir que no hay nada para hacer el desayuno, acabas de interrumpir otra pelea, la agenda para la semana parece imposible de cumplir, pareces tener más gastos que ingresos, ninguna persona que te rodea parece estar satisfecha y te sientes exhausta y menospreciada. En medio de todas las actividades de la crianza de los hijos, muchos padres se pierden. Están haciendo muchas cosas, muchas cosas buenas, pero no saben por qué. Han sido devorados por la rutina diaria de la crianza de los hijos, pero han perdido de vista aquello por lo que trabajan o construyen. No entienden por qué estos a quienes aman tienen el poder de irritarlos y frustrarlos. Los deberes que deben realizar cada día se reducen a un catálogo poco atractivo de tareas que parecen no tener una visión que las sostenga o las santifique con significado y propósito.

Al viajar por el mundo, hablando sobre la crianza de los hijos, miles de padres agotados me han preguntado por estrategias más efectivas para esto o aquello, cuando lo que realmente necesitan es una cosmovisión más amplia de la crianza de los hijos que pueda explicar, guiar y motivar todas las cosas que Dios los ha llamado a hacer como padres. Si quieres más que tan solo pasarla como padre, y quieres crecer con visión y gozo como tal, necesitas más que otro libro de esos que te proporcionan siete pasos para resolver cualquier cosa. Necesitas una visión desde lo alto para contemplar lo que Él te ha llamado a hacer. Necesitas una cosmovisión amplia, basada en el evangelio, de la crianza de los hijos que no solo le dará sentido a tu trabajo, sino que transformará la manera en que lo afrontas.

Sí, has leído bien. Estoy profundamente convencido que lo que le hace falta a la mayoría de los padres cristianos son las grandes perspectivas y los principios del evangelio de Jesucristo. Estas perspectivas y estos principios son radicales y van en contra de la intuición. Simplemente no son naturales en nosotros, pero son esenciales para ser lo que se supone que debemos ser y hacer lo que se supone debemos hacer como padres. Cuando crías con lo que el evangelio dice de Dios, de ti, de tu mundo, de tus hijos y de la gracia de Dios, no solo enfrentas la crianza de los hijos en nuevas formas, sino que llevas el peso de la crianza de una manera muy diferente.

Debo ser honesto. Escribí un libro sobre la crianza de los hijos (Edad de oportunidad) y me dije a mí mismo y le repetía a los demás que no escribiría otro, sin embargo, aquí estoy haciéndolo de nuevo. ¿Por qué? Porque al escuchar a las personas cómo utilizaron a Edad de oportunidad en la vida de sus hijos adolescentes, comencé a inquietarme. Pensaba, “No, no es exactamente así”, o “No, no me refería a eso”, o “No, falta algo”. Me tomó un tiempo, pero finalmente me percaté que lo que me molestaba en estas conversaciones y lo que les hacía falta a estos padres era el evangelio, que es el fundamento de todo lo que escribí. Así que, con el aliento de la casa editorial, decidí escribir un libro sobre la crianza de los hijos, pero no algo típico. Este no será un libro sobre estrategias prácticas para lidiar con los hijos en las diferentes etapas de su desarrollo. Este libro no proveerá pasos prácticos para lidiar con el tipo de situaciones a las que cada padre se enfrenta. Este libro tiene la intención de reorientarnos. Tiene la intención de proveerte una nueva forma de pensar y responder a todo lo que se te presentará como padre. Este libro tiene la intención de darte visión, motivación, fuerzas renovadas y la paz que todo padre necesita. Fue escrito para darte la gran perspectiva del evangelio de la tarea a la que el Salvador te ha llamado.

Cuando te pierdes como padre

La gran perspectiva comienza al saber lo que eres como padre. No me refiero a tu nombre, dirección y número de seguridad social. Me refiero a quién eres en relación a quién es Dios, al sentido de la vida y a quiénes son tus hijos. Si no tienes la perspectiva correcta de “quien eres tú”, perderás la esencia de lo que Dios te ha llamado a hacer y harás cosas que ningún padre debe hacer.

Me temo que la confusión y los problemas en la crianza de los hijos frecuentemente comienzan con padres que tienen una perspectiva de posesión. Rara vez se expresa y frecuentemente es inconsciente, pero opera en esta perspectiva de la crianza de los hijos: “Estos niños me pertenecen, así que puedo criarlos de la manera en que yo considere mejor”. Ningún padre dice eso, pero es la perspectiva que la mayoría adopta. En la presión de responsabilidades abrumadoras y una agenda frenética, perdemos de vista el verdadero significado de la crianza. Vemos a nuestros hijos como algo que nos pertenece y terminamos haciendo cosas con poca visión, que no ayudan a largo plazo, más reactivas que orientadas a una meta y fuera del gran, sabio y perfecto plan de Dios.

