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Colección Universidad

Título: Violencias de género en entornos virtuales

Este proyecto editorial cuenta con la ayuda de la Fundación BBVA en el marco de su convocatoria de ayudas para proyectos de investigación en Humanidades Digitales (2014-2016).

Los derechos de autor de este libro serán donados a la Plataforma Unitària contra les Violències de Gènere (Rambla Santa Mònica, 10, 08002 Barcelona)

Primera edición en papel: junio de 2018

Primera edición: septiembre de 2018

© Coordinadoras: Trinidad Donoso-Vázquez y Ángeles Rebollo-Catalán

© Autoras: Assumpta Aneas, Felicidad Barreiro Fernández, Esperanza Bosch Fiol, Olga Buzón-García, Jacobo Cano, Alejandra Cortés, Trinidad Donoso-Vázquez, Anna Escofet Roig, Virginia Ferreiro Basurto, Victoria A. Ferrer Pérez, Rafael García-Pérez, Rocío Jiménez-Cortés, Virginia Mayor-Buzon, Esther Mena Rodríguez, María-José Méndez-Lois, Nieves Prado Soto, Ángeles Rebollo-Catalán, Maria José Rubio Hurtado, Carmen Ruiz Repullo, Juan Carlos Tójar Hurtado, Luisa Vega-Caro, Leticia Concepción Velasco Martínez, Alba Vico-Bosch, Ruth Vilà Baños, Milena Villar Varela

© De esta edición:

Ediciones OCTAEDRO, S.L.

Bailén, 5 – 08010 Barcelona

Tel.: 93 246 40 02

www.octaedro.comoctaedro@octaedro.com

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ISBN (papel): 978-84-17219-58-1

ISBN (epub): 978-84-17219-92-5

Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila

Diseño, producción y digitalización: Editorial Octaedro

Prólogo: «Virtualidad ficticia» y violencia de género

Miguel Lorente Acosta

La relación de los seres humanos con las máquinas siempre ha venido definida por la visión que quienes las creaban tenían del mundo. Ninguna máquina ha aparecido por sorpresa, todas han sido creadas bajo dos grandes referencias: por un lado, facilitar las tareas y acciones que se venían haciendo, y por otro, acceder a un nivel diferente al que se llegaba sin la ayuda de los nuevos instrumentos.

Lo sorprendente de la tecnología, a diferencia del uso directo de máquinas y aparatos, no ha sido tanto su aplicación y desarrollo para lograr los objetivos iniciales para los que se creó, sino la capacidad de mutar y de ser percibida como un escenario capaz de ampliar el espacio de la realidad, no tanto de cambiarla.

A diferencia de las herramientas y otros instrumentos de aplicación directa, que siempre se han visto como una prolongación de la persona, la tecnología introduce una distancia e intermediación que permite interpretarla con una especie de autonomía capaz de darle protagonismo y responsabilidad a la propia tecnología y, en consecuencia, restárselo a la persona. Es como si lo que consigue la tecnología no partiera al cien por cien de la voluntad de quien la utiliza, y contara con una especie de aportación propia del dispositivo utilizado. Y esto es algo que se aprecia de manera directa en el uso de las nuevas tecnologías.

En el caso concreto de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, las conocidas TIC, se aprecia cómo han revolucionado toda esa construcción y la manera de entender las relaciones interpersonales, pero también los usos dañinos y negativos que se pueden llevar a cabo a través de ellas.

Y lo han hecho por medio de varios elementos que han creado un nuevo marco, que a su vez ha permitido romper con el esquema tradicional de «emisor-mensaje-receptor» debido a una interacción tan amplia e inmediata que se pierde la linealidad y dirección de la comunicación. En este nuevo escenario de las TIC quien emite es, a la vez, quien recibe y el mensaje queda fragmentado y multiplicado en tantos píxeles como tienen las imágenes creadas por los dispositivos utilizados.

Este cambio de referencias es el que ha permitido, a su vez, romper con la dimensión témporo-espacial de antes para hacer de la simultaneidad y la inmediatez un nuevo espacio donde todo transcurre bajo los parámetros y la «ley» de ese instante, como si todo empezara y acabara en ese momento, cuando en realidad continúa más allá de sus límites tecnológicos en cada una de las personas que participan. Es lo que ha permitido hablar de «virtualidad» cuando en verdad nos estamos refiriendo a la realidad de las nuevas formas de interaccionar y comunicar de las personas en la actualidad, especialmente las más jóvenes. Pero también permite que lo que se considera como «realidad», ese contexto de relación tradicional en el que las personas quedaban físicamente y se comunicaban a través del lenguaje oral y corporal, haya quedado como algo virtual, como una posibilidad a la que se acude en determinadas ocasiones, minoritarias respecto a las nuevas formas de interacción, y casi siempre con la compañía de las nuevas tecnologías para no dejar atrás del todo ese otro espacio virtual en el que cada uno ocupa el rol deseado, al menos dentro de unos límites.

