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La ciudad como utopía.
Artículos periodísticos sobre Lima 1953-1965

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Sebastián Salazar Bondy

Alejandro Susti (prólogo y selección de textos)

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Colección Rescate

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

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Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Fotografía de portada: Augusto Tamayo

 

Versión ebook 2017

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.

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Lima - Perú

 

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-419-6

Toda ciudad es un destino porque es, en principio, una utopía, y Lima no escapa a la regla.

Sebastián Salazar Bondy

Agradecimientos

A Irma Lostaunau, por compartir la memoria de Sebastián Salazar Bondy. Al personal de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional del Perú por su invalorable y desinteresada colaboración.

Este volumen está dedicado a Ximena, de quien ya Sebastián dijo hace mucho: “Ojos eras, ávidos ojos eras / que al sol incorporaban en febrero: / mundo era el mundo ya y tú mirando / te devorabas sola el mundo entero” (“Ojos, mundo”).

Índice

PRÓLOGO

Escribir sobre la ciudad: la crónica periodística en Sebastián Salazar Bondy
Alejandro Susti

I. ESTAMOS FUNDANDO LIMA

Fundación (1953)

Urbanista, un técnico necesario (1955)

Lima en un memorándum (1955)

Una cruz para el hombre común (1956)

El tránsito, forma del caos (1956)

Los servicios públicos en crisis (1956)

Para qué sirve el Plan Piloto (1956)

Conciencia urbanística y progreso (1956)

La ciudad que semeja al país (1956)

Un bosque falso y otro real (1960)

Sin parques y con 30 millones (1960)

Parque para la masa popular (1960)

Lima y su destino (1961)

Hoy 400 mil, mañana un millón (1961)

Lima: infancia y adolescencia (1963)

Municipios y democracia (1963)

¿Atomización de Lima? (1963)

Estamos fundando Lima (1964)

II. EL PATRIMONIO NACIONAL: ¿UNA MERCANCÍA?

La Virgen de las Mercedes (1953)

La Virgen y la imaginería española (1953)

Adulteración de una imagen (1953)

¿La misma imagen? (1953)

Un monumento y la originalidad (1954)

“Reforma” de plazas (1954)

Restauración de San Francisco (1954)

Por la ciudad que habitamos (1954)

El alud y el escarbadientes (1954)

La Alameda de los Descalzos (1954)

Un gesto ejemplar (1954)

Gratitud a un gesto (1954)

Un claustro para la ciudad (1954)

La Merced y los comerciantes (1954)

Azulejos y conflicto (1955)

¿“Aislar” Palacio? (1955)

Torre de Las Nazarenas (1955)

Una alameda: pasado y futuro (1956)

Una estatua, un derecho, un símbolo (1957)

¿Una ciudad de rascacielos? (1958)

Balcones apolillados y tradición (1958)

117 manzanas y la arquitectura de Lima (1958)

Un mitin por una alameda (1958)

Un oasis arbolado en el desierto urbano (1958)

Lima, ciudad que pide color (1958)

La reja, resto arqueológico (1959)

Elegía para un rincón (1961)

Demolición, desnacionalización (1964)

Réquiem para una plazuela remodelada (1964)

El patrimonio nacional ¿una mercancía? (1964)

III. EL POCO VERDE QUE NOS HAN DEJADO

El otro crimen (1953)

Verde al verde (1953)

Tala de árboles (1954)

Como quien oye llover (1954)

Sobre los parques (1954)

Música en el parque (1955)

“Ciudad-jardín”, ¿ironía o alucinación? (1957)

El verde es para todos (1957)

Un terreno central y el bienestar (1957)

Recuperar la ciudad perdida (1958)

Elegía para unos ficus asesinados (1958)

Un bosque que no existirá (1958)

Poda, tala y arboricidio (1958)

Los arboricidas son refugiados (1958)

El parque y su función social (1958)

El árbol: un ser humillado y ofendido (1958)

El poco verde que nos han dejado (1959)

El árbol caído (1960)

Otra vez los árboles (1961)

IV. LA PROSPERIDAD CON MENDIGOS

Los mendigos (1953)

Cuidadores de autos (1955)

Delincuencia y juventud (1955)

Un lustrabotas y el país futuro (1958)

Niños, trabajo y porvenir (1958)

Son, ante todo, niños (1958)

Una apuesta sobre el país (1958)

Mendigos, un síntoma visible (1959)

La autoridad contra la realidad (1959)

La verdad contra la “zona rígida” (1960)

Sociedad, delincuencia y castigo (1961)

La prosperidad con mendigos (1961)

Lectores, delincuencia, policía (1961)

Más sobre los mendigos (1961)

V. IDEAS DE PEATÓN

Ideas de peatón (1953)

Cuestión de perfil (1953)

Una avenida como problema (1953)

Criminales en auto (1955)

Crimen de irresponsable (1955)

Una nueva pista (1955)

Vehículos y cáncer (1955)

Ómnibus y horarios (1955)

Heladería, tránsito, reglamento (1955)

Bicicletas, herramientas decomisadas (1956)

Una ruta urbana y el ornato (1957)

Un mito criollo: el automóvil (1958)

Los criminales del tránsito (1959)

La mujer, los taxis y la lógica (1959)

Cirugía, pero no plástica (1964)

El automóvil en su sitio (1965)

VI. USOS Y COSTUMBRES

“Jironear” (1953)

El café (1953)

Volver al circo (1953)

La higiene urbana (1953)

Quejas injustificadas (1954)

Vivanderas (1954)

Ruidos y acción (1955)

Otra vez el ruido (1955)

Ferias y ruidos (1955)

Carnaval, fiesta de la agresión (1956)

El café: debate y libertad (1956)

Recuadro al amanecer (1956)

La guerra de las jugueterías (1957)

El sol y el mar no tienen dueño (1958)

Baja policía y progreso urbano (1958)

Carnavales, alegría y agresión (1959)