La crianza posesiva no es abiertamente egoísta, abusiva o destructiva; involucra una sutil desviación en nuestro pensamiento y motivación que nos pone en una trayectoria que aleja nuestra crianza del diseño de Dios. Esta desviación es sutil porque se lleva a cabo en pequeños y mundanos momentos de la vida familiar—momentos que parecen tan pequeños e insignificantes que las personas no se percatan de lo que acaba de suceder. Pero estas desviaciones son significativas precisamente porque se llevan a cabo en pequeños momentos y porque es en esos pequeños momentos donde radica nuestra crianza. Muy poco de nuestra crianza se lleva a cabo en grandes y significativos momentos que requieren nuestra total atención; la crianza se desarrolla fluidamente, cuando no estamos poniendo atención, y está llena de situaciones que no sabemos que enfrentaríamos en ese día. El taller de la crianza, en donde se moldea el alma, se encuentra en el ciclo repetitivo de pequeños momentos no planeados.

La crianza posesiva es motivada y moldeada por lo que los padres quieren para sus hijos y de sus hijos. Está impulsada por una visión de lo que queremos que sean nuestros hijos y de lo que a su vez queremos recibir de ellos. (Hablaré de esto más adelante). La crianza posesiva aparenta ser correcta y nos da una sensación de bienestar, incluso logra hacer muchas cosas buenas, pero en su base, está mal dirigida y no producirá lo que Dios quiere en la vida de aquellos que ha confiado a nuestro cuidado. ¡Ya lo he dicho! La buena crianza de los hijos, que hace lo que Dios quiere, comienza con el reconocimiento radical y humilde de que nuestros hijos realmente no nos pertenecen. En lugar de ello, cada niño en cada hogar, en todo el mundo, le pertenece a Aquel que lo creó. Los niños le pertenecen a Dios (ver Salmo 127:3) y son para su propósito. Eso significa que su plan para los padres es que seamos sus agentes en las vidas de estos niños que han sido formados a su imagen y han sido entregados a nuestro cuidado.

La palabra que la Biblia utiliza para esa posición intermediaria es embajador. Realmente es la palabra perfecta para lo que Dios nos ha llamado a ser y a hacer como padres. Lo único que un embajador hace, si está interesado en conservar su trabajo, es representar fielmente el mensaje, los métodos y el carácter del líder que lo ha enviado. No es libre de pensar, hablar o actuar independientemente. Todo lo que hace, cada decisión que toma y cada interacción que tiene debe ser moldeada por esta pregunta: “¿Cuál es la voluntad y el plan del que me envió?”. El embajador no representa su propio interés, su propia perspectiva o su propio poder. Hace todo como un embajador, o ha olvidado quién es y no mantendrá esa posición por mucho tiempo.

La crianza de los hijos es un trabajo de embajador de principio a fin. No debe ser moldeada o dirigida por un interés personal, una necesidad personal o las perspectivas culturales. Cada padre, en todo lugar, es llamado a reconocer que han sido puestos en la tierra, en un momento en particular y en un lugar en particular, para hacer una cosa en la vida de sus hijos. ¿Cuál es esa cosa? La voluntad de Dios. Esto es lo que significa: la crianza no se trata de lo que queremos para nuestros hijos o de nuestros hijos, sino de lo que Dios, en su gracia, ha planeado hacer a través de nosotros en nuestros hijos. Perder esto de vista es terminar en una relación con nuestros hijos que en su fundamento ni es cristiana ni es crianza porque ha llegado a estar basada más sobre nuestra voluntad y nuestra manera de hacer las cosas que en la voluntad y el camino de nuestro Soberano Salvador y Rey.

Me gustaría aclarar que soy muy malo en el tema del que estoy escribiendo. ¡Me gusta la soberanía, me gusta la propiedad y me gusta que se haga mi voluntad en la tierra así como la de Dios en el cielo! Frecuentemente he tratado a mis cuatro hijos (quienes ya están grandes) como si me pertenecieran. Frecuentemente he sufrido de la esquizofrenia del embajador, he perdido el control por momentos, y he tomado la crianza en mis propias manos, haciendo cosas que no debería hacer. Frecuentemente fui un mal ejemplo de sumisión a la ley de Dios. Muchas veces fui mal ejemplo de la gracia de Dios. En muchas ocasiones me impulsó más el miedo que la fe. Frecuentemente busqué mejoras rápidas en lugar de buscar transformación a largo plazo. Hubo momentos en que olvidé quién era, en que perdí los estribos e hice cosas que no tenían sentido, o que no eran de gran ayuda. Te voy a pedir que seas honesto y admitas que eres como yo. Tú también pierdes el rumbo y te olvidas quien eres en medio de una interminable y repetitiva tarea al criar a los hijos que has recibido bajo tu cuidado. Hay momentos en que pierdes el control. Hay momentos en que las cosas que haces y dices simplemente no ayudan y definitivamente no corresponden a un embajador.

