Infancias y adolescencias patologizadas

Infancias y adolescencias patologizadas
La clínica psicoanalítica frente al arrasamiento de la subjetividad

Beatriz Janin

BEATRIZ JANIN. Psicóloga (UBA) y psicoanalista. Presidenta de Forum Infancias, Asociación Civil contra la medicalización y patologización de la infancia. Directora de las Carreras de Especialización en Psicoanálisis con Niños y con Adolescentes de UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales) y APBA (Asociación de Psicólogos de Buenos Aires). Profesora de posgrado en la Universidad Nacional de Rosario y en la Universidad Nacional de Córdoba. Directora de la revista Cuestiones de infancia. Profesora invitada en seminarios de diferentes universidades e instituciones científicas de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, España, Francia e Italia. Autora de artículos en publicaciones científicas de esos países. Autora de los libros editados por Noveduc: El sufrimiento psíquico en los niños (2011) e Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños (2013) y, como coautora y cocompiladora, en esa misma editorial, de Marcas en el cuerpo de niños y adolescentes (2009) y Dislexia y dificultades de aprendizaje (2016). Es coautora de los libros Niños desatentos e hiperactivos (Noveduc, 2004); Medicalización y sociedad (UNSAM, 2010); Niños o síndromes (Noveduc, 2011); Novas capturas, antigos diagnósticos na Era dos Trastornos (Mercado de Letras, 2011); Problemas e intervenciones en la clínica (Noveduc, 2013); Le mouvement. Entre psychopaghologie et créativité (Éditions in Press, 2015) y De pánicos y furias. La clínica del desborde (Lugar Editorial, 2016), entre otros.

A mi nieta Carmela,
que transforma lo
cotidiano en mágico.

Introducción

Niños que se mueven sin saber adónde ir, niños que desafían todas las consignas, niños encerrados con las pantallas… Niños que no pueden despegarse de los adultos, que demandan permanentemente atención, que no hablan, que no juegan, que no se conectan con los otros…

Pero también niños que preguntan, que piensan, que interrumpen conversaciones para dar sus propias opiniones (aunque esto sea ubicado por algunos test como signo de patología), que cuestionan las aseveraciones de los adultos, que investigan… Niños que no se encuadran dentro de lo esperado…

Infancias exigidas muy tempranamente a responder a lo que las instituciones esperan de ellas; infancias que carecen de tiempo libre y de juego no dirigido, que son puestas frente a aparatos, que no escuchan historias ni cuentos…

Niños que, más que miedos, presentan terrores; que no pueden estar solos, que se “aburren” si no se les ofrecen estímulos fuertes.

También los adolescentes plantean nuevas preguntas acerca de la sexualidad, del amor, de la muerte…

Adolescentes que intentan crecer y otros que desistieron de la lucha generacional y se retiraron del mundo. Adolescentes que desertan de la escuela, que buscan experiencias intensas o que intentan desesperadamente encontrar algún anclaje en su vida y se sienten totalmente a la deriva. Y otros que se encierran con las pantallas, que solo se contactan con los demás en ese modo “sin cuerpo” o bien que se exhiben a través de ellas. Y los que se cortan, los que se hacen escoriaciones, los que tienen ataques de angustia (hoy llamados “ataques de pánico”). El tema es “ser visto” (y si es en la televisión, mejor). Para “ser visto”, cualquier acción es válida, lo que puede llevar a situaciones de violencia. Hasta el suicidio se ha transformado en un espectáculo. Es decir, el cuidado de sí mismo, la autopreservación, corre riesgos… El alcohol y las drogas tienden a taponar “sufrimientos impensables” (a veces heredados de otras generaciones), a la vez que los adultos suponen que los adolescentes son controlables y que se los puede acotar en sus movimientos.

Niños y adolescentes en los que el “tener” ha reemplazado al “ser”, en una sociedad en la que se valoriza el consumo desenfrenado. El consumo desenfrenado –se pueda o no consumir– aparece como parte del ideal cultural, con la tendencia a llenar todos los vacíos con objetos. De este modo, los vínculos quedan en segundo plano, no hay tiempo para desear o bien los deseos son imperativos y cambian permanentemente, obturando el armado de fantasías. Lo que importa es la posesión del objeto, más que lo que se pueda hacer con él.

