LoQueNoExiste y ANSHDA en colaboración con Medialuna.

(www.anshda.org)

Edita © LoQueNoExiste (www.loquenoexiste.es)

ISBN: 978-84-935779-1-9

Coordinación y edición: Chiara Baldoví y Rosa Iglesias

Diseño: Eva García, Ana García

Composición ePub: Publidisa

Comunicación y Relaciones Públicas: Medialuna (www.medialunacom.es)

Índice

Créditos

Cita

Presentación

Prólogo

Carta al lector

Primera Parte
EN PRIMERA PERSONA

Luis Rojas Marcos, Psiquiatra y afectado por TDAH

Mario Lázaro Cerván, un joven con TDAH

Mercedes del Fresno Fernández, una madre

Segunda Parte
LAS INTERVENCIONES CIENTÍFICAS

El manejo del TDAH en el aula: estrategias para el éxito. El TDAH como trastorno de las funciones ejecutivas: aplicaciones para su manejo en el aula.

El tratamiento médico. Incidencia del TDAH en el rendimiento y comportamiento escolar.

Cómo manejar la conducta desafiante. Cómo despertar la motivación por el aprendizaje.

Preescolares con riesgo de TDAH.

TDAH y trastornos del aprendizaje.

Familia, escuela y niños con TDAH. Relaciones funcionales.

El difícil y necesario equilibrio y serenidad.

PREGUNTAS DEL PÚBLICO

ANEXO I
La importancia de los modelos educativos y la función coterapéutica en padres de niños con TDAH.

AGRADECIMIENTOS

«Mi alma es libre y muy suya, y está acostumbrada a conducirse a su manera»

MICHEL DE MONTAIGNE

Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay)

Presentación

por EVA ALMUNIA BADÍA

Secretaria de Estado de Educación y Formación

Desde la perspectiva del profesor en el aula, los alumnos disruptivos, con poca atención, que molestan e impiden la marcha normalizada de la clase, son considerados uno de los problemas prioritarios, como se constata en diferentes investigaciones sobre convivencia escolar.

En particular, el alumnado afectado con el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) muestra grandes dificultades a la hora de integrarse en un grupo o clase, y en especial cuando tiene que seguir las instrucciones del profesor para mantener un ritmo adecuado de aprendizaje y, por supuesto, de conducta. Muchos de estos alumnos acaban recibiendo castigos y expulsiones, pero se observa que tras estas medidas no cambia su actitud.

Esta circunstancia exaspera, crea tensión y genera desencanto y desmotivación, tanto al alumno como al profesor.

Abordar con serenidad propuestas que puedan ayudar al equipo docente a entenderles mejor abre un camino de esperanza, tanto para los alumnos que presentan TDAH, como para los que muestran una falta de motivación y de atención grave, y que sin llegar a tener un trastorno, manifiestan su inadaptación a los contextos del aula.

Todas las aportaciones que, como este libro, puedan ayudar a una integración en condiciones más favorables, partiendo de metodologías más participativas e inclusivas, son siempre bien acogidas y merecen el respaldo de las Administraciones educativas.

El profesor Russell A. Barkley propone una serie de pautas a seguir en los procesos de instrucción y de trabajo, que potencian la motivación intrínseca mediante la promoción del éxito escolar y que se reflejan en una frase clave extraída de esta obra:

“ (…) un niño está más dispuesto si él escoge la meta.”

Si el currículum favorece la participación y el sentido de pertenencia al proyecto por parte del alumno, habrá muchas más garantías de éxito y no de abandono.

Hay que lograr que en los contextos de aprendizaje convivan el orden y la autoridad del profesor con su buen hacer, estableciendo metodologías capaces de implicar al alumnado como agente de la construcción de sus propios conocimientos. Es preciso compartir, cooperar y valorar los pequeños logros conseguidos en el día a día.

Este libro nos brinda un conocimiento profundo de los factores biogenéticos y neuronales del trastorno TDAH, pero lo más importante es que aporta al profesor una serie de pautas didácticas y pedagógicas que pueden guiar su práctica docente.

