Cubierta

B.K.S. Iyengar

LUZ SOBRE
LA VIDA

Viaje hacia la plenitud, la paz interior y la libertad

Con John J. Evans y Douglas Abrams

Editorial Kairós

A mi padre, Bellur Krishnamachar,
mi madre, Seshamma,
y mi lugar de nacimiento, Bellur.

Sumario

Prefacio

Introducción: la libertad aguarda

1. El viaje interior

2. Estabilidad: el cuerpo físico (asana)

3. Vitalidad: el cuerpo energético (prana)

4. Claridad: el cuerpo mental (manas)

5. Sabiduría: el cuerpo intelectual (vijñana)

6. Beatitud: el cuerpo divino (ananda)

7. Vivir en libertad

Asanas para la estabilidad emocional

Sobre el autor y los coautores

PREFACIO

Si este libro tuviese algo que decir por encima de todo, sería lo siguiente: mediante una práctica persistente y sostenida, cualquiera y todo el mundo puede recorrer el camino del yoga y alcanzar la meta de la iluminación y la libertad. Krishna, el Buda y Jesús están en los corazones de todos. No son estrellas cinematográficas, ni meros ídolos objeto de adulación. Son grandes figuras inspiradoras cuyos ejemplos están ahí para ser seguidos. Son nuestros modelos actuales. Y de igual modo que ellos alcanzaron la realización del Sí-mismo, nosotros también podemos conseguirlo.

Muchos os preguntaréis si sois capaces de hacer frente a los retos que asoman en el futuro. Quiero aseguraros que podéis superarlos. Soy un hombre que empezó desde la nada; eran muchas las desventajas en mi contra. Tras mucho tiempo y esfuerzo empecé a llegar a algún sitio. Puede decirse que literalmente emergí de la oscuridad a la luz, de la enfermedad mortal a la salud, de la ignorancia más burda a sumergirme en el océano del conocimiento, y todo ello gracias a un único medio, a la persistencia entusiasta en el arte y la ciencia de la práctica (sadhana) del yoga. Lo que fue bueno para mí también puede ser beneficioso para vosotros.

Hoy en día también contáis con el beneficio de muchos y dotados profesores de yoga. Cuando empecé a practicar, siento decirlo, no conté con ningún maestro sabio y amable que me instruyese. De hecho, mi propio guru se negó a responder a cualquiera de mis inocentes preguntas sobre el yoga. No me instruyó de la manera en que yo enseño a mis estudiantes, ofreciendo una orientación paso a paso en las asanas. Mi guru se limitaba a pedirme una postura y dejaba que yo –o sus otros estudiantes– nos las apañásemos en su ejecución. Tal vez eso estimuló algún aspecto tenaz de mi naturaleza que, aliado a una fe inquebrantable en el yoga, me impulsó hacia delante. Soy ardiente y apasionado, y tal vez necesitaba demostrar al mundo que no era un inútil. Pero más que eso, lo que realmente quería era descubrir quién era yo. Quería comprender este misterioso y maravilloso “yoga”, que puede revelarnos nuestros secretos más íntimos, de igual manera que reveló los del universo que nos rodea y el lugar que ocupamos en él como seres humanos alegres, sufrientes y perplejos.

Aprendí practicando y obtuve un poco de conocimiento experimentado, y luego reinvertí ese conocimiento y comprensión a fin de aprender más. Siguiendo la dirección correcta y con la ayuda de una percepción sensible por naturaleza, pude ampliar mi conocimiento. Eso produjo en mí una acumulación cada vez mayor de experiencia refinada que finalmente me reveló la esencia del conocimiento yóguico.

Me costó décadas aprender a apreciar la profundidad y el verdadero valor del yoga. Los textos sagrados apoyaron mis descubrimientos, pero no fueron ellos los que señalaron el camino. Todo lo que aprendí a través del yoga lo descubrí gracias al yoga. No obstante, no soy una “persona hecha a sí misma”. Sólo soy lo que setenta y dos años de dedicado sadhana yóguico han hecho de mí. Cualquier contribución que haya podido hacer al mundo ha sido fruto de mi sadhana.

