portada

Quiero dedicar este libro a mi bella esposa, Mina.

Eres mi estrella guía, sin la cual estaría perdido para siempre.

Eres mi vida, mi amor, mi todo.

Título original: THE DIABETES CODE

Traducido del inglés por Francesc Prims Terradas

Diseño de portada: Editorial Sirio, s.A.

Maquetación y diseño de interior: Toñi F. Castellón

© de la edición original

2018, Jason Fung

Publicado inicialmente por Greystone Books Ltd.

343 Railway Street, Suite 201, Vancouver, B.C. V6A 1A4, Canadá

© de la presente edición

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sirio@editorialsirio.com

I.S.B.N.: 978-84-17399-405

Depósito Legal: MA-994-2018

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PRÓLOGO

En el plazo de una sola generación, la diabetes ha pasado de ser una rareza a constituir una epidemia. Este viraje catastrófico obliga a plantearse, con urgencia, un par de cuestiones: ¿a qué se debe un sufrimiento tan extendido, y surgido tan repentinamente? ¿Cómo puede ser que nuestras autoridades en materia de salud no hayan ofrecido una explicación o un tratamiento a un flagelo tan devastador, a pesar de haberse gastado miles de millones? En esencia, han renunciado a encontrar una cura, al declarar que la diabetes tipo 2 1 es una enfermedad crónica y progresiva que promete un declive lento y doloroso, y una muerte prematura.

Trágicamente, las autoridades en materia de diabetes de todo el mundo han llegado al consenso de que la mejor esperanza para quienes padecen esta enfermedad es controlarla o retrasarla a través de la medicación, de la cual los pacientes no podrán prescindir durante el resto de sus vidas; otras soluciones coadyuvantes son ciertos dispositivos médicos y la cirugía. No se destaca el papel que puede tener una mejor nutrición. En lugar de ello, unas cuarenta y cinco sociedades y asociaciones médicas y científicas internacionales declararon en 2016 que la cirugía bariátrica, que es costosa y arriesgada, debería ser la primera opción para el tratamiento de la diabetes. Otra idea recientemente aprobada es un nuevo procedimiento para adelgazar por el que un tubo delgado, implantado en el estómago, expulsa alimentos del cuerpo antes de que se puedan absorber todas sus calorías. Algunos han denominado bulimia médicamente autorizada a este procedimiento. Todo esto se suma al tratamiento básico al que son sometidos quienes padecen diabetes: medicamentos múltiples, que cuestan cientos de dólares al mes, entre los cuales se encuentra la insulina, un fármaco que, paradójicamente, a menudo ocasiona aumento de peso.

Estas técnicas de gestión de la diabetes son costosas e invasivas y no hacen nada para revertir la enfermedad, porque, como explica el doctor Jason Fung en El código de la diabetes, no se pueden usar medicamentos [o dispositivos] para curar una enfermedad alimentaria.

La idea innovadora que el doctor Fung presenta en estas páginas es que la diabetes es causada por la respuesta insulínica que da el cuerpo al consumo excesivo y habitual de carbohidratos, y que la forma mejor y más natural de revertir la enfermedad es reducir el consumo de hidratos de carbono. Actualmente, cientos de médicos de todo el mundo prescriben una dieta baja en carbohidratos para tratar la obesidad. Esta estrategia cuenta con el respaldo de más de setenta y cinco ensayos clínicos, realizados sobre un total de miles de sujetos; entre estos ensayos los ha habido que se han prolongado durante dos años. Las conclusiones han sido que la dieta constituye un recurso seguro y efectivo.

Sorprendentemente, la práctica de la restricción de la ingesta de carbohidratos para tratar la diabetes se remonta a más de un siglo. En esos tiempos, la dieta era considerada el tratamiento convencional. Según un texto médico de 1923 escrito por el «padre de la medicina moderna», sir William Osler, la diabetes podía definirse como una enfermedad en la que «la utilización normal de los carbohidratos está alterada». Sin embargo, poco después, cuando la insulina farmacéutica estuvo disponible, ese consejo cambió, lo cual permitió que la ingesta elevada de carbohidratos volviese a ser la norma.

La idea de Osler no revivió hasta que el periodista científico Gary Taubes la descubrió y la desarrolló en el marco intelectual integral de la hipótesis carbohidrato-insulínica en su libro de 2007 Good Calories, Bad Calories [Buenas calorías, malas calorías], una obra precursora. Y el modelo clínico moderno para los diabéticos fue expuesto por los científicos Stephen D. Phinney y Jeff S. Volek, así como por el médico Richard K. Bernstein. 2

Cabe celebrar el hecho de que en los últimos tiempos se estén llevando a cabo ensayos clínicos centrados específicamente en la diabetes. En el momento de escribir estas líneas, está en marcha al menos un ensayo, cuyos sujetos son unas trescientas treinta personas, enfocado en el tratamiento de esta enfermedad por medio de una dieta muy baja en hidratos de carbono. Al cumplirse un año del tratamiento, los investigadores encontraron que alrededor del 97 % de los pacientes habían reducido o suspendido su consumo de insulina, y que el 58 % ya no cumplían con los requisitos del diagnóstico formal de diabetes. 3 En definitiva, estos pacientes habían logrado revertir su enfermedad restringiendo la ingesta de carbohidratos solamente. Estos hallazgos deberían compararse con el modelo oficial de tratamiento de la diabetes, que establece con una certeza del cien por ciento que esta afección es «irreversible».

El doctor Fung, nefrólogo que ganó notoriedad mediante la introducción del ayuno intermitente para el control de la obesidad, es un defensor apasionado y elocuente del enfoque bajo en carbohidratos. Sus ideas son fascinantes, y además tiene el don de explicar la ciencia compleja con claridad y de acompañar su exposición con alegorías perfectas, muy ilustrativas. Imposible olvidar, por ejemplo, la imagen de los pasajeros del metro japonés en la hora punta, empujados en los vagones repletos, como una metáfora de la excesiva glucosa circulante que se acumula en cada una de las células corporales. Entendemos el problema: ¡el cuerpo no puede gestionar tanta glucosa! El doctor Fung explica la relación existente entre la glucosa y la insulina y cómo entre las dos no solo impulsan la obesidad y la diabetes, sino también, muy probablemente, una serie de enfermedades crónicas relacionadas con la diabetes.

