BREVE HISTORIA
DEL
BARROCO

BREVE HISTORIA
DEL
BARROCO

Carlos Javier Taranilla de la Varga

Colección: Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título: Breve historia del Barroco

Autor: © Carlos Javier Taranilla de la Varga

Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández

Copyright de la presente edición: © 2018 Ediciones Nowtilus, S. L.

Doña Juana I de Castilla, 44, 3.º C, 28027 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos: Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta: NEMO Edición y Comunicación

Imagen de portada: La ronda de noche de Rembrandt (circa 1640-1642). Lienzo expuesto en el Rijksmuseum

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ISBN edición digital: 978-84-9967-954-9

Fecha de edición: mayo 2018

Depósito legal: M-11547-2018

Prólogo

Adentrarse en la historiografía para explicar qué fue el Barroco como movimiento artístico en Europa, con alguna de sus influencias en el mundo hispanoamericano, es un ejercicio de gran interés dada la riqueza con que se desarrolló durante más de siglo y medio, al final de la denominada Edad Moderna. Durante esta época el ámbito se divide entre absolutistas y parlamentarios, entre católicos y protestantes, pero es el momento en el que la Iglesia se siente triunfante y surge una nueva modalidad de expresión de este momento que en el sur responde a la Contrarreforma y que tendrá su desarrollo en el norte también en los países precapitalistas o mercantilistas. Es el período en el que todo Occidente presencia constantes guerras para dominar espacios en manos de los enemigos y para expandirse hacia el otro lado del Atlántico y hacia África con cruentas y decisivas guerras navales en el mar por las colonias y por los territorios, siempre por intereses fundamentalmente comerciales.

Italia fue el lugar en el que se desarrolló el Barroco inicialmente, en primer lugar gracias a los nuevos planteamientos expresados en la pintura y la escultura, paralelamente por las investigaciones efectuadas en la arquitectura y el urbanismo. Roma es el gran centro que irradiará a todo el catolicismo, con Bernini y Borromini que crearían atractivas formas y símbolos con complejos cálculos geométricos (elipses, curvas y contracurvas) y matemáticos que mostraban a sus autores como consumados especialistas de la percepción y la perspectiva. Es el momento de lograr un nuevo realismo, avanzar en el dominio técnico, representar el dinamismo, la impetuosidad, aumentar el decorativismo y lanzar modelos singulares de sensaciones, como la profundidad y la emotividad a través del control de la iluminación, de los efectos teatrales reformando las consideraciones de lo horizontal a favor de la altura.

La utilización de una mayor riqueza de materiales también avala la ostentación de una nueva Iglesia y de una caprichosa nobleza y aristocracia más poderosa, que utiliza el arte como símbolo e imagen de su poder personal. El drama, la pasión, la sensibilidad son juegos que nutren la mezcla de los géneros artísticos de la escultura con la pintura y la arquitectura. Todo se realiza como propaganda de las ideas religiosas, de los sistemas de gobierno o del poder individual de papas, obispos, reyes, aristócratas, incluso de simples párrocos o regidores de las ciudades. Será un arte nuevo al que se incorporará también el jardín y el control del territorio.

En efecto, Roma se convertirá en la Urbs triunphans y desde allí se extenderá esta nueva mentalidad, bien a través de artistas clásicos o idealistas como Carracci, Reni o Guercino o ya totalmente realistas como Caravaggio o Bernini.

Los templos con sus capillas y ornamentados retablos, los palacios con sus fachadas urbanas o campestres, las plazas (como la Fontana de Trevi, de Nicola Salvo), los jardines (joie de vivre), se convertirán en pura escenografía. Los dos grandes faros del siglo XVII y parte del siglo XVIII serán Gian Lorenzo Bernini, arquitecto de los papas y del rey de Francia, y Francesco Borromini, arquitecto de las órdenes religiosas y particularmente de las españolas, que serán emulados hasta la saciedad en Europa y en América.

El autor desarrolla así mismo el Barroco español, que comenzó tímidamente ante el enorme empuje que tuvo el clasicismo escurialense hasta bien entrado el siglo XVII, aunque luego se convirtió en el estilo predilecto de una población ansiosa por manifestar en el exterior su religiosidad a través de la iglesia y de sus manifestaciones artísticas, pintura, escultura, arquitectura, literatura, música, teatro, etc., que encontró en las fiestas de la Iglesia su gran momento de expresión realista con la Semana Santa y la escultura de madera y piedra. Era la gran época de nuestras artes, el Siglo de Oro, bien representado por su calidad de escala internacional por la literatura, también en menor medida por la música y otros modelos de creaciones.

En el libro de Taranilla de la Varga se explican muy bien las actividades y cómo descollaban en prestigio las escuelas castellana, andaluza y levantina, que convirtieron a la escultura policromada española en un arte singular. La pintura alcanzó también su cénit con Velázquez y Murillo y maestros que enamoraban a iglesias, conventos, palacios y coleccionistas. La arquitectura llegó a alcanzar cotas muy altas de decorativismo siendo fiel reflejo de la aspiración popular española, que contrastaba con la arquitectura más contenida y de gustos italianizantes y franceses que introdujeron los seguidores de los maestros italianos o de los Borbones.