Este sadhana me ha proporcionado la tenacidad suficiente para continuar adelante incluso en tiempos difíciles. Mi nula inclinación hacia modos de vida más laxos me mantuvo en el camino, pero nunca rechacé a nadie, pues veía la luz del alma en todos. El yoga me hizo cruzar el gran río, desde la orilla de la ignorancia a la del conocimiento y la sabiduría. No exagero nada si digo que esa sabiduría me llegó gracias a la práctica del yoga, y que la gracia de Dios ha encendido la lámpara del núcleo de mi ser. Eso me permite ver la misma luz del alma resplandeciendo en todos los seres.

Quienes lean este libro deben comprender que ya tienen algo desde lo que empezar. Ya se les está mostrando el principio, y nadie sabe en qué plenitud y felicidad acabarán. Si emprendéis la práctica en cualquier vía noble y la seguís, podréis alcanzar lo esencial. Sentíos inspirados pero no orgullosos. No apuntéis bajo porque erraréis el tiro. Apuntad alto y hallaréis el umbral de la beatitud.

A Patañjali, de quién oiréis hablar mucho en este libro, se le considera el padre del yoga. En realidad y por lo que sabemos sobre él, fue un yogui y erudito que vivió sobre el siglo V a.C. en la India, y que reunió y elaboró el conocimiento entonces existente sobre la vida y las prácticas de los yoguis. Escribió los Yoga Sutras, literalmente una hilada de aforismos sobre yoga, consciencia y la condición humana. Patañjali también explicó la relación entre el mundo natural y el alma más interna y trascendente (para quienes deseen ampliar sus estudios de los textos, he incluido referencias de su gran obra. Véase mi libro Luz sobre los Yoga Sutras de Patañjali).

Lo que Patañjali dijo es aplicable a mí mismo y a todos vosotros. Escribió: «Una nueva vida comienza con esta luz portadora de verdad. Las impresiones previas indeseables son dejadas atrás, y quedamos protegidos de los efectos perversos de las nuevas experiencias» (Yoga Sutras, Capítulo I, versículo 50).

Espero que mis propios comienzos humildes y mediocres puedan ser fuente de aliento para todos aquéllos de vosotros que busquéis esa verdad, iniciando una nueva vida. El yoga transformó mi vida, que pasó de ser parasitaria a tener sentido. Más adelante, el yoga me inspiró para compartir la alegría y nobleza de la vida, que he llevado a miles de personas sin tener en cuenta diferencias de religión, casta, sexo o nacionalidad. Estoy tan agradecido a lo que el yoga ha hecho con mi vida, que siempre busco compartirlo.

Desde este espíritu ofrezco mis experiencias a lo largo de este libro con la esperanza de que con fe, amor, insistencia y perseverancia los lectores lleguen a saborear el dulce aroma del yoga. Portad la llama del yoga para que pueda proporcionar la gozosa luz del conocimiento de la verdadera realidad a las futuras generaciones.

Este libro debe su concepción y alumbramiento a diversas personas que han trabajado juntas en su creación para que yo pudiera ofrecérselo a todos los lectores. Me gustaría dar las gracias especialmente a Doug Abrams de Idea Architects, John J. Evans, Geeta S. Iyengar, Uma Dhavale, Stephanie Quirk, Daniel Rivers-Moore, Jackie Wardle, Stephanie Tade y Chris Potash. También quiero dar las gracias a Rodale, por acercar esta obra al público en general; comparto todo el crédito y el mérito con ellos.

El yoga fue mi destino, y durante los últimos setenta años el yoga ha sido mi vida, una vida vinculada a la práctica, filosofía y enseñanza del arte del yoga. Como todos los destinos, y como en toda gran aventura, he estado en sitios donde nunca había imaginado estar. Para mí ha sido un viaje de descubrimientos. En términos históricos ha sido un viaje de redescubrimiento pero realizado desde una perspectiva única: innovación dentro de límites tradicionales. Estos setenta años pasados me han llevado por el “viaje interior” hacia una visión del Alma. Este libro contiene mis éxitos, luchas, batallas, penas y alegrías.

Hace cincuenta años vine a Occidente para verter Luz sobre el Yoga. Ahora, con este libro, presento medio siglo de mi experiencia a fin de verter Luz sobre la Vida. La popularidad del yoga y la parte que me corresponde en la difusión de su enseñanza son fuente de gran satisfacción para mí. Pero no me gustaría que la amplia popularidad del yoga eclipsase la profundidad de lo que tiene que ofrecer al practicante. Cincuenta años después de mi primer viaje a Occidente y tras tanta y devota práctica yóguica por parte de tanta gente, ahora deseo compartir con vosotros la totalidad del periplo yóguico.