De ese modo, igual que la tecnología no es una simple prolongación de las herramientas, sino que crea un espacio propio, la virtualidad no es una sencilla reproducción de la realidad y crea nuevos límites que le dan otra dimensión, pero que no la hacen distinta. Y esa es una de las claves a la hora de enfrentarnos a estos temas, entender que la «virtualidad» creada por las nuevas tecnologías está más en las formas y en el marco que en el contenido y en lo que acontece dentro de ella.

Por lo tanto, cuando hablamos de «violencia de género en entornos virtuales» no se hace sobre algo distinto al machismo y a la violencia que se ejerce contra las mujeres en otros escenarios, sino que se refiere a la misma violencia desarrollada a través de procedimientos distintos y mucho más eficaces en un doble sentido. Por un lado, por su capacidad de controlar, y por otro, por sus posibilidades de camuflarse y diluirse como parte de un ambiente de «normalidad».

El proceso es sencillo. La cultura es machista y en ese contexto social se desarrollan las nuevas tecnologías, las cuales permiten ampliar la realidad por medio de una «virtualidad ficticia» en la que las relaciones continúan bajo las mismas referencias de la realidad original, envueltas, a su vez, por una «normalidad virtual» que favorece concentrar y agravar el control sobre las mujeres, tanto por la aparente distancia e «irresponsabilidad» generada por las TIC, como por la necesidad de «concentrar» el mensaje y hacerlo mucho más intenso para adaptarlo al formato de esa comunicación dentro de la «virtualidad ficticia».

El resultado es objetivo: se produce una potenciación de la violencia de género de forma disimulada, y con ella un refuerzo de las referencias machistas de la cultura patriarcal, refuerzo que a su vez facilita que se produzcan conductas violentas directas en forma de agresión física, psicológica y sexual. La utilización de estos entornos virtuales por parte de los propios agresores para difundir y «presumir» de la violencia que han ejercido, es la confirmación de todo el proceso.

El libro La violencia de género en entornos virtuales nos introduce en esa cara B de la realidad y nos revela todo el significado y la estrategia de la violencia contra las mujeres canalizada a través de las nuevas tecnologías. Y lo hace centrándose en cada uno de los elementos: en las características de los agresores, en la forma de ejercer esa violencia, en el contexto que la camufla y, muy importante, en las circunstancias de las mujeres que la sufren, especialmente de las más jóvenes.

Conocer ese escenario «virtual» es clave para identificar la realidad y poder prevenir la violencia y proteger a quienes la sufren, y el libro muestra el camino para conseguirlo. Si el machismo es normalidad y la normalidad es invisibilidad, la virtualidad camufla y esconde aún más la violencia de género y al violento, pero además, le da continuidad en el tiempo y en los distintos escenarios, la hace omnipresente, confunde a quien observa todo ese acontecer al crear la sensación de que se está a distancia de la víctima, y se reviste de neutralidad para esconder la responsabilidad de los agresores, incluso acudiendo al argumento posmachista de que las chicas también adoptan actitudes similares, y de ese modo apartar la violencia de género de su construcción cultural y de su significado estructural.

Nada nuevo en la forma de ocultar el machismo, pero todo diferente en la forma de ejercer la violencia de género más allá de los límites definidos tradicionalmente. Todo ello nos indica que el machismo y su violencia es capaz de adaptarse de forma más rápida a las nuevas circunstancias que las medidas a favor de la igualdad para erradicar la violencia de género. Y tampoco es casualidad, porque el contexto machista es el que define la realidad y sus prolongaciones en forma de «virtualidad ficticia».

El trabajo de las coordinadoras, Trinidad Donoso-Vázquez y Ángeles Rebollo-Catalán, y de quienes han profundizado en cada uno de los capítulos del libro, es muy de agradecer. Las felicito por ese buen hacer, por su importancia y por lo necesario que se hace el conocimiento que aportan a la hora de identificar la realidad, pues sin mirar a los ojos del machismo será imposible identificarlo bajo las máscaras y el camuflaje que le dota esa capacidad camaleónica que ha mostrado a lo largo de la historia.