La pregunta obvia es por qué el enfoque bajo en carbohidratos no es más conocido. De hecho, en los seis meses previos a la redacción de este prólogo aparecieron artículos importantes sobre la obesidad en publicaciones tan respetadas como The New York Times y las revistas Scientific American y Time, pero entre las miles de palabras escritas, apenas aparecía una que puede explicar muchas cosas: insulina. Este descuido es desconcertante, pero también es, lamentablemente, el reflejo de un sesgo omnipresente entre una comunidad de expertos que durante medio siglo ha respaldado un enfoque muy diferente.

Ese enfoque, por supuesto, ha sido el de contar calorías y evitar la grasa. En los últimos años, las autoridades, incluidos el Departamento de Agricultura y el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, que publican conjuntamente la Guía alimentaria para los estadounidenses, así como la Asociación Estadounidense del Corazón, han rechazado la dieta «baja en grasas», pero aún creen que el control del peso puede explicarse en su mayor parte con el modelo de las calorías entrantes y las calorías salientes. Mucha ciencia rigurosa ha desacreditado este modelo, el cual no ha conducido a una mitigación de la epidemia de enfermedades crónicas. Si el modelo de las calorías sigue vigente a pesar de todo, ello se debe a su cautivadora simplicidad y al amplio apoyo que le brindan muchos expertos.

También hay que tener en cuenta una cruda realidad: la de que, actualmente, la mayoría de las asociaciones médicas están financiadas en gran medida por compañías farmacéuticas y de fabricación de dispositivos que no tienen ningún interés en que el problema de la diabetes se resuelva por medios alimentarios. Una solución nutricional que revierte la enfermedad y pone fin a la necesidad de medicarse los saca definitivamente del negocio. Esto debe explicar por qué los asistentes a las recientes reuniones anuales de la Asociación Estadounidense de la Diabetes (ADA) han manifestado que en medio de un mar de presentaciones sobre dispositivos médicos y cirugías hubo una ausencia de información casi total sobre las dietas bajas en carbohidratos. Y este hecho debe explicar por qué, cuando los directores médicos de dos clínicas de la obesidad (una de ellas de la Universidad Harvard) escribieron un artículo de opinión publicado en The New York Times sobre la falta de debates sobre la dieta en el congreso de 2016 de la ADA, la propia ADA los criticó duramente. 4 También se puede suponer que, además de los conflictos de intereses, la disonancia cognitiva debe de ser abrumadora para los expertos que se ven confrontados con información que implica que los conocimientos que han -atesorado y los consejos que han dado en los últimos cincuenta años son incorrectos. Peor que incorrectos, de hecho: son perjudiciales.

Porque esta es la cruda verdad: el éxito de la restricción de la ingesta de carbohidratos implica directamente que el consejo nutricional, proclamado en las últimas décadas, de reducir la ingesta de grasas y aumentar la de carbohidratos ha fomentado, casi con total seguridad, las epidemias de obesidad y diabetes que se pretendía evitar. Se trata de una conclusión devastadora tras medio siglo de esfuerzos encaminados a mejorar la salud pública. Pero si queremos tener alguna esperanza de revertir estas epidemias debemos aceptar esta posibilidad, empezar a explorar la ciencia alternativa contenida en este libro y emprender un nuevo camino, en favor de la verdad, la ciencia y una mejor salud.


NINA TEICHOLZ

Autora del best seller internacional de
The Big Fat Surprise [La grasa no es como la pintan]


1 En el resto del prólogo, siempre que se hable de diabetes se estará haciendo referencia, exclusivamente, a la diabetes tipo 2.

2 Phinney, S. y Volek, J. (2011). The art and science of low carbohydrate living: an expert guide to making the life-saving benefits of carbohydrate restriction sustainable and enjoyable. Miami, EUA: Beyond Obesity LLC; Bernstein, R. (1990). Diabetes type II: Living a long, healthy life through blood sugar normalization, 1ª ed. New Jersey, EUA: Prentice Hall Trade, más publicaciones subsiguientes.

3 Virta Health. (14 de junio del 2017). «Remote care promotes low carbohydrate diet adherence and glycemic control allowing medication reduction in type 2 diabetes –abstract». Virta Health blog. Disponible en http://blog.virtahealth.com/remote-care-promoteslow-carbohydrate-diet-adherence-and-glycemic-control-allowing-medicationreduction-in-type-2-diabetes-abstract/. Consultado el 20 de junio del 2017. Los resultados al cabo de seis meses están publicados aquí: McKenzie, L. et al. (2017). A novel intervention including individualized nutritional recommendations reduces hemoglobin A1C level, medication use, and weight in type 2 diabetes. JMIR Diabetes, 2 (1), e5, DOI:10.2196/diabetes.6981.

4 Hallberg, S. y Hamdy, O. (10 de septiembre del 2016). Before you spend $26,000 on weight-loss surgery, do this. The New York Times. Disponible en https://www.nytimes.com/2016/09/11/opinion/sunday/before-you-spend-26000-on-weight-loss-surgery-do-this.html?_r=0. Consultado el 20 de junio de 2017; «Advice on diabetes». (20 de septiembre del 2016). The New York Times. Disponible en https://www.nytimes.com/2016/09/21/opinion/advice-on-diabetes.html. Consultado el 20 de junio del 2017.

CÓMO REVERTIR Y PREVENIR
LA DIABETES TIPO 2:
GUÍA DE INICIO RÁPIDO

Hace treinta años, los aparatos electrónicos del hogar (los nuevos reproductores de vídeo, por ejemplo) venían con un grueso manual de instrucciones. «Leer atentamente antes de proceder», se rogaba. Luego se describían en detalle los procedimientos de instalación, a lo cual seguía una guía de solución de problemas que exponía minuciosamente todo lo que podía ir mal. La mayoría de los usuarios ignorábamos este manual, enchufábamos nuestra nueva compra y, cuando el reloj del aparato empezaba a parpadear 12:00, tratábamos de averiguar el resto.