Ruidos: disciplina y solidaridad (1959)

Pinglo y nuestro pueblo (1961)

El basural en casa (1961)

Sobre la música criolla (1961)

Renacimiento del café (1961)

El coliseo, laboratorio de mestizaje (1963)

Los traficantes de un sueño (1963)

El infarto de un servicio público (1964)

Prólogo

Escribir sobre la ciudad: la crónica periodística en Sebastián Salazar Bondy

Alejandro Susti

 

A lo largo de su intensa y prolífica producción periodística, a través de medios tales como los diarios La Prensa, El Comercio o la revista Oiga, entre otros, Sebastián Salazar Bondy (1924-1965) encarnó en nuestro medio el papel de un promotor cultural abocado a una multiplicidad de preocupaciones y temáticas entre las que se incluyeron el teatro, las artes plásticas, el cine, la música, la literatura, el teatro, la actualidad política y, por último, la crónica urbana. En su tesis doctoral, Sebastián Salazar Bondy. Pasión por la cultura, el crítico francés Gérald Hirschhorn (2005) sostiene que nuestro autor llegó a escribir la sorprendente suma de 2231 artículos entre 1942 y 1965, entre estos, un total de 1089 “dedicados a la cultura”. Hirschhorn, sin embargo, no incluye entre estos los referidos a la problemática de la ciudad1, pero sí los incorpora en el exhaustivo inventario final del volumen. Publicados entre los años 1953 y 1965, es decir, después del regreso definitivo del autor al Perú en 1951, y después de una estadía de más de tres años en Buenos Aires2, estos artículos, salvo algunas pocas excepciones3, han permanecido inéditos y constituyen un testimonio sumamente valioso no solo en la medida en que translucen una visión y una manera de entender la ciudad, sino que, además, revelan el hecho de que mucho antes de la publicación de Lima la horrible en 1964, Salazar Bondy ya había centrado su atención en los procesos de transformación que estaba sufriendo esta –ya fuesen demográficos, urbanísticos, económicos, sociales e, incluso, políticos– y elaborado una serie de hipótesis de trabajo que encontrarían un desarrollo posterior en su trascendental ensayo.

“La ciudad como utopía” en Salazar Bondy

Un primer paso en la aproximación crítica a los artículos de nuestro autor consiste en entender cuál es la visión de la ciudad que subyace a estos. La expresión –como ya he señalado anteriormente–4 aparece empleada por primera vez en un artículo titulado “Lima y su destino”:

Una ciudad es siempre una utopía, un proyecto de dicha común, de coexistencia humana y paz social. Lima no escapa a esa norma y no podremos estar conformes, aunque la embellezcan edificios gigantescos y pulule en ella una muchedumbre ya innumerable, si todos los días sus hombres –por lo menos sus hombres conscientes– no luchan porque el arquetipo que está en el origen de la agrupación civil se cumpla en cierta medida. (“Lima y su destino” en El Comercio, 18 de enero de 1961, p. 2; subrayado del editor)

Más tarde, este mismo pasaje sufrirá algunas modificaciones para ser incluido en el prólogo de Lima la horrible:

Toda ciudad es un destino porque es, en principio, una utopía, y Lima no escapa a la regla. No estaremos conformes, aunque la ofusquen gigantescos edificios y en su seno pulule una muchedumbre ya innumerable, si todos los días la inteligencia no impugna el mentido arquetipo y trata de que al fin se realice el proyecto de paz y bienestar que desde la fundación, y antes de ella también, cuando el oráculo predestinaba en las incertidumbres, incluye la comunidad humana que a su ser pertenece. (Salazar Bondy, 2014, p. 50; subrayado de A.S.)

En ambos casos, Salazar Bondy invoca una concepción de la ciudad como espacio utópico, es decir, un espacio de realización futura de un “proyecto de paz” y bienestar común. Como bien señala Rodrigo Vidal Rojas (2011), el concepto de “utopía” reúne dos acepciones distintas:

Etimológicamente, utopía es outopia y eutopia. Outopia u outopos es lugar en ninguna parte o no lugar. Es seguramente la definición más conocida. Ella explica principalmente el carácter a-histórico y a-geográfico de un gran número de utopías. En este sentido, sería más propio hablar de a-topia. Eutopia o eu-topos es lugar de felicidad. Aunque menos conocida, en esta acepción la utopía recupera su carácter teleológico. (Vidal Rojas, 2011, p. 70; subrayados del autor)

Para ser entendido cabalmente, sin embargo, el concepto de “utopía” requiere de un segundo concepto sobre el cual se funda, el ideal-ciudad, que debe distinguirse a su vez de la ciudad ideal:

El ideal-ciudad (…) es la fuente principal de la utopía urbana, una construcción mental colectiva que recorre toda la historia urbana. El ideal-ciudad se diferencia de la ciudad-ideal por el lugar que ocupa y el rol que satisface en el proceso urbano: mientras la ciudad ideal es una finalidad, un estado último al que se aspira, revelando con ello un carácter teleológico, el ideal-ciudad es una fuente genérica, una matriz inspiradora, un concepto colectivo supuestamente universal y cuyos valores identifican a la totalidad de los individuos. Esta última revela entonces un carácter mitológico y fundador. (Ibid., p. 68; subrayados del autor)

A diferencia del concepto de ciudad ideal que implica el surgimiento de una ciudad soñada sobre un territorio específico, “para el ideal-ciudad, la ciudad existente debe desaparecer para permitir la aparición de la ciudad que subyace a lo existente, a la espera de su manifestación, y que se reproduce y subsiste en el imaginario colectivo” (Ibid., p. 68).

