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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una difícil decisión, n.º 95 - noviembre 2014

Título original: A Maverick Under the Mistletoe

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5606-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

 

En opinión de Sutter Traub, Rust Creek Falls era tan irresistible y tan caprichoso como una mujer. Una vez le entregó su corazón a aquel pueblo y no imaginaba vivir en ningún otro sitio. Pero luego el pueblo le dio la espalda.

Igual que la única mujer a la que había amado en su vida.

Por supuesto, había vuelto cuando lo necesitaron. El pueblo, no la mujer. Porque Paige Dalton nunca le había necesitado, y nunca le pediría ayuda aunque así fuera, y pensar en ella ahora solo iba a servir para despertar recuerdos y sentimientos que no quería despertar.

Así que se centró en la razón por la que estaba ahora en una esquina del ayuntamiento: las inminentes elecciones. Cuando su hermano Collin le había anunciado su intención de presentarse a alcalde de Rust Creek Falls, Sutter se ofreció impulsivamente a ser su jefe de campaña. Por eso, en los últimos meses, había pasado más tiempo en el pueblo del que tenía pensado. Y no iba a volver a Seattle hasta que se hubiera contado la última papeleta.

Aunque por el momento lo único que quería era que terminara aquel debate.

Era el último cara a cara entre los dos candidatos a la alcaldía, Collin Traub y Nathan Crawford, antes de que los habitantes de Rust Creek Falls acudieran a las urnas el jueves. Y aunque ya estaba todo en marcha, Sutter desearía que ya hubiera acabado.

No sabría decir por qué, pero tenía una mala premonición respecto a aquel evento. Tal vez tuviera algo que ver con la expresión petulante de Nathan, como si tuviera algo guardado en la manga. Conociendo a los Crawford, Sutter no lo dudaba ni por un instante.

A medida que fue avanzando el debate, Sutter empezó a relajarse. Collin se encontraba cómodo delante de la gente, respondía a las preguntas con seguridad en sí mismo. Había definido un plan claro para devolverle a Rust Creek Falls su antigua gloria, y quería asegurarse de que sus habitantes lo supieran. Nathan se había centrado más en la historia del pueblo que en su futuro, más en afirmar que él era el mejor candidato para arreglar los problemas que en cómo iba a hacerlo. Pero ambos candidatos se mostraron respetuosos el uno con el otro, y los asistentes parecían escucharlos con atención.

Pero cuando Thelma McGee, la madre del fallecido alcalde anterior y moderadora del evento, se levantó para anunciar que el debate había terminado, uno de los asistentes se levantó haciendo ruido.

Sutter sospechó al instante que se trataba de un seguidor de Crawford, y el brillo de los ojos de Nathan le hizo creer que no había nada de espontáneo en la actitud de aquel hombre.

Era un militar vestido de uniforme con las medallas orgullosamente dispuestas en el pecho, y a Sutter empezó a latirle el corazón con fuerza. Una de las mangas de la chaqueta del hombre le colgaba porque no tenía brazo. No solo era un veterano condecorado, sino un héroe de guerra.

A Sutter se le perló la frente de sudor.

Pero Thelma, que Dios la bendijera, no se inmutó.

—Lo siento, señor…

—Sargento Dean Riddell —bramó su nombre como si fuera una orden militar.

—Sí, bueno, nos hemos quedado sin tiempo esta noche y…

—El tiempo es irrelevante cuando nuestros muchachos están luchando para proteger nuestra libertad. Y quiero recordarle a la buena gente de Rust Creek Falls que tienen que saber si estos candidatos apoyan a nuestras fuerzas armadas.

—Aunque entendemos su preocupación, el futuro alcalde de Rust Creek Falls no tiene nada que decir respecto a la actividad militar. Aquí se trata únicamente de política local.

La gente empezó a hablar y a debatir.

—Señoras y señores —Collin trató de tranquilizar a los asistentes mientras Nathan se quedaba sentado con los brazos cruzados y una sonrisa en la cara—. ¿Necesito recordarles que mi hermano, el comandante Forrest Traub, también es un héroe de guerra condecorado? Luchó sin descanso y con valentía por su país y por todos nosotros, y yo siempre he valorado su sacrificio y su esfuerzo.

—¿Puede decir lo mismo de su jefe de campaña? —demandó el sargento.

Sutter supo entonces que el daño estaba hecho. No importaba que todo lo que Collin había dicho fuera verdad; lo que le importaba a la gente era que hubiera barro al que poder arrojarle. Y el único culpable era él mismo.

