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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

MÁS FUERTE QUE EL DESEO, Nº 82 - octubre 2013

Título original: The Maverick’s Ready-Made family

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3824-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

El punto de destino queda a la derecha.

Clayton Traub giró y siguió el largo camino de gravilla hasta que vio un cartel sobre la puerta de la construcción de dos plantas en el que se leía Wright’s Way, confirmando que el navegador del vehículo no se había equivocado. No es que dudara de las capacidades del aparato, pero le gustaba cubrir todas las bases.

En este caso, seguir a su hermano Forrest en un viaje de casi quinientos kilómetros desde Rust Creek Falls hasta Thunder Canyon, en Montana, era cubrir muchas bases. Sobre todo teniendo en cuenta que Forrest había estado algo más que distraído desde que regresó de Irak.

Clay aparcó la camioneta y observó la casa. La fachada parecía recién pintada y las contraventanas brillaban bajo el sol del atardecer. A ambos lados de la entrada había unas macetas con crisantemos. A simple vista parecía un buen sitio para pasar unas cuantas semanas, y no tenía pensado permanecer más tiempo allí.

Se dirigió hacia la casa principal siguiendo las instrucciones de un ayudante del rancho que le había dicho que Tony se encargaría de los trámites del registro y le daría la llave. Cuando llamó a la puerta abrió una empleada de hogar que le dirigió hacia un despacho. Hasta que Clay no se asomó no se dio cuenta de que Tony era en realidad Toni. Eso no tendría ninguna importancia si no hubiera ido acompañado de una sacudida de admiración masculina.

Lo primero que vio fue su perfil. Estaba sentada en el escritorio trabajando en el ordenador. Tenía la nariz recta, la barbilla ligeramente alzada y la larga y oscura melena le caía por los hombros. Deslizaba los ágiles y elegantes dedos por el teclado con habilidad. Debió notar su presencia en el umbral porque alzó la vista y sonrió. A Clay le dio un vuelco el corazón.

Toni Wright era desde luego una mujer. Y una mujer exquisita.

—¿Puedo ayudarte?

Sus palabras tardaron unos instantes en penetrar la neblina que de pronto le envolvía el cerebro. Hacía mucho tiempo que no reaccionaba de manera tan visceral al ver a una mujer. Mucho tiempo.

—Clayton Traub —dijo finalmente—. Vengo a registrarme.

—Bienvenido a Wright’s Way —dijo ella con tono amable y sonrisa natural.

Pero había algo receloso en la profundidad de sus ojos verdes.

—¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte?

«Céntrate, Traub», se reprendió en silencio pero con firmeza.

Estaba allí porque necesitaba darse un respiro y porque su madre quería que le echara un ojo a su hermano mientras Forrest seguía su rehabilitación en Thunder Canyon. Lo último que necesitaba era distraerse con una cara bonita. Por otro lado, aquel viaje a Thunder Canyon de pronto prometía ser mucho más interesante.

—Unas semanas como mínimo —respondió finalmente a su pregunta.

—El alquiler se paga semanalmente por adelantado.

—Eso no es problema —afirmó Clay sin inmutarse ante su actitud profesional.

Ella le tendió una hoja con las condiciones del alquiler.

—Por favor, revisa el documento y firma abajo.

Clay lo leyó sin ver nada que le preocupara… hasta que llegó al punto ocho. Señaló la hoja con el dedo.

—¿Qué significa exactamente que no se permiten visitas nocturnas?

—Significa que solo a los huéspedes registrados les está permitido pasar la noche en las instalaciones —aseguró Toni.

—Eso podría suponer un problema.

Ella se encogió de hombros.

—Hay un motel en el pueblo que tal vez resulte más de tu agrado.

—Eso no le gustaría a mi primo Dax, que fue quien me recomendó tu posada. Dijo que era compañero de colegio de Hudson Wright. Supongo que se trata de tu hermano, ¿no?

—Y mi otro hermano, Jonah, estaba en clase de D.J. —dijo ella.

—¿Cuántos hermanos tienes?

—Tres, pero eso no es relevante para tu problema con el punto número ocho. Como el resto de las normas, está pensado para proteger la comodidad y la seguridad de nuestros huéspedes. No podemos responsabilizarnos de que haya personas no registradas por los pasillos de la posada o…

—Él no irá muy lejos —prometió Clay—. De hecho ni siquiera gatea.

Toni frunció el ceño.

—¿Él?

—Mi hijo —se explicó Clay.

Ella suavizó la expresión.

—¿Tienes un hijo pequeño?

—Un bebé —aclaró Clay—. De cinco meses. Se llama Bennett.

La última reserva de Toni se derritió. Esta vez, cuando le sonrió, el impacto le golpeó el pecho como un balonazo. Dios, aquella mujer podía llegar a ser peligrosa.

—Un bebé —repitió en voz baja—. ¿Dónde está ahora? —preguntó con tono visiblemente preocupado.

—Está dormido en la camioneta. Mi hermano Forrest le está vigilando.

—Me encantaría conocerlo —apartó la silla del escritorio—. Voy a darte las llaves y…

Lo que dijo a continuación quedó apagado por los repentinos gritos de alarma que sonaron en el interior de la cabeza de Clay, advirtiéndole de un peligro inmediato. Porque cuando Toni Wright se puso de pie, Clay vio que no solo se trataba de una mujer muy guapa… también estaba extremadamente embarazada.

Capítulo 1

 

Cinco semanas más tarde

 

 

¡Malditas fueran las hormonas!

Aquella se estaba convirtiendo en una frase familiar para Antonia Wright, porque por muy emocionada que estuviera ante la perspectiva de ser madre, no estaba preparada para lidiar con las frecuentes subidas hormonales que le atravesaban el cuerpo.

Subidas que habían sido inexistentes durante los seis primeros meses de embarazo, pero que se habían convertido en algo habitual en las últimas semanas. En concreto desde que Clayton Traub se alojaba en Wright’s Way. Pero Antonia se negaba a creer que la relación entre su presencia y sus hormonas fuera algo más que casualidad. La mayoría de los libros que había leído indicaban que lo más probable era que el deseo sexual descendiera en el último trimestre. Pero para Antonia estaba resultando justo al contrario. Aunque por supuesto, nada de lo que había experimentado desde que supo que iba a tener un hijo era como había esperado. No desde que la emoción inicial ante el embarazo fue sustituida por el pánico al darse cuenta de que iba a ser madre soltera.

Tal vez tener un hijo sin padre no fuera la situación ideal, pero estaba tratando de sacar el mejor partido a la situación. Le apetecía vivir las oportunidades y los retos de la maternidad, pero no había contado con las hormonas.

Porque aquella era la única explicación que encontraba a que se le acelerara el pulso cada vez que veía a Clay en el comedor. Y a que le temblaran las rodillas cada vez que pasaba cerca de ella. Y a los escalofríos que sentía cada vez que la miraba.

Pero había aprendido la lección cuando Gene se largó del pueblo. No tenía intención alguna de dejarse llevar otra vez por el corazón, y desde luego no volvería a tener una relación con ningún huésped.

Lo que demostraba que su reacción ante Clayton Traub tenía menos que ver con el corazón que con las hormonas.

Ni siquiera conocía a aquel tipo, así que resultaba ridículo pensar que pudiera sentir algún vínculo emocional con él. Pero se sentía atraída, de eso no cabía duda.

El calor que se apoderaba de todos sus rincones femeninos lo confirmaba. O tal vez solo estuviera falta de sexo.

Habían transcurrido exactamente siete meses, una semana y cuatro días desde que tuvo relaciones sexuales. Durante los primeros seis meses y medio no había echado de menos la intimidad física. Ni siquiera pensaba en ello porque estaba demasiado ocupada asumiendo el embarazo y anticipándose a las exigencias de su inminente maternidad.

Pero desde que Clay Traub había aparecido en el rancho Wright se encontraba a menudo pensando en el tiempo que hacía que no la abrazaban ni la besaban. Hacía mucho que no se sentía deseada.

Aunque ningún hombre en su sano juicio la desearía en aquel momento. Tenía el vientre más redondeado que los senos, y tan abultado que le costaba trabajo creer que todavía le faltaran siete semanas para dar a luz. Contaba los días para tener a su hijo en brazos, pero el miedo crecía a medida que lo hacía la emoción.

¿Qué sabía ella de cuidar a un bebé? No mucho. Y le daba miedo no hacerlo bien. Si al menos pudiera hablar con su madre… pero aquella opción le había sido arrebatada más de dos años atrás cuando Lucinda murió de un ataque al corazón. Nada había vuelto a ser lo mismo desde su muerte, ni el padre de Antonia, ni sus hermanos, ni tampoco el rancho. El rancho menos que nada. Devastado por la pérdida de su amada esposa, John Wright había empezado a abandonar sus responsabilidades, lo que había desembocado en una pérdida de negocio y en consecuencia en problemas para pagar las facturas.

Los hermanos de Antonia se habían encargado del día a día y ella les había convencido para convertir los antiguos barracones en una posada para generar más ingresos. La mayoría de los alojamientos habían permanecido vacantes durante un tiempo, el suficiente para que Antonia se preocupara. Pero cuando recibieron a los primeros huéspedes y esos huéspedes empezaron a contar por el pueblo lo confortables que eran las instalaciones y lo buena que estaba la comida, las habitaciones empezaron a llenarse.

Ahora resultaba extraño que alguna habitación estuviera vacía más de una semana o dos, lo que le había permitido a Antonia respirar tranquila al ver que no se había equivocado con aquella aventura. Sobre todo teniendo en cuenta que le había subido el sueldo a Peggy, la cocinera y empleada de la casa de toda la vida, para compensarle por el esfuerzo extra. También había contratado recientemente a Nora, una estudiante del instituto que vivía cerca, para que le ayudara a servir las cenas.

Porque ahora que estaba en el tercer trimestre del embarazo, Antonia reconoció por fin que ya no tenía energía para estar dieciséis horas de pie al día. Y cuando el día empezaba a las cinco de la mañana, como ese día normalmente sentía los primeros síntomas de agotamiento antes de que terminaran de servir los desayunos.

—Buenos días, Toni.

Antonia reconoció al instante la voz, y la adrenalina le corrió a toda prisa por las venas y le tiñó las mejillas de rojo. Había algo en la manera en que pronunciaba su nombre que le hacía temblar las rodillas.

—Buenos días —respondió ella centrándose deliberadamente en el bebé que tenía en brazos en lugar de mirarse en el calor de los ojos oscuros de Clayton Traub—. ¿Y cómo te encuentras tú esta mañana, precioso?

Bennett esbozó una sonrisa sin dientes y extendió los brazos hacia ella. A Antonia le hubiera encantado tomarle en brazos, pero por desgracia tenía una cafetera llena en una mano y tres tazas en la otra.

—Típico de los hombres —murmuró—. Quieren la atención de una mujer que ya tiene las manos ocupadas.

Pero como no podía abrazar a Bennett, le dio un beso fugaz en la frente antes de atreverse a mirar a su padre.

—Traeré su desayuno enseguida.

—No hay prisa —aseguró Clay—. Ha tomado unos pocos cereales hace una hora.

—Empezamos a servir desayunos a las seis —le recordó Antonia.

Le había dado el horario de comidas con el resto de los papeles cuando se registró, y durante los primeros días, Clay había llevado al bebé temprano al comedor. Pero lo fue retrasando cada vez más hasta que terminaron apareciendo al final del turno de desayunos en lugar de al principio.

—A las seis está a rebosar —señaló Clay.

—Mucha gente tiene que levantarse pronto porque trabajan en el pueblo o más lejos —lo que le hizo preguntarse a qué dedicaba su tiempo aquel guapo inquilino en Thunder Canyon. Por supuesto, su ocupación o su falta de ella no eran asunto suyo siempre y cuando pagara su estancia.

Aunque sí sabía cosas de Clay. Era uno de los Traub de Rust Creek Falls, pariente de los Traub de Thunder Canyon, lo que significaba que circulaba mucha información sobre él por el pueblo. Por ejemplo, que eran seis hermanos y que antes trabajaba en el rancho familiar de Rust Creek Falls con cuatro de ellos. Solo Forrest había escogido un camino diferente. Se había alistado al ejército para luchar por su país. Regresó de Irak con una pierna herida y estaba siendo tratado por el doctor North en el Hospital General de Thunder Canyon.

Desde que se registraron en la posada, tanto Clay como Forrest habían sido objeto de admiración y también de especulación. La población femenina en particular parecía sentir curiosidad respecto a aquellos «vaqueros auténticos» que habían aparecido en el pueblo y estaban deseando conocerlos mejor. Antonia no podía culpar a las mujeres por su interés. Clayton y Forrest eran increíblemente guapos, pero desde el primer día a ella le había conquistado Bennett.

—Por eso nos gusta venir más tarde —dijo Clay reclamando de nuevo su atención—. Así Bennett puede coquetear con su chica favorita.

—Tienes que subir el listón —le dijo Antonia al bebé—. Y yo tengo que llevar este café al comedor —aseguró mirando ahora a su padre—. Forrest ya está sentado en vuestra mesa habitual.

—Por supuesto —Clay dio un paso atrás para que ella pudiera entrar en el comedor.

Al hacerlo, Antonia fue consciente de que la seguía con la mirada. O tal vez lo estuviera imaginando. ¿Por qué iba Clay a mirarla? ¿Por qué miraría ningún hombre a una mujer cuyo vientre entraba en una habitación diez segundos antes que el resto del cuerpo?

De acuerdo, sabía que no estaba tan gorda como se sentía, pero tener que buscar una camisa en el armario de su padre para poder abrochársela sobre el vientre hacía que se sintiera enorme y poco atractiva. Que un hombre le prestara atención era un estímulo para su vapuleado ego. Y si ese hombre era tan increíblemente atractivo como Clayton Traub entonces se le podría disculpar que dejara volar su imaginación.

Porque aunque Clay no tuviera ningún interés romántico en ella, disfrutaba de las breves conversaciones que compartían ocasionalmente durante el desayuno o durante la cena. Después de cinco semanas no podía decir que le conociera bien, pero sí lo suficiente para saber apreciar su forma de ser directa y sencilla.

Lo que más le gustaba era que no hacía muchas preguntas. Antonia había sido objeto de cotilleos y rumores desde que se hizo público su embarazo, así que estaba encantada de hablar con alguien a quien no parecía importarle el padre de su hijo. Y la enternecía profundamente presenciar el obvio cariño que había entre Clay y su hijo.

Estaba claro que algunos hombres sí sabían asumir las responsabilidades de la paternidad. Por desgracia para Antonia, el padre de su hijo no era uno de ellos.

 

 

El aire otoñal era fresco cuando Clay se dirigió a la casa principal para desayunar, lo que le recordó que ya llevaba en Thunder Canyon más semanas de las que tenía pensadas en un principio.

Cuando colocó a Bennett en la trona que Toni había situado al final de la larga mesa, se le pasó por la cabeza que tal vez había llegado el momento de regresar a Rust Creek Falls y al rancho familiar. Pero no estaba listo para dejar Thunder Canyon. Todavía no.

Se sentía un poco culpable por haber dejado que su padre cargara con toda la responsabilidad del rancho, aunque contaba con la bendición de su madre. Por supuesto, Bob Traub era más que capaz de arreglárselas solo. Qué diablos, lo llevaba haciendo desde mucho antes de que sus hijos nacieran. Y era el primero en enfadarse si alguien sugería que no era capaz de hacerlo.

No había tratado de evitar que él se fuera. De hecho estuvo de acuerdo en que le vendría bien pasar un tiempo lejos de Rust Creek Falls. Pero cuando le sugirió a su hijo que se dirigiera hacia el oeste, Clay tenía la sospecha de que se refería a un lugar más lejano que Thunder Canyon. Sin duda confiaba en que siguiera la pista de Delia en California y la convenciera para que se casara con él. Así su hijo tendría una familia normal.

Bob y Ellie Traub habían educado a sus hijos en los valores tradicionales y con un estricto código moral. Clay creía en la responsabilidad de sus actos. Pero no pensaba que casarse con Delia fuera la repuesta. Buscaba algo mejor para su hijo que una mujer que no estaba interesada en ser madre. Pero mientras averiguaba qué buscaba, disfrutaba de su estancia en Thunder Canyon. Le gustaba el pueblo y no tenía queja con el alojamiento en Wright’s Way. Desde su punto de vista, el único problema era la inexplicable atracción que sentía por la casera.

La embarazadísima casera, como no dejaba de repetirse. Porque a cualquier hombre se le podía disculpar que tuviera pensamientos lujuriosos respecto a una mujer atractiva. Y Toni era extremadamente atractiva, pero también era una futura madre. Y tener aquellos pensamientos hacia una futura madre le parecía mal.

Por supuesto, ni eso ni las reprimendas que se echaba a sí mismo impedían que aquellos pensamientos surgieran en su mente. Y ver a Toni en el desayuno estilo familiar que preparaba cada mañana para los huéspedes aumentaba las llamas de su deseo. Aquella certeza le asombró al tomar asiento en la silla al lado de su hijo y frente a su hermano.

Siempre había apreciado la compañía de las mujeres, y en el pasado había disfrutado de muchas relaciones despreocupadas. Pero ya no era aquel hombre. Ahora tenía un hijo en el que pensar, como le pasaría a Toni en un futuro muy cercano.

Clay nunca se había visto a sí mismo como padre. No es que rechazara la posibilidad, pero en aquel momento de su vida no estaba preparado para esa responsabilidad. Cuando Delia apareció en la puerta de su casa con un bebé no tuvo opción. Lucharía con uñas y dientes para proteger a su hijo, pero no podía asumir más responsabilidades en aquel momento. Desde luego no quería ni necesitaba la complicación de una relación, y liarse con una mujer que estaba a punto de dar a luz sería una locura.

Clay había sido siempre muy juicioso en el pasado. Entonces, ¿por qué se sentía tan atraído por aquella mujer en particular en aquel momento?

Toni dejó un cuenco de plástico en la bandeja de la trona de Bennett y el niño metió al instante el puño dentro, agarró un trozo de tortilla y se lo llevó a la boca.

Ella le acarició el pelo y sonrió.

—Tienes hambre hoy, ¿eh, muchacho?

La única respuesta de Bennett fue meter el otro puño en el cuenco.

—Tiene muy buen apetito —aseguró Clay.

—Los niños necesitan comer —comentó Antonia.

—Y los hombres también —intervino Forrest.

Toni se giró hacia el hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa y se sonrojó al agarrar la bandeja vacía.

—Enseguida vuelvo —prometió.

Clay torció el gesto mirando a su hermano.

—¿No te parece que has sido un poco maleducado?

—¿Por interrumpir tu coqueteo? —preguntó Forrest.

—No estaba coqueteando.

Su hermano resopló por la nariz.

—No estaba coqueteando —insistió Clay, aunque se preguntó por qué le había molestado.

Porque aunque hubiera sido cierto, que no lo era, no le importaba lo que su hermano pensara. Pero tampoco quería que Toni oyera la conversación y pensara que sentía algo por ella. Porque no era cierto.

—¿No fue Shakespeare quien dijo algo sobre los hombres que protestan demasiado? —le desafió Forrest.

Bennett golpeó la bandeja con las manos, lo que le dio a Clay una excusa para centrarse en el niño e ignorar el comentario de su hermano.

—¿Qué tal está tu desayuno? —le preguntó.

El bebé respondió ofreciéndole un puñado de tortilla de huevo.

Clay dirigió la manita del niño hacia su boca.

—Come, Bennett.

El niño obedeció encantado.

Toni regresó con una bandeja llena de huevos revueltos, beicon frito, salchichas y patatas en una mano y una cafetera llena en la otra. Dejó la bandeja sobre la mesa y llenó las tazas de Clay y de Forrest antes de ofrecerles más comida a los demás huéspedes que todavía estaban desayunando.

Forrest se llenó el plato y se centró al instante en la comida. Clay se sirvió unos huevos y siguió con la mirada a Toni mientras regresaba a la cocina.

—Transferencia —dijo Forrest.

Clay alzó la vista, asombrado por aquella repentina afirmación.

—¿Qué?

—Transferencia —volvió a decir su hermano—. Es la redirección de las emociones, principalmente en el contexto de la relación terapeuta-paciente, pero también sucede en otras situaciones.

Clay no le seguía. Pero sabía que una de las razones por las que Forrest había escogido ir a Thunder Canyon era para seguir trabajando en el grupo de terapia de Annabel Cates y su perro Smiley.

—¿Estás diciendo que sientes algo por tu terapeuta?

Su hermano resopló.

—Estoy hablando de ti, no de mí.

Ahora Clay estaba todavía más confundido.

—¿Crees que siento algo por tu terapeuta?

—Creo que todavía te sientes culpable por no haber estado allí cuando Delia estaba embarazada.

—No sabía que estaba embarazada —le recordó Clay a su hermano.

—… Y quieres arreglarlo demostrando interés por las etapas del embarazo, y de ahí que te hayas encaprichado de nuestra casera.

—No estoy encaprichado con nuestra casera.

Forrest continuó como si no le hubiera oído.

—Es obvio que el hecho de que no tenga marido la convierte en un blanco todavía más fácil de tus atenciones.

—Lo que a mí me parece obvio es que tienes demasiado tiempo libre y por eso se te ocurren estas cosas.

—Eso pesa mucho, Toni —dijo Forrest imitando a su hermano—. Deja que lo haga yo. Voy al pueblo, Toni, ¿necesitas que te traiga algo?

Clay torció el gesto, pero lo que más le molestaba era que su hermano tenía razón.

—¿Qué tiene de malo tratar de ser servicial?

—Nada en absoluto —reconoció Forrest—. Siempre y cuando seas consciente de lo que hay detrás de tus actos.

Clay pensó que era muy consciente de todo, y que no tenía nada que ver con el embarazo de Toni. Lo que sentía por ella era completamente ajeno al instinto paternal que pudiera tener. Él era un hombre, ella una mujer hermosa, y quería tenerla desnuda.

—Pero bueno, ¿yo qué sé? —dijo Forrest ahora con cierto tono de humor—. Yo no soy padre. Tal vez quieras duplicar el cambio de pañales, duplicar la diversión.

Clay sacudió la cabeza.

—Bennett me proporciona más cambios de pañales de los que puede soportar un hombre.

Como si respondiera a su nombre, el niño alzó la vista de la tortilla que estaba destrozando y sonrió. Clay sintió cómo se le encogía el corazón dentro del pecho. Tal vez no hubiera pensado mucho en tener hijos antes de que Delia apareciera en la puerta con Bennett, y tal vez había negado con demasiada vehemencia en un principio que él fuera el padre. Y tal vez les había pedido a Delia y al niño que se quedaran a regañadientes, pero vivir con una mujer y su hijo, aunque fuera temporalmente, había supuesto un gran cambio para Clay. Sobre todo considerando que su relación con Delia había sido sin ataduras por mutuo acuerdo.

Pero un niño no era solo una atadura. La posibilidad de que pudiera ser realmente el padre era como una soga al cuello. Una soga que le apretaba cada día un poco más hasta que se despertó una mañana al escuchar el llanto del bebé y se dio cuenta de que Delia se había ido. Ya había aceptado que podía ser el padre de Bennett y había empezado a pensar en cómo compartir la custodia, cuando de pronto no había nadie con quien compartir la responsabilidad.

Delia tuvo nueve meses de ventaja para hacerse a la idea de que iba a tener un bebé. Nueve meses para preparar la llegada del bebé y la realidad de la maternidad. Pero se había presentado en su puerta sin ningún aviso previo, sin darle siquiera nueve días para acostumbrarse al hecho de que era padre. Y luego se marchó, abandonando al niño a su cuidado. Y al darse cuenta de que se había ido de verdad, la soga le apretó con tanta fuerza que apenas podía respirar.

Fue el llanto frenético de Bennett lo que atravesó sus caóticos pensamientos y le hizo darse cuenta de que no podía permitirse el lujo de entrar en pánico ni venirse abajo porque había una personita que le necesitaba. Y con Delia lejos, no cabía duda de que Bennett le necesitaba, así que Clay dio un paso al frente.

La primera vez que el puñito de Bennett le agarró el dedo, Clay perdió la cabeza. La ola de afecto que sintió por el pequeño le arrasó con la sutileza de un tren. Y la primera vez que Bennett le sonrió unas semanas después, Clay le prometió a su hijo que no permitiría que Delia se lo llevara. Cuando llegó el informe del laboratorio, se dio cuenta de que los resultados de ADN ya no le importaban.

De todas formas, su madre le animó a abrir el sobre. Ellie Traub había aceptado al bebé con más facilidad y rapidez que él. Se había volcado con él desde el primer día, y por eso había insistido en que Clay tenía que conocer cuál era su estatus legal respecto al niño. Se llevó una gran alegría al tener la prueba científica de que Bennett era su nieto… y se quedó algo triste cuando Clay le dijo que tenía pensado dejar el pueblo con el bebé.

Lo cierto era que Clay había vacilado durante semanas antes de tomar la decisión. Por mucho que deseara salir un tiempo de Rust Creek Falls y dejar atrás a los cotillas que le daban consejos de nuevo padre que él no había pedido, le preocupaba no ser capaz de arreglárselas solo con el bebe. Su madre había sido una gran ayuda, ofreciéndose para todo cuando estaba abrumado. Algo que había sucedido con mucha frecuencia el primer mes.

Como si le hubiera oído, en aquel momento vibró el teléfono móvil que tenía en el bolsillo de la chaqueta. Clay vio la pantalla y sonrió mientras descolgaba.

—Hola, mama.

—¿Dónde está tu hermano?

Clay miró al otro lado de la mesa.

—¿Por qué me llamas a mí si estás buscando a Forrest?

El hermano en cuestión sacudió la cabeza y se levantó de la mesa señalando el reloj e indicando su intención de dirigirse al pueblo.

—Porque no contesta al teléfono —se quejó Ellie.

—Tal vez esté conduciendo —sugirió Clay.

—Tal vez —reconoció ella—. O tal vez esté ignorando mis llamadas.

—¿Por qué piensas eso?

—Porque no ha estado muy comunicativo desde que volvió de Irak.

Clay vio a su hermano salir precipitadamente del comedor y no pudo negar que aquello era cierto.

—Solo necesita un poco de tiempo, mamá.

—He tratado de ser paciente —afirmó Ellie—. Pero necesito saber que está bien.

—Lo está —aseguró Clay—. Te lo prometo.

—Bueno, quiero verlo con mis propios ojos y necesito ver a mi nieto, así que tu padre y yo estamos pensando en viajar a Thunder Canyon este fin de semana.

—Nos encantará veros.

—Bien. Ya he hablado con Allaire. Me ha prometido tirar de algunas cuerdas para conseguirnos el comedor privado del Rib Shack de D.J. para toda la familia. Viernes por la noche a las siete.

—Me viene bien —le dijo Clay.

—Asegúrate de que a tu hermano también le venga bien.

—Lo intentaré —afirmó sin atreverse a hacer ninguna promesa en nombre de Forrest.

—Supongo que tendré que conformarme con eso —murmuró Ellie—. Y ahora dime qué tal está mi nieto.

Clay le contó encantado a su madre detalles sobre el crecimiento de Bennett y sobre todo lo que había hecho durante las ultimas semanas.

No le contó que el niño estaba como loco con la casera de Wright’s Way… porque le daba miedo que Bennett no fuera el único.