Consultas que suelen ser por patologías narcisistas, más que neuróticas, en una sociedad en la que prima el narcisismo.

Niños y adolescentes en los que se ha borrado la diferencia niño-adulto y cuyos padres y maestros han ubicado en ellos los ideales del yo-ideal, que son totalizadores y marcan a alguien como teniendo que “ser” absolutamente perfecto, mucho más que los ideales del ideal del yo, que plantean siempre una distancia con el yo, una meta a ser alcanzada en el tiempo. Es decir: niños y adolescentes tienen que ser “ya” una maravilla, en una confusión de presente y futuro que desmiente que se trata de sujetos en vías de transformación.

Estos ideales dificultan el pasaje del narcisismo primario (el que se constituye por identificación al otro, en el que el niño es “Su Majestad el bebé”) al secundario (el que es efecto de ciertas concordancias, nunca absolutas, con el ideal, a partir de logros efectivos); del yo de placer (el yo del narcisismo) al yo de realidad definitivo (que tiene ya un registro de la realidad como instancia a la que hay que atender y con la que se debe lidiar) y de los ideales del yo ideal a los del ideal del yo. O sea: traen dificultades para pensarse en un futuro, con proyectos, en tanto habría que demostrar ahora que se puede todo. Así, la fantaseada omnipotencia infantil, que se renueva en la adolescencia, suele ser sostenida desde los adultos, que crean estados de confusión importantes y empujan a todos a grandes decepciones.

En tanto responder a lo esperado en este contexto termina siendo imposible, los niños y los adolescentes son patologizados apenas quiebran las expectativas. Y quedan ubicados en relación a parámetros que no tienen en cuenta su singularidad ni sus contextos. No se escuchan sus padecimientos ni los de los padres y docentes.

Así, el sufrimiento suele ser desmentido en una sociedad en la que lo que interesa es el “rendimiento”, que pasemos a ser robots al servicio de los intereses de una minoría. Todos deberíamos ser piezas de una maquinaria que nos desconoce como sujetos deseantes y pensantes.

De este modo, niños que han sido abusados son catalogados como patológicos, sin tomar en cuenta las consecuencias del abuso sexual padecido.

Niños que ha sido adoptados habiendo ya vivido otras historias en otros contextos también suelen ser patologizados, muchas veces considerados “trastorno de…”

Lo mismo ocurre con los niños expuestos a las nuevas tecnologías, con borramiento de los adultos, sin que se tenga en cuenta que las pantallas también crean subjetividad.

Y con los que atraviesan duelos o portan duelos de otros, muchas veces naturalizados e invisibilizados.

Y con los adolescentes que exploran nuevas posibilidades de identidad sexual y de elección de objeto.

Y con los que transgreden, que son criminalizados rápidamente, sobre todo por ser adolescentes y pobres.

Y con los que no toleran el pasaje mismo de la adolescencia, la confrontación generacional, y se retraen y pueden salir de la retracción con actuaciones.

Y con muchos otros, que intentan encontrarse como pueden, en un mundo que no les ofrece un sostén ni un futuro mejor.

No se tiene en cuenta que la infancia y la adolescencia son épocas de desarrollo, de transformación, en las que los otros ocupan un lugar fundamental. Y que siempre es posible apostar al cambio.

Niños y adolescentes que son ubicados como “siendo” un trastorno, que pierden su condición de sujetos en crecimiento, que son catalogados sin que se abran los interrogantes acerca de sus sufrimientos.

Infancias y adolescencias diagnosticadas en base a test, protocolos y cuestionarios estandarizados en los que no se tienen en cuenta los avatares particulares. Infancias y adolescencias que quedan coartadas y a las que no se reconoce en su singularidad ni en sus múltiples posibilidades.