Hoy en día, los nuevos dispositivos electrónicos vienen con una guía de inicio rápido que describe algunos pasos básicos para que logremos hacer que funcionen. Todo lo demás sigue encontrándose en un manual de instrucciones detallado (que habitualmente está alojado en Internet), el cual no necesitamos consultar mientras no deseemos que nuestro aparato lleve a cabo funciones más complejas. Los manuales de instrucciones son mucho más útiles de esta manera.

Considera que esta parte del libro es la guía de inicio rápido para revertir y prevenir la diabetes tipo 2. Es una breve introducción a la enfermedad: qué es, por qué los enfoques del tratamiento convencional no funcionan y qué puedes hacer hoy para empezar a gestionar tu salud de forma efectiva.

1. LA DIABETES TIPO 2 ES UNA ENFERMEDAD COMPLETAMENTE REVERSIBLE Y EVITABLE

La mayoría de los profesionales de la salud consideran que la diabetes tipo 2 es una enfermedad crónica y progresiva. Esto alimenta la idea de que es una calle de un solo sentido, una sentencia de cadena perpetua en la que no existe la posibilidad de la libertad condicional: la enfermedad empeora gradualmente, hasta que el paciente acaba por necesitar inyecciones de insulina.

Pero esta creencia no es más que una gran mentira, lo cual es una excelente noticia para cualquiera a quien le hayan diagnosticado prediabetes o diabetes tipo 2. Reconocer la falacia de esta «verdad» es el primer paso crucial a la hora de revertir la enfermedad. De hecho, la mayoría de las personas reconocen instintivamente que se trata de una falsa creencia. Es ridículamente fácil demostrar que la diabetes tipo 2 es casi siempre reversible.

Supongamos que tienes un amigo a quien le han diagnosticado esta enfermedad, lo cual significa que su glucosa en sangre está continuamente por encima de los niveles «normales». Se esfuerza por perder 23 kilos, lo que le permite dejar de tomar sus medicamentos para bajar sus niveles de glucosa, ya que estos han recuperado la normalidad. ¿Qué le dirías? Probablemente algo como esto: «Gran trabajo. Realmente te estás cuidando. ¡Sigue así!».

Lo que no le dirías es algo como esto: «Eres un maldito embustero. Mi médico dice que esta enfermedad es crónica y progresiva, así que tienes que estar mintiendo». Parece perfectamente evidente que la diabetes de tu amigo dio marcha atrás porque él perdió todo ese peso. Y este es el tema: la diabetes tipo 2 es una enfermedad reversible.

Intuitivamente hemos percibido, desde siempre, que esta es la verdad. Pero solamente la dieta y los cambios de estilo de vida, NO los medicamentos, revertirán esta enfermedad, ya que la diabetes tipo 2 es en gran medida un trastorno relacionado con la alimentación. El principal factor determinante es, por supuesto, la pérdida de peso. La mayor parte de los medicamentos que se utilizan para tratar esta afección no ocasionan pérdida de peso; todo lo contrario. La insulina, por ejemplo, es famosa por provocar aumento de peso. Cuando empiezan a aplicarse inyecciones de insulina para la diabetes tipo 2, los pacientes a menudo sienten que están tomando el camino equivocado.

Mis pacientes diabéticos solían decirme: «Doctor, usted siempre ha dicho que la pérdida de peso es la clave para revertir la diabetes, pero me ha recetado un medicamento que me ha hecho engordar once kilos. ¿Cómo puede explicar esto?». Nunca pude dar una respuesta satisfactoria a esta importante pregunta, porque no había ninguna. La pura verdad era que los fármacos no eran la solución. La clave para tratar correctamente la diabetes era la pérdida de peso. Lógicamente, puesto que lo que provocaba era un aumento, la insulina no mejoraba las cosas; en realidad, estaba propiciando el agravamiento de la enfermedad.

Dado que adelgazar es la clave para revertir la diabetes tipo 2, los medicamentos no ayudan. Solo fingimos que lo hacen, y esta es la razón por la cual la mayoría de los médicos piensan que se trata de una enfermedad crónica y progresiva. Hemos evitado hacer frente a una verdad incómoda: los fármacos no van a curar una enfermedad de origen alimentario. Son tan útiles como llevar un tubo de buceo a una carrera ciclista. El problema no es la enfermedad, sino nuestra forma de tratarla.

Los mismos principios que rigen en la reversión de la diabetes tipo 2 también son aplicables a la prevención. La obesidad y la diabetes tipo 2 están estrechamente relacionadas y, en general, el aumento del peso incrementa el riesgo de desarrollar la enfermedad, aunque la correlación no es exacta. De todos modos, mantener un peso ideal es un primer paso para prevenirla.

Muchos pintan la diabetes tipo 2 como una consecuencia inevitable de la vida moderna, pero esto no es cierto. La epidemia de este padecimiento no se desencadenó hasta finales de la década de los ochenta del siglo pasado. Así pues, basta con que retrocedamos una sola generación para encontrar un estilo de vida que pueda servirnos para prevenir, en gran medida, esta enfermedad.

2. LA DIABETES TIPO 2 ES CAUSADA POR UN EXCESO DE AZÚCAR

En esencia, la diabetes tipo 2 puede entenderse como una enfermedad causada por un exceso de insulina, el cual es debido a un consumo excesivo de azúcar. Plantear el problema de esta manera es increíblemente útil, porque la solución emerge de inmediato: debemos bajar los niveles de insulina reduciendo el consumo de azúcar y carbohidratos refinados, que son una forma de azúcar.

Imagina tu cuerpo como un gran cuenco. En el momento del nacimiento, el cuenco está vacío. En el transcurso de varias décadas, ingieres azúcar y carbohidratos refinados y el cuenco se va llenando progresivamente de azúcar. Llega un momento en el que rebosa, porque el cuenco ya está lleno.