Pero el libro del estudioso leonés que comentamos también presenta una sutil síntesis del Barroco en Francia, donde se produjo con una riqueza deslumbrante perseguida por la nobleza y la aristocracia, aunque en este país cartesiano pronto surgió La Querelle, con el gran debate entre antiguos y modernos (clásicos y barrocos) en aras al racionalismo imperante en la absolutista nación gala. El gran palacio de Versalles con sus diversas evoluciones constructivas sería el modelo que copiarían los palacios de toda Europa numerosas veces; en su lado contrario el edificio y fachada del palacio del Louvre representaría la frialdad canónica y la revalorización de la Antigüedad frente a la arbitrariedad emocional de la creatividad libre.

El autor continuará su discurso acercando a nuestra comprensión el estilo Barroco de los países del centro y el norte de Europa, las espléndidas escuelas holandesa y flamenca, el arte del país de Shakespeare, algunas aportaciones portuguesas, etc.

Otro apartado se centrará en la gran fiesta que supuso el final del Barroco en el Viejo Continente, el rococó, que ahora surge en el país transpirenaico para insuflar su sentimentalismo al resto de las regiones europeas y concluye con su llegada a Hispanoamérica, donde se mezclará con las distintas pasiones indígenas, añadiendo así espectaculares obras insólitas.

En definitiva, se trata de un libro recomendable para los estudiantes de bachillerato y de los primeros cursos de la universidad por su claridad y concisión, por su análisis sintético de todo un fenómeno que alcanzó ya a dos continentes y que presentó un relato nuevo del final de la creación humana, pues después del Barroco los estilos y artes que se sucedieron eran hijos ya de una reinterpretación del pasado, cierto que creando ya las bases de la modernidad por su nueva visión de los viejos problemas, pero el Neoclasicismo, el Romanticismo y otros movimientos coetáneos darían paso al movimiento moderno y a las vanguardias, que rompen con el pasado y crean plásticas completamente separadas, cuando no opuestas, de la historia y de la tradición.

Se enriquece así, por el trabajo serio y riguroso del leonés Carlos Javier Taranilla de la Varga, esta colección de Breve historia del… con el estudio de una etapa fundamental de la evolución estética del ser humano occidental, que todavía tiene su punto de arranque en Italia y en la que aparecen ya otros importantes focos artísticos en capitales europeas (París, Londres…) que tomarán el relevo en el liderazgo de los gustos plásticos de los siglos siguientes. Es el momento en el que se da un gran paso hacia la Ilustración, en la que surgirá un nuevo mundo.

Javier Rivera Blanco

Catedrático de Teoría de la Arquitectura y de la Restauración

Escuela Superior de Arquitectura

Universidad de Alcalá de Henares (Madrid)

Introducción
El Barroco. Concepto y características

El término barroco comenzó a utilizarse a finales del siglo XVIII para designar aquello que se oponía a lo clásico, al equilibrio de formas, con un sentido pasional y exagerado. Hasta fines de la centuria siguiente, en la que empezó a ser considerado un estilo artístico por parte del historiador alemán de arte Heinrich Wölfflin (1864-1945), dicha expresión era empleada por autores académicos con sentido despectivo e irónico para designar un arte de mal gusto y decadente, que atendió exclusivamente a las pasiones del individuo tras una época de serenidad y armonía como había sido el Renacimiento y a diferencia del posterior racionalismo de la Ilustración.

Etimológicamente, su procedencia no está clara. Puede derivar del portugués barocco o del español barrueco, que significan ‘perla irregular’ o ‘joya falsa’; del vocablo griego baros: ‘pesadez’; del dialecto romano barlocco o brillocco o del término barro-coco, con el mismo sentido, o bien del florentino barochio (‘engaño’) o del sustantivo baroco, que alude a una manera rebuscada, pedante, de expresarse.

En todos los casos, con esta palabra se nombra algo que presenta una forma artificiosa, ampulosa y de sentido engañoso.

También puede hacer alusión al pintor italiano Federico Barocci o Baroccio (1535-1612), un manierista de figuras expresivas con escorzos, gestos y posturas rebuscadas, colorista de pincelada ligera, en cuya técnica pueden observarse algunos anticipos del estilo Barroco.

Cronológicamente, el nacimiento y fin del Barroco como etapa de la historia del arte es fluctuante, igual que sucede en todos los estilos a la hora de indicar límites, puesto que estos dependen de distintos factores, según los países. En términos generales, el Barroco se extendió durante el siglo XVII y primera mitad del XVIII. No obstante, los fenómenos que lo determinan (sociales, religiosos, cambio y evolución artística), hacen que su cronología varíe. Por ejemplo, para muchos autores, en arquitectura, la primera obra que señalaría el comienzo del período propiamente dicho sería el baldaquino de San Pedro del Vaticano (1624). En pintura, sería Rubens su iniciador; y en escultura podemos partir de la obra de Bernini. En cuanto a su finalización, mientras en Francia e Italia a mediados del siglo XVIII se desarrolla ya el estilo Rococó y tiene inicio el Neoclasicismo, en España se realizan aún obras barrocas en todas las artes. No obstante, la historiografía ha convenido como final del período Barroco el del reinado de Fernando VI (1759), comenzando a partir de Carlos III la Ilustración.