El profesorado podrá encontrar muy útil el texto escrito por el doctor Luis Rojas Marcos, quien a través de una pequeña autobiografía nos muestra la dificultad que él mismo, un reconocido profesional, tuvo en su juventud y niñez debido a su carácter inquieto y a su inadaptación al medio escolar. Esto debería servir para que los docentes reflexionaran acerca de los prejuicios y las etiquetas por las que a menudo dichos alumnos están abocados al fracaso.

El doctor Rojas Marcos destaca en sus líneas la importancia de un “ángel”, una directora de instituto que le brindó afecto, cercanía, firmeza y confianza; que le ayudó en un momento crítico a superar las dificultades y a conseguir sus metas.

Abramos una ventana de optimismo y de confianza. Estas situaciones son superables y abordables en nuestro sistema escolar.

Prólogo

Recuerdo la organización del II Congreso Nacional de TDAH como un verdadero reto personal. Durante varios meses me dediqué por entero a la convocatoria, los asistentes, la información, la agenda, los cafés de los descansos (¡lo caro que resulta un simple catering de pastas de té para 1.500 personas!), la megafonía, los traductores simultáneos… Sufrí las dificultades de encontrar financiación en un país limosnero pero poco dado al mecenazgo.

Desde hace una década se empezó a tejer un conjunto asociativo que cuenta con más de medio centenar de asociaciones y federaciones regionales, además de la Federación Nacional para la Ayuda del TDAH. Es en dicha Federación, de la que ANSHDA forma parte, donde se fijan periódicamente una serie de objetivos generales, siendo uno de ellos la realización de un Congreso Nacional bianual. Me tocó a mí en enero de 2008. Meses después, con cierta perspectiva sólo me queda dar las gracias a los que nos ayudaron a lograrlo.

Gracias también a los asistentes: finalmente fuisteis tantos que pudimos financiar el Congreso.

Más de 1.500 congresistas permanecieron durante un fin de semana completo escuchando a ponentes de primera línea. Fueron intervenciones de enorme valor científico, social y humano. No que los mensajes y conclusiones de los expertos más prestigiosos del mundo en TDAH, no llegaran a los más interesados: los educadores, los padres, los maestros de los niños afectados por este complejo síndrome. Se nos ocurrió, con esta única intención, plasmarlo todo en un libro. Creo que sigue siendo este formato -el del libro- el mejor para difundir conocimiento.

El TDAH es consecuencia de un problema neuropsicológico de origen genético que está descrito desde hace más de un siglo. En los últimos años se ha investigado mucho sobre este trastorno, aunque no se han puesto medios para adecuar ni su diagnostico ni su tratamiento a las necesidades de cada niño. Por tanto, se trata de un trastorno que tiene cierta antigüedad. No es una moda fruto de una serie de cambios sociales o familiares. Rotundamente no. Este libro lo confirma y lo explica con claridad.

Esta obra coordinada por Medialuna -la agencia de comunicación y relaciones públicas que nos ayudó a organizar el Congreso-, es diferente a la mayoría de las que las existen sobre TDAH. No es un libro de autor -como los que habitualmente hemos utilizado tanto padres como profesionales para conocer, comprender y tratar el trastorno-, sino una obra documental, en la que se incluyen opiniones sobre la mejora del diagnóstico y tratamiento. En este libro también hay mucha emoción, la de los hiperactivos como el joven Mario Lázaro, o el doctor Rojas Marcos, que narraron con mucha precisión y elocuencia su infancia afectada por TDAH. Otro de los testimonios es el de una madre que desvela los problemas con los que nos encontramos cuando tenemos un hijo con TDAH. Su aportación es similar a la que hiperactivos expusimos en el libro Madres. Testimonios de madres con hijos hiperactivos, escrito por 34 madres de ANSHDA, que también les invito a que lean.

Resalto con especial emoción la intervención de Mario Lázaro, de 19 años, ante el Congreso. Puso de pie a todo el auditorium.

Recibió el aplauso de 1.500 personas, después de contar cómo se sintió de pequeño, qué dificultades encontró y cómo eran sus sentimientos y emociones. Impresionó cómo puso de manifiesto su afán de superación personal, el trabajo de sus padres y, a veces, la incomprensión de todos.

Hay una frase suya, de Mario, muy significativa: “Si me diagnosticaran este trastorno hoy, posiblemente mi futuro no sería el mismo”.