Entonces, niños cuyas conductas son efecto de situaciones personales, familiares y sociales difíciles de tramitar, muchas veces entramadas. Niños y adolescentes sujetos a las nuevas tecnologías, lo que viene siendo también creador de subjetividad; adolescentes que se sienten expulsados por la sociedad, sin lugar en el mundo, o que no toleran las exigencias que supone el tránsito a la adultez… Todos ellos son patologizados sin ser escuchados.

Entonces, los niños y adolescentes de hoy son efecto de los embates de la sociedad neoliberal, que podrían resumirse en que:

El sufrimiento humano se ha transformado en un reducto de la biología.

Se ha medicalizado la vida cotidiana.

Se niegan las determinaciones históricas de ese sufrimiento.

Se produce una desubjetivación del ser humano.

Se tiende a reducir toda conducta a causas neurológicas y se borra tanto a la sociedad como productora de subjetividades como a cada sujeto como tal.

Se niega que todos nos constituimos en una sociedad y en una historia social y familiar.

Se trata de realizar una equivalencia entre el ser humano y la máquina.

Se privilegia la “producción” por sobre el deseo, la fantasía, el sentimiento.

¿Por qué el sufrimiento humano se ha transformado en un reducto de la biología?

La neurología y la genética se están otorgando a sí mismas el lugar de fuentes explicativas de todo lo que acontece con un ser humano, lo que implica suponer que somos células, conexiones y genes, sin historia.

Esto lleva a explicar la complejidad de las conductas de los niños y adolescentes con términos como “genes”, “neurotransmisores”, etcétera. Paradójicamente, si esto fuera así y frente a la cantidad de chicos que son rotulados como trastorno por déficit de atención (TDA) así como por trastorno de espectro autista (TEA), deberíamos pensar que nos hallamos frente a un grave problema de degeneración de la especie, en tanto los niños están naciendo “mal”. Desconocer la incidencia de la sociedad y de las posibilidades psíquicas que se van construyendo en los vínculos con otros, en la estructuración subjetiva, nos puede llevar a esos callejones sin salida.

Nos podemos preguntar por qué se están utilizando los avances de las neurociencias y de los conocimientos genéticos para diagnósticos psicológicos. Posiblemente sea porque estamos en una época en la que no se consideran los avatares del ser humano, en que todos tendríamos que ser máquinas que funcionen “perfectamente”.

Pero, como afirma Didi-Huberman (2009), muchas veces no nos damos cuenta de que hay resistencia y que solo tenemos que cambiar el ángulo de nuestra mirada para verla. En lo que vamos a desarrollar, podemos pensar que los niños se resisten a los rótulos y mueven las estructuras establecidas; que un niño que dice de un otro que no pudo aún construir lenguaje: “Ya va a hablar; lo que pasa es que es tímido” está planteando una temporalidad más lúcida que la que sostenemos muchas veces los adultos.

Entonces, el neoliberalismo exige, dictamina, clasifica y espera que todos funcionemos del mismo modo, pero los niños y los adolescentes hacen tambalear la rigidez y proponen aperturas.

Nuestra tarea hoy, como psicoanalistas, parece tener que ver con la defensa de la subjetividad en contra de los intentos desubjetivantes y maquinalizantes del ser humano. Con niños y adolescentes se nos plantea una cuestión ética: la de sostener una mirada que los ubique como sujetos deseantes, con historia y con un futuro abierto.

Y este libro trata de eso: de la patologización y sus diferentes rostros, así como de los modos en que podemos ubicarnos para sostener la subjetividad y la creatividad.

Es por eso que recorreremos temas que pueden parecer tan disímiles como la adopción, la tecnología, los nuevos modos de manifestación sexual, la incidencia de lo social, los duelos en la infancia, la supuesta epidemia de autismo, la criminalización de la adolescencia, el abuso sexual y sus efectos, la deserción en la adolescencia, las intervenciones subjetivantes y la escuela como oportunidad. Iremos recorriendo un camino junto a los niños y adolescentes de hoy que nos convocan, nos demandan y nos interpelan a una escucha profunda y a intervenciones creativas.