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Pedro Caba

FUTURO:
¿R
ACIONALISMO O BARBARIE?

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EDITA A. Machado Libros

Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
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© Pedro Caba, 2016
Imagen de portada diseño de Freepik
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-298-0

Índice

Agradecimientos

Introducción

PRIMERA PARTE

I. Ética y deontología

II. Medicina: Ciencia o creencia

III. Salud, bienestar y políticas sociales

IV. La salud en el mundo. La medicina del futuro

V. Salud y alimentación

SEGUNDA PARTE

I. Drácula cumple 100 años y aún conserva sus dientes

II. La pimienta, motor de la historia

III. Yo, el Vino

IV. El estornudo, expresión erótica

Agradecimientos

Quiero expresar mi gratitud a mis hijas Eva y Sonia por lograr que mis garabatos manuscritos se hayan transformado en letra impresa.


También mi agradecimiento a Carlos Piera y Miguel García Sánchez, que con sus comentarios y correcciones han sido decisivos para la publicación de este libro.

Introducción

Este texto que intentas leer consta de dos partes con temas muy diferentes. La primera la integran cinco capítulos con divagaciones, discernimientos u opiniones sobre temas relacionados con la Ética y Deontología. En el segundo capítulo encontrarás consideraciones relativas a la salud y la justicia social; en el tercero analizo la confrontación de la medicina con la pseudociencia; en el cuarto repaso el presente y futuro de la medicina desde mi punto de vista, y en el quinto capítulo trato de la relación entre la alimentación y la salud.

Inicio mis reflexiones deliberando sobre ética, tan alejada de la realidad española que puede aparecer como un elemento extraño al progreso social, político y científico. La ética debe desempeñar siempre una labor liberadora. Tiene una íntima relación con la moral, incluso ambas se confunden con frecuencia. La ética no prescribe ninguna norma o conducta, no ordena ni sugiere qué debemos hacer, su cometido es aclarar qué es la moral y cómo esta se adapta a los distintos ámbitos de la vida social y también de la vida cotidiana. Partiendo de que la ética de la libertad se ha ocupado de las relaciones entre seres humanos. La degradación ética anega y envilece nuestra acción y nuestro pensamiento, que queda configurado por la influencia de la ideología que dimana de los grandes poderes.

Desde una perspectiva escéptica propugno el método científico que permite discernir las ciencias de las pseudociencias. En el ámbito de la medicina surgen por doquier pseudociencias que se benefician del carácter incompleto del saber médico y ofrecen una respuesta global y simplificada frente a la enfermedad. Cada día aumenta más el consumo de estas medicinas alternativas u holísticas, y aparecen nuevas y extravagantes ofertas como digitopuntura, oligoterapias, maxibustión, flores de Bach, auriculopuntura, aromaterapia, etc. Las pseudociencias consisten en creencias o prácticas que son presentadas erróneamente como científicas, pero no cumplen con el método científico y no pueden ser comprobadas de forma fiable. Se caracterizan por el uso de afirmaciones vagas, contradictorias o exageradas que no pueden confirmarse con verificaciones o ensayos rigurosos; los defensores de estas prácticas muestran nula disposición a evaluaciones externas con criterio científico.

Si tu existencia, lector, está basada sobre firmes creencias que te proporcionan certidumbres, mantenlas, no las cuestiones. Posiblemente constituyen tus «muletas psicológicas», que mediante respuestas simples te adecúas a un ataráxico itinerario vital.

El tercer capítulo trata de Salud, Bienestar y Justicia Social. Propongo revisar la génesis, desarrollo y previsible desaparición del Estado de Bienestar. Sorprende la actitud panglosiana de nuestros políticos con su participación en los medios o en los mítines electorales. Asistimos a una contienda dicotómica entre los políticos, periodistas o intelectuales, apologistas del presente, contra los comentaristas rivales que son denunciados como apocalípticos o catastrofistas. Hay que proclamar que en la sociedad humana subyacen ideas y propuestas regeneradoras. Un innovador paradigma social se cimentará con una visión diferente del mundo, en tanto que organismo único, cuyas innumerables correlaciones han de ser respetadas para evitar la primera crisis planetaria.

