A lxs autorxs que cito, y que en realidad han coescrito el libro conmigo, sin saberlo.
A lxs participantes de mi primer Curso de especialización en música y Gestalt, en Girona, 2017-2018, por sus aportaciones. Y a Natatxa Molina, mi ayudante, y Esteban Miñarro, transcriptor, por las suyas.
Así como a lxs participantes en todos los talleres de música y meditación desde 1992, porque han hecho posible este libro.
Su opinión es importante.
En futuras ediciones, estaremos encantados
de recoger sus comentarios sobre este libro.
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«Sin la cultura, y la relativa libertad que ella supone, la sociedad, por perfecta que sea, no es más que una jungla.»*
ALBERT CAMUS
«I cannot live without books.»
«No puedo vivir sin libros.»
THOMAS JEFFERSON
Plataforma Editorial planta un árbol
por cada título publicado.
* Frase extraída de Breviario de la dignidad humana (Plataforma Editorial, 2013).
Primera edición en esta colección: abril de 2019
© Albert Rams, 2019
© del prólogo, Annie Chevreux, 2019
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2019
Plataforma Editorial
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ISBN: 978-84-17376-99-4
Realización de cubierta y fotocomposición: Grafime
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A mis abuelos, Alberto Ramón y Francisco.
A Claudio Naranjo, maestro.
Escribir sobre danza es como cantar sobre arquitectura; escribir sobre escritura es como construir edificios sobre ballet. Hay una frontera envuelta en niebla que el lenguaje no puede traspasar.
ALEX ROSS,
desde 1996, crítico musical del New Yorker
La música ocurre en el tiempo, como la poesía y como la danza –y semeja a la danza en que está hecha de gestos y entraña una coreografía–. Es también como la poesía; hasta tal punto que Beethoven, al referirse a su oficio, prefirió no usar la palabra alemana común para «compositor», sino que introdujo en la lengua el término Tondichter: poeta de sonidos. El tempo –o velocidad de nuestro avance– guarda relación con la esfera afectiva, de modo que un allegro evoca alegría, un adagio, sufrimiento o gravedad, un andante, naturalidad, etc., y muchos gestos pueden caracterizar nuestro avance por la vida a través del vehículo de la música.1
CLAUDIO NARANJO
Cuando el lenguaje quiere aproximarse a la resonancia musical, se convierte en poesía. Música y poesía son condensación de tiempo, solo ellas saben sujetarlo, desatar sus nudos y mostrar los cambios y acontecimientos; con esa capacidad de transfiguración consiguen dejarnos pasmados.
FERNANDO PALACIOS249
Decía en la obertura/prolegómenos de este mismo libro lo siguiente: «[…] tal como fui a París –que es donde creo que concluiré este preludio, ¡me temo!…–». Pues sí. Tal como nos temíamos, queridxs lectorxs, estamos finalmente en París, de nuevo, ¡cómo no!
París. París con Sofía.250 Porque, ya sabemos que…
… Ella tenía unos nombres extraños, a mi antojo. Unos días se llamaba cereza; era redonda y suave, pequeña y reluciente. No venía en racimo, sino única y aislada cereza de mi gusto. Otros días se llamaba paloma, y era tierna, plumosa, llena de arrullos lentos. En libertad volaba sobre los altos pinos para volver cansada a dormir en mis manos. Otros días se llamaba fuente, y era un prodigio cantar sosegado, de frescor y de luces. Cuando yo le agitaba las alas, se reía con ondas que tardaban un rato en aquietarse. Otros días se llamaba albahaca, y olía maravillosamente –sobre todo al crepúsculo– y era tan delicioso el aire de su aroma que la ciudad entera parecía perfumada. Otros días se llamaba lágrima, y daba pena verla tan pequeñita, resbalando en tibieza salada, melancólica, sin ganas de jugar y pensando que solo estaba por los suelos. Otros días se llamaba cristal, y la veía transparente y un poco avergonzada de que yo la supiera del todo y sin secreto, sin hablarle siquiera. Y era frágil y pura. A veces se llamaba niebla, y era tristísimo ver cómo todo, en ella y en mí, se hacía invisible. Andábamos a tientas uno en busca del otro, pero no nos hallábamos y estábamos distantes. Otros días se llamaba piedra, y era tan dura que mis manos sangraban y el amor me dolía. Cuando ella se llamaba piedra… (Mejor será olvidar esos días minerales y oscuros.) Otros días se llamaba corazón. Daba gusto verla tan incansable, tan tierna. No podía casi acercarme a ella por miedo de dañarla, pero estábamos juntos y nos decíamos cosas. Otros días se llamaba arcángel. Se perdía de mi alcance. De pronto yo me encontraba, trémulo, a la vera de Dios. Todo brillaba tanto que pienso que esos días comenzó mi locura.251
También decía en esa obertura, el otro polo espacio-temporal del epílogo en este libro, cuando hablaba de París que, además de ser una ciudad de luz y de amor/sexo, fue una de las grandes capitales de la música del siglo XIX. Y evocaba las palabras que se atribuyen a Chopin, quien, al parecer, decía: «No me importan las alabanzas locales. Habría que ver qué opinan en Viena y en París». Se decía, recordemos, que una obra no lo era hasta que no conseguía estrenarse en una de ambas, Viena o París, ¡o en las dos…!
París. Una ciudad de música, donde hay una Ciudad de la Música…, por cierto.
Pues, voilà, en esa Ciudad de la Música de la capital francesa donde estoy –en que estamos, con Sofía– me dispongo a concluir este musi-libro. Me dispongo a concluir, epilogando este sexto libro. ¡Ah!
Ahí nos encontramos con un concierto de «armónica de cristal» (glasb harmonica) de Thomas Bloch, uno de entre los solo cinco o seis profesionales que la tocan en el mundo:
Inventado en 1761 por Benjamin Franklin, después fue prohibido por la policía a causa de la locura de sus intérpretes, por lo que desapareció en 1835. De Mozart a Tom Waits, los compositores se han sentido fascinados por su sonido de cristal […].252
¡Ah!
Al salir, en la tienda, suena una música maravillosa, desconocida y misteriosa (de Youn Sun Nah, Voyage),253 que nos sigue transportando a ese otro mundo del que venimos tras el concierto.
Finalmente, vamos tras los pasos de Frédéric Chopin y Georges Sand, que se reunían cada viernes con Ary Scheffer (y con Liszt, Rossini, Delacroix o Dickens…), en esta su casa, el hoy Museo de la Vida Romántica. Un jardín casi encantado. Silencio en el centro de París. La guía nos habla de la timidez del polaco (Chopin, un E5) y de su fobia a tocar en público.
Aquí encuentro la frase final de este primer musi-libro. Como en obras anteriores, quiero dejar que las últimas palabras sean de otrxs: Rûmí, Sharon Olds, Rilke… y ahora, Roland Barthes:254
El aire255 de un rostro es indescomponible256 […]. El aire es esta cosa exhorbitante que induce del cuerpo al alma, anímula,257 pequeña alma individual […]. El aire (llamo así, a falta de algo mejor, a la expresión de verdad) es como el suplemento intratable de la identidad.