Te acabas de sentar hace quince minutos después de dar tu quinto discurso del día sobre el tema de amar a tu prójimo y te sientes momentáneamente bien por cómo se desarrolló; ahora estás nuevamente en la sala familiar con tu iPad. Antes de que tengas oportunidad de apretar el botón de la aplicación de tu periódico favorito, escuchas voces de enojo que provienen del pasillo y del cuarto que acabas de abandonar. ¡No puedes creerlo! Estás cansado y lo tomas personal. Quieres arrojar tu iPad por la ventana, pero sabes que al hacerlo romperás ambas cosas. Deseas que la locura termine para que puedas disfrutar de un tranquilo momento personal. No te arrepientes de tener hijos, pero en este momento como que quisieras que no fueran tus hijos. Estás enojado y a punto de perder el control, te olvidas de quién eres y a qué has sido llamado. Las emociones te impulsan hacia ese cuarto, y esas emociones no incluyen el amor. Algo te motiva y no es la gracia. Estás en el cuarto, gritando, antes de que incluso te percates que ya no estás sentado en tu sala. Estás hablando, pero no estás pensando. Estás reaccionando, pero lo que estás haciendo no es parte de la crianza de tus hijos. Estás estableciendo un catálogo de castigos que más adelante te verás obligado a cumplir. Tus amenazas empeorarán si tienes que regresar nuevamente por ese pasillo. Abandonas el cuarto murmurando algo sobre cómo tú nunca actuabas así cuando tenías su edad. Te sientas nuevamente en la sala, tomas tu iPad y abres la aplicación, pero no estás poniendo atención porque estás furioso. “¿Qué tengo que hacer para que me escuchen y obedezcan?”, te preguntas mientras tus emociones se calman un poco. Te sientes un poco culpable y, debido a ello, tratas de convencerte a ti mismo de que tus hijos se lo merecen.

¿Quién de nosotros no ha pasado por esto? ¿Qué padre puede mirar hacia atrás y contemplar el tiempo que ha tenido con sus hijos sin ningún remordimiento? Es muy importante reconocer humildemente que la crianza al estilo de un embajador va contra toda intuición e instinto, por lo que debemos buscar la salvación y el poder que solo la maravillosa gracia de Dios nos puede dar. El pecado provoca que seamos más posesivos que embajadores. El pecado nos hace más exigentes que pacientes. El pecado causa que el castigo nos parezca más natural que la gracia. El pecado provoca que seamos más capaces de ver y ser abrumados por el pecado, las debilidades y las fallas de otros más que las nuestras. El pecado hace que sea más fácil hablar con otras personas que escucharlas. Todo esto significa que lo que constantemente estorba a nuestro llamado a ser padres y embajadores, ¡somos nosotros mismos! Confesar humildemente esto, es el primer paso que debemos dar como embajadores.

¿Propietarios o embajadores?

Quizá estás pensando, “Paul, yo creo que no trato a mis hijos como si fuesen mi propiedad. Creo que intento servir a Dios en las vidas de mis hijos, pero no estoy seguro”. Bueno, quiero ayudarte. Quizá debas comenzar observando cuan pocos padres se comportan totalmente como propietarios o como embajadores. Creo que para la mayoría de nosotros la crianza posesiva y la crianza embajadora representan una batalla diaria que se lleva a cabo en nuestros corazones. Estamos constantemente moviéndonos entre lo que queremos y lo que Dios quiere. Somos jalados hacia un extremo por lo que pensamos que es mejor y hacia otro extremo por lo que Dios dice que es mejor. En ciertos momentos somos muy influenciados por los valores de la cultura que nos rodea y en otros momentos le damos más peso a nuestras convicción de que una perspectiva bíblica debe moldear nuestra crianza de los hijos. Algunas veces simplemente queremos que nuestros hijos se comporten para que nuestras vidas sean más sencillas, mientras que en otros momentos aceptamos el hecho de que la crianza es una batalla espiritual.

Ayuda el pensar, de forma práctica, en las diferencias entre la crianza posesiva y la crianza embajadora. Por tanto, hago una distinción entre estos dos modelos de crianza en cuatro áreas que cada padre, de alguna forma, enfrenta: identidad, trabajo, éxito y reputación. La forma en que piensas de, e interactúas con, estas cuatro cosas, expondrán y definirán lo que piensas que eres como padre y lo que piensas que es tu trabajo en la crianza de tus hijos.