Ciertamente, en los artículos de Salazar Bondy se expresa esta noción del ideal-ciudad a través del ejercicio de la crítica en distintos niveles: el poder político, las relaciones económicas y sociales, los códigos que regulan la conducta de los habitantes de la urbe, la estética de determinados espacios públicos, entre muchos otros aspectos. Ya sea a través del cuestionamiento de las decisiones políticas, el examen de los mecanismos que (re)producen la desigualdad entre los limeños, la censura que merecen ciertas conductas que atentan contra la convivencia pacífica o la defensa del patrimonio histórico y cultural de Lima, resulta evidente que en todo ello el cronista aspira a la creación de una nueva ciudad expresando con ello las frustraciones y deseos de quienes la habitan5.

En tal sentido, el concepto de utopía es empleado por Salazar Bondy como instrumento de crítica al estado de cosas en que se encuentra una ciudad de la que él es también habitante. La utopía, en tanto visión del futuro, ha de contraponerse al presente; aun cuando, por una parte, revista un carácter irrealizable, es decir, evoque la dimensión de aquello que no tiene cabida en ningún lugar –outopia= lugar en ninguna parte– resulta también evidente que trasluce una orientación o, como el mismo autor señala, un destino. La utopía, por lo tanto, “no es el fruto de una imaginación delirante sino que, al contrario, es el fruto de una mente creativa que busca en la irrealidad los fermentos de transformación de una realidad concebida como decadente” (Vidal Rojas, 2011, p. 70).

Esa “mente creativa” es la que constantemente resurge en las crónicas de Salazar Bondy respondiendo a las necesidades del presente y las del futuro de la ciudad, manifestando con ello su compromiso y amor por ella. En este diálogo permanente con la realidad cotidiana se hacen necesarias propuestas, soluciones viables que contribuyan a hacer posible el destino de la ciudad; por ello, en sus crónicas todo parece tener un carácter de urgencia y nada merece ser ya por más tiempo postergado u olvidado. A través de la escritura, el autor se aboca a perfilar el boceto de un ideal-ciudad que no solo refleje su propio deseo sino el de sus conciudadanos, vocación cívica en la que también cabe el compromiso político.

Periodismo y literatura: algunos apuntes sobre la crónica

El ejercicio del periodismo como un modus vivendi –tal como ocurrió con muchos otros escritores latinoamericanos y peruanos anteriores a él–6 le permitió a nuestro autor acercarse a, e identificarse con, las necesidades y preocupaciones del ciudadano de la calle, para quien, por otra parte, la “cultura” –entendida en su sentido más tradicional– no formaba parte de sus intereses inmediatos.7 Desde esa posición Salazar Bondy se dedicará a promover la labor de las editoriales, revistas, grupos de teatro, así como exposiciones, publicaciones y muchos otros temas vinculados a la producción intelectual y artística de la época8, así como a escribir sobre la ciudad en el papel de un observador privilegiado de sus transformaciones y contrastantes realidades.

La situación de nuestro autor –tal como atestiguan las numerosas investigaciones dedicadas a los inicios de la relación entre el periodismo y la literatura en nuestro continente–9 implicó el acercamiento entre dos universos discursivos y sistemas de representación distintos, así como la inserción del escritor en el “mercado de la escritura”10. Convertido así en una suerte de trabajador asalariado, el escritor se enfrenta ante la necesidad de transferir y adaptar al ámbito de la comunicación de masas –más precisamente el de la prensa masiva– el vasto repertorio de saberes, técnicas y competencias acumulados a través del ejercicio literario para verterlos en el molde del texto periodístico. Como es sabido, esta operación dará como resultado el surgimiento de un conjunto de nuevos géneros signados por la hibridación que, en última instancia, contribuirá a reformular la naturaleza del discurso literario. Un caso paradigmático en el ámbito de la literatura latinoamericana es el de la crónica modernista, género estudiado por Susana Rotker:

El nuevo género selecciona los temas entre los hechos de la actualidad, especialmente aquellos que versan sobre la ciudad, la política internacional, la cultura, los descubrimientos recientes, los grandes acontecimientos; es decir, una suerte de arqueología del presente cosmopolita. Como texto que aparece inserto en los periódicos, debe presentar una coherencia comprensible y atractiva para el lector: ser tomado en cuenta, no cerrarse sobre sí como supuestamente ocurre con la poesía. (Rotker, 2005, p.174, subrayados de la autora)

Las observaciones de Rotker resultan pertinentes al examinar la naturaleza de los artículos periodísticos de Salazar Bondy dedicados a la problemática urbana. La primera concierne a la actualidad de los eventos que merecen la atención del articulista. Como podrá constatar el lector, los temas de los artículos forman parte de una “arqueología del presente” que abarca una serie de preocupaciones signadas por su carácter de inmediatez y temporalidad: el articulista hace siempre referencia a asuntos que son de interés para sus lectores –y, sobre todo, de actualidad– estableciendo un pacto referencial con estos últimos por el cual se compromete a proporcionar un discurso informativo, “sometido a verificación”, pero que también construye su propia verosimilitud, aspecto sobre el que incide Ariel Idez (2013)11. Como señala este autor, en la crónica la verosimilitud se funda en el uso de la primera persona y la incorporación del sujeto de la enunciación, característica que la diferencia del registro impersonal y de la pretendida objetividad de cierto tipo de discurso informativo. Por otra parte –tal como sucede en un género como la autobiografía– en la crónica, “el movimiento de la escritura sigue al movimiento de la subjetividad interior que experimentan los hechos, los actos, los sentimientos, como verdaderos, como conformes a lo que el yo quiere evocar” (Idez, 2013, p. 6).

La presencia del sujeto de la enunciación en la crónica es un rasgo constante en los artículos de Salazar Bondy: aun cuando el yo enunciativo por momentos aparece disimulado bajo el recurso de referirse a sí mismo como “este cronista”, ya sea en tercera persona o a través del uso de la primera persona del plural, lo cierto es que en muchos casos el texto se funda sobre la base de una experiencia personal y subjetiva12. De hecho, el empleo del término “cronista” constituye de por sí una prueba de la conciencia que tiene el autor respecto a su propia función13, a la par que lo transfigura en una suerte de personaje más de sus propios artículos: identificado plenamente con su rol, se construye así una segunda identidad que interactúa a su vez –dentro del nivel de realidad del texto– con otros personajes insertos en el mundo de la ciudad: el alcalde, el transeúnte, el comerciante, el lustrabotas y muchos otros más. Entendido de este modo, el cronista construye un escenario de ficción que, por otra parte, contribuye a darle una mayor verosimilitud a su discurso sobre la base de una información siempre “veraz” a la vez que “novedosa”.