Entonces era joven e impetuoso y probablemente demasiado vehemente en sus esfuerzos por convencer a su hermano de que ya había hecho suficiente por el país. Objetó con todas sus fuerzas cuando Forrest anunció que iba a alistarse para otra misión porque quería que su hermano se quedara en casa y estuviera a salvo.

Pero Forrest decidió regresar, y cuando volvió a Rust Creek Falls tras recibir el alta médica, Sutter supo que las cicatrices de la pierna de su hermano no eran nada comparadas con el daño que tenía en el alma. Afortunadamente, los meses de rehabilitación y enamorarse de Angie Anderson habían empezado a sanarle el alma y el corazón. Pero la relación con su hermano iba a necesitar algo más.

Estaba claro que nadie en Rust Creek Falls había olvidado las objeciones de Sutter. Y aunque sabía y aceptaba que le perseguirían los errores del pasado, no esperaba que alguien más tuviera que pagar por sus opiniones. Al escuchar ahora a los asistentes, soliviantados por el sargento Riddell, se dio cuenta de que su presencia perjudicaba a su hermano en lugar de ayudarle. Justo lo que buscaba Nathan Crawford.

Seguían oyéndose murmullos cuando otro asistente se puso de pie al otro lado de la sala. A Sutter empezó a latirle el corazón a toda prisa cuando reconoció a Paige Dalton.

No la había visto entrar en la sala del ayuntamiento, no sabía que estuviera allí. Aquello en sí mismo ya suponía una sorpresa, porque Sutter siempre había tenido un sexto sentido en lo que a Paige se refería. Un sexto sentido que había utilizado para protegerse desde que regresó a Rust Creek Falls unos meses atrás.

Al mirarla ahora sintió que le faltaba el aliento. No solo era bella, sino que su postura, erguida y con la barbilla alzada, parecía la de una guerrera dispuesta a enfrentarse a toda la población de Rust Creek Falls, o al menos a los que estaban allí reunidos aquella noche. Llevaba puesta una blusa sencilla color rosa y una falda en tono frambuesa. El largo y castaño cabello le caía hasta la mitad de la espalda. Sus ojos chocolate oscuro brillaban con fuerza.

Sutter se preparó para el ataque. No le importaba lo que pensara el sargento Riddell ni nadie más en Rust Creek Falls, solo que pudiera afectar a las posibilidades de Collin de ganar las elecciones. Pero nunca había dejado de importarle lo que pensara Paige, y odiaba pensar que la había decepcionado.

—¿Podemos centrarnos en lo que es relevante aquí? —le dijo ella a la gente. No gritó, solo alzó la voz lo suficiente para ser oída—. En primer lugar, y el más importante, está el hecho de que es Collin Traub quien se presenta a alcalde, no Sutter. En segundo lugar, independientemente de que estemos de acuerdo o no con las afirmaciones que hizo Sutter respecto a la decisión de su hermano de volver a alistarse, era su opinión y eso fue hace cinco años. Tenemos que centrarnos en los asuntos relevantes para Rust Creek Falls actualmente y en los candidatos que se presentan a estas elecciones.

Paige hizo una breve pausa para tomar aliento y para darle a la gente un minuto para pensar en lo que acababa de decir antes de continuar.

—Pero aunque fuera Sutter quien se presenta y no Collin yo le daría también mi voto, porque es la clase de hombre que está dispuesto a defender lo que cree a pesar de la opinión de los demás. Es un hombre de convicciones firmes, de los que hacen lo que dicen, y Rust Creek Falls necesita en estos momentos alguien que haga las cosas. Afortunadamente, es un rasgo que comparte con su hermano Collin. Y esa es la razón por la que Collin Traub es el hombre que necesita nuestro pueblo en estos momentos difíciles. Con el debido respeto, sargento Riddell, el ejército no va a venir a reconstruir nuestro pueblo. Y creo que estará de acuerdo conmigo en que tienen cosas más importantes que hacer. Eso nos deja a nosotros, los habitantes de Rust Creek Falls, la responsabilidad de hacer las cosas y de escoger a la persona que mejor nos pueda ayudar. Creo que esa persona es Collin Traub.

Entonces Paige agarró su chaqueta y se dirigió tranquilamente hacia la puerta.