El modelo del llamado Estado de Bienestar (E.B.) derivado de las teorías keynesianas sistematizadas en los dos informes Beveridge, consideraba que se instauraría como doctrina político-económica, y así se lograría acabar con la pobreza, la marginación y promover la educación, la sanidad y la equidad mediante las prestaciones sociales. Sin embargo, entró en crisis, con riesgo de desaparecer, por el auge de las políticas neoliberales imperantes en los países desarrollados. Los años de prosperidad económica que siguieron a la II Guerra Mundial se frenaron con la crisis de finales de los años setenta del siglo pasado, se desmantelaron los fundamentos del E.B. y surgió el actual sistema político, donde el ciudadano desconfía de la clase política, a la que considera relacionada con la corrupción y sometida al poder económico y financiero. El proceso electoral como consecuencia de este hiato entre votantes y representantes políticos adquiere unos rasgos cada vez menos democráticos, asemejándose a sondeos de opinión que pueden acabar por sustituir a las elecciones.

En el cuarto capítulo abordo el presente y futuro de la Medicina. El enorme potencial científico y humano del mundo se ha desviado hacia otros ámbitos nocivos para la salud; entre los principales, los permanentes conflictos bélicos estimulados en parte por la industria armamentista. A la defensa y la protección de la salud se contraponen diversos desafíos: políticos (modelo sanitario público-privado), asistencial (planificar programas de salud) y profesionales (satisfacción, motivación y remuneración del personal sanitario).

El quinto y último capítulo lo dedico al análisis de la correspondencia entre salud y alimentación. Establezco una relación cronológica entre los alimentos elaborados, desde el asado de hace 1,8 millones de años, hasta la nocilla y el yogur, también incluye reflexiones sobre la obesidad, el mito de los antioxidantes y la dieta vegetariana.

La segunda parte la componen relatos imaginarios, algunos algo jocosos, que palían la severidad del principio. Sus temas son tan dispares como Drácula, la pimienta, el vino o el estornudo. Pese a la diversidad, he procurado que el contenido de estos relatos no esté desvinculado de mi ideario y muestre mis inclinaciones y preferencias.

Todos los escritos contenidos en este libro son consecuencia del desasosiego que me originan tantos políticos y periodistas impostores, omnipresentes en los medios de comunicación y persuasión, con una retórica siempre previsible, plagada de tópicos, latiguillos y consignas políticas impuestas por sus patrocinadores. Mi réplica, para mí liberadora, ha sido este libro escrito bajo el efecto de retortijones neuronales y con la pretensión de manifestar mis antagonismos. Si encuentras en el texto repeticiones de ideas o propuestas son solo aparentes, porque pretendo abordarlas desde puntos de vista con diferentes enfoques sobre los mismos temas. Hallarás adusteces, provocaciones, quizá ofuscaciones, y es posible que sea radical en mis enunciados. No he pretendido redactar textos sensatos, considero la sensatez lo contrario de la lucidez. Si consideras que este libro está trufado de citas confío en que me exoneres. Soy todo lo contrario de un erudito, soy desordenado, aunque dispongo de mi propio fichero de citas y comentarios de libros leídos desde 1959, cuando ejercí transitoriamente de médico rural.

¿Quién soy yo? Podría responder con un largo currículum (al estar en el ocaso de mi existencia), narrar mis gustos, mis aficiones, mi biografía. Se equipara con frecuencia la profesión médica a la vocación, esa llamada a desempeñar en la vida una misión excepcional. Aquí comienza el mito del médico, hoy en franco retroceso. En mi caso, me decidí por la medicina por exclusión, y un poco por azar. Al terminar el bachillerato, me fui desde el pueblo donde vivía, Burjassot, a Valencia para matricularme en una carrera universitaria. Podía elegir entre Derecho, Filosofía y Medicina. Opté por esta última, en parte porque había menos cola para matricularse y también por el recuerdo del médico de cabecera que nos atendía, al que admiraba por sus cualidades humanas. Conjeturo con la imagen que me devuelve el espejo; es muy distinta de la del médico que había soñado. Sin embargo, a pesar de algunas crisis pasajeras, consigo apaciguar mi conciencia y continuar con un quehacer que me satisface y para el que considero estar capacitado.