El pacto referencial al que hemos aludido líneas arriba entre el cronista y el lector se funda también en la idea de la transitoriedad de los eventos referidos, condición estrechamente vinculada con la naturaleza de la “noticia” tal como se concibe en los medios masivos y, sobre todo, dentro del marco espacio-temporal de la modernidad. En algunos casos, a través de una intensa subjetivización, el cronista tematiza, por ejemplo, el contraste entre el pasado y el presente colocándose en una posición crítica frente al pretendido avance y/o progreso de la ciudad:

Solíamos ir a la Plazuela del Cercado cuando, en esta ciudad descabellada de lujo y miseria, queríamos encontrar un recodo cuya realidad semejara la del verso, la de la ilusión, y donde persistiera, a despecho de tanta vana literatura, la menos falaz de las bellezas que tuvo, si las tuvo de veras, Lima. Era un espacio añoso, con una iglesia suave y marchita flanqueada por un atrio sin ostentaciones. Era un ámbito de árboles, fuente, faroles y estatuas, donde la noche podía detenerse vieja de siglos y, sin embargo, tan joven como nosotros (…).

Este fin de semana pasado fuimos a la Plazuela del Cercado a ver si aquella “remodelación” había respetado, en su afán urbanizante, la poesía. Contaré lo que vimos, nada más. Los antiguos árboles habían sido reemplazados por inmensos postes pintados de un torpe plateado, en cuyo extremo deslumbraban unas luces enceguecedoras; la fuente deslucía igualmente pintada, de rojo y verde pero con el añadido de que un espíritu de pueril realismo se había complacido en convertir a los pájaros decorativos que la adornan en copias de los modelos escolares, pues el cuerpo soporta el blanco, el pico y las patas el amarillo y los ojos el negro; la piedra también había padecido el colorinche, gris por fuera y azul –“como de piscina”, dijo correctamente alguien– el interior: la iglesia y la parroquia, como para que ningún despistado las confundiera, habían sido perfectamente delimitadas por el amarillo pálido y el verde caliente… En vez de lajas, cemento inciso a tiralíneas, los árboles peinados como vegetales decentes, los jardines arreglados con esa economía de imaginación que caracteriza a los funcionarios de la inspección respectiva, completaban el cuadro. La Plazuela del Cercado de nuestra periódica visita, el recoveco poético que creíamos a salvo de la invasión perfeccionista, el último jirón de la verdad limeña, había pasado a engrosar ese álbum de falsificaciones que estamos brindando a propios y extraños como testimonios de la sinrazón nostálgica que extravía a los habitantes de esta ciudad. (“Réquiem para una plazuela remodelada”)

El pasaje propone una visión de la ciudad revestida de una cierta nostalgia respecto a los violentos cambios que ha sufrido. Salazar Bondy traza una serie de dicotomías que contrastan la poética sencillez del pasado (“Era un espacio añoso, con una iglesia suave y marchita flanqueada por un atrio sin ostentaciones”) con la opacidad de una “ciudad descabellada de lujo y miseria”, así como la belleza y autenticidad de la antigua Lima (“la menos falaz de las bellezas que tuvo, si las tuvo de veras, Lima”; “último jirón de la verdad limeña”) con el “álbum de falsificaciones” que constituye la urbe del presente. Diametralmente contrapuestas en la mirada del cronista estas dos Limas parecen irreconciliables, rostros opuestos de una misma moneda entre los que no parece haber reconciliación posible. Sin embargo, lo que podría entenderse como una vocación pasatista está muy lejos de serlo: tal como sucede con las diversas imágenes de la ciudad, la del cronista es también una visión signada por la inestabilidad y la volatilidad. Como veremos más adelante, un número significativo de artículos también se ocuparán de especular con la posibilidad de una Lima simbiótica o sincrética en la que el pasado y el presente –la Lima criolla y la Lima provinciana, la Lima colonial y la moderna– coexistan armónicamente. En todo caso, lo que subyace a estas diversas facetas con las que se representa la ciudad es que muestran una visión contradictoria y en conflicto consigo misma, lo cual a su vez es un fiel reflejo de la propia condición y función del cronista: enfrentado ante una realidad cambiante y contrastante se ve en la necesidad de reconstruir constantemente su discurso e intentar amoldarlo a las condiciones del presente.

A la visión que se ofrece de estos espacios sometidos a transformaciones violentas y vertiginosas se une aquella otra vinculada a las multitudes14. En los artículos de Salazar Bondy, el personaje colectivo de la multitud representa en última instancia la masa de aquellos individuos que han sido marginados por la modernización de la ciudad. Sintomáticamente, en esa masa se vislumbra la posibilidad de la rebelión:

Cuando se comenzó a decir que Limatambo sería reemplazado, algunas gentes que piensan en el progreso, no solo en términos crematísticos, no solo en la medida de inversiones y dividendos numéricos, sino en relación con la salud y el bienestar espiritual de la multitud de seres que no tendrán ni los medios de escapar al abrumador encierro civil, supusieron que en aquellos 800 mil kilómetros cuadrados que quedarían libres, o por lo menos en parte de ellos, se podría crear un bosque artificial semejante al que en la mayoría de las ciudades modernas sustituye la falta de verdor natural que abruma al hombre de la urbe. (“Un bosque que no existirá”)

No nos llame la atención que, en cuanto el agitador acerca la llama demagógica a la multitud, el polvorín que esta tiene en su fondo (el polvorín que constituye la miseria que la existencia de esa niñez desvalida evidencia) se encienda violentamente. Ahí está, además, ese inexplicable prurito que hay en nuestro pueblo de destruir todo lo que representa, inclusive para él mismo, un servicio: los teléfonos públicos, el Estadio Nacional, los asientos de los ómnibus, etc. (“Una apuesta sobre el país”)

La multitud, sin embargo, aparece representada no solo en términos de una masa explotada e ignorada por el poder político, sino también como un cuerpo orgánico y pleno de vida: “Hoy, por el contrario, esta estrecha arteria compulsa una multitud apresurada, a la cual acechan vendedores, buhoneros, gentes imprecisas y toda ralea de seres impertinentes” (“Jironear”).