Hemos considerado necesario incluir las preguntas del público y las respuestas de los ponentes, para conocer las dudas e incógnitas, tanto de afectados como de especialistas en TDAH. Mi mensaje, tanto para padres como para los propios afectados, es que no se rindan a mitad del recorrido, porque esto es una carrera de fondo con altibajos.

TERESA MORAS CÍTORES

Presidenta de A.N.S.H.D.A

Carta al lector

Teresa Moras y yo lo hemos comentado a menudo: aprende a callar, no entres en su polémica, no sigas su provocación. Necesitamos estrategias que les ayuden a crecer bien; ideas para sus madres, padres o educadores, que tienen la difícil misión de educar a unos niños que necesitan más que otros, y no acostumbran a dar las gracias.

Tres pasos adelante y uno atrás. Parece que no avanzas, que da lo mismo so que arre. Cuestionas la utilidad de la medicación, de las terapias conductuales o de la existencia misma de esta singular patología: ¿es una enfermedad o una moda? ¿me estaré equivocando?

Este libro no descubre nada nuevo. Pero tiene el mérito de haber integrado la sabiduría de aquellos que han estudiado la hiperactividad infantil desde distintos ángulos, incluido el científico. Lo hemos hecho entre Teresa y yo. Ella preside la asociación de padres de hiperactivos. Yo dirijo la empresa de comunicación que le ayudó a organizar el II Congreso de TDAH y a editar este libro, que transcribe lo dicho por los ponentes. Me alegro de nuestra generosidad. Probablemente hemos aprendido forzosamente a dar, sin esperar compensaciones.

MERCEDES PESCADOR

Directora general de Medialuna

Primera Parte
EN PRIMERA PERSONA

Testimonio

LUIS ROJAS MARCOS, psiquiatra y afectado por TDAH

Doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad de Bilbao en 1975 y en Ciencias Médicas por la Universidad del Estado de Nueva York dos años después. Se especializó en Psiquiatría en el Hospital Bellevue y en la Universidad de Nueva York (1969-1972). Una vez finalizada la especialidad trabajó principalmente en el campo académico. En 1981 fue nombrado por el alcalde de Nueva York Director de los Servicios Psiquiátricos de la red de hospitales públicos de la ciudad. Más tarde, en 1992, el nuevo alcalde de la ciudad, David Dinkins, lo designó Commissioner o máximo responsable de los servicios municipales de salud mental, alcoholismo y drogas. Tres años después, el sucesor de Dinkins, Rudolph Giuliani, le nombró Presidente Ejecutivo del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York (The New York City Health and Hospitals Corporation), compuesto por los dieciséis hospitales municipales y la red de ambulatorios de la ciudad. Desde 2002 es profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York y miembro de la Academia de Medicina de esta ciudad, de la Asociación Americana de Psiquiatría (Distinguished Life Fellow), y de la Academia Americana de Medicina Paliativa. Desde hace dos años, forma parte del Consejo de Medicina del Estado de Nueva York. En España, es patrono de la Fundación La Caixa, patrono de honor de la Fundación ADANA (Ayuda Déficit Atención Niños, Adolescentes y Adultos) y asesora y apoya a instituciones preocupadas por temas sociales y de salud pública.

“EN EL CORAZÓN DE TODAS LAS ADVERSIDADES EXISTE UNA OPORTUNIDAD”.

Tengo un amigo sociólogo, es un joven científico que hace encuestas epidemiológicas. Me contaba el otro día que estaba en un pequeño pueblo estudiando la esperanza de vida. Vio pasar a una señora y se acercó a ella: “¿Cuál cree usted que es la tasa de mortalidad en esta zona?” La señora pensó unos segundos y luego contestó con convencimiento: “¡Un muerto por persona!”.

Mi amigo, por supuesto, estudiaba la esperanza de vida, los años que nos quedan por vivir a partir de un momento dado. Pero la señora tenía razón. Por cada nacimiento hay una muerte y esto no lo podemos evitar mientras nuestros genes prefieran una vida activa o incluso hiperactiva y prolífica a una vida interminable.