La vida no es lo que uno vivió, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas para contarlo. No soy filósofo, ni historiador, ni científico, ni literato. No soy nada más que una persona de larga trayectoria en el campo de la sanidad, que sigue trabajando en este oficio de médico. He adquirido cierta experiencia con la medicina y la vida. Soy caótico y omnívoro en mis lecturas; la intención que subyace en este libro es proporcionar un antídoto mental (¡qué ambicioso!) contra el pensamiento cautivo e impuesto por los valedores del «fin de la historia». No soy ubicuo, no puedo evadirme del espacio-tiempo donde transcurrió mi vida. Adopto una posición crítica frente a la agresión que acecha a la humanidad, si no se pone coto a los poderes destructivos y enardecidos ante la crisis actual del movimiento emancipatorio, y la absurda desconexión entre las entidades políticas renovadoras que pretenden transformar la sociedad. Los sujetos del cambio político-social solo podrán emerger de la acción de coaliciones entre técnicos, intelectuales, humanistas, escritores y profesionales en alianza con los sectores más lúcidos y concienciados de la clase trabajadora. Comparto con todos ellos el anhelo utópico de construir una futura sociedad soberana y equitativa, aunque preservando el legado fecundo y venerable del pasado de pensadores, artistas y creadores de todos los bienes culturales existentes. Nunca estaré a favor de los que hacen la historia, sino de los que la padecen.

Soy madrileño de nacimiento y valenciano por vocación. Mantengo mis convicciones ideológicas, y he intentado perseverar en una actitud de rebeldía ante el engaño que vivimos. Soy consciente de mis limitaciones (nadie puede saltar más allá de su propia sombra).

Los médicos somos, en suma, espectadores de la vida y tenemos más ocasiones de observar el lado dramático de la existencia. Es posible que ahí radique la causa de la frecuencia con que surgen entre los profesionales médicos aficiones a actividades humanísticas, literarias o artísticas. He sido testigo del enorme desarrollo de la ciencia y la tecnología aplicada a la salud durante las últimas décadas. El médico ha modificado su apariencia en el pasado, con frecuencia era un individuo enigmático, con saberes y poderes incomprensibles, que practicaba una ciencia misteriosa. Hoy ha cambiado su semblante: es un técnico, no un científico, que se atiene a protocolos, métodos y sistemas establecidos por los avances de las ciencias.

He participado en la redacción de cuatro libros, en dos como único autor, y he publicado bastantes artículos en prensa y revistas profesionales. Participé en la creación de la revista El Escéptico, con la que sigo colaborando. Realicé la tarea de «plumilla» (argot ministerial) con altos dignatarios del bipartidismo, escribiendo discursos para seis ministros de Sanidad consecutivos. El final fue abrupto en mayo del año 2000. A la sazón era ministra Celia Villalobos y me encargó con urgencia un informe con ocho argumentos en defensa del Sistema de Salud de España para exponerlos en las Cortes. Cuando inquirí a la ministra por qué ocho propuestas, me respondió con un argumento autoritario y autocoherente: «porque sí». Y así terminó definitivamente mi colaboración con los altos mandatarios del Ministerio de Sanidad.

Mis progenitores intelectuales son numerosos y heterogéneos. Entre los que considero del pasado y que más han influido en mi formación están Saramago, Alejandro Sawa, Max Aub, Wittgenstein, Kafka, Voltaire, Eugenio Noel y Pérez Galdós. De los actuales, me han ilustrado Manuel Vicent, Rafael Sánchez Ferlosio, Hobsbawm, Jesús Mosterín, Andrés Sorel, Michel Onfray, Vicente Navarro, Edgard Morin, John Allen Paulos, Fontana y otros. En especial tengo que aludir a mi hermano y mentor Rubén Caba, que la lectura de sus libros me ha impulsado a manuscribir.