Tu cuerpo se encuentra con la misma situación. Cuando tomas azúcar, tu organismo secreta la hormona insulina para ayudar a que esta sustancia entre en las células, que van a utilizarla para obtener energía. Si no quemas la cantidad de azúcar suficiente, tus células acaban por llenarse en el transcurso de los años, hasta que no pueden acumular más. Cuando llega este punto, la próxima vez que comas azúcar la insulina no podrá forzar su entrada en tus células saturadas, de modo que se verterá en la sangre. El azúcar viaja por la sangre bajo una forma llamada glucosa, y tener demasiada (es decir, tener niveles elevados de glucosa en la sangre) es uno de los síntomas principales de la diabetes tipo 2.

Cuando hay demasiada glucosa en el torrente sanguíneo, la insulina no parece estar realizando su trabajo habitual de hacer entrar el azúcar en las células. Y decimos que el cuerpo se ha vuelto resistente a la insulina. Pero la culpa no es de esta. El principal problema es que las células están saturadas de glucosa. Los altos niveles de glucosa en sangre son solo una de las cuestiones que hay que contemplar. No ocurre solamente que hay demasiada glucosa en la sangre: hay demasiada en todas las células. La diabetes tipo 2 no es más que el fenómeno del desbordamiento del exceso de glucosa por todo el cuerpo.

En respuesta a la excesiva presencia de glucosa en la sangre, el organismo secreta incluso más insulina, con el fin de «superar» esta resistencia. Se fuerza así una mayor entrada de glucosa en las células ya desbordadas con el objetivo de mantener normales los niveles de glucosa en sangre. Esta estrategia es eficaz, pero solo temporalmente. No se ha abordado el problema del exceso de azúcar; solamente se ha trasladado de la sangre a las células, lo cual ha empeorado la resistencia a la insulina. Llega el momento en que el cuerpo no puede seguir forzando la entrada de glucosa en las células aunque cuente con más insulina.

Piensa en lo que ocurre cuando llenas una maleta. Al principio, la ropa entra en ese espacio vacío sin ningún problema. Una vez que la maleta está llena, sin embargo, se hace difícil incluir las dos últimas camisetas. Llega el punto en que no puedes cerrarla, que parece ser «resistente» a la ropa. Esta es una buena metáfora del fenómeno de desbordamiento que vemos en nuestras células.

Una vez que la maleta está llena, una solución es hacer más fuerza para que quepan las últimas camisetas. Esta estrategia solo funcionará temporalmente, porque el problema subyacente (el hecho de que la maleta está demasiado llena) no se ha abordado. A medida que vayas forzando la presencia de más prendas en la maleta, el problema (llamémoslo «resistencia al equipaje») no hace más que empeorar. La mejor solución es quitar parte de la ropa.

¿Qué sucede en el cuerpo si no eliminamos el exceso de glucosa? Que sigue incrementando la producción de insulina para tratar de forzar que entre cada vez más glucosa en las células. Pero esto no hace más que ocasionar una mayor resistencia a la insulina... Tenemos un círculo vicioso. Cuando llega el punto en que los niveles de insulina son incapaces de mantener el ritmo de la «resistencia» creciente, la glucosa en sangre alcanza un pico. Es entonces cuando se diagnostica la diabetes tipo 2.

Los médicos pueden recetar un medicamento como las inyecciones de insulina, o un fármaco llamado metformina, para bajar los niveles de glucosa en sangre. Pero estos medicamentos no liberan al cuerpo de ese exceso de glucosa. En lugar de eso, continúan sacando la glucosa de la sangre e introduciéndola en otras partes del cuerpo. Es así como va a parar a ciertos órganos, como los riñones, los ojos y el corazón, o afecta a los nervios... Allí donde se instala, puede acabar por crear otros problemas. Aunque el problema subyacente, por supuesto, sigue siendo el mismo.

El cuenco sigue lleno de azúcar. Lo único que ha hecho la insulina ha sido quitar la glucosa de la sangre, donde podíamos verla, y llevarla a otras partes del cuerpo, donde no la vemos. Así que la próxima vez que comemos, el azúcar vuelve a pasar a la sangre, y nos inyectamos insulina para volver a meterlo en las células. Tanto la imagen de la maleta saturada como la del cuenco rebosante remiten al mismo fenómeno, que tiene lugar una y otra vez.

Cuanto más obligamos al organismo a aceptar el exceso de glucosa, más insulina necesitamos para superar la resistencia a esta. Pero esta insulina solamente da lugar a una mayor resistencia, a medida que las células se van saturando cada vez más. Cuando se llega al punto en que se necesita más insulina de la que el cuerpo puede producir naturalmente, los medicamentos toman el relevo. Al principio solo se precisa un fármaco, pero con el tiempo se requieren dos y después tres, y en dosis cada vez mayores. El caso es que si se toman cada vez más medicamentos para mantener la glucosa en sangre al mismo nivel, ¡la diabetes está empeorando!

Los tratamientos convencionales de la diabetes, o cómo agravar el problema

Los niveles de glucosa mejoran con la insulina, pero la diabetes empeora. Los medicamentos no pueden hacer más que esconder la glucosa presente en la sangre por medio de llevarla a las células, ya de por sí saturadas. La diabetes presenta un mejor aspecto, pero en realidad ha empeorado.

Los médicos acaso se autofeliciten por la ilusión de un trabajo bien hecho, aunque los pacientes estén cada vez más enfermos. No hay ningún grado de medicación que permita evitar los ataques cardíacos, la insuficiencia cardíaca congestiva, los accidentes cerebrovasculares, la insuficiencia renal, las amputaciones y la ceguera que son el resultado del agravamiento de la diabetes. «¡Ah, bueno! –se excusan los médicos–, es que se trata de una enfermedad crónica y progresiva».

Hagamos una analogía. Supón que el hecho de esconder la basura debajo de tu cama en lugar de salir a tirarla te permite fingir que tu casa está limpia. Cuando no hay más espacio debajo de la cama, la arrojas al armario. De hecho, puedes ocultarla donde sea que no puedas verla: en el sótano, en el altillo..., incluso en el baño. Pero si sigues ocultando la basura, va a acabar por oler realmente muy mal, porque empezará a descomponerse. En lugar de esconderla, debes tirarla.