La esperanza de vida ha aumentado enormemente en los últimos 75 años. Casi se ha duplicado. Y en España se vive largo tiempo. La mujer española es la que más vive de media después de la japonesa, y el hombre está entre los cinco primeros. Yo tengo una teoría, aunque no está probada científicamente: en España se habla mucho, sobre todo las mujeres.

El respetado cardiólogo Valentín Fuster, que también vive en Nueva York, suele decir que hablar es bueno para el corazón. Estoy de acuerdo con él. Hablar es bueno para el corazón, para la mente, para el espíritu. Estoy convencido que hablar alarga la vida. Y si no tenemos con quién hablar, le podemos hablar al perro, al gato, a la planta. Incluso hablar sólo, en voz alta, es muy sano. Digo hablar, porque pensar no es lo mismo que hablar, no es tan relajante. Al ponerles palabras a nuestras angustias y preocupaciones disminuimos su intensidad emocional. Expresar verbalmente o plasmar nuestros pensamientos en letra escrita es compartir.

Por todo esto, yo, ahora, voy a compartir con vosotros mi experiencia como niño con TDAH.

Nací en el año 1943 y el diagnóstico oficial del TDAH se estableció en Estados Unidos en 1994. Por tanto, mientras yo crecía no se conocía este trastorno. Aunque en la década de los años sesenta había un diagnóstico llamado hiperactividad de la infancia, en realidad no tenía mucho que ver con lo que hoy conocemos como TDAH. La hiperactividad de la infancia era un término que se solía emplear para diagnosticar a niños con trastornos neurológicos y del comportamiento a consecuencia de haber sufrido encefalitis o infecciones en el cerebro y otras enfermedades cerebrales graves.

Yo era un niño nervioso, distraído y muy travieso. Recuerdo que a los seis o siete años en Sevilla me encantaba andar por los tejados de las casas colindantes. Naturalmente, mis padres -y los vecinos- se asustaban mucho. Con ocho años me gustaba participar en carreras de bicicletas sin frenos, y nadar en el mar bastante más lejos de lo que me permitían mis fuerzas y posibilidades de volver a la playa. Mi madre nació en un pueblo pequeño de Cantabria que se llama Liendo, y en verano íbamos a este precioso valle a pasar las vacaciones. Nunca me olvidaré del día -tendría unos 9 años- en que volvía de la playa de San Julián con mis amigos y mi buen amigo Miguel, que me desafió: “Luis, ¿a que no te atreves a meterle fuego a esos matorrales?”. Me dio él la cerilla y sin dudarlo prendí fuego al matojo. A los pocos minutos ardía parte de la ladera que daba al mar. Me detuvieron dos guardias civiles. Recuerdo que en el cuartelillo la mujer del guardia civil, muy amable, me daba caramelos. Pero yo me sentía fatal. Me preguntaba: ¿Quién demonios eres tú? ¿Cómo has podido hacer esto? Gracias a Dios aquella tarde llovió y el fuego se apagó.

Tuve la gran suerte de que en los momentos más difíciles siempre aparecía algún ángel de carne y hueso que me rescataba de mi impulsividad. A veces era un amigo, a veces mi hermana. Sin duda mi madre fue el ángel más importante.

Pienso que el gran problema de los niños con TDAH es el daño a su autoestima. Para empezar nos sentimos culpables, porque no nos entendemos ¿qué me pasa que no puedo controlar mi energía?, nos preguntamos continuamente. Aunque era un muchacho sociable y alegre, cualidades que facilitaban las relaciones de amistad, con frecuencia mis arrebatos indignaban a mis mejores amigos.

En mi pequeño mundo de entonces, la impotencia para regular mi distracción y comportamiento se traducía en fallidos propósitos de enmienda. Unas veces exteriorizaba mi frustración con brotes de mal genio, otras transformaba inconscientemente mi descontento en trastornos digestivos. Después de cada trastada me invadían la culpa y el remordimiento. Sin ser un niño devoto, con once años llegué a salir de penitente hasta en tres cofradías durante la Semana Santa sevillana.

Mi madre captó que tenía buen oído para la música. Nunca pude aprender solfeo, pero tenía mucha facilidad para tocar instrumentos musicales, así que se empeñó en que aprendiese a tocar el piano. Después fue la guitarra y finalmente el instrumento musical idóneo para un niño hiperactivo: la batería. “Mira, Luis, la música amansa a las fieras”, me repetía con una sonrisa cariñosa de complicidad. La música no sólo me ayudó a canalizar gran parte de mi energía sino que fue un eficaz reconstituyente de mi autoestima.