En términos generales, las coordenadas estilísticas y formales del movimiento en todos los países son similares: el Barroco se basa en la imitación y búsqueda al máximo de lo real, profundizando en el sentimiento del individuo (el pathos) para llegar a la plasmación de las pasiones internas. Será, pues, el realismo su primera categoría estética.

Es un arte esencialmente popular, pero en el sentido de que su destinatario, no su autor, es el pueblo, especialmente en los países católicos, como España, donde adquirieron un valor extraordinario las representaciones dramático-religiosas como fiel reflejo de las directrices del Concilio de Trento y del espíritu de la Contrarreforma.

Se trata de un arte propagandístico al servicio tanto de la Iglesia como de las monarquías absolutas, sus principales clientes. Su lenguaje es artificioso, por lo que el sentido teatral domina en la obra de arte a través de elementos ilusorios; por ejemplo, en escultura, el dramatismo y la crueldad a base de efectos de sangre, cuchillos o heridas propios de la imaginería policromada española; o los éxtasis (Santa Teresa y el ángel, de Bernini), que pretenden relacionar al santo con la divinidad en sentido excitante. En pintura, las composiciones abiertas, en diagonal o en aspa, figuras contorsionadas, violentos escorzos, etc. En arquitectura también existe una simbología; por ejemplo, la columnata que rodea la plaza de San Pedro del Vaticano, cuyas dos alas simbolizan los brazos del pontífice de la Iglesia que acogen a la cristiandad.

El pueblo, en misa, era sermoneado con la palabra a través de continuas alusiones a la vida y pasión de Jesucristo, a la Virgen y los santos; la imagen con su inmenso poder expresivo fue el mejor acompañamiento para las frases del sacerdote. De ahí, el auge y expansión de los llamados pasos de Semana Santa —del verbo latino patior, representaciones de episodios de la Pasión por la calle de la Amargura—, cuyo origen se sitúa en el sur de Alemania y el norte y sur de Italia, aunque cobraron gran importancia en España, donde aún se conservan en todo su esplendor.

Esta vertiente fue una de las constantes del arte barroco: la faceta dramática y trágica, siguiendo las directrices de la Contrarreforma: captar al espectador por medio del sentimiento.

Del mismo modo, en el Theatrum mundi o Gran teatro del mundo, la monarquía absoluta recurrió a las artes plásticas para escenificar su poder con el fin de inculcar a sus súbditos, dentro de un programa político preconcebido en aquel mundo sacudido por las guerras, hambrunas y pestes, la necesidad de una realeza poderosa rodeada de su corte nobiliaria, tal como creía de razón don Quijote en su plática con el ama «para adorno de la grandeza de los príncipes y para ostentación de la majestad real» (Quijote II, cap. 6). Se trataba de reflejar un orden supremo, establecido por el Creador, en cuyo nombre los monarcas absolutos ejercían el poder.

Al mismo tiempo, coexistió una corriente naturalista que se interesaba por la realidad cotidiana, expresada, a veces, con crudeza: pobreza, vejez, fealdad, deformaciones físicas.

Para Eugenio D’Ors (Lo barroco, 1936) el Barroco, la etapa barroca, es una liberación de las normas y tradiciones, no existiendo, pues, límites cronológicos precisos.

En el mismo sentido, según Focillon (La vida de las formas, 1934), la etapa final en la evolución de un período artístico, tras las fases de inicio o arcaica, plenitud o clásica y manierista, sería siempre barroca, en la que el estilo pierde su armonía y sentido de las proporciones para buscar los virtuosismos a través de la decoración recargada o las líneas sinuosas, aspectos teatrales que pretenden captar la atención del espectador.

Para Weisbach (El Barroco, arte de la Contrarreforma, 1921), este estilo expresa una transformación en el arte y en la vida, fuertemente mediatizado por la Contrarreforma católica y el absolutismo.

En síntesis, además de un cambio de principios —memento mori (‘piensa en la muerte’) frente al carpe diem (‘vive el presente’) del humanismo—, siguiendo a Wölffing, (Renacimiento y Barroco, 1888), el Barroco es una evolución sobre el clasicismo y representa una ruptura:

Ahora bien, conviene tener presente que al igual que nunca se produce en la historia del arte un cambio brusco de tendencias, muchas de estas connotaciones «nuevas» del Barroco tienen sus antecedentes en la etapa más rica del Renacimiento; por ejemplo, Rubens, Velázquez, se fijaron continuamente en la escuela veneciana del siglo XVI.