Albergo la profunda esperanza de que mi fin sea vuestro principio.

INTRODUCCIÓN:
LA LIBERTAD AGUARDA

Cuando salí de la India y vine a Europa y América, ya hace medio siglo, observé a audiencias con la boca abierta mientras asistían a una presentación de yogasanas, como si se tratase de una forma de contorsionismo exótico. Ahora, esas mismas asanas han sido adoptadas por muchos millones de personas en todo el mundo, y sus beneficios físicos y terapéuticos han sido ampliamente reconocidos. Sólo eso ya significa una transformación extraordinaria, pues quiere decir que el yoga ha prendido una llama en los corazones de muchos seres.

Empecé con el yoga hace setenta años, cuando lo que aguardaba a un buscador espiritual que siguiese el camino del yoga era el ridículo, el rechazo y la condena más absoluta, incluso en su tierra nativa, la India. Es cierto, si me hubiese convertido en sadhu, en un hombre santo mendicante, recorriendo las grandes carreteras principales de la India británica con un cuenco de limosnas en las manos, habría hallado menos burlas y ganado más respeto. En cierto momento se me pidió que me convirtiese en sannyasin y que renunciase al mundo, pero decliné la invitación. Quería vivir como un cabeza de familia normal y corriente, con todas las pruebas y tribulaciones de la vida y llevar mi práctica yóguica a las personas corrientes que compartían conmigo una vida de trabajo, matrimonio e hijos. Yo fui bendecido con los tres, incluyendo un largo y feliz matrimonio con mi amada esposa Ramamani, ahora fallecida, hijos y nietos.

La vida de un cabeza de familia es difícil, y siempre lo fue. La mayoría de nosotros estamos destinados a encontrar dificultades y sufrimientos, y muchos sufren dolor físico y emocional, estrés, tristeza, soledad y ansiedad. Aunque solemos creer que son problemas causados por las demandas de la vida moderna, lo cierto es que la vida humana siempre ha estado plagada de las mismas dificultades y desafíos: ganarse la vida, mantener una familia y hallarle sentido a todo ello.

Esos desafíos a los que nos enfrentamos los seres humanos siempre han estado ahí y siempre lo estarán. Como animales que somos, caminamos sobre la tierra. Como portadores de la esencia divina, estamos entre las estrellas. Como seres humanos, estamos atrapados en el medio, intentando reconciliar la paradoja de cómo abrirnos camino en la tierra mientras nos esforzamos por hallar algo más permanente y más profundo. Son muchos los que buscan esta Verdad en los cielos, pero está más cerca que las nubes. Está en nuestro interior y puede ser hallada por cualquiera que emprenda el Viaje Interior.

La mayoría de las personas buscan lo mismo. La mayoría de las personas quieren simplemente salud física y mental, comprensión y sabiduría, así como paz y libertad. A menudo, nuestros esfuerzos por alcanzar esas necesidades humanas básicas fracasan, ya que la vida humana conlleva muchas demandas que también pueden entrar en conflicto entre sí. El yoga, tal y como lo comprendieron sus sabios, está diseñado para satisfacer todas esas necesidades humanas de forma integral y completa. Su meta no es ni más ni menos que alcanzar la integridad de la unidad. Una unidad con nosotros mismos y, como consecuencia de ello, con todo lo que está más allá de nosotros mismos. Nos convertimos en un microcosmos armonioso en el macrocosmos universal. Unidad, lo que a menudo yo denomino integración, es la base de la plenitud, la paz interior y la suprema libertad.

El yoga permite redescubrir una sensación de plenitud en la vida, en la que uno no se sienta como si estuviese continuamente intentando encajar las piezas rotas. El yoga permite hallar una paz interior que no se ve alterada ni agriada por las interminables luchas y tensiones de la vida. El yoga permite descubrir un nuevo tipo de libertad de la que ni siquiera se sospechaba su existencia. Para un yogui, la libertad implica no ser destrozado por las dualidades de la vida, sus altibajos, sus placeres y sufrimientos. Implica ecuanimidad y en última instancia que existe un núcleo interno y sereno del propio ser que nunca está separado del infinito eterno e inmutable.