La multitud, en la que se entremezclan sin odiosas segregaciones todas las clases sociales y todas las razas; la música de la banda militar, que lanza en sus pintorescos acordes las notas de un vals o una marinera; el castillo de fuegos artificiales, en cuya cúspide la paloma de luz fatua espera ganar el espacio nocturno; el bullicio de la devoción y la fiesta, todo en esa zona dice durante estos días que se trata de una ocasión en que, por sobre las maneras importadas, los gustos recientes y las prácticas nuevas, hay algo en Lima que sobrevive como meollo singular de nuestro modo de ser. (“Vivanderas”)

Los carros de riego solían reemplazar con eficacia la ausencia en nuestro metálico clima de la lluvia, que en otras partes tan útiles servicios presta como lavadora de calles y plazas, y los cubos rodantes acarreaban para la incineración todo aquello que la multitud depone en su infatigable producción y consumo. (“La higiene urbana”)

El cronista se sumerge en la multitud con lo cual se convierte, a su vez, en una suerte de flâneur a la manera del personaje del París de mediados del siglo XIX representado en la poesía de Charles Baudelaire y estudiado posteriormente por Walter Benjamin15. Seducido por la vitalidad de la multitud, Salazar Bondy llega a vislumbrar en ella el “meollo singular de nuestro modo de ser”. Esa masa “en la que se mezclan sin odiosas segregaciones todas las clases sociales y todas las razas” aparece, ciertamente, como un proyecto, una posibilidad latente de habitar la ciudad que desdice a todas luces aquella otra representación en la que se ve sometida al designio e intereses de los grupos de poder.

Otra variación o extensión del tópico de la multitud se presenta bajo la forma del café como centro de reunión y conciliación16. Aun cuando no se trata de un espacio abierto y cuyo acceso esté a disposición de cualquier ciudadano, el café es considerado como un espacio de encuentro en el que es posible la comunicación y el intercambio de ideas y afectos:

El café no solo es tribuna para el pensamiento, sino que resulta, a veces, despacho burocrático. Hay quienes sobre una mesa concluyen sus finanzas y realizan grandes operaciones bursátiles. Y, en otros casos, en el café, meditando, se resuelven problemas personales de difícil trama. Muchos poetas han escrito en el café y muchos artistas han sido iluminados por la inspiración en la atmósfera ruidosa y humeante de esos locales. (“El café”)

No faltará, por supuesto, quien considere que hacer del café un tema de cierta trascendencia es derrochar palabras en algo insignificante. Sin embargo, resulta evidente que en la vida de relación, tan en crisis en nuestros días, todo factor de comunicación, todo elemento que suscite y estimule la sociabilidad, es importante. En las ciudades en las cuales la existencia es cada vez más multitudinaria y, paradojalmente, más egoísta y soledosa, el café tiende a desaparecer para ser reemplazado por el tipo de establecimiento denominado “bar americano”, cuyas instalaciones –asientos paralelos al mostrador, por ejemplo–, impiden toda comunicación frontal y directa entre los parroquianos y los obligan a realizar el acto de consumo en forma urgente y veloz. La conversación, el intercambio de ideas, que es a la postre intercambio de afectos, ahí desaparece. (“El café: debate y libertad”)

En pasajes como los citados, el café adquiere una dimensión casi utópica en la medida en que, en él, el habitante de la urbe recupera su humanidad en compañía de sus semejantes17; es, sin lugar a dudas, un ámbito diferente al escenario de alienación que prevalece en las calles, espacio en el que se restablece el diálogo truncado por el vértigo y la fugacidad de la vida moderna. La presencia del café como tema trasunta una cierta nostalgia por un tiempo perdido; sin embargo, también es cierto que permite el encuentro de aquellos que “tienen idénticos problemas y buscan para ellos soluciones semejantes”, es decir sujetos que –presumiblemente– pertenecen a una élite conformada por intelectuales y escritores interesados en el futuro del país:

Eso es lo que está sucediendo en el Café de los Huérfanos, donde Juan Mejía Baca, en ocasiones a propósito de la edición de un libro –como últimamente con oportunidad a la aparición de un volumen de cuentos de Zavaleta–, junta a tirios y troyanos. Cita de café de “amplia base”, como se suele decir en términos al uso, prevalece en ella la tolerancia del anfitrión por sobre los distanciamientos de los huéspedes, y en fin, restablece la buena costumbre de encontrar periódicamente a aquellos que hacen lo mismo que nosotros, tienen idénticos problemas y buscan para ellos soluciones semejantes. (“El renacimiento del café”)

Finalmente, se hace necesario plantear algunas breves observaciones acerca de la literariedad18, así como el lenguaje empleado por el cronista. Respecto a la primera, el crítico norteamericano Jonathan Culler (2000) anota19:

Se suele decir que la ≪literariedad≫ reside sobre todo en la organización del lenguaje, en una organización particular que lo distingue del lenguaje usado con otros propósitos. La literatura es un lenguaje que trae ≪a primer plano≫ el propio lenguaje; lo rarifica, nos lo lanza a la cara diciendo «¡Mírame! ¡Soy lenguaje!», para que no olvidemos que estamos ante un lenguaje conformado de forma extraña. (p. 40)