  1. Identidad: En donde buscas para encontrar el sentido de quien eres.
    Posesivo: Los padres posesivos tienden a buscar el obtener de sus hijos su identidad, significado, propósito y sentido del bienestar. Los hijos parecen llevar la insoportable carga de hacer que sus padres se sientan valorados. Debo decir esto: la crianza de los hijos es un lugar miserable para buscar tu identidad, por la simple razón de que cada padre cría a pecadores. Los hijos vienen al mundo con un significativo defecto interno que provoca que se rebelen en contra de la autoridad, sabiduría y guía de sus padres. Los padres que buscan su identidad en sus hijos tienden a tomar los fracasos de sus hijos como algo personal, como si los hijos lo hubieran hecho intencionalmente contra ellos, y responden contra sus hijos con dolor y enojo. Pero la realidad es que Dios simplemente no te da a tus hijos para que sientas que tu vida tiene valor.
    Embajador: Los padres que abordan la crianza como representantes llegan a ella con un profundo sentido de identidad y el significado y el propósito les motiva. No necesitan obtener eso de sus hijos porque ya lo han obtenido de Aquel a quien representan: el Señor Jesucristo. Debido a esto, quedan libres de tener que ir a sus hijos esperando obtener de ellos lo que ningún niño es capaz de dar. Quedan liberados de pedirle a la vida familiar que les dé vida porque ya la han encontrado y sus corazones están en paz. Por tanto, son ahora libres de olvidarse de sí mismos y criar con el sacrificio que la crianza embajadora requiere.
  2. Trabajo: Lo que defines como el trabajo al que has sido llamado.
    Posesivo: Los padres posesivos piensan que su trabajo es lograr que sus hijos lleguen a ser algo. Tienen una visión de lo que quieren que sus hijos sean y piensan que su labor como padres es utilizar su autoridad, tiempo, dinero y energía para formar a sus hijos en lo que han concebido que deben ser. He aconsejado a muchos niños que estaban agobiados por la carga de la constante presión de sus padres quienes tenían una visión concreta y estaban determinados a que sus hijos fueran lo que sus padres habían decidido que fueran. Los padres posesivos acostumbran pensar que tiene el poder y los recursos personales para moldear a sus hijos y llevarlos a cumplir la visión que tienen de ellos.
    Embajador: Los padres que realmente comprenden que no son más que representantes de alguien mayor, más sabio, más poderoso y con más gracia que ellos, saben que su trabajo diario no es lograr que sus hijos lleguen a ser algo. Han llegado a comprender que no tienen poder para cambiar a sus hijos y que sin la sabiduría de Dios ni siquiera sabrían qué es lo mejor para ellos. Saben que han sido llamados a ser instrumentos en las manos de aquel que es gloriosamente sabio y es el dador de la gracia que tiene el poder de rescatar y transformar a los niños que han sido puestos bajo nuestro cuidado. No son motivados por la visión de lo que ellos quieren que sean sus hijos, sino por el potencial de lo que la gracia puede provocar que sean.
  3. Éxito: Lo que defines como tener éxito.
    Posesivo: Estos padres acostumbrar trabajar para alcanzar un catálogo específico de indicadores en las vidas de sus hijos, los cuales les confirman que son padres exitosos. Cosas como el desempeño académico, logros deportivos, habilidad musical y la aprobación social se convierten en los marcadores primordiales para medir una crianza exitosa. Los buenos padres no siempre producen buenos hijos y los padres deberían preguntarse constantemente de dónde obtienen el conjunto de valores que les dicen si tienen o no “buenos” hijos. Me temo que muchos buenos padres viven sintiéndose fracasados porque sus hijos no han resultado ser lo que ellos esperaban.
    Embajador: Estos padres han enfrentado la escalofriante verdad de que no tienen ningún poder para producir algo en sus hijos. Por tanto, no han atado su definición de una crianza exitosa a un catálogo de resultados. La crianza exitosa no es primeramente sobre lo que has producido; en lugar de ello, es sobre lo que has hecho. Déjame ponerlo de esta manera: la crianza exitosa no es sobre alcanzar metas (que tú no tienes el poder para producir), sino sobre ser una útil y fiel herramienta en las manos de Aquel que es capaz de producir buenas cosas en tus hijos.
  4. Reputación: Lo que le dice a las personas quién eres.
    Posesivo: Los padres posesivos convierten inconscientemente a sus hijos en sus trofeos. Acostumbran a querer ser capaces de presumir a sus hijos en público para obtener la admiración de las personas que los rodean. Es por esto que muchos padres luchan con las fases de locura por las que atraviesan sus hijos al crecer. No les preocupa tanto lo que esa locura dice sobre sus niños, sino lo que dice sobre ellos. Los niños en este tipo de hogares sienten tanto el peso de cargar con la reputación de sus padres como el dolor de su decepción y vergüenza. Los padres posesivos tienden a enojarse con, y decepcionarse de, sus hijos, no porque hayan quebrantado la ley de Dios, sino principalmente porque lo que han hecho les ha provocado molestia y vergüenza.
    Embajador: Estos padres han llegado a comprender que el hecho de estar criando pecadores los expondrá a malentendidos y vergüenzas de alguna forma. Han llegado a aceptar el humillante desorden de la tarea a la que Dios les ha llamado. Y han comprendido que si sus hijos crecen y maduran en la vida y en piedad, no se convierten en sus trofeos, sino en trofeos del Salvador al que han buscado servir. Para ellos, es Dios quien realiza el trabajo y es Dios quien se lleva la gloria; solo están contentos de haber podido ser los instrumentos que Dios utilizó.

¿Estás preparado para deshacerte de la carga de la crianza posesiva para comenzar a experimentar lo que es la crianza cuando sabes que has sido llamado a representar el mensaje, los métodos y el carácter del Dueño de tus hijos? ¿Estás preparado para ser liberado de la carga de intentar crear el cambio para poder experimentar el descanso de ser utilizado como instrumento de Aquel cuya gracia tiene el poder para transformar? Entonces este libro es para ti. Tiene la intención de sacarte de la rutina diaria y ayudarte a considerar la gran imagen de lo que Dios te está invitando a hacer a medida trabaja en los corazones y las vidas de tus hijos. Tiene la intención de ayudarte a ver cuán radicalmente diferente es la crianza cuando dejas de tratar de producir cambios y pasas a ser un instrumento de la gracia que rescata, perdona y transforma. Cada capítulo te introducirá y explicará un principio de la crianza que toma con seriedad a la gracia. Muchos de ustedes están agotados, desanimados y frustrados. ¿Por qué no consideras un nuevo y mejor camino: el camino de la gracia?

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Llamado

Principio: Nada es más importante en tu vida que ser un instrumento para formar el alma de una persona.