He procurado orientar mi pensamiento y mi actividad profesional por el método científico, que consiste en hacer el mayor esfuerzo posible con la mente, para conocer y disfrutar tanto de los conocimientos científicos como de los de las humanidades. Hasta hace más de un siglo no era evidente la distinción entre ciencia y tecnología frente a las humanidades (filosofía, arte, literatura, historia). Las ciencias son humanidades. Le preguntaban a Einstein: ¿Cuál es la razón de que la física haya progresado tanto y las ciencias sociales tan poco? Según lo que se cuenta, respondió: «La física es mucho más simple que las ciencias sociales.»

Una vía de dos direcciones de igual importancia comunica la ciencia con la medicina. Todas las ciencias, biología, química, matemáticas, física, estadística, son las que han contribuido al avance de la medicina como disciplina derivada.

Lo más extraordinario del incremento histórico en la esperanza de vida y disfrute de la salud es consecuencia en parte del progreso de la medicina preventiva. Los avances en salud pública en los países desarrollados se derivan del progreso de las condiciones de vida: mejor alimentación, más higiene, menos hacinamiento en viviendas, mejores condiciones de trabajo, mejor educación y más ocio. Sin embargo, subsiste el hecho de que más de la mitad de la población mundial no disfruta aún de estas mejoras.

En las sociedades industriales desarrolladas se ha producido una transformación sustancial del patrón epidemiológico desde mediados del siglo XX. El aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población se acompaña de una variación de las primeras causas de muerte. Se redujeron los fallecimientos por enfermedades infectocontagiosas, que fueron plagas que, en el pasado, diezmaron la población mundial, y aparecieron como primeras causas de muerte las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y las crónico-degenerativas. Esta «revolución epidemiológica» ha modificado las nociones de salud y enfermedad. Los médicos debemos ser defensores públicos de la higiene alimentaria denunciando la utilización inmoderada de aditivos, colorantes, conservantes y productos hormonales.

El médico además de los conocimientos teóricos debe aprender de la observación de los pacientes. Existe un lenguaje polisémico en la comunicación enfermo-médico, que tiene que ser interpretada para la toma de decisiones diagnósticas y terapéuticas. ¿Qué quiere decir cuando un paciente en la consulta manifiesta?: «estoy cansado» o «me encuentro fatal» o «tengo estrés» o bien «no me gusta acudir a las consultas de los médicos, he venido porque me ha obligado mi cónyuge» o «no me agrada tomar medicamentos» y me muestra la relación de muchos fármacos que ingiere a diario, y cuando le sugiero que renuncie a alguno, porque considero que es inactivo, responde: «lo he intentado, pero me pongo fatal, qué más quisiera yo». Este lenguaje simbólico se logra entender con años de práctica.

¿Cuál es el comportamiento más frecuente de los pacientes ante la muerte en una enfermedad terminal? ¿Cuál debe ser la actitud del médico? Según mi experiencia, suelen transitar cuatro etapas. En principio no cree ni acepta que vaya a morir. Después comienza a preguntarse, ¿por qué a mí?; tanto el creyente como el agnóstico piensan en lo injusto de su enfermedad. Cuando el enfermo comprende que va a morir, entra en una fase de depresión y esperanza: «La ciencia es posible que descubra un nuevo tratamiento», o bien recurre por convencimiento o por presión familiar a las «terapias alternativas». Por último, claudica y se abandona a su suerte, y rara vez se rebela contra la muerte, a la cual acepta con sumisión. La misión del médico, en estos casos, debe ser evitar el dolor y el sufrimiento del enfermo y no prolongar la vida ante la certeza de la muerte inminente.

Deseo terminar este prólogo con una confidencia. No pretendo ser conocido ni estimado como autor, lo único que ambiciono es que, si consigues terminar este libro, tengas el convencimiento de lo que no soy y confío que no seré nunca.