Como ya he dicho antes, todo el mundo puede embarcarse en el Viaje Interior. La vida misma busca la plenitud de igual modo que las plantas buscan la luz del sol. El universo no creó la vida con la esperanza de que el fracaso de la mayoría realzase el éxito de unos pocos. Vivimos en una democracia, al menos en lo espiritual, en una sociedad con las mismas oportunidades.

El yoga no es en modo alguno una religión o un dogma para ninguna cultura en particular. Aunque el yoga brotó en la India, es un camino universal, un camino abierto a todos, independientemente de su lugar de nacimiento y origen. Patañjali utilizó la expresión sarvabhauma –universal– hace unos 2.500 años. Todos somos seres humanos, pero nos han enseñado a considerarnos occidentales u orientales. Si nos dejasen a nuestro aire, seríamos simples seres humanos, sin las etiquetas de africano, indio, europeo o americano. Viniendo de la India como vengo, he desarrollado, inevitablemente, ciertas características índicas adoptadas de la cultura en la que me crié. Todos lo hacemos. Pero en el alma, en lo que denomino “el que ve”, no existen diferencias. La diferencia sólo está en la “indumentaria” del que ve, en las ideas que alimentamos acerca de nosotros mismos. Hay que acabar con ellas y no alimentarlas con ideas separadoras. Eso es lo que enseña el yoga. Cuando vosotros y yo nos reunimos, nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestras culturas y nuestra clase. No existen divisiones y hablamos cara a cara, de alma a alma, no hay diferencia alguna en lo tocante a nuestras necesidades más profundas. Todos somos humanos.

El yoga reconoce que a lo largo de los milenios ha cambiado muy poco la manera como funcionan nuestros cuerpos y mentes. La manera como funcionamos dentro de nuestra piel no es susceptible de cambiar ni en el tiempo ni a causa del lugar. En el funcionamiento de nuestras mentes y en la manera como nos relacionamos con los demás podemos descubrir tensiones inherentes, como fallas geológicas que, si no se atienden, siempre causarán perjuicios, tanto individuales como colectivos. Todo el impulso de la búsqueda filosófica y científica del yoga tiene por objeto examinar la naturaleza del ser, con el propósito de aprender a responder a las tensiones de la vida sin convulsiones ni angustias.

El yoga no considera la codicia, la violencia, la desidia, el exceso, el orgullo, la lujuria y el miedo como formas no erradicables de pecado original que existen para arruinar nuestra felicidad, o en las que asentar nuestra felicidad. Se consideran manifestaciones naturales, aunque molestas, de la disposición humana, y dificultades que han de ser resueltas, no suprimidas ni negadas. Nuestros deficientes mecanismos de percepción y de pensamiento no deben ser causa de pesar (aunque nos provoquen pesares), sino una oportunidad para evolucioniar, para llevar a cabo una evolución interna de la consciencia que también posibilitará de manera sostenible nuestras aspiraciones hacia lo que denominamos éxito individual y progreso global.

El yoga es el manual para jugar al juego de la Vida, pero en este juego no tiene que perder nadie. Es duro, eso sí, y el entrenamiento debe ser intenso. Requiere disposición para pensar por uno mismo, para observar y corregir, y para superar los fracasos ocasionales. Exige honradez, una entrega sostenida y, por encima de todo, amor en el corazón. Si estás interesado en saber lo que significa ser un ser humano, situado entre el cielo y la tierra, si estás interesado en saber de dónde vienes y hasta dónde puedes llegar, si deseas felicidad y anhelas libertad, entonces ya has dado los primeros pasos del viaje interior.

Las leyes de la naturaleza no pueden doblegarse. Son impersonales e implacables. Pero podemos jugar con ellas. Aceptando el desafío de la naturaleza y participando en el juego nos sumergiremos en un viaje emocionante y tempestuoso, que nos proporcionará unos beneficios de acuerdo al tiempo y el esfuerzo invertidos, siendo el menor de ellos la capacidad de atarnos los cordones de los zapatos con ochenta años, y el más elevado la oportunidad de degustar la esencia de la vida misma.