Mi perpetuo estado de agitación y distracción me robaban una gran parte de la concentración necesaria para asimilar las materias escolares. El momento más dramático fue a los 14 años, en cuarto de bachillerato, curso en el que suspendí cinco de las ocho asignaturas que lo componían. El descalabro escolar precipitó mi salida del colegio Portaceli de Sevilla. “Creemos que lo mejor para Luis quizá sea aprender un oficio”, comunicaron un día los jesuitas a mis consternados padres, en mi presencia.

Como última oportunidad, mis padres decidieron matricularme en un instituto conocido en Sevilla por aceptar a muchachos cateados. Este nuevo reto, sin embargo, abrió inesperadamente un esperanzador capítulo en mi vida. Alguien muy especial me esperaba allí, Doña Lolina, ni más ni menos que la temida directora del colegio.

Nunca olvidaré que un grito de Doña Lolina desde el patio era suficiente para infundir respeto, terror o seguridad en cada uno de los doscientos y pico alumnos y profesores que ocupábamos el edificio de cuatro plantas. El caso es que desde los primeros días de clase este nuevo ángel de mi vida se tomó un genuino interés personal en mí. La primera orden que me dio fue que en clase me sentara en la primera fila -hasta entonces mi sitio, preferido por mi y por mis maestros, siempre había sido la última-, y cuando intuía que estaba teniendo dificultad con alguna asignatura, me animaba a que hablase con el instructor y negociara amistosamente la solución. Estoy convencido de que ella antes, sin decírmelo, había preparado el terreno.

Doña Lolina, según me explicó bastantes años más tarde ante mi insistencia por entender estos trascendentes momentos de mi vida, al parecer había detectado algo rescatable en mí que no me supo definir.

Estas experiencias infantiles me convencieron de dos cosas. Una, que la noción que los niños tienen de sí mismos es simplemente el reflejo de las opiniones que los demás forman y difunden de ellos. La segunda, que para apreciarse a uno mismo es esencial contar durante los altibajos de la niñez con el cariño y apoyo de algún adulto. Y cuanto más espinosas sean las circunstancias de la infancia más indispensables son estos vínculos afectivos.

Con la confianza y la motivación estimuladas por el nuevo y receptivo ambiente escolar -y probablemente por los efectos favorables de la maduración del cerebro que ocurre normalmente en la adolescencia-, a los 16 años comencé a aplicar en lo posible el freno a la impulsividad y aprobar las asignaturas del curso. Recuerdo que en este tiempo descubrí los beneficios de ciertas estrategias que me facilitaban el aprendizaje. Por ejemplo, advertí la utilidad de dividir la materia en partes, hacer esquemas y resúmenes. Al mismo tiempo acepté que, a la hora de estudiar yo necesitaba hora y pico para retener una fórmula química o una lección de historia que mis compañeros de clase absorbían en media hora.

En 1960 entré en la facultad de Medicina de Sevilla. Siempre estudiaba dos o tres noches antes de los exámenes. Con un par de amigos estudiábamos sin parar con mucha Coca-Cola y unas pastillas que se llamaban Centramina, y no requerían receta. Eran estimulantes que sin yo saberlo me ayudaban a concentrarme de forma que me llegaban a gustar incluso temas que normalmente no gustan a casi nadie.

Poco a poco, noté que el termómetro para medir mi autoestima marcaba más grados cuando veía que mis esfuerzos tenían un impacto positivo en las relaciones con los demás, o lograba alcanzar alguna meta que me había fijado, aunque fuese muy modesta.

De esta forma fui saliendo paulatinamente del atolladero de mi infancia y adolescencia y empecé a reconducir mi vida por un camino más seguro y despejado.