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Estás frustrado porque por alguna razón en este particular martes por la noche, tu hija de dos años de edad ha decidido que de ninguna manera, a pesar de cualquier circunstancia o amenaza, se comerá sus chícharos. No le estás pidiendo que coma veneno; son chícharos, ¡unos vegetales pequeños y redondos! ¿Qué pasa por su cabeza en este momento? ¿Por qué estas pequeñas tareas son tan difíciles?

No puedes creerlo, otra nota de su maestra. Esta es la quinta en tres semanas, ¡y apenas está en preescolar! Por alguna razón no deja de hablar en clase durante los momentos en que no debería hacerlo. Habla cuando la maestra habla. Habla cuando otro estudiante está intentando hablar. Habla con la boca llena durante el almuerzo. Habla cuando debería hacer su siesta. ¡Habla cuando estás intentando hablar con él para hacerle entender que habla mucho! Y pensabas que finalmente mandarlo a la escuela simplificaría tu vida.

Ha sido uno de esos días. Estás convencido que tus hijos están conspirando contra ti. Parece como si tus hijos han planeado hacer que tu día sea particularmente difícil. Es como si te enfrentaras a una legión de rebeldes. Has perdido la paciencia muchas veces. Has dicho y has hecho cosas vergonzosas. Levantaste la voz y lanzaste amenazas, pero nada parece ayudar. Has perdido el control de tu propia casa y, en silencio y con un poco de culpa, añoras los sencillos días del pasado. Has tenido una de las mejores conversaciones como padre; es difícil imaginar que un niño de once años pudiera profundizar tanto y ser tan filósofo. Te tomó por sorpresa; no tenías ni idea de que en este momento saldrían a relucir consideraciones tan profundas. No te sentías preparado; luchaste para pronunciar las palabras. Esperas que lo que dijiste haya sido de ayuda, comprensible y sabio. Tienes la esperanza de que la forma en que lo dijiste abra la puerta a más conversaciones. Solo desearías que alguna alarma te hubiese avisado que las cosas estaban por ponerse muy serias.

Ella parece avergonzarse de ti. Es muy hiriente. Ella solía correr hacia tus brazos en busca de consuelo y amor. Le gustaba tomarte de tu mano mientras iban de compras al centro comercial. Solía vestirse con tu ropa y jugar a pretender que era tú. Se subía a un banco en la cocina y te “ayudaba” a cocinar. Corría hacia ti con una gran sonrisa cuando ganaba algún concurso de gimnasia. Ahora quiere que la dejes en el centro comercial y te pide que no la acompañes. No quiere que vayas por ella a la escuela o, si lo haces, quiere que te estaciones lejos. No lleva a muchas amigas a casa y, cuando lo hace, se encierran en su cuarto, alejadas de ti. Quieres que corra hacia a ti, te de un abrazo y te diga, “Te amo, mami”, como solía hacerlo, pero ya no crees que lo hará.

Los has llevado al cine; es la única cosa que disfrutan como familia. Estaba clasificada como una divertida comedia familiar, pero estaba llena de indirectas sexuales. No le pusiste atención a la última parte de la película porque tu mente estaba pensando en qué dirías y cómo manejarías aquello a lo que tus hijos fueron expuestos. ¿Qué tanto entendieron? Si hablas con ellos, ¿No estarías solamente creando una situación incómoda? ¿Es ya tiempo de tener una plática sobre el sexo? ¿Estás preparado? ¿Están ellos preparados? ¿Cómo lo harás? ¿Cuándo lo harás? Ya quisieras tener un manual que te dijera qué hacer.

Mientras le ayudas a llevar sus cosas a su residencia estudiantil, te dices a ti mismo que es un buen muchacho, pero te preguntas si estará preparado. Lo miras y no ves a un estudiante universitario; ves a un niño de seis años, suplicando que le permitas dormir en casa de un amigo. Le fue bien en el colegio; sin drogas, sexo ni tiempo en prisión. Estaba determinado a irse a la universidad, a algún lugar nuevo y lejano a casa. Te preocupa que en su dormitorio haya tantas personas. Las chicas que caminan por los pasillos del edificio te ponen incómodo. Quisieras agarrarlo, subirlo al carro y salir de ahí tan pronto como puedas, antes de que lo pierdas por completo. Te dice que no te preocupes, que estará bien, pero no ayuda. Oras con él antes de partir pero continúas sufriendo. Le pides que te llame más tarde, pero no crees que lo hará.

Ella terminó la universidad. Ha regresado a casa mientras encuentra un trabajo. Pensabas que tus días de crianza habían terminado, pero claramente no es así. El estado de su cuarto, su elección de amigos y la manera en que invierte el tiempo te hacen preguntarte si realmente está preparada para ser un adulto independiente. Tienes sentimientos encontrados. Te gustaba mucho tener el tiempo y la casa solo para ti nuevamente, pero extrañabas ser mamá. Ahora ella está de regreso pero es diferente. Sabes que ella aún te necesita, que necesitará guía mientras se independiza, pero no estás segura de que se percate de ello. Cada noche intentas ir a la cama y dormir a la hora acostumbrada, pero realmente no puedes conciliar el sueño sino hasta que escuchas la puerta y sabes que ella está en casa a salvo. Estás cansada de ser una mamá y, al mismo tiempo, agradecida de que ella esté en casa.