Mi periplo yóguico

La mayoría de los que empiezan a practicar yogasana, posturas de yoga, a menudo lo hacen por razones prácticas y físicas. Tal vez a causa de algún problema médico como dolor de espalda, una lesión deportiva, hipertensión arterial o artritis. O tal vez como resultado de una preocupación más amplia que tiene que ver con el acceso a un estilo de vida mejor o con controlar el estrés, problemas de peso o de adicción. Son muy pocos los que empiezan con el yoga porque lo consideren un medio para realizar la iluminación espiritual, y son muchos los principiantes que pueden mostrarse bastante escépticos ante la idea de la realización espiritual del sí-mismo. En realidad no es mala cosa, porque significa que la mayoría de las personas que llegan al yoga son gente práctica con problemas y metas prácticas, gente con los pies en la tierra, tanto en sus modos como en sus medios de vida, gente sensible.

Cuando yo empecé mi camino en el yoga tampoco contaba con comprensión alguna acerca de la grandeza del yoga. Yo también buscaba beneficios físicos, y eso fue verdaderamente lo que me salvó la vida. Cuando digo que el yoga me salvó la vida no exagero nada. El yoga fue lo que me permitió renacer con salud a partir de la enfermedad y lo que me insufló firmeza a partir de la fragilidad.

En la época en que nací, en diciembre de 1918, la India, como tantos otros países en aquellos momentos, estaba siendo devastada por una catastrófica epidemia mundial de gripe. Mi madre, Sheshamma, se hallaba en las garras de la enfermedad estando embarazada de mí. Y como resultado de ello nací con una naturaleza muy enfermiza. Tenía los brazos y piernas como alambres, y un estómago protuberante y desgarbado. Era tan frágil que de hecho no esperaban que sobreviviese. Mi cabeza solía colgar a un lado, y me costaba muchísimo levantarla. Era desproporcionadamente grande con respecto al resto del cuerpo, y mis hermanos y hermanas solían burlarse de mí. Fui el undécimo de trece hermanos, aunque sólo sobrevivimos diez.

Esa fragilidad y mala salud me acompañó de manera constante en mis primeros años. De chico sufrí innumerables dolencias, incluyendo ataques frecuentes de malaria, fiebre tifoidea y tuberculosis. Mi mala salud iba de la mano, como suele suceder cuando uno está enfermo, con un estado de ánimo parejo. Me solía sumergir en un estado de profunda melancolía, y en ocasiones me preguntaba si valía la pena seguir viviendo.

Crecí en la aldea de Bellur, en el distrito de Kolar del estado indio sureño de Karnataka, una pequeña comunidad campesina de unas quinientas personas, que se ganaban la vida cultivando arroz, mijo y unas cuantas verduras. Mi familia estaba en mejor situación que muchas otras, pues mi padre heredó un pequeño terreno y también recibía un salario estatal por ser maestro en un pueblo más grande a poca distancia. En aquella época Bellur carecía de escuela propia.

A los cinco años de edad, mi familia se trasladó de Bellur a Bangalore. Mi padre sufría de apendicitis desde pequeño y nunca se había tratado. Poco antes de mi noveno cumpleaños, la apendicitis, que se manifestó de nuevo, resultó fatal en aquella ocasión. Mi padre me llamó junto a su lecho de enfermo y me dijo que se iba a morir cuando yo estaba a punto de cumplir nueve años, igual que su padre había muerto cuando él estaba a punto de cumplir los nueve. También me dijo que lo había pasado muy mal en su juventud, que tuvo que luchar mucho, y que yo también tendría una juventud muy difícil, pero que acabaría teniendo una vida feliz. Me atrevería a decir que la profecía de mi padre acabó cumpliéndose tanto en lo referente a las dificultades como a la felicidad. Su desaparición dejó un gran vacío en mi familia, y no hubo ninguna presencia sólida que me guiase a través de mi enfermedad y educación. Solía faltar a las clases por enfermedad y me retrasé en los estudios.

A pesar de que mi padre fue maestro, en mi familia eran brahmines, miembros de la casta sacerdotal índica, nacidos para una vida de deberes religiosos. Lo normal es que un brahmín se gane la vida a través de las ofrendas realizadas por la gente, obteniendo pago por la celebración de ceremonias religiosas, y en ocasiones mediante el patrocinio de una familia o una persona rica o aristocrática. De acuerdo con la tradición índica, los brahmines suelen casarse con personas pertenecientes a otras familias brahmines, a través de matrimonios acordados. Así que a mi hermana la dieron en matrimonio a la edad de once años a un familiar lejano, Shriman T. Krishnamacharya. Fue una unión excelente, ya que él era un venerable y respetado erudito tanto en filosofía como en sánscrito. Tras completar sus estudios académicos, Krishnamacharya pasó muchos años en el Himalaya, cerca de la frontera entre Nepal y el Tibet, estudiando yoga bajo la tutela de Shri Ramamohana Brahmachari.