Las crónicas de Salazar Bondy presentan el uso de figuras retóricas tales como la personificación, la metáfora, el apóstrofe, así como las sugerencias semánticas que se generan a través de la adjetivación, el énfasis colocado en el ritmo de la frase y otros recursos más. Ello, por ejemplo, se manifiesta en un artículo en el que describe el aspecto que luce la ciudad a las dos de madrugada, hora en la que él se encuentra aún trabajando y, precisamente, escribiendo sobre ella:

El tiempo, sin embargo, es triste a estas horas. Gotean las nubes su cándida garúa y el piso se cubre de una mancha brillante, sobre la cual las ruedas de los automóviles hacen untuoso sonido. Hay algo raudo y felino en todo esto: sombras, bultos, ecos, resonancias. Las figuras se agrandan y los ruidos perduran más. Como en el sueño. Es cierto, el sueño sale de las casas, toma la calle, asalta a los desvelados, y da a las realidades una dimensión que solo su ámbito misterioso admite. ¿No estaremos soñando? ¿No será el insomnio una forma –la más cruel– de la pesadilla? Quizá. No es posible atreverse a declarar nada definitivo a esta altura de la jornada, cuando presencias y distancias son imponderables. (“Recuadro al amanecer”)

El pasaje ilustra una perfecta adecuación entre el referente –la noche en la ciudad– y el lenguaje empleado: aparentemente desaparecido el tráfago que gobierna las calles de Lima durante el día y sumergido en el espacio de la noche, el cronista se ve en plena facultad y dominio de su instrumento –el lenguaje– para dar forma al misterio que asoma bajo las formas y sombras de la ciudad: “Hay algo raudo y felino en todo esto: sombras, bultos, ecos, resonancias. Las figuras se agrandan y los ruidos perduran más. Como en el sueño”. Paradójicamente –y diríase, irónicamente, por unas pocas horas– la crónica se reviste de la literariedad para dar cuenta de esa nueva dimensión representada por el paisaje de las calles nocturnas y el sueño de los habitantes de la urbe.

Por otra parte, en relación con el lenguaje, destaca el uso de expresiones lingüísticas de muy diverso origen entre las cuales habría que mencionar, en primer lugar, la presencia de neologismos, rasgo constante en la prosa tanto periodística como ensayística de Salazar Bondy y que da cuenta de su creatividad y originalidad20. Vocablos y expresiones tales como “descaecido”, “confrontamiento”, “enharinamiento”, “nostrísimo”, “distritalismo”, “acuarelado”, “descorazonante”, “inconservable”, “cocacolesco”, “insensibilizante”, “martinporresco”, “chestertonianamente”, “afloración mendical”, “manía cuadriculadora”, “peña cafeteril”, “liberalismo manchesteriano”, entre muchos otros, dan cuenta de ello. Asimismo, la prosa se nutre de limeñismos tales como “chavetero”, “jironear”, “rompecolas”, “huatatiro”, “carnavalero” y otros más, así como préstamos de idiomas (del francés: clochard, camouflage, ecuyère; del inglés: weekends, blue-jean, snack bar, self service, pick-up; del italiano: suscia, razzias) y, por último, latinismos (municipium, pro vincere, contradictio in adjecto, casus belli). Este vasto repertorio de voces, obviamente, contribuye a colocar en primer plano el lenguaje, pero sin llegar a obstaculizar la comprensión del texto: con ello, además, el cronista no solo captura la atención del lector sino que articula una prosa ágil y atractiva acorde con la naturaleza de los temas tratados.

Por último, para efectos de esta edición, se ha optado por actualizar la ortografía (en particular, en lo que se refiere a la tildación de ciertas palabras y la conversión de números a letras), conforme a las reglas vigentes de la Academia de la Lengua Española. En otros casos –pocos, es cierto– se han empleado corchetes ([,]) para señalar errores de tipeo, propios del ejercicio periodístico. Todo ello ha sido realizado con el único objetivo de optimizar el texto para un lector contemporáneo y, claro está, sin modificar su original sustancia.

Criterios para la presente edición

Como podrá constatar el lector, la organización temática del volumen intenta reproducir algunos de los ejes recurrentes que se identifican en las crónicas de Salazar Bondy. Aun cuando resultan obvias las conexiones transversales entre ellas que dan cuenta, por ejemplo, del estrecho vínculo entre lo político y lo ético (véanse, por ejemplo, los textos de la sección “La prosperidad con mendigos”), o lo político y lo urbanístico (en crónicas como “Sin parques y con 30 millones” y “Parque para la masa popular”) se ha intentado establecer un orden que dé coherencia y secuencialidad a un material que originalmente no fue pensado para ser publicado en forma de libro.

Así, algunos de los textos de la sección titulada “Estamos fundando Lima” ofrecen una perspectiva histórica respecto a la configuración de la ciudad desde sus orígenes. Con motivo del aniversario de Lima (en las crónicas “Fundación” y “Lima y su destino”), Salazar Bondy propone una reescritura de la historia de la ciudad que desdice las versiones oficiales impuestas por la historiografía y reivindica el derecho de sus primeros habitantes indígenas a ser incluidos en el proyecto y destino de la misma. Hay en ello, ciertamente, no solo un intento por redefinir lo “limeño” sino, en última instancia, un modo distinto de concebir “lo peruano” y, por extensión, el concepto de “nación”, pues resulta evidente que –tal como se subraya, por ejemplo, en el artículo “La ciudad que semeja al país”– los problemas de la urbe reproducen los propios de la sociedad peruana en su conjunto. En tal sentido, contrariamente a lo que se ha subrayado en varias oportunidades sobre la visión de la ciudad que ofrece en su ensayo Lima la horrible, Salazar Bondy es plenamente consciente del proceso de mestizaje y los cambios sociales que aquella está atravesando y reconoce en ello una marca de futuro21:

En Lima, en los coliseos, se puede medir el grado de amestizamiento peruano. Los que aquí viven y bajo la carpa se divierten son de sus viejos y lejanos pueblos y son al mismo tiempo de la ciudad. Como en el Mambo de Machaguay, precisamente, en el cual se compenetran el oscuro río de la raza de bronce y el aluvión incoloro y cosmopolita que se vierte por las laderas de la vida urbana. Esa suma, mientras se haga bajo el signo indígena, será obligatoriamente peruana. Tendrá el sabor de la tierruca, de la patria varia y, sin embargo, una. (“El coliseo, laboratorio de mestizaje”)

(…) no es audaz pronosticar que en los coliseos se cumple ese proceso de interculturación que es característico del Perú contemporáneo, gracias al cual la blanca Lima se indianiza y el país rural y quechua se proyecta a la urbe hispánica. (“Los traficantes de un sueño”)

Por otra parte, en los textos sobre la fundación de Lima, Salazar Bondy introduce a través de la mirada del conquistador –en este caso, el propio Francisco Pizarro– la visión del futuro de la ciudad:

La pupila del guerrero, antes de la ceremonia misma, antes de las actas y de las firmas de notarios y testigos, fundó la ciudad. Quizá sí, al conjuro de un vertiginoso sueño, vio el trujillano el futuro de la ciudad que, al pie de la murmurante corriente, habría de surgir. Entre los nubarrones de su visión, entre la penumbra de su videncia, es probable que aquel aventurero extremeño presintiera el destino del caserío de barro. (“Fundación”)

Esta mirada coincide plenamente con las formulaciones del crítico Ángel Rama con respecto al sentido del acto fundacional de las ciudades en América:

La traslación del orden social a una realidad física, en el caso de la fundación de las ciudades, implicaba el previo diseño urbanístico mediante los lenguajes simbólicos de la cultura sujetos a concepción racional. Pero a esta se le exigía que además de componer un diseño, previera un futuro. De hecho el diseño debía ser orientado por el resultado que se habría de obtener en el futuro, según el texto real dice explícitamente22. (p. 6)

En este sentido, en la mirada del guerrero que funda la ciudad ya están asimilados los “lenguajes simbólicos de la cultura” a los que se refiere Rama, entre los cuales merecerá particular atención el de las matemáticas que, aplicado al espacio geográfico, dará como resultado el diseño del damero23.

Por otra parte, en el acto fundacional que describe el cronista –del cual también participan los “guerreros”– se inscribe un modelo de ciudad según el cual la polis se constituye en hito desde donde se inicia la propagación de la civilización europea:

Los guerreros holgaban y su jefe presidía aquella paz, vigilante, sin embargo, de cualquier peligro. El Nuevo Mundo, el paraíso perdido y recuperado, lentamente adquiría la faz del universo conocido. La cruz en el topo de las iglesias hablaba de la nueva fe y las campanas eran las voces que convocaban a los hombres en torno al altar del sacrificio. Cada ciudad que surgía era un matiz más del orbe descubierto en el camino hacia el confín de la tierra. (“Fundación”)

La primera sección del volumen incluye, además, un conjunto de crónicas (cinco en total) que recogen los resultados de una publicación de mediados de los años cincuenta realizada por la ya desaparecida Oficina Nacional de Planeamiento y Urbanismo, titulada “Lima Metropolitana. Algunos aspectos de su expediente urbano y soluciones parciales varias”. Implícitamente, el comentario a estos textos demuestra la conciencia del cronista de la necesidad de integrar en el proyecto de modernización de la ciudad los aportes del urbanismo, esto es, la participación en su desarrollo de una clase de profesionales cuyo aporte resulta fundamental para hacer del espacio urbano un espacio viable. Agrupados junto a aquellos otros textos en los que intenta reformular los orígenes de la urbe moderna, Salazar Bondy esboza un perfil sumamente ambicioso de lo que significa la ciudad. A diferencia de la producción tanto de historiadores como literatos que se habían abocado hasta entonces a la representación de Lima –cuyo testimonio recogerá extensivamente en Lima la horrible–, inmerso en aquellos otros testimonios que brindan las cifras y estadísticas de los tecnócratas, el cronista está en condiciones de comprender de una manera más integral la complejidad del fenómeno urbano. En tal sentido, se coloca en una posición privilegiada que le permite –tal como se demuestra en las crónicas agrupadas en las demás secciones del volumen–, abordar la problemática urbana atravesando su complejo entramado social adoptando una mirada tanto ética como política, histórica como económica e, inclusive, antropológica como estética.

A lo largo de las numerosas crónicas que integran la segunda sección –“El patrimonio nacional: una mercancía?”–, Salazar Bondy asume la defensa del capital cultural que representan para la ciudad plazas, plazuelas, iglesias, monumentos, obras de arte y otros testimonios de su historia y arraigo ancestral. Enfrentado al pretendido “progresismo” de algunos de sus adversarios, el cronista se defiende en repetidas ocasiones incidiendo en la necesidad de integrar el pasado y el presente de la ciudad y, con ello, posibilitar la transmisión a las nuevas generaciones del legado de la tradición:

No es el caso, como alguien alguna vez se lo insinuó a quien esto escribe, que la oposición al apetito demoledor suponga adhesión y deseo de conservar todo lo que Lima tiene de vejez y pobreza. Hay en la ciudad, es cierto, mucho de feo y sucio, mucho de triste y miserable. Pero el problema parte precisamente del hecho indiscutible de que los “progresistas” eligen para levantar sus ostentosos edificios solo aquellos lugares que son ocupados por reliquias y monumentos representativos. (“El alud y el escarbadientes”)

No defendemos balcones apolillados. Que esos caigan en buena hora. Defendemos otra cosa: esa verdad que se expresa en trazos incaicos e hispánicos, en huacos precolombinos y lienzos coloniales, en la palabra de Garcilaso y de Vallejo. Claro que los idólatras del hormigón no podrán borrar esa herencia, por más brutales que sean en su fobia hacia los restos del pasado, pero el deber de todos aquellos que entienden que una nación es siempre la adición parsimoniosa de los borradores sucesivos de un proyecto vital es conservar un patrimonio, enriquecerlo en la medida de sus medios y brindarlo a los que vienen como algo aún imperfecto y perfectible. (“Balcones apolillados y tradición”)