Primera parte

Capítulo I

Ética y deontología

1. ÉTICA Y MORAL


Todo el pensamiento ético gira en torno a dos cuestiones fundamentales, qué es el bien, qué es el mal, qué es justo o injusto. Hoy no es posible plantear la discusión sobre si la naturaleza humana es esencialmente buena o mala, sería una manera de cosificar el comportamiento de los hombres. No debemos pretender que la humanidad coincida en sus nociones acerca de lo justo o injusto, mientras sus convicciones procedan o sean enturbiadas por racismos, xenofobias, fanatismos religiosos, nacionalismos, fundamentalismos y otros fantasmas que recorren el mundo en la actualidad. La diferencia de la ética con otras ciencias humanas positivas, como la psicología, la sociología y la historia, radica en la normativa; la ética nos dice cómo debe comportarse el ser humano, las disciplinas humanopositivas nos dicen cómo se comporta realmente.

La moral, «mos/moris» (costumbre), es un conjunto de valores, principios, normas de conducta, prohibiciones y tabúes de un colectivo humano dentro de una determinada época histórica y que sirve como modelo socialmente establecido. Es el relativismo moral, aunque sería más preciso denominarlo pluralismo moral. Existen numerosos sistemas morales con normas no coincidentes. La esencia de cualquier moralidad se encuentra en la aceptación y el respeto que el individuo adquiere hacia unas reglas establecidas. Lo que es normal o anormal está relacionado con el marco cultural de referencia.

La ética, del griego «ethos» (morada, lugar donde se vive), no prescribe normas ni establece directamente qué debemos hacer. Es una ponderación sobre el «hecho» moral, una exigencia universal que en ocasiones no rebasa la mera especulación y carece de carácter práctico, como imaginaba en gran medida la Escolástica medieval, que no diferenciaba la filosofía de la teología. Para Spinoza la ética forma parte de la metafísica con un marcado fondo de dogmatismo religioso. En las utopías sociales con sus reminiscencias de construcciones éticas: Tomás Moro (Utopía), Campanella (La ciudad del sol), Bacon (Nueva Atlántida), quienes fueron grandes visionarios y punto de partida del concepto moderno de ética. El proyecto de Kant sobre la paz perpetua configura el futuro sobre el objetivo ético del Estado Universal, semejante al sueño de la utopía. Max Weber parte de que ambas esferas están separadas y no es posible unificarlas: «Ya no es posible considerar a la política como continuidad de la ética. Cualquiera que intente hacer política tendrá que pactar con los poderes diabólicos de este mundo por muy éticas que sean sus convicciones» (Max Weber, El Político y el Científico). Es frecuente que los políticos tengan profundas convicciones, pero nadie, ni ellos mismos, saben en qué.

El modelo ético debemos desarrollarlo independientemente de un contexto religioso. Hay que separar ética y religión. Las religiones no tienen una competencia especial en la formulación de nociones éticas. La historia de la ética que se inicia en la Grecia clásica se hace ficción con las utopías sociales, se dilucida con Marx, se configura el futuro sobre el objetivo ético del Estado Universal en Kant, asemejándolo al sueño de la utopía, se pragmatiza y condiciona con Weber y acaba diluyéndose en sí misma por tratarse de una «inconsciente y piadosa ilusión» según expresión de Freud (que no comparto). La ética tiene que ser autónoma y es posible y necesario emitir juicios éticos basados en la indagación racional.

La política en la actualidad parece orientada, según Muguerza, «en impedir o soslayar el libre protagonismo político de los ciudadanos en la calle (salvo que los movilicen por intereses partidistas) y en la conquista del poder mediante promesas electorales que de antemano saben que serán incumplidas». «La ideología del poder por el poder persigue que la mayoría de los partidos políticos sean convertidos en maquinarias burocráticas que funcionan sin la necesidad de ser formalizados por principios ideológicos.»

Un proyecto racional de la ética es el que propone E. Morin en su reciente libro La vía para el futuro de la humanidad.