—Gracias de nuevo por haber venido esta noche…

Thelma McGee estaba hablando otra vez, pero Sutter no se quedó a escucharla. Tenía que ver a Paige. No estaba muy seguro de por qué, pero tenía que verla.

Se escabulló por la puerta lateral y corrió hacia la parte delantera del edificio. Paige solo le llevaba un minuto o dos de ventaja, pero parecía haberse esfumado en el aire. Sutter escudriñó la calle apenas iluminada y por fin la vio cuando se acercó a la farola que había al fondo.

—¡Paige, espera!

Ella se detuvo en la esquina norte de Main Street, y cuando Sutter se acercó vio el recelo reflejado en su cara. Parecía tener más ganas de salir corriendo que de esperar, pero se mantuvo quieta hasta que Sutter llegó a su lado. Entonces, Paige giró hacia el este por Cedar Street. Quedaba claro que no quería que la gente la viera cuando salieran del ayuntamiento.

Sutter no la culpaba por no querer que la vieran con él. Ambos habían crecido en aquel pueblo en el que todo el mundo se conocía, y lo lógico era que la mayoría de la gente conociera al menos parte de su historia común.

—Solo quería darte las gracias —le dijo él caminando a su lado.

—No lo he hecho por ti —afirmó Paige—. Nathan está haciendo una campaña oculta desde que Collin se presentó como candidato, pero traer a un veterano de guerra a este debate para desacreditar a tu hermano… —sacudió la cabeza—. Eso es demasiado bajo incluso para Nathan.

—¿Estás segura de que es cosa suya?

—Le vi hablando con el sargento antes del debate —confesó ella—. No me cabe ninguna duda de que lo ha traído para arengar al público.

—Bueno, creo que tras tus palabras, su plan no ha dado el resultado que él esperaba.

Paige se encogió de hombros.

—He venido porque quiero votar informada. Dejar a un lado mis preferencias personales y escuchar lo que los candidatos tenían que decir, ver cómo respondían a las preguntas. Todo lo que he visto y oído esta noche confirma mi creencia de que Collin es el mejor candidato a alcalde, y quería asegurarme de que la gente saliera de la sala pensando en él, no en ti.

—Bueno, en cualquier caso, te agradezco lo que has hecho —le dijo Sutter—. Sé que no ha debido ser fácil salir en mi defensa, aunque fuera por mi hermano, después de… todo lo que ha pasado.

 

 

Después de todo lo que ha pasado.

Las palabras de Sutter resonaron en la mente de Paige, llevándola a preguntarse si sería así como calificaba el hecho de que le había roto el corazón y había destrozado sus sueños y sus esperanzas. ¿Tan banal había sido para Sutter su relación, tan poco importante su ruptura como para que calificara aquellos sucesos como «todo»?

Alzó la vista para mirarle, molesta y asombrada al comprobar que una simple mirada todavía le aceleraba el corazón cinco años después. Por supuesto, seguro que provocaba aquel efecto en muchas mujeres. Medía casi dos metros, tenía la estructura muscular de un auténtico vaquero y hacía girar las cabezas allí por donde pasaba gracias a su pelo castaño claro, los ojos azules y la sonrisa fácil. Paige apartó deliberadamente la vista.

La enfurecía que todavía le doliera su rechazo cinco años después, mientras que él parecía estar completamente tranquilo. Pero de ninguna manera iba a pedirle explicaciones. Así que se limitó a decir:

—Eso fue hace mucho tiempo.

—¿Sí? —la retó él con un tono de tristeza en la voz.

O tal vez Paige estaba escuchando lo que quería escuchar.

—Admito que hay días en los que nuestra relación me parece cosa de otra vida —admitió él—. Y otros en los que juraría que todo ocurrió ayer. Entonces cierro los ojos y te veo justo delante de mí, y puedo extender la mano y acariciar la suavidad de tu piel, aspirar tu aroma.

Paige no iba a permitir que la seducción de su voz ni de sus palabras la distrajeran.

—Creo que lo que has estado aspirando es alguna sustancia ilegal.

—Vaya, eso ha sido fuerte.

—¿Qué clase de respuesta esperabas?

—No lo sé —reconoció Sutter—. Tal vez solo quiero saber si tú piensas en mí a veces también.

—No, porque esto no ocurrió ayer, fue hace cinco años y en mi vida suceden demasiadas cosas como para estar pensando en lo que pasó o en lo que podría haber pasado.

