CONCLUSIONES

La guerra en el mundo se ha venido desarrollando conforme el ser humano avanzaba hacia una conciencia de propiedad, defensa y conquista. La guerra está dentro de lo que somos como sistema, al igual que la paz. Hoy, el ser humano enfrenta conflictos distintos a los que impulsaron nuestra evolución como especie. Se pregunta hasta qué punto es lícito matar para defender lo que llama «su propiedad», en esta existencia donde todo es de paso; e incluso usar a capricho eso que cree «de su propiedad». A la vez, hay quien mantiene las mismas posiciones que han desequilibrado nuestro mundo de todos, convirtiéndolo en un mundo favorable a unos cuantos. Y por último, están quienes parecen despreciar la vida y no dudan en masacrarla. Estos van más allá de la propiedad y la defensa, llevándolas al extremo de cierto tipo de ideales sobre lo que el mundo debería ser y a qué fundamentos debería servir. Lo extrapolan a la idea misma de Dios y creen ostentar el poder para ejecutar la aspiración de Dios en la Tierra. Son seres humanos que han desterrado su humanidad en el más amplio sentido.

El regreso a la unidad de todo el sistema que compone la VIDA, es la tarea que tiene encomendada la Humanidad. La suma de nuestras individualidades, y de nuestras «grupalidades» (neologismo que puede servirnos para entender la idea de grupo como ente también individual y por lo tanto separado de otros entes individuales), es una utopía por la que a muchos nos merece la pena estar vivos aquí y ahora, con este nivel de conciencia y comprensión de lo que ha sido nuestra Historia como pilar esencial de la existencia en nuestro planeta.

No somos tan esenciales ya. No si las pautas de comportamiento que seguimos atentan contra la propia vida. Nuestras acciones provocan resultados que abren profundas heridas en todo lo que está vivo. No estamos separados, pero vivimos en una inconsciente separatividad, que por otro lado también nos provoca tormento. Buscamos la unión primera, y de ahí que nos sumemos a causas, que establezcamos alianzas, que nos unamos en matrimonio o diseñemos una vida en común. Hay una parte consciente en la fusión para crear algo común; de hecho hay intereses mucho más allá de eso esencial que es unirse. Pero más allá de la unión con fines de interés partidista, e incluso por causas filántrópicas, que conforman sistemas ordenados en torno a la idea de generar algún tipo de bien a los otros, está la necesidad fundamental de regresar a la calma que produce el estado de unión. El amor físico, sin ir más lejos, es una búsqueda de unidad y por lo tanto de regreso al estado primero. La unidad es un recuerdo que está en nuestras células. Nuestra gestación nos une a la madre, y el nacimiento nos arroja del vientre y nos separa de manera traumática al desgajarnos del estado de calma. Nacemos a la guerra, porque nacer, separarse, es un hecho brutal. Estamos ya programados para la guerra, pero anhelamos la paz, el regreso a la calma.

La lentitud humana en avanzar hacia ese regreso es también dolorosamente traumática. Hay quien incluso decide abandonar la vida porque no soporta la rotura interna que significa estar vivo. Algunos eligen avasallar, conquistar y matar. Y otros se dan muerte de manera lenta, creando una existencia antiecológica para consigo mismos. En mi opinión, todo ello tiene una causa común que es precisamente el dolor de estar disgregado en partes, vivo en definitiva.

Nacer es fragmentarse, diseccionarse. Es rotura de uno mismo en partes. No hay otra manera de regresar a eso que es ser «solo uno» si no es desde la voluntad de volver a unir los pedazos, integrarlos a través de la esencia común que siempre los ha mantenido unidos por un hilo invisible. Necesitamos una voluntad de ver ese hilo, percibir su tremenda verdad. ¿Hay alguna idea de Dios más grande que esta universalidad que conduce a la unión de todo con todo?

Sin embargo, existe también un conflicto en quienes creemos que el amor a la idea de unidad es la vía de regreso a la paz. Con frecuencia nos preguntamos cómo es posible amar a todo sin amar a quien ejerce la violencia, el terrorismo, la guerra o cualquier forma de mal en otros seres humanos, en el reino animal o en cualquier manifestación de la Naturaleza en nuestro planeta. Esa idea de amor nos espanta. Amar el daño, dijo Lope de Vega; y si bien hablaba en términos de amante a su amada y de algún modo expresaba la irracionalidad del enamorado; ¿hay otra vía para el amor a la vida que amar todo lo que ofrece la vida? ¿Cómo amar «ese daño» y a la vez hacer el mejor bien a la vida mientras la vemos sufrir y tambalearse? ¿Cómo amar la sinrazón hasta el punto de responder a la guerra con el silencio y la paz?

Este ha de ser un conflicto que haya de solventar cada uno en su evolución personal. En lo que concierne a esta obra con la que he querido abrir fronteras mentales para abarcar un poco más de lo que habitualmente abarcamos en nuestra reflexión cotidiana, el regreso a la unidad, a la síntesis a partir de la tensión de los polos opuestos, es la única vía para el reencuentro con la idea original que puso en marcha el sistema. Cualquier sistema, ya que todo está unido conformando un único sistema: LA VIDA.

Principios coaching sistemico

El terrorismo, la guerra y la paz explicado con principios de coaching sistémico

Olga Casado

KOLIMA BOOKS

Primera edición: Enero 2016

© 2016 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Olga Casado

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Maquetación de cubierta: Patricia Fuentes

Maquetación: Carolina Hernández Alarcón

Conversión a libro electrónico: Patricia Fuentes

ISBN: 978-84-163645-7-2