Estos pasajes –y otros más pertenecientes a esta sección– son testimonio y síntoma de la importancia que representaba en la época la discusión y debate acerca del perfil urbanístico que debía adoptar una ciudad que, por su naturaleza histórica, estaba a un tiempo unida a un pasado colonial –y no olvidemos, también precolombino– y, por otro, urgida por las necesidades de un presente inmediato y tangible. La prueba de que este debate podía, en algunos casos, conducir a soluciones viables y adecuadas queda demostrada en una crónica en la que Salazar Bondy reconoce el acierto de la gestión del alcalde Luis Larco en la remodelación de la Plazuela de San Francisco:

En exceso gentil y generoso es el gesto del alcalde de Lima, Sr. Luis Larco, de invitar a este cronista a su despacho para solicitarle su opinión sobre las excelentes reformas que se están realizando en la Plazuela de San Francisco. La obra se ha concebido con un criterio tan justo y son tan apropiadas las ideas de restauración que en ese rincón limeño se han aplicado, que solo cabe al periodista estampar aquí la felicitación que personalmente expresó al jefe de la comuna. (“Gratitud a un gesto”)

La singular anécdota narrada por el cronista no solo demuestra la posibilidad de un entendimiento entre las actores involucrados e interesados en el destino de la ciudad –en este caso, un representante del poder político, el alcalde, y otro de la voz de los ciudadanos, el propio cronista–, sino, paradójicamente, el impacto que podía tener la labor de la prensa en una sociedad que atravesaba por ese entonces –el artículo está fechado en 1954, es decir, en plena dictadura del general Manuel A. Odría– un momento crítico en el que la posibilidad de respuesta de los ciudadanos al poder político era prácticamente nula. Por otra parte, la descripción de la escena simula el encuentro casi teatral entre dos actores sobre el fondo de una circunstancia y contexto –las reformas emprendidas por el alcalde y la correspondiente opinión del cronista al respecto– lo cual, a su vez, contribuye a legitimar las posiciones y roles de ambos actores: el alcalde es reconocido por el cronista en su calidad de autoridad política y este último lo es en términos de la importancia que aquel asigna a sus opiniones, es decir, a su palabra.

La tercera sección –titulada “El poco verde que nos han dejado”– agrupa textos que abordan el problema de la carencia de áreas verdes para el habitante promedio de la ciudad. Sostenidamente, Salazar Bondy emprende una obstinada defensa del árbol al punto de convertirlo en una suerte de símbolo del permanente divorcio entre la ciudad y la naturaleza. Uno de los más notables de la sección es, sin lugar a dudas, aquel en el cual el cronista sugiere cómo el maltrato que sufren los árboles en el espacio urbano da lugar a una grotesca progenie de criaturas de ficción:

Ni cuando el hombre inventó el hacha, el hacha fue más activa. La Plaza de Armas soportó el arma, el Parque de la Reserva supo de su filuda hoja, el Parque de la Exposición gimió bajo el martirio, la Avenida de la Paz agonizó con sus golpes, la Alameda Pardo sucumbió al furor de la flamante divinidad. En estos días es la Alameda Palma, la de don Ricardo, segundo fundador de Lima, como lo considera Raúl Porras, la que existe en el pánico del Azote del Árbol. Mas eso no es todo: para un Podador Técnico matar con hacha no es todo el placer. Hay que apuñalar, y surge entonces el Árbol Indicador, el Árbol de Dirección de Tránsito, el Árbol Publicitario. Hay que carbonizar, y aparece el Árbol Poste Eléctrico, el Árbol Telefónico y el Árbol Telegráfico. Hay que envenenar, y se da el Árbol Letrina, el Árbol Alcantarilla, el Árbol Tanque. Hay que ahogar, y se crea el Árbol Sediento. La muerte toma a los árboles de pie, pero un día se desploman. (“El árbol: un ser humillado y ofendido”)

El pasaje es significativo en la medida en que el Árbol –palabra escrita con mayúscula– adquiere una dimensión mitológica y religiosa (al comienzo del artículo, el cronista escribe, por ejemplo: “Plinio el Joven escribió que el árbol fue el primer templo en donde el hombre rindió su reverente tributo a los dioses”), como un ser sobrenatural y ajeno al mundo de los seres humanos que ha sido trasladado al ominoso paisaje del presente constituido por plazas, parques y avenidas. Haciendo uso de una serie de recursos estilísticos que contribuyen a exaltar el martirio que sufre el Árbol a manos de ese nefasto personaje que es el Podador Técnico (véase, por ejemplo, el encadenamiento de verbos que aluden al sufrimiento del protagonista, todo ello con una clara reminiscencia cristiana: “soportó”, “gimió”, “agonizó”, “sucumbió”), Salazar Bondy acierta a crear una imagen vívida y trágica de la existencia del árbol en una ciudad como Lima. Aparte de ello, en la extensa enumeración de los tipos de árbol que surgen a partir del maltrato (el Árbol Indicador, el Árbol de Dirección de Tránsito, y muchos otros más) diríase que hay una cierta reminiscencia vanguardista según la cual un elemento de la naturaleza asume las funciones propias de un artefacto o máquina creado por el hombre (“el Árbol Poste Eléctrico”, “el Árbol Telefónico” y el “Árbol Telegráfico”, por ejemplo).

Por otra parte, es también cierto que en esta defensa de los escasos espacios naturales de la ciudad –y en particular, del árbol– ante el avance de la destrucción emprendida principalmente por las autoridades ediles, hay un cierto tono de melancolía y tristeza que llega a translucirse en ciertos pasajes: