Cristóbal Holzapfel






De cara al límite









metales

Introducción

Al parecer, está inscrito en el mismísimo ser del ser humano que todo límite dado o que ha sido fijado tenga que ser transpuesto. Ello es así, por de pronto, y aunque sea a modo de intento, respecto de límites físicos y biológicos que nos determinan: un prolongado ayuno como práctica ascética, consagrar la vida a la meditación, realizar acrobacias, nos hablan de ello. Porque el límite determina a cada cosa, cada fenómeno, cada ente, podemos hablar de todo ello como discontinuidades. Y como estas son tales, así como cabe sostener que más allá de cualquier cosa, de cualquier discontinuidad, hay algo, así lo hay también más allá de todo límite. Más allá del límite de la mesa, la nube, mi nariz, el planeta, hay infinidad de cosas, cada una de ellas nuevamente delimitada. De este modo se puede reconocer que al límite le es connatural el hecho de no ser último, porque más allá de él siempre hay algo. Y cabe agregar que, en razón de que es así, cada cosa, en la medida en que se desarrolla, amplía sus límites o está expuesta también a achicarlos, a constreñirse. Mas no por ello podría hablarse propiamente de una «transgresión»; ella la reservamos únicamente para el ser humano, ya que supone un acto deliberado, a saber: la transgresión de límites.

Así como más allá de cualquier cosa siempre hay algo, es menester reconocer que por de pronto hay dos excepciones notables a ello: nuestro ser y el ser de la plenitud. Nuestro ser, por estar determinado por la muerte, y el ser de la plenitud, porque al considerarse la posibilidad de que hubiera límites espaciales o temporales absolutos de él, allende ellos tendría que «ser el no ser», lo que resulta contradictorio e imposible. En razón de ello es que en estos casos se hace necesario precisar que lo que está filosófica y científicamente en juego cuando hablamos de límites últimos, absolutos, extremos, infranqueables, es lo que se refiere a la muerte y al supuesto origen del ser.

Sin embargo, incluso en relación con la propia muerte también se acomete el intento (espiritual) de transponerla y ello se decanta en creencias y relatos relativos a una vida en el «más allá». La transposición, quebrantamiento, transgresión de límites se presenta a la vez visiblemente en ámbitos como el geopolítico, jurídico, moral, lúdico, erótico y otros. Mas, a la par que hay ese intento, ese anhelo de transposición, también hay el afán, la preo­cupación de mantenerse dentro de ciertos límites. Sobre todo la prudencia, mesura, sensatez y ponderación nos llevan a eso. En una sola palabra, este último afán se vincula con el orden, y esto se da en forma tanto individual como colectiva. El conformismo, conservadurismo y tradicionalismo tienen que ver con ello. Este afán de mantenerse dentro de ciertos límites se expresa a través de una correspondiente disposición de ánimo, una actitud, que describimos como actitud delimitadora.

Pero así como hay esta actitud delimitadora, hay también la actitud opuesta, la actitud transgresora. El ser humano se debate entre ambas. En cada cual se acentúa más una u otra, en distintos momentos y situaciones.

Sin embargo, la actitud transgresora no se inicia espontáneamente, sino que está suscitada por un sentir, en rigor, lo que describimos como «sensación de limitación»; es decir, una sensación (en el más amplio sentido) de estrechez y ahogo, bajo determinada delimitación.

La actitud transgresora se expresa luego a través de distintas modalidades:

• La deslimitación, que supone que los límites de algo se desdibujan.

• La extralimitación, que equivale a la conquista de un nuevo espacio.

La desmarcación admite dos posibilidades: 1) se insiste en la delimitación en que nos encontramos o que hemos forjado, lo que se traduce en el apartamiento del grupo a que pertenecíamos, respecto del cual, juzgamos, se ha apartado de ella; 2) ruptura con aquel grupo en razón de ciertas ideas nuevas que han nacido en quien se desmarca.

• La translimitación, en que entran a tallar coordenadas completamente novedosas que señalan un nuevo rumbo e inauguran un nuevo orden.


Hasta aquí podría suponerse que todas estas modalidades de la transgresión, en algún sentido, se traducen en variedades de la delimitación originaria que puede llegar incluso hasta la translimitación, a través de la cual se replantea una delimitación, solo que más radical y elevada.

Ahora bien, la posibilidad más extrema de la actitud transgresora corresponde al «salto a la ilimitación». Nuevamente se presenta aquí otro sentir, a saber: la «sensación de infinito», que incita al mencionado salto.

Con apoyo en lo que Karl Jaspers define como «operación filosófica fundamental» y Martin Heidegger como «diferencia ontológica», y que mienta el distinguir entre ser y ente, entre el ser de la plenitud y cada cosa que es, entendemos aquí el ser como ilimitado, y todo lo ente que es en él, como limitado.

De acuerdo con ello, el salto a la ilimitación equivale a un salto de los entes al ser ilimitado de la plenitud.

Pues bien, este salto y la sensación de infinito que acicatea a realizarlo, lo vemos especialmente presente y determinante en el arte, la mística y la filosofía. En quien medita, en quien procura la unión mística, en el artista y en el filósofo, y en las obras que producen uno u otro, detectamos aquella sensación y el subsecuente salto. Es más, ello constituiría lo más esencial de estos distintos ámbitos.

A partir de ello, una obra artística o filosófica puede poner el acento en cualquiera de las variantes propias de lo que concierne al límite, pero en lo esencial es la sensación de infinito y el salto a la ilimitación lo que caracteriza al arte, la filosofía y, por cierto, la mística.

Aproximación filosófica
a la cuestión del límite