En aquella época, los maharajás, los reyes indios, vivían en grandes fortalezas, cabalgando elefantes para cazar tigres en sus feudos particulares, a veces más grandes que muchos países europeos. El maharajá de Mysore oyó hablar de la erudición de mi cuñado y de sus proezas yóguicas y se interesó por él. El maharajá le invitó a enseñar en su colegio sanscritista, y más tarde a que abriese una escuela de yoga, en su magnífico palacio de Jaganmohan. El maharajá también pedía de vez en cuando a Krishnamacharya que viajase a otras ciudades a difundir el mensaje del yoga entre un público más amplio. En 1934, durante una de estas giras, cuando yo tenía unos catorce años, mi cuñado me pidió que fuese de Bangalore a Mysore para pasar un tiempo con su esposa (mi hermana) y su familia mientras él se hallaba ausente. A su vuelta, cuando le pedí permiso para regresar junto a mi madre y el resto de mis hermanos y hermanas, él me propuso que en lugar de ello me quedase en Mysore trabajando en el yoga a fin de mejorar mi salud.

Al ver que mi estado de salud general era tan pésimo, mi cuñado me recomendó un severo régimen de práctica yóguica para ponerme en forma y fortalecerme a fin de poder hacer frente a las pruebas y retos que debería encontrar al acercarme a la madurez. No sé si se fijó en ello o no, pero en aquella época mi cuñado no dijo nada acerca de mi desarrollo espiritual o personal. La situación parecía la adecuada y el momento el propicio, así que inicié mi formación en la escuela de yoga de mi cuñado.

Fue un momento decisivo en mi vida, el momento en que tuve un encuentro con mi destino, teniendo que decidir si lo abrazaba o echaba a correr. Como les ocurre a tantas personas, esos momentos clave pasan sin grandes aspavientos pero se convierten en el punto de partida para muchos años de esfuerzos y crecimiento. Así fue como mi cuñado, Shriman T. Krishnamacharya, se convirtió en mi reverenciado profesor y guru, ocupando el lugar de mi madre y de mi padre fallecido, como mi tutor.

Uno de los deberes que solía tener que llevar a cabo durante ese período de mi vida era ofrecer demostraciones de yoga en la corte del maharajá y frente a dignatarios visitantes y huéspedes. Mi guru tenía el deber de proporcionar instrucción y diversión al séquito del maharajá, mostrando y poniendo a prueba las habilidades de sus estudiantes –yo era uno de los más jóvenes de entre ellos–, haciendo que sus cuerpos se estirasen y se doblaran en las posturas más impresionantes y asombrosas. Yo llevé mi práctica al límite a fin de cumplir mi deber para con mi profesor y tutor, y para satisfacer sus exigentes expectativas.

Tras cumplir dieciocho años me enviaron a Pune a difundir la enseñanza del yoga. Al llegar allí carecía del dominio del idioma, no tenía comunidad ni familia ni amigos, ni tampoco un empleo seguro. En aquellos tiempos todo lo que tenía era mi práctica de asana, de posturas yóguicas, pero carecía de prácticas respiratorias de pranayama, de textos y de filosofía yóguica.

Me embarqué en la práctica de asana como alguien que emprendiese la vuelta al mundo en un barco que apenas pudiera manejar, aferrándose a él como a un salvavidas y con las estrellas como único consuelo. Aunque sabía que otros habían navegado dando la vuelta al mundo antes que yo, lo cierto es que carecía de cartas de navegación. Para mí era un viaje de descubrimiento. Con el tiempo encontré algunas cartas, a menudo trazadas algunos cientos o miles de años antes, y comprobé que mis descubrimientos correspondían y eran confirmados por los suyos. Continué, animado y estimulado, para ver si yo también podría realizar sus distantes recaladas y aprender a gobernar mejor mi embarcación. Quería trazar todo el litoral precisamente, sondear las profundidades de todo mar, dar con islas maravillosas y desconocidas, y registrar todos y cada uno de los bajíos ocultos y mareas que amenazan nuestra navegación en el océano de la vida.