Si la solución a tu maleta repleta y a tu casa llena de basura parece obvia, la solución al exceso de glucosa, que conduce a demasiada insulina, también debería ser evidente: ¡deshazte de ese exceso! Pero el tratamiento estándar para la diabetes tipo 2 sigue la misma lógica defectuosa de ocultar la glucosa en lugar de eliminarla. Si entendemos que una cantidad excesiva de glucosa en la sangre resulta tóxica, ¿por qué no podemos entender que una cantidad excesiva de glucosa en el resto del cuerpo también lo es?

3. LA DIABETES TIPO 2 AFECTA A TODOS LOS ÓRGANOS CORPORALES

¿Qué sucede cuando el exceso de glucosa se acumula en el cuerpo durante diez o veinte años? Que cada una de las células empiezan a deteriorarse. Esta es precisamente la razón por la cual la diabetes tipo 2, a diferencia de prácticamente todas las otras enfermedades, afecta a la totalidad de los órganos. Los ojos se deterioran, y el paciente se queda ciego. Los riñones se deterioran, y se necesita diálisis. El corazón se deteriora, y se padecen ataques cardíacos e insuficiencia cardíaca. El cerebro se deteriora, y el individuo desarrolla la enfermedad de Alzheimer. El hígado se deteriora, y sobrevienen las afecciones conocidas como hígado graso y cirrosis. Las piernas se deterioran, y se sufre la úlcera del pie diabético. Los nervios se deterioran, y se padece neuropatía diabética. Ninguna parte del cuerpo se libra de los efectos de la diabetes.

Los medicamentos convencionales no evitan la progresión de la insuficiencia orgánica porque no contribuyen a la excreción de la carga tóxica de la glucosa. No menos de siete ensayos controlados aleatorizados, plurinacionales y multicéntricos han demostrado que los fármacos que reducen la presencia de la glucosa en la sangre no disminuyen las enfermedades cardíacas, las cuales constituyen la principal causa de muerte entre los pacientes diabéticos. Fingimos que estos medicamentos hacen que la gente esté más sana, pero esto no es así. Hemos pasado por alto una simple verdad: no se pueden usar medicamentos para curar una enfermedad de origen alimentario.

4. LA DIABETES TIPO 2 ES REVERSIBLE Y SE PUEDE PREVENIR SIN MEDICAMENTOS

Una vez que se sabe que la diabetes tipo 2 consiste en un exceso de azúcar en el cuerpo, la solución es evidente: hay que deshacerse de la glucosa sobrante, en lugar de ocultarla. Y esto solo puede conseguirse de dos maneras:

  1. No incorporando tanto azúcar al cuerpo.
  2. Quemando el azúcar sobrante.

Esto es todo lo que hay que hacer. Lo que tiene de bueno es que se consigue por medios naturales y sin gastar ni un céntimo. No se requieren fármacos ni cirugía. Sale gratis.

Paso 1: incorporar menos azúcar al cuerpo

El primer paso consiste en erradicar todo el azúcar y los carbohidratos refinados de la dieta. Los azúcares añadidos no tienen valor nutricional y puede prescindirse de ellos sin problemas. Y los carbohidratos complejos, que no son más que largas cadenas de azúcares, y los carbohidratos altamente refinados, como la harina, se convierten rápidamente en glucosa en el proceso de la digestión. La estrategia óptima es limitar o eliminar los panes y las pastas hechos con harina blanca, el arroz blanco y las patatas.

Las proteínas deberían consumirse con moderación. La proteína alimentaria (la carne, por ejemplo) se descompone en aminoácidos al ser digerida. Es necesario tomar una cantidad adecuada de proteínas, y del tipo apropiado, para gozar de buena salud. El exceso de aminoácidos no puede ser almacenado en el cuerpo, de modo que el hígado los convierte en glucosa. Por lo tanto, comer demasiada proteína no hace más que añadir glucosa al organismo. Evita las fuentes de proteína altamente procesadas y concentradas, como los batidos de proteínas, las barritas proteicas y la proteína en polvo.

¿Y la grasa alimentaria? Las grasas naturales, como las que se encuentran en los aguacates, los frutos secos y el aceite de oliva, que constituyen algunos de los principales componentes de la dieta mediterránea, tienen un efecto mínimo sobre la glucosa en sangre o la insulina, y se sabe bien de sus efectos saludables en relación con las enfermedades cardíacas y la diabetes. Los huevos y la mantequilla son también magníficas fuentes de grasas naturales. Se ha demostrado que el colesterol alimentario, que se asocia a menudo con estos productos, no tiene ningún efecto perjudicial sobre el cuerpo humano. La ingesta de grasa alimentaria no conduce a la diabetes tipo 2 ni a las enfermedades cardíacas. De hecho, es beneficioso consumirla, porque nos ayuda a sentirnos saciados sin añadir glucosa al cuerpo.

Para no incorporar tanto azúcar en tu organismo, consume solamente alimentos enteros, naturales, sin procesar. Lleva una dieta baja en carbohidratos refinados y alta en grasas naturales y consume proteínas con moderación.

Paso 2: quemar el azúcar sobrante

El ejercicio, tanto el que está centrado en la resistencia como el de tipo aeróbico, puede tener un efecto beneficioso sobre la diabetes tipo 2, pero es mucho menos potente que las intervenciones dietéticas a la hora de revertir la enfermedad. Y el ayuno es el método más simple y seguro a la hora de forzar al cuerpo a quemar azúcar.

El ayuno no es más que la otra cara del comer: si no estamos comiendo, estamos ayunando. Cuando comemos, el cuerpo almacena la energía de los alimentos; cuando ayunamos, quema dicha energía. Y la glucosa es la fuente de energía alimentaria más accesible. Por lo tanto, si se alargan los períodos de ayuno, se quema el azúcar almacenado.