El remordimiento te consume. No es lo que quieres, pero es la realidad, y se debe no a algo grande, sino a todos esos pequeños momentos de fracasos. Recuerdas las pequeñas promesas que hiciste pero que has estado muy ocupado para cumplir. Los momentos en que gritaste cuando debías escuchar. Recuerdas cuán difícil fue tener hijos y ser justo, y cuán frecuentemente fracasaste. Recuerdas haberte quedado dormido en recitales, esperando que ellos no se percataran. Recuerdas haber hecho amenazas ridículas, esperando que ellos no las recuerden tan bien como tú. Recuerdas aquella ocasión en que detuviste la camioneta, hiciste que todos se salieran y les dijiste que no volverían a subirse hasta que aprendieran a comportarse unos con otros. Recuerdas que era más fácil anunciar la ley que otorgar gracia. Te gustaría estar libre de remordimiento, pero no es así. ¿De qué se trata todo lo que acabo de escribir? ¿Qué tienen en común todos estos escenarios de relaciones padres e hijos? Todos tratan sobre el llamado, uno de los llamados más significativos que puede hacerse a un ser humano. Si te detuvieras a pensar en todas sus ramificaciones, saldrías corriendo, a menos que ya te haya paralizado. En cierta manera, es una locura pensar que alguien pueda acometer esta tarea. Tienes que estar loco para pensar que realmente estás preparado. Es como pararte frente a un 747 y decirte a ti mismo que puedes levantarlo si lo quieres. Parece como si este podría ser el único error de un Dios perfecto. ¿Es verdad que Dios les pide a los padres que sean sus agentes en la formación de un alma humana? ¿En realidad? Consideremos la enormidad del plan de Dios y qué significa para ti como padre.

Los padres son cazadores de tesoros

Esto es lo que debes comprender: todo lo que dices y haces en tu vida, toda decisión que tomas y todo en lo que eliges invertir es un reflejo de un sistema interno de valores en tu corazón. Como seres creados a la imagen de Dios, no funcionamos por instinto. En lugar de ello, somos motivados por nuestros valores. Tus palabras, tu tiempo, tus finanzas, tus altibajos emocionales, tus relaciones y tus hábitos espirituales, en conjunto, forman una imagen de lo que es valioso para ti. Piensa conmigo por un momento; si yo mirara contigo el video de tus últimos dos meses, ¿a qué conclusión llegaría sobre lo que verdaderamente valoras? O, si observara los últimos dos meses de cómo crías a tus hijos, ¿qué diría del nivel de importancia dado a esta tarea fundamental que Dios te ha asignado?

Escribí en ¿Qué estabas esperando? que cuando hablamos de valores, ningún pasaje ayuda más que Mateo 6:19-34. (¿Por qué no te detienes un momento y lo lees ahora?) En este pasaje, Jesús utiliza la palabra tesoro para capturar el hecho de que todos vivimos buscando lo que consideramos importante. Todos somos iguales en el hecho de que despertamos por la mañana y escarbamos en nuestras vidas para encontrar algún tipo de tesoro. Y la forma en que hablamos y nos comportamos es nuestro intento de obtener de nuestra vida y nuestras relaciones las cosas que son importantes para nosotros. Ahora, esto es difícil de aceptar, pero debe decirse: o la crianza es uno de tus mayores tesoros, y lo demuestras con tus decisiones, palabras y acciones diarias, o no lo es.

Así que es humillante pero provechoso el admitir que de este lado de nuestro hogar eterno, muchas, muchas cosas en nuestras vidas como padres compiten por un lugar primordial en nuestros corazones. Por ejemplo, vivimos en un mundo de hermosas cosas físicas, ya sea creadas por Dios o moldeadas por el hombre a partir de la creación de Dios. Estas cosas físicas apelan al sentido de belleza que Dios puso en nosotros, pero ellas pueden ocupar un lugar en nuestro corazón que Dios nunca quiso que ocuparan. Y si el placer de las posesiones materiales se vuelve demasiado importante para ti, creará todo tipo de problemas en las tareas que Dios te ha llamado a hacer como padre. Por ejemplo, los padres que son controlados por las posesiones (casas, carros, muebles, arte, etc.) acostumbran a estar ocupados adquiriendo, manteniendo, financiando y protegiendo sus posesiones y, por tanto, tienen muy poco tiempo para invertir en sus hijos de la manera en que Dios quiere. O los padres que aman demasiado las posesiones tienden a ser tan estrictos al proteger sus posesiones que inconscientemente convierten su casa en un incómodo museo de muebles y arte en el que sus hijos se ven obligados a vivir. Es posible que una madre esté más preocupada por manchas en su sillón que por el alma de su hijo, o que un padre esté más enfocado en la limpieza y el brillo de su carro nuevo que en el corazón de su hija. Hay padres que fallan en ser hospitalarios con los amigos de sus hijos porque están preocupados por el impacto que puedan sufrir sus posesiones. ¿Las cosas materiales interfieren, o crean tensión innecesaria, en tu paternidad y maternidad?