Pero estaba mintiendo. La verdad era que no solo pensaba en Sutter en ocasiones, pensaba en él con demasiada frecuencia. No parecía importar que se hubiera marchado cinco años atrás, porque su corazón todavía no se había curado del todo. E incluso después de tanto tiempo, cuando le veía, lo que por suerte no sucedía con demasiada frecuencia, sentía como si le abrieran otra vez la herida.

Y, sin embargo, cuando un desconocido le había atacado, Paige no había podido evitar salir en su defensa. Porque, independientemente, de lo que había pasado entre ellos, en el fondo sabía que Sutter era un buen hombre. El hombre que había amado una vez más que a nadie en el mundo.

—Cuéntame entonces qué está pasando en tu vida.

Paige se giró para mirarle.

—¿Por qué?

—Porque quiero saberlo.

—Bueno, estoy dando clase a mis alumnos de quinto en el salón de mi casa porque ya no tenemos escuela. Esa es una de las razones por las que estoy tan interesada en el resultado de estas elecciones. Necesitamos que se construya la escuela nueva porque los niños se merecen algo mejor.

—¿Quinto curso? —Sutter frunció el ceño—. Creo que el hijo mayor de Dallas está en quinto.

Ella asintió.

—Ryder está en mi clase.

—Está pasando un mal momento desde que su madre se fue.

—No ha sido fácil para ninguno de ellos —a Paige le enterneció que se preocupara por su sobrino, pero al instante volvió a endurecerse—. Pero cuando una persona termina una relación, es inevitable que alguien resulte herido.

Sutter entornó los ojos.

—¿Estamos hablando de Ryder?

—Por supuesto —aseguró Paige con gesto inocente—. ¿De quién si no?

—De nosotros —le espetó él—. Creí que te estabas refiriendo al final de nuestra relación, cuando me dejaste.

Paige odiaba que todavía pudiera ver a través de ella con tanta facilidad.

—No estaba hablando de nosotros, y yo no te dejé. Solo me negué a fugarme contigo. Porque eso fue lo que hiciste, huir.

—Pero ahora he vuelto —le dijo Sutter.

Al tenerle tan cerca, le resultaba fácil recordar lo que sentía antes por él. Y más fácil todavía desear volver a sentirlo. Por suerte, ya no era una adolescente ingenua, y no dejaría que sucediera. Porque tarde o temprano, Sutter se marcharía de Rust Creek Falls. Siempre lo hacía.

—Sí, has vuelto —reconoció—. Pero, ¿por cuánto tiempo?

Sutter apartó la mirada.

—Bueno, como soy el jefe de campaña de Collin me quedaré por aquí hasta las elecciones.

Era la respuesta que esperaba, pero Paige no podía negar que sintió una punzada de dolor al escucharla.

—Sí, eso me parecía.

—No me resulta fácil estar aquí —le recordó Sutter—. Nadie me ha recibido con los brazos abiertos.

Ella lo habría hecho. Si hubiera vuelto a casa en algún momento durante aquellos primeros seis meses le habría recibido con los brazos abiertos y con el corazón lleno de amor.

Pero no lo hizo, no regresó durante el primer año. Y cuanto más tiempo pasaba, más consciente era Paige de que el inmenso amor que sentía por él no era correspondido. Al menos no del modo que ella necesitaba para construir un futuro juntos.

Así que siguieron cada uno por su lado. Según contaban, a Sutter le iba muy bien en Seattle. Al parecer había abierto su propia cuadra de caballos en la ciudad y se había ganado una reputación. Paige se había alegrado de corazón por él cuando oyó la noticia, porque ella estaba contenta con su vida en Rust Creek Falls.

Le encantaba su trabajo, vivía cerca de su familia y les veía con frecuencia, a veces incluso con demasiada, tenía buenos amigos y salía de vez en cuando. No quería ni necesitaba nada más, y desde luego no quería que Sutter Traub volviera a poner su vida patas arriba.

—Ya lo has visto esta noche —le señaló él—. Nadie ha olvidado lo que pasó, por qué me marché, y nadie me echará de menos cuando me vuelva a ir.

Paige se dio cuenta de que hablaba en serio y sintió lástima por él.

—Este es tu hogar —le dijo—. Tanto si decides vivir aquí como si no, este es el lugar al que perteneces. Aquí está tu familia, tus amigos y todos los que se preocupan por ti.

Sutter consiguió esbozar una sonrisa triste. Y cuando habló, lo hizo en un tono más esperanzado que escéptico.

—¿Estás tú incluida en esa lista?