Aunque el hecho de ayunar puede parecer una opción dura, el ayuno es la terapia dietética más antigua conocida y practicada a lo largo de la historia de la humanidad, y se ha demostrado largamente que no conlleva problemas. Eso sí, quien esté tomando medicación debe buscar el consejo de un médico si se propone ayunar. Pero la lógica es la siguiente:

Si no comes, ¿disminuirá tu glucosa en sangre? Por supuesto.

Si no comes, ¿perderás peso? Por supuesto.

Por tanto, ¿cuál es el problema? Ninguno, hasta donde alcanzo a ver.

Para quemar azúcar, una estrategia popular consiste en ayunar durante veinticuatro horas, dos o tres veces por semana. Otro régimen de ayuno popular consiste en ayunar durante dieciséis horas cinco o seis veces por semana.

El secreto para revertir la diabetes tipo 2 está a nuestro alcance. Todo lo que necesitamos es tener una mente abierta para aceptar un nuevo paradigma y el coraje que nos permita desafiar la sabiduría convencional. Ahora ya sabes lo básico y estás listo para empezar. Pero para entender realmente por qué la diabetes tipo 2 es una epidemia y qué es lo que puedes hacer para gestionar tu propia salud de un modo eficaz, sigue leyendo. ¡Buena suerte!

La epidemia

( 1 )
LA GÉNESIS DE LA EPIDEMIA DE LA
DIABETES TIPO 2

La Organización Mundial de la Salud publicó su primer informe mundial sobre la diabetes en el 2016, y las noticias no eran buenas. La diabetes era un desastre implacable. Desde 1980, la cantidad de personas afectadas por esta enfermedad en todo el mundo se ha cuadruplicado. Es decir, este incremento ha tenido lugar en el transcurso de una sola generación. ¿Cómo ha llegado a convertirse esta vieja enfermedad, de repente, en la plaga del siglo XXI?

BREVE HISTORIA DE LA DIABETES

Hace miles de años que la diabetes mellitus está reconocida como enfermedad. El antiguo texto médico egipcio Papiro Ebers, escrito alrededor del año 1550 a. C., describió por primera vez esta afección del «exceso de orina». 1 Aproximadamente en la misma época, escritos hindúes hablaban de la enfermedad madhumeha, término que, traducido libremente, significa ‘orina de miel’. 2 Los pacientes afectados, a menudo niños, perdían peso de forma misteriosa e inexorable. Los intentos de detener la pérdida eran infructuosos aunque el sujeto se alimentase de forma continua, y el desenlace era casi siempre fatal. Curiosamente, las hormigas se sentían atraídas por la orina, que era inexplicablemente dulce.

Hacia el año 250 a. C., el médico griego Apolonio de Menfis dio el nombre de diabetes a la enfermedad, palabra que, por sí misma, solamente denota una micción excesiva. Thomas Willis le añadió el término mellitus, que significa ‘de miel’, en 1675. Este médico inglés distinguió la diabetes mellitus de una enfermedad diferente, poco común, conocida como diabetes insípida. Causada habitualmente por una lesión cerebral traumática, la diabetes insípida también se caracteriza por la micción excesiva, pero la orina no es dulce.

Coloquialmente se entiende que el término diabetes, sin mayores especificaciones, hace referencia a la diabetes mellitus, la cual presenta una incidencia muchísimo mayor que la diabetes insípida. En este libro, el vocablo diabetes solamente designa la diabetes mellitus, y no volverá a haber referencias a la diabetes insípida.

En el primer siglo de nuestra era, el médico griego Areteo de Capadocia escribió una descripción clásica de la diabetes tipo 1, según la cual es «un derretimiento de la carne y las extremidades en la orina». Esta síntesis capta la característica esencial de esta enfermedad cuando aún no ha sido tratada: la producción excesiva de orina se ve acompañada de una merma casi completa de todos los tejidos. Los pacientes no pueden engordar independientemente de lo que coman. Areteo comentó además que «la vida [con diabetes] es corta, desagradable y dolorosa», ya que no se contaba con un tratamiento efectivo para combatirla. El destino de los pacientes afectados estaba sellado.

Probar la orina del paciente para ver si tenía un sabor dulce era la prueba diagnóstica clásica para determinar si padecía diabetes. En 1776, el médico inglés Matthew Dobson (1732-1784) identificó el azúcar como la sustancia que causaba ese sabor dulce característico. Ese dulzor se encontró no solamente en la orina, sino también en la sangre. Poco a poco se iba comprendiendo la diabetes, pero seguía sin hallarse una solución.

En 1797, el cirujano militar escocés John Rollo fue el primer médico en formular un tratamiento que presentaba una expectativa de éxito razonable. Había observado una mejora sustancial en un paciente diabético que seguía un régimen alimenticio constituido exclusivamente de carne. Teniendo en cuenta el pronóstico invariablemente sombrío de la diabetes, este enfoque fue un gran avance. Aquella dieta extremadamente baja en carbohidratos fue el primer tratamiento diabético de este tipo.

Por el contrario, el médico francés Pierre Piorry (1794-1879) aconsejó a los diabéticos que ingiriesen grandes cantidades de azúcar para reemplazar el que perdían con la orina. En esa época, el razonamiento parecía lógico, pero no era una estrategia ganadora. Un colega diabético de Piorry tuvo la mala ocurrencia de seguir este consejo, y murió. La historia no ha hecho más que burlarse del buen doctor Piorry. 3 De todos modos, este resultado fue el precedente del consejo sumamente ineficaz que se da hoy en día consistente en seguir una dieta alta en carbohidratos dentro del tratamiento de la diabetes tipo 2.

Apollinaire Bouchardat (1806-1886), de quien algunos dicen que es el fundador de la diabetología moderna, estableció su propia dieta terapéutica al observar que la hambruna periódica que tuvo lugar durante la guerra franco-prusiana de 1870 redujo la glucosa urinaria. Expuso su estrategia dietética integral en el libro De la glycosurie ou diabète sucré [Sobre la glucosuria o diabetes mellitus]. Esencialmente, prohibió todos los alimentos ricos en azúcar y almidón.