¿Qué hay del éxito? Estoy persuadido de que el deseo de éxito es otra de las cosas que el Creador puso en nuestro interior. En la imagen del Creador, fuimos designados para crear. Fuimos hechos para construir, administrar y hacer. Fuimos diseñados para cambiar nuestro entorno. Fuimos creados para dejar una huella de nuestro trabajo mientras nos movemos a otro lugar. Fuimos hechos para crear estrategias y alcanzar metas. Debido a ello, el éxito es importante para nosotros. Todos queremos ser exitosos. De hecho, si no tienen ninguna motivación para tener éxito en algún área de tu vida, si no te preocupa alcanzar algo, todos pensaríamos que hay algo emocionalmente o espiritualmente mal en ti y que necesitas ayuda. Pero, como las posesiones, esta cosa buena, creada por Dios, puede convertirse en algo malo en tu vida si se convierte en el tesoro primordial que no debe ser.

Miles y miles de niños son entregados cada día a personas que no conocen porque el éxito en su trabajo y carrera se ha convertido en algo muy importante para sus padres. Ya que ningún padre desea abandonar su trabajo fuera de casa por miedo a las implicaciones a largo plazo en sus carreras y finanzas, los niños se quedan sin alguien que los cuide, por lo que alguien más debe ser contratado para hacerlo. Sé que esto es controversial, y nunca juzgaría a una pareja que tienen a sus hijos en una guardería sin conocer los detalles de por qué tomaron esa decisión, pero me preocupa que no hablemos más sobre este tema. Me entristece el número de niños que no están con sus padres la mayor parte del día durante sus años formativos. Me entristece ver que los niños que regresan de la escuela y están en casa sin la supervisión de un adulto por al menos parte del día, son cada vez más comunes en nuestra sociedad y cultura. Me preocupa cuántos padres cansados recogen a sus hijos al final del día y simplemente no son capaces de tener la paciencia y la gracia que necesitan por el resto de la noche con sus hijos. Esta no es una cuestión de una agenda ocupada, sino una cuestión de valores. ¿Cuántos niños rara vez ven a su papá porque él sale a trabajar antes de que los niños despierten y regresa del trabajo después de que se han ido a la cama? Para cuando son adolescentes, están acostumbrados a que el papá no esté involucrado con sus vidas y ya no esperan que él preste atención o participe en sus vidas. ¿Cómo ha impactado el valor que le das al éxito de tu carrera en tu compromiso con el trabajo que Dios te ha llamado a realizar como padre?

Abróchense los cinturones; seré aún más controversial aquí. Estoy profundamente convencido de que para muchas personas es su compromiso al ministerio lo que se interpone en el camino de hacer lo que Dios les ha llamado a hacer como padres. Quizá esta es la tentación más engañosa de todas. Existen muchos, muchos padres en el ministerio que aligeran su remordimiento por su falta de atención y ausencia al decirse a sí mismos que están haciendo “la obra del Señor”. Así que aceptan otro viaje misionero, otra mudanza, o quizá otra junta por la noche pensando que sus valores son bíblicos, cuando están constantemente descuidando una parte significativa del llamado de Dios. Tristemente, sus hijos crecen creyendo que Jesús alejó una y otra vez a sus padres de ellos.

Esta es una conversación que los padres en el ministerio deben tener y mantener abierta. Es muy interesante que si escuchas a personas que están preparando a parejas para una vida en el ministerio, les advertirán de las tensiones normales e ineludibles entre las demandas del ministerio y el llamado a la crianza de sus hijos. Pero creo que dos observaciones son necesarias aquí. Primero, el Nuevo Testamento nunca asume esta tensión. Nunca te advierte de que si tienes una familia y eres llamado al ministerio, te encontrarás en un dilema una y otra vez, al punto que es casi imposible hacer ambas cosas bien. No existe ninguna advertencia como esta en la Biblia. Lo único que se acerca a ello es que una de las cualidades que un anciano debe tener es que debe guiar de buena manera a su familia. Quizá esta tensión no es el resultado de una falta de planeación de Dios, sino porque buscamos obtener cosas del ministerio que no debemos obtener, y al buscarlas, tomamos malas decisiones que son dañinas para nuestras familias. Si obtienes tu identidad, significado, propósito, la razón para levantarte por las mañanas y la paz interior de tu ministerio, le estás pidiendo al ministerio que sea tu mesías personal, y al hacerlo, será muy difícil para ti decir que no y, debido a ello, acostumbrarás a descuidar tiempo importante que deberías dedicarle a tus hijos.

Pero existe una observación más que debemos considerar. La Biblia es muy clara en cuanto a que Dios no es falto de amor, falto de sabiduría, falto de fidelidad ni falto de bondad como para llamarnos a cumplir un mandamiento y que para hacerlo debamos necesariamente quebrantar otro. Sus mandamientos no compiten entre sí. Son una sola hebra de hilos que, entretejidos, definen lo que significa vivir de una manera buena, correcta, hermosa y que le agrada a él. Comprometerte a obedecer uno de sus mandamientos nunca significará que tengas que sufrir o ser castigado porque ha provocado que desobedezcas otro. Ninguno de sus mandamientos existen aislados y ninguno de ellos entran en conflicto entre sí.