De este modo, mi cuerpo se fue convirtiendo en mi principal instrumento para saber qué era el yoga. Este lento proceso de refinamiento empezó entonces y continúa en mi práctica hasta el presente. A lo largo de ese tiempo, la práctica de yogasana me reportó incontables beneficios físicos y me ayudó a dejar de ser un niño enfermizo y delicado para convertirme en un joven razonablemente en forma y ágil. Mi propio cuerpo fue el laboratorio en el que pude comprobar los saludables beneficios del yoga, pero también me di cuenta de que el yoga tenía tantos beneficios para mi cabeza y mi corazón como para mi cuerpo. Sería imposible sobrevalorar la gratitud que siento hacia esta gran disciplina que me salvó y ennobleció.

Vuestro periplo yóguico

Este libro trata de la Vida. Es un intento de iluminar el camino para vosotros y para otros buscadores espirituales. Tiene por objeto trazar un mapa para que todos puedan seguir el camino. Ofrece consejos, métodos y un marco filosófico de un nivel comprensible incluso para un principiante en la práctica del yoga. No ofrece atajos ni vanas promesas para los crédulos. Me ha costado más de setenta años de práctica constante llegar hasta donde estoy. Eso no significa que vayáis a necesitar setenta años para recoger los frutos de la práctica yóguica; el yoga aporta beneficios desde el primer día. Hasta el principiante más primerizo puede experimentarlos, sintiendo que algo sucede al nivel más profundo de su cuerpo, su mente e incluso de su alma. Algunos describen esos primeros presentes como una nueva sensación de ligereza, de calma o de alegría.

El milagro es que, tras setenta años, esos presentes siguen aumentando para mí. Los beneficios de la práctica no siempre pueden predecirse. Cuando llegan suelen hacerlo en una inesperada variedad de formas. Pero si creéis que aprender a tocarse los dedos de los pies o que sostenerse cabeza abajo es todo lo que os aportará el yoga, estaréis pasando por alto la mayor parte de su riqueza, la mayoría de sus bendiciones y casi toda su belleza.

El yoga libera el potencial creativo de la Vida. Y lo consigue creando una estructura para la realización del sí-mismo, mostrando cómo podemos progresar a lo largo del camino y manifestando una visión sagrada de lo Primordial, de nuestro Origen Divino y Destino final. La Luz que vierte el yoga sobre la Vida es algo especial. Es transformadora. No sólo cambia la manera de ver las cosas, sino que transforma a la persona que ve. Aporta conocimiento y lo convierte en sabiduría.

La Luz sobre la Vida que concebimos aquí es una visión interior sin adulterar, es pura verdad (satya) que, unida a la no violencia, fue el principio rector de Mahatma Gandhi y que cambió el mundo para todos sus habitantes.

Sócrates nos advirtió que nos conociésemos a nosotros mismos. Conocerse a sí mismo es conocer el cuerpo, la mente y el alma. Suelo decir que el yoga es como música. El ritmo del cuerpo, la melodía de la mente y la armonía del alma crean la sinfonía de la vida. El Viaje Interior os permitirá explorar e integrar cada uno de esos aspectos de vuestro ser. Empezando con el cuerpo físico, viajaréis interiormente para descubrir vuestros “cuerpos sutiles”: el cuerpo energético, donde residen la respiración y las emociones; el cuerpo mental, donde pueden dominarse pensamientos y obsesiones; el cuerpo intelectual, donde se hallan la inteligencia y la sabiduría, y el cuerpo divino, donde puede vislumbrarse el Alma Universal. En el siguiente capítulo comprenderemos este antiguo trazado yóguico acerca de las capas de nuestro ser. Antes de poder estudiar en profundidad cada una de esas capas o niveles en capítulos particulares, primero debemos aumentar nuestra comprensión acerca de este Viaje Interior y cómo incluye los tradicionales ocho miembros o pétalos del yoga. También debemos poder ver la relación entre naturaleza y alma; el yoga no rechaza a la una en favor de la otra, sino que las ve como inseparablemente unidas, igual que el cielo y la tierra están unidos en el horizonte.

No es necesario ir en busca de la libertad a ninguna tierra lejana, pues existe en el interior del propio cuerpo, corazón, mente y alma. Os aguarda la emancipación y la libertad luminosas, una beatitud incondicionada e inmaculada, pero para llegar ahí deberéis elegir embarcaros en el Viaje Interior.

LUZ SOBRE LA VIDA