Tengo cuatro hijos y uno también padece TDAH. Tiene la suerte de haber sido diagnosticado cuando tenía ocho años en el colegio. En Nueva York, una vez que diagnostican oficialmente a un niño de TDAH el colegio tiene la obligación de hacer unos ajustes a su régimen académico. Por ejemplo, estos niños se sientan en primeras filas, y en los exámenes, aunque las preguntas son las mismas, se les da más tiempo para completarlos. Cuando se empiezan a poner nerviosos los profesores les permiten breves descansos, les dicen que salgan cinco minutos de la clases, den un par de carreras y vuelvan. Estos son ajustes establecidos en el sistema educativo. El sistema interviene para proteger a estos niños y facilitar su desarrollo e integración saludable en la sociedad pese a su condición desventajosa. La superación del TDAH es labor de todos.

Hoy estoy convencido de que la moraleja de las experiencias personales que os he confiado es la misma que apunta el antiguo proverbio chino que dice: “En el corazón de todas las crisis se esconde una gran oportunidad”. Precisamente, esta es la lección que aprendemos los hombres y mujeres que tenemos la suerte de encontrar la oportunidad en las adversidades de la infancia y la adolescencia. En mi caso -como en el de tantos otros- el TDAH me enseñó a conocerme mejor, a apreciar lo que otros hacen por mi, a aceptar ser perdonado y a aprender a perdonar, a luchar con optimismo, a cambiar, y a trabajar día a día por dirigir razonablemente el rumbo de mi vida.

Testimonio

MARIO LÁZARO, un joven con TDAH

“NUNCA HAY QUE RENDIRSE”

¿Cómo se siente un niño hiperactivo?

Recuerdo cuando era niño y estaba con mis compañeros en Educación Infantil. Día tras día, veía que mis compañeros sabían más que yo. Ellos sabían leer y yo no. Llegué a pensar que era tonto. Además, iba de médico en médico y nadie era capaz de diagnosticar lo que me pasaba.

Un niño escucha y entiende todo lo que está a su alrededor. Y diría que incluso un niño sufre más que un adulto, por el mero hecho de que no comprende. El adulto puede comprender y de ahí sufrir menos. Pero el niño no comprende lo que tiene a su alrededor. Muchas veces paro y empiezo a pensar en mi infancia y recuerdo el dolor y la incomprensión.

¿Cómo piensa un hiperactivo?

Piensas en una idea y esa idea te lleva a otra y a otra, pero no puedes focalizar tu atención. Y te bloqueas. Recuerdo que lo que yo pensaba lo hacía sin reflexionar y ver las consecuencias. Sin embargo, ser un niño hiperactivo también tenía algo positivo: la imaginación. Jugaba con cualquier cosa en casa.

Creo que lo que se debe hacer es hablar con el niño. Si los padres van a los médicos y psicólogos siempre habría que contarle al niño por qué y, así, creerá que se trata de algo normal, que no es inferior por tener ese problema. Pensará que es igual al resto de niños.

En mi experiencia las consecuencias que tuvo la hiperactividad fue tener una madurez precoz, de niño tenía pensamientos de adulto.

Sufría una inestabilidad emocional, un cierto desconcierto. Era un ser apático, me daba igual todo. Era duro. Pero también recuerdo que era condescendiente: intentaba agradar a todo el mundo, por el solo hecho de no caer mal. Y eso origina un fallo de personalidad. Es difícil tratar de adaptarse a cada persona para intentar agradarle.

A mí empezaron a administrarme tratamiento médico a los once años. Si yo fuese padre, no me plantearía si es bueno o no tomar la pastilla, por un debate moral: si toma la pastilla depende de ella. A nadie le gusta depender de una pastilla. Pero, en mi caso, si no tomaba la pastilla era incapaz de rendir en clase.

La persona con TDAH está muy familiarizada con la sensación de fracaso: si una persona normal para conseguir algo cae siete veces, la persona con hiperactividad necesita veinte intentos.

Quiero contar una experiencia que ejemplifica que nada es imposible. Cuando estaba en un curso de la ESO teníamos clase de plástica. Yo llegaba a esta clase y tenía miedo, terror… se acercaba la profesora y empezaba a temblar.

Temblaba porque, por más que lo intentaba, no conseguía dibujar la figura. Y veía a mis compañeros que lo conseguían con facilidad. El TDAH es una carrera de obstáculos. ¿Quién me iba a decir que años después iba a estar en la Universidad realizando dibujo técnico?