Así que si el celo por el ministerio provoca que sea menos fiel a mi llamado como padre, en la manera en que manejo mi tiempo y energía, entonces estoy buscando obtener algo del ministerio que no debo obtener. ¿Las decisiones del ministerio y sus compromisos provocan que sea difícil que desarrolles fielmente tu trabajo como padre? Te pido que respondas con humildad, abertura y honestidad. ¿Qué compite en tu corazón y, por tanto, en tus decisiones diarias contra el valor que debería tener la crianza de tus hijos? ¿Tiene la crianza de tus hijos el lugar de alto honor y alta importancia que Dios quiere que tenga en tu agenda diaria? ¿Qué otras cosas se interponen? ¿Qué nuevas y mejores decisiones te está llamando Dios a tomar?

El valor que Dios les da a los padres

El valor de la paternidad es crucial en cuanto a aquello que Dios ha querido que el ser humano conozca y sea. Perder esto es literalmente perder una parte de tu humanidad. La paternidad y la maternidad están en el centro de lo que debería motivar todo pensamiento, todo deseo, cada palabra, cada decisión o toda acción que cada humano ha tenido. No existe nada en la vida de cada niño que ha nacido que sea más necesario que esto. Esto es lo que hace que la paternidad sea de suprema importancia, santa en el sentido verdadero de la palabra. Esta debería ser la meta subyacente de todas las coas que haces y todo lo que quieres para tus hijos. Perder esto de vista es perder el propósito de la paternidad. Perder de vista esto es quitar las vías que le dan dirección a todo lo que haces con tus hijos. Esto es lo que debería satisfacerte en esos buenos momentos con tus hijos y motivarte en los tiempos difíciles. Esta es realmente la tarea central que hace que tu trabajo como padre sea un tesoro de extremo valor. Pon atención a las siguientes palabras:

Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR. Ama al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.

Deuteronomio 6:4-9

En el futuro, cuando tu hijo te pregunte: “¿Qué significan los mandatos, preceptos y normas que el SEÑOR nuestro Dios les mandó?”, le responderás: “En Egipto nosotros éramos esclavos del faraón, pero el SEÑOR nos sacó de allá con gran despliegue de fuerza. Ante nuestros propios ojos, el SEÑOR realizó grandes señales y terribles prodigios en contra de Egipto, del faraón y de toda su familia. Y nos sacó de allá para conducirnos a la tierra que a nuestros antepasados había jurado que nos daría” .

Deuteronomio 6:20-23

Ese es el valor que Dios le da a la crianza de os hijos, resumida en un par de breves, pero profundos párrafos. Tu labor como padre es algo de extremo valor porque Dios ha designado que tú seas un instrumento primordial, consistente y fiel en sus manos para su propósito de crear consciencia de Dios y sumisión a Dios en tus hijos. No puedes crear esto por ti mismo, solo Dios puede hacerlo, pero has sido designado para ser un instrumento irremplazable en sus manos poderosas. Verás, en el centro del diseño de Dios para la creación de los seres humanos, está el conocimiento de su existencia y la sumisión a la autoridad. Esas son las cosas que Dios ha dispuesto para gobernar el corazón de todos los que han vivido. Tus hijos nunca serán lo que lo que deberían de ser si les falta conocimiento de Dios. Es la cosa esencial que debe ser desarrollada en el corazón de cada niño, y los pasajes de arriba dicen que esa tarea fue asignada por Dios a los padres.

Tu iglesia no fue diseñada para reemplazarte, sino para asistirte y equiparte para esta labor tan esencial. Tu gobierno no fue diseñado para reemplazarte, sino para protegerte mientras realizas esta tarea fundamental. La escuela nunca te reemplazará; a lo mucho te apoyará mientras haces el trabajo que solamente tú puedes hacer. Podrías argumentar que la principal razón por la que Dios puso a los padres en la vida de los hijos es para que le conozcan. La cosa más importante que un niño podría aprender es sobre la existencia, el carácter y el plan de Dios. Si conoces este hecho, alterará la forma en que comprendes e interpretas cualquier otro hecho en tu vida. Ahora bien, aunque Dios, en su gracia, te ha puesto a ti y a tus hijos en un mundo físico que constantemente señala hacia él, tus hijos vinieron al mundo con un problema devastador. Tus hijos tienen la perversa habilidad de mirar al mundo y no ver a Dios en él. Verán repetidamente las señales (el mundo creado), pero fallarán al ver hacia dónde apuntan esas señales (la existencia y la gloria de Dios). Y si no reconoces a Dios, no solo estás profundamente en desventaja, sino que también te pondrás en el centro de tu mundo y harás que todo gire en torno a ti. Los niños que no reconocen a Dios actuarán como si ellos fueran dios y rechazarán la ayuda y el rescate que Dios ha provisto para ellos a través de sus padres.

Pero hay más. En algún punto, tus hijos comenzarán a preguntarse por qué tienen las reglas que tienen, por qué se les ha pedido creer ciertas cosas y quién te puso a cargo. Tristemente, muchos padres solo pueden decir, “Hazlo porque yo lo he ordenado”, o “Hazlo o serás castigado”. Esas explicaciones provocan una respuesta de tus hijos solo mientras ellos te teman, pero vendrá un tiempo cuando ya no te tendrán miedo. Si todo lo que le has dado a tus hijos es miedo, entonces cuando dejen tu casa no tendrán ninguna motivación para hacer lo correcto.