En 1889, los doctores Joseph von Mering y Oskar Minkowski, de la Universidad de Estrasburgo, retiraron el páncreas de un perro (el órgano con forma de coma que se encuentra entre el estómago y el intestino) con fines experimentales. El perro empezó a orinar con frecuencia, lo cual el doctor Von Mering reconoció, astutamente, como un síntoma de diabetes en ciernes. El análisis de esa orina confirmó que presentaba un alto contenido en azúcar.

En 1910, sir Edward Sharpey-Schafer, a quienes algunos consideran el fundador de la endocrinología (el estudio de las hormonas), propuso que la carencia de una sola hormona, a la que llamó insulina, era la responsable de la diabetes. Concibió la palabra insulina a partir del término latino insula, que significa ‘isla’, ya que esta hormona se produce en los islotes de Langerhans, en el páncreas.

A principios del siglo XX, los destacados médicos estadounidenses Frederick Madison Allen (1879-1964) y Elliott P. Joslin (1869-1962) pasaron a ser fuertes defensores de la gestión alimentaria intensiva de la diabetes, en ausencia de otros tratamientos útiles.

El doctor Allen consideraba que la diabetes era una enfermedad en la que el páncreas no podía seguir el ritmo de las exigencias de una dieta marcada por los excesos. 4 Con el fin de dar descanso al páncreas, el «tratamiento del hambre de Allen» implicaba seguir una dieta muy baja en calorías (1.000 por día), con una ingesta de carbohidratos muy restringida (debía ser inferior a los diez gramos diarios). Los pacientes eran ingresados en el hospital y solamente se les daba güisqui y café cada dos horas, entre las siete de la mañana y las siete de la tarde. Este régimen se mantenía a diario hasta que el azúcar desaparecía de la orina. ¿Por qué se incluía el güisqui? No era esencial; su única finalidad era favorecer que los pacientes se sintiesen a gusto mientras se les hacía pasar hambre. 5

La respuesta de algunos de ellos fue impresionante, muy distinta de cualquiera que se hubiera podido obtener, previamente, con otros tipos de tratamiento. Se produjeron mejorías instantáneas, casi milagrosas. Otros, sin embargo, murieron de hambre (de «inanición», como se dijo eufemísticamente).

La utilidad del tratamiento de Allen se vio gravemente perjudicada por el hecho de que no se distinguió entre la diabetes tipo 1 y la tipo 2. Los pacientes diabéticos de tipo 1 solían ser niños cuyo peso estaba muy por debajo del normal, mientras que los pacientes diabéticos de tipo 2 eran sobre todo adultos con sobrepeso. La dieta ultrabaja en calorías de Allen podía ser mortal para las personas con diabetes tipo 1 seriamente desnutridas (podrás leer más sobre las diferencias entre estos dos tipos de diabetes a continuación y en el capítulo dos). Puesto que el pronóstico de la diabetes tipo 1 no tratada es la muerte, la tragedia no era tan grande como pudo parecer en un principio. Los detractores de Allen llamaron a sus tratamientos, peyorativamente, «dietas del hambre», pero en general se consideraron la mejor terapia disponible, dietética o de otro tipo, hasta que se descubrió la insulina en 1921.

Por su parte, el doctor Elliot P. Joslin empezó a ejercer en 1898 en Boston tras licenciarse en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, y fue el primer médico estadounidense especializado en diabetes. El Centro de Diabetes Joslin, de la Universidad de Harvard, se sigue reconociendo como uno de los principales institutos de diabetes del mundo. Y el manual que escribió, Tratamiento de la diabetes sacarina, se considera la biblia en el ámbito del abordaje de esta enfermedad. Es probable que Joslin sea el diabetólogo más famoso de la historia.

Aunque el doctor Joslin perdió a muchos pacientes a causa de la diabetes, también salvó a muchos otros aplicando los tratamientos del doctor Allen. En 1916 escribió: «El hecho de que es útil pasar por períodos temporales de subnutrición en el tratamiento de la diabetes será probablemente reconocido por todos después de estos dos años de experiencia con el ayuno». 6 Creía que las mejorías eran tan evidentes para todos los implicados que ni siquiera serían necesarios estudios para probar este argumento.

EL DESCUBRIMIENTO DEL SIGLO

Frederick Banting, Charles Best y John Macleod hicieron el descubrimiento revolucionario de la insulina en la Universidad de Toronto en 1921. Aislaron insulina procedente de páncreas de vacas y, con la ayuda de James Collip, encontraron una manera de purificarla lo suficiente como para administrarla al primer paciente en 1922. 7 Leonard Thompson, un niño de catorce años con diabetes tipo 1, pesaba solamente 29,5 kilos cuando empezó a recibir inyecciones de insulina. Sus síntomas desaparecieron rápidamente y recuperó enseguida el peso normal. Seis pacientes más fueron tratados de inmediato, con un éxito igualmente impresionante. ¡La esperanza de vida promedio de un niño de diez años desde el momento del diagnóstico pasó a ser de unos dieciséis meses a treinta y cinco años! 8

Eli Lilly and Company se asoció con la Universidad de Toronto para explotar comercialmente este medicamento nuevo y revolucionario, la insulina. La patente se liberó para que el mundo entero pudiese beneficiarse del descubrimiento médico del siglo. En 1923, veinticinco mil pacientes estaban siendo tratados con insulina inyectada, y Banting y Macleod recibieron el Premio Nobel de Fisiología y Medicina.

Se desencadenó la euforia. Con el descubrimiento trascendental de la insulina, se creyó en gran medida que se había encontrado por fin la cura de la diabetes. El bioquímico británico Frederick Sanger determinó la estructura molecular de la insulina humana, lo cual le valió el Premio Nobel de Química de 1958 y allanó el camino para la biosíntesis y producción comercial de esta hormona. El descubrimiento de la insulina eclipsó los tratamientos dietéticos surgidos en el siglo anterior, los cuales, esencialmente, pasaron a ser víctimas de un descrédito generalizado. Desafortunadamente, la historia de la diabetes no terminó ahí.