Reconocer la violencia de género en los entornos virtuales que crea el machismo es conocernos mejor como sociedad, y disponer de referencias para transformarnos sobre la igualdad, única forma de erradicar las violencias machistas de la realidad y la convivencia.

Enero de 2018

Presentación

Trinidad Donoso-Vázquez

Universitat de Barcelona

Ángeles Rebollo-Catalán

Universidad de Sevilla

Internet, esa ventana al mundo, ese espacio infinito que dota de identidades digitales y acompaña a las personas como una parte más de su vida y de su realidad hasta tal punto que hoy es imposible distinguir dónde empieza y acaba la simbiosis máquina-persona.

Internet ha representado para adolescentes, jóvenes y mujeres un lugar de múltiples posibilidades. A través de este espacio se han abierto a nuevas relaciones y amistades. Muchas mujeres han podido relacionarse con sus entornos afectivos incluso a miles de kilómetros de distancia. Les ha permitido una formación que en muchas ocasiones era la única accesible. Ha posibilitado a aquellas que han transgredido el género encontrarse con otras en sus mismas circunstancias y acceder a encuentros comunes. La sola asimilación de capacidades relacionadas con el dominio de las TIC ha dotado a las mujeres de un empoderamiento personal. Internet ha sido un mundo rico, variado, extenso y prolífero para las mujeres. Han podido aprender, comunicarse, participar, debatir, proveerse de un sustento vital, conectarse, tener experiencias y compartirlas.

Sin embargo, todas estas realidades no han significado por sí solas estrategias suficientes para eliminar las discriminaciones de género. Tener oportunidades de trabajo, de relaciones, de nuevas comunicaciones, de evitar el aislamiento, de conocer otras realidades o de encontrar personas similares no acaba con el dominio de las imposiciones normativas de género. El espejismo del espacio donde el cuerpo se ha difuminado y que podría parecer una oportunidad para acabar con los sesgos de género, ha desaparecido. El espacio virtual mantiene las discriminaciones por razón de género. Internet no tiene cuerpo, pero sí género. Y con un peligro añadido, las fronteras entre discriminaciones por género y otro tipo de violencias sobre las personas parecen dilucidarse, en ocasiones confundirse y la mayoría de las veces naturalizarse.

El acoso a adolescentes y jóvenes nos debe preocupar especialmente, porque se produce en un momento de desarrollo evolutivo y social clave. Se está configurando parte de la identidad social de una población que está incorporando las bases de participación y comportamiento como ciudadanas y ciudadanos. Al mismo tiempo están desarrollando sus patrones de estructuras relacionales.

Partiendo de resultados de las investigaciones realizadas por autoras y autores sobre ciberviolencias de género en la adolescencia, este libro presenta algunas cifras y datos sobre la situación actual en conjunto y por comunidades. Pero también ofrece propuestas de actuación para centros educativos, familias y agentes socializadores. Acciones creativas y novedosas sobre cómo prevenir las violencias que se dan en los espacios virtuales y cómo intervenir. Este libro se plantea, a lo largo de sus distintos capítulos, los siguientes objetivos:

Recientemente, el Instituto Europeo de la Igualdad de Género (2017) ha alertado que el alcance de Internet, junto con la propagación de los móviles y el uso generalizado de las redes sociales, combinado con la pandemia de violencia contra mujeres y niñas ha contribuido a que la ciberviolencia contra ellas se haya convertido en un problema mundial con consecuencias económicas y sociales significativas, del cual además se sabe muy poco en lo que se refiere al porcentaje real de víctimas y prevalencia de los daños causados. Informes internacionales (OMS, 2013; UE, 2014) ponen de relieve que una de cada tres mujeres será objeto de alguna forma de violencia a lo largo de su vida, estimando que, a pesar de la relativa novedad de la conectividad a través de Internet, una de cada diez mujeres ya ha sufrido alguna forma de ciberviolencia desde los 15 años.

El acoso en Internet es un hecho demostrado y sus resultados están siendo alarmantes. A esto hay que añadir la impunidad que arropa este tipo de agresiones. Esta obra pretende contribuir a desenmascarar las agresiones virtuales y dotar a agentes educativos, sociales y políticos de herramientas de acción.

Bloque I. Indicadores de la violencia de género en entornos virtuales