Con esto quiero alentar a toda aquella persona hiperactiva a que nunca tire la toalla. Nunca hay que rendirse. Si no se aprueba a la primera, se aprueba a la quinta, y se emplea el tiempo necesario, pero al final todo se consigue con esfuerzo.

Una persona que tenga TDAH y lo supere es una persona muy luchadora, porque está en conflicto consigo mismo.

¿Qué técnicas he utilizado para superar las limitaciones?

La pastilla ayuda, pero no es milagrosa. Ayuda a focalizar la atención en una cosa. Pero, además, hay que tener unos patrones de trabajo y seguirlos.

En la vida he sido capaz de ser ordenado y seguir este orden. Y cada vez que fracaso con el orden impuesto cambio mi estrategia, las veces que haga falta.

Tan importante como el tratamiento es la familia, que debe apoyar y motivar al niño. Para mí fue crucial el apoyo psicológico de la familia y de la asociación de padres.

Gracias a la Federación Española de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad (F.E.A.A.D.A.H.) y a la Asociación de Padres de Niños con Síndrome de Hiperactividad y Déficit de Atención (A.N.S.H.D.A.) descubrí que no estaba sólo. Es vital ir a un grupo y que el niño se vea identificado con alguien.

Y por último, el deporte también es muy importante porque ayuda a ejercitar la capacidad de sufrimiento.

Testimonio

MERCEDES DEL FRESNO, madre de un niño con TDAH

“LA HISTORIA DE JORGE”

La historia que voy a contar sucede en Madrid, pero podría haber sucedido en otra ciudad, y su protagonista es mi hijo Jorge, pero podría llamarse Carlos, Luis, Ángel…

Yo tengo tres hijos: Rodrigo tiene 14 años y está diagnosticado como un muchacho con Déficit de Atención. Pero es el que menos problemas da, porque únicamente es Déficit de Atención y está siempre más tranquilo. Yo le llamo el poeta romántico; y luego tenemos a Jorge, el movido de la familia, un TDAH combinado, impulsivo, desafiante. Tiene el paquete completo, pero también es un amor de niño.

Me voy a centrar en Jorge: cuando Jorge tenía cuatro años empezaron las peripecias. Entró en un colegio de Educación Infantil, y empezó a ser evidente por sus síntomas que era diferente. Si no le salía una ficha la rompía. La profesora me llamaba porque colgaba la capucha de su cazadora en la cabeza y se ponía a dar vueltas en la clase cantando, porque estaba aburrido. Jorge empezó a no querer ir al colegio, se negaba por las mañanas. Me planteé dejar de trabajar, porque por aquel entonces, desgraciadamente, tenía turno de trabajo de tarde. Y cuando mis hijos salían del colegio, yo estaba una hora con ellos y me tocaba irme a trabajar. Aquello me sobrepasaba. No sabíamos qué hacer. La situación económica de aquel momento tampoco era muy buena. Todavía no sabíamos, en aquellos momentos, que Jorge era un niño con TDAH.

Tenía sospechas de que algo pasaba, porque estaba todo el día en el colegio. Con cuatro años a Jorge le abrieron un expediente disciplinario. Tenía ganas de hacer pis y junto a otro compañero fue a hacer pis al baño. Jorge salpicó al compañero de al lado y sus padres enfurecidos reclamaron que debían abrirle un expediente disciplinario. Para colmo, la madre de este niño era psicopedagoga y su padre psicólogo.

Avanzando en el tiempo, yo empecé a buscar ayudas. Fui a Inspección Territorial y el hombre que me recibió me comentó que lo mejor que podía hacer era matricular a mi hijo en un centro para discapacitados cercano a casa, porque allí eran muy agradables los cuidadores y lo iban a atender muy bien. Le contesté que mi hijo no era deficiente mental, y no era ese centro lo que necesitaba.

Como último recurso amenacé con encadenarme a las barras del recinto del colegio hasta que alguien me escuchara y ayudara a mi hijo. Por fin dimos con buenos profesionales, psicólogos que veían al niño una vez al mes durante quince minutos.

Ellos decían que al niño no le pasaba nada. Por entonces yo me había divorciado. “Usted, lo que pasa, es que quiere ocultar el problema y es más fácil echar balones fuera, y que al niño lo atienda otro”. Me peleé con la psicóloga.