No tardó en evidenciarse que existen distintos tipos de diabetes mellitus. En 1936, Sir Harold Percival Himsworth (1905-1993) clasificó a los diabéticos en función de su sensibilidad a la insulina. 9 Había observado que algunos pacientes eran extraordinariamente sensibles a sus efectos, pero que otros no lo eran. Proporcionar insulina a este segundo grupo no producía los efectos esperados: en lugar de reducir la glucosa en sangre con eficacia, la insulina parecía surtir poco efecto. En 1948, el doctor Joslin lanzó la idea de que muchas personas tenían diabetes no diagnosticada debido a la resistencia a la insulina. 10

En 1959 se reconocieron formalmente los dos tipos de diabetes: el tipo 1, o diabetes insulinodependiente, y el tipo 2, o diabetes no insulinodependiente. Estos términos no eran totalmente exactos, ya que muchos pacientes que padecen la diabetes tipo 2 también reciben insulina. En el 2003, los términos insulinodependiente y no insulinodependiente fueron abandonados, y quedaron solamente las denominaciones diabetes tipo 1 y tipo 2.

Ocasionalmente, se aplican también las denominaciones juvenil y del adulto para remarcar la distinción en cuanto a la edad de los pacientes cuando la enfermedad empieza a manifestarse habitualmente. Sin embargo, el tipo 1 se da cada vez con mayor frecuencia en los adultos y el tipo 2 en los niños, de modo que esta clasificación también se ha abandonado.

LAS RAÍCES DE LA EPIDEMIA

En la década de los cincuenta, cada vez más estadounidenses aparentemente sanos estaban padeciendo ataques cardíacos. Todas las grandes historias necesitan un villano, y pronto se adjudicó este papel a la grasa alimentaria. Se creyó algo que no se corresponde con la realidad: que la grasa hace subir los niveles de colesterol en sangre, lo cual desemboca en enfermedades del corazón. Los médicos abogaron por las dietas bajas en grasas, y la demonización de la grasa alimentaria comenzó en serio. El problema, que no se vio en ese momento, era que restringir las grasas significaba incrementar el consumo de carbohidratos, ya que ambos dan lugar a la sensación de saciedad (de estar lleno). En el mundo desarrollado, estos carbohidratos tendían a ser altamente refinados.

En 1968, el Gobierno de los Estados Unidos había constituido un comité para que examinase la cuestión del hambre y la malnutrición en todo el país e hiciese recomendaciones relativas a cómo resolver estos problemas. En 1977 publicó un informe titulado Objetivos alimentarios para los Estados Unidos, que desembocó, en 1980, en la Guía alimentaria para los estadounidenses. Se incluyeron varias metas específicas, como incrementar el consumo de carbohidratos para que pasasen a constituir entre el 55 y el 60 % de la dieta y reducir el consumo de grasas de modo que pasasen de aportar aproximadamente el 40 % de las calorías a aportar el 30 %.

Aunque la dieta baja en grasas se propuso originalmente para reducir el riesgo de padecer enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares, las últimas evidencias contradicen la existencia del presunto vínculo entre las afecciones cardiovasculares y la totalidad de las grasas alimentarias. Muchos alimentos ricos en grasas, como los aguacates, los frutos secos y el aceite de oliva, contienen grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas, las cuales se cree, actualmente, que son saludables para el corazón. (La Guía alimentaria para los estadounidenses más reciente, del 2016, ha eliminado las restricciones en cuanto a cuál debe ser la ingesta total de grasa alimentaria dentro de las recomendaciones para una dieta saludable). 11

De manera similar, se ha demostrado que el presunto vínculo entre las grasas saturadas naturales y las enfermedades cardíacas no existe en realidad. 12 Mientras que todo el mundo admite que las grasas artificialmente saturadas, como las grasas trans, son tóxicas, no ocurre lo mismo con las grasas naturales presentes en la carne y en los productos lácteos, como la mantequilla, la nata y el queso, alimentos que han formado parte de la dieta humana desde siempre.

La dieta ultramoderna y carente de aval científico baja en grasas y alta en carbohidratos tuvo una consecuencia inesperada: la tasa de obesidad no tardó en dispararse, y no ha descendido.

La Guía alimentaria para los estadounidenses de 1980 fue el origen de la infame pirámide nutricional, en toda su gloria contrafáctica. Sin ninguna prueba científica que lo avalase, los que habían sido los carbohidratos «engordadores» renacieron como granos enteros saludables. Los alimentos que constituían la base de la pirámide (los que debíamos comer todos los días) eran el pan, la pasta y las patatas. Estos eran, justamente, los que habíamos evitado previamente para permanecer delgados. También son los alimentos que dan lugar a un mayor incremento de los niveles de glucosa e insulina en sangre.

Figura 1.1. Tendencia de la obesidad en los Estados Unidos tras la introducción de la «pirámide alimentaria» 13

Como muestra la figura 1.1, la obesidad aumentó inmediatamente. Diez años más tarde, como vemos en la figura 1.2, la diabetes empezó a incrementarse, como no podía ser de otra manera. Y la prevalencia ajustada por edad sigue elevándose precipitadamente. Se estima que ciento ocho millones de personas padecían diabetes en 1980 en todo el mundo. En el 2014, esa cantidad había subido hasta los cuatrocientos veintidós millones. 14 Aún más preocupante es el hecho de que no se atisba el final de la epidemia.

LA PLAGA DEL SIGLO XXI

La diabetes ha aumentado significativamente en ambos sexos, en todos los grupos de edad, en todos los grupos raciales y étnicos y en sujetos de todos los niveles educativos. La diabetes tipo 2 ataca a pacientes cada vez más jóvenes. Las clínicas pediátricas, que una vez fueron solamente el dominio de la diabetes tipo 1, están actualmente superadas por una epidemia de adolescentes obesos que padecen diabetes tipo 2. 15

Figura 1.2. El avance arrollador de la diabete en E.E.U.U. 16

No se trata solamente de una epidemia norteamericana, sino de un fenómeno mundial. Casi el 80 % de los diabéticos adultos del mundo viven en países en vías de desarrollo. 17