A mis hijos
Hernán, María y Bárbara,
que a pesar de las inclemencias
de mi paternidad me aman


A mi madre,
que lucha incansablemente
por un mundo mejor


A Lili,
que me acompaña tratando
de comprender aun las cosas
que son incomprensibles para mí


Y a Juan Antonio y María Ester,
cuyo modo de amarse mutuamente
reconforta mi fe en el amor

PRÓLOGO

Estamos ante un libro verdaderamente psicoterapéutico. ¿Por qué? Simplemente porque a través de la lectura de cada frase y cada párrafo, se va viajando al interior de sí mismo, encontrándose y reconociéndose a cada instante. Muchos conceptos contenidos en este trabajo van iluminando –como estrellas que parecen brillar más cuanto más oscura está la noche– los rincones más ocultos de nuestras “habitaciones”: el cuerpo, la psique, el espíritu o el alma.

Efectivamente, en este libro se muestran con mayor claridad muchos de nuestros secretos y vericuetos afectivos, pero con una gran ventaja: al reconocernos, pero sobre todo al descubrir nuestra afectividad, ya no los nombraremos con esa dura y pesada carga de sentirnos enfermos, al contrario, simplemente iremos dándonos cuenta de cómo somos, cómo estamos hechos y nutridos de un gran mundo emocional, sin etiquetarlos con elocuentes términos psicopatológicos, que muchas veces tienen un carácter excluyente y descalificador de lo que se siente, de lo que se vive con alegría, tristeza o enojo.

Tal vez, mi amigo Eduardo Grecco me ha brindado el privilegio de escribir este prólogo porque observó, con esa agudeza clínica que lo caracteriza, que él y yo tenemos un punto en común: la bipolaridad. Pero ahora entiendo, gracias a su libro, no patológica.

A la bipolaridad, para instrumentarla, hay que registrarla y sobre todo, como bien lo descubre y desarrolla él en este trabajo, hay que valorarla.

Este libro tiene muchas virtudes desde el inicio hasta el epílogo. Algunas de ellas quiero subrayarlas y seguramente los lectores encontrarán más de las que aquí mencionaré. Veamos.

Para empezar, el tema de gran actualidad. Cada vez se registran más casos de psicopatología en personas que oscilan entre estados de extrema tristeza y extrema euforia, con sus respectivas consecuencias individuales, familiares, sociales y económicas. Qué mejor que actualizarse sobre el tema para además de ayudarse a sí mismo, ayudar al prójimo con una mayor comprensión del fenómeno, para abordarlo de una manera más eficaz.

El tema tiene sumo interés, porque atraviesa o se mantiene simultánea o subyacentemente, en muchos casos, ligado a problemáticas actuales como la farmacodependencia, la anorexia, la bulimia y diversos trastornos psicosomáticos.

Ahora bien, no basta hacer referencia de una problemática sobre los estados afectivos, también hace falta describirlos con nitidez y profundidad científica. Éste es el caso de Eduardo Grecco. Hay que agradecer su estilo claro, profundo, fácil, amable y, lo reitero, terapéutico. Sobre todo, tal como él entiende la psicoterapia, como un medio de acompañamiento honesto, afectuoso y comprometido con el paciente, y así mismo lo hace con el lector de su obra. Al grado que incluso podría llamarnos a la dependencia, porque lo que sucede es que cuesta trabajo desprenderse del libro. Una vez que se comienza a leer, difícilmente se lo pueda dejar y cuando se ha terminado, se siente un extraño pesar de alivio y melancolía y el deseo de repetir la experiencia de leerlo cuantas veces sea necesario, hasta quizá saciarse de él.

Grecco señala como virtud el oscilar de un estado afectivo a otro. El movimiento es, al fin y al cabo, signo de la vida. Eso mismo hace él, como terapeuta y como autor, entre dos mundos que une de manera sencilla y constante. Oscila entre la ciencia y la poesía. Reconoce la virtud de la metodología de la clasificación clínica y al mismo tiempo le da la palabra a los poetas para que describan para el mundo lo que la ciencia psicológica ha conceptualizado.

En este trabajo, todo aquel estudioso de la Psicopatología podrá encontrar una excelente descripción y clasificación de cada uno de los estados afectivos contenidos en los textos de la Psiquiatría y Psicopatología clásicas.

Aunque el autor nos advierte que su concepto de bipolaridad no equivale al de los clásicos de la Psiquiatría, yo diría que más bien lo incluye y lo trasciende, en la medida en que toma en cuenta la oscilación bipolar no sólo como un gran padecimiento, sino también como una gran palanca de crecimiento y creatividad para el desarrollo del sujeto que la vive. Lo que hace Grecco es descubrir los silencios –muestra de una vida sofocada por un deber ser imposible– y promover la libre expresión de los afectos para que se articulen en un proyecto de vida o, como él bien dice, en un eje interior que posibilite la creatividad y conduzca a un estado al que, retomando a Jung, lo llama plenitud.

Hay que reconocer otro gran ejercicio. Integra diversas posturas teóricas y técnicas asimiladas no en un eclecticismo acomodaticio, sino siempre al servicio del paciente, en una gran coherencia interna y distinguiendo lo esencial de lo complementario.

Finalmente, escribir en un tono propositivo sobre un cuadro que está sellado y marcado con la cruz de la pena, la oscuridad y la desgracia, es motivo de una reflexión sobre la forma de entender y abordar las psicopatologías, casi siempre enmarcadas en la desventaja y la descalificación. Esto es probablemente reforzado por una sociedad, donde tanto el grupo médico y psicológico, como los “enfermos”, han caído en una psicopatologización de los estilos o formas de vida de las personas, atravesando con ello los límites del comportamiento sano y necesario para el desarrollo de una comunidad.

Así pues, hay que tolerar la tristeza y aceptar la alegría, ya que tienen su propio ritmo de expresión, y siempre y cuando no se permanezca en los extremos, son un don que a través de este libro el lector podrá descubrir.

Dr. Fernando Bilbao Marcos
Decano de la Facultad de Psicología
Universidad de Morelos

México, julio de 2003

NOTA PRELIMINAR

La bipolaridad no es una enfermedad, por lo menos en el sentido de ser algo negativo, un mal que es necesario suprimir o un castigo que hay que soportar. Por el contrario, es una conducta plena de sentido, fruto de una creencia equivocada, una condición autoinducida en la cual se permanece atrapado, pero que es posible dejar atrás.

Ocurre algo curioso con las creencias: funcionan como automatismos, como supuestos que se dan por hechos y sobre los cuales ya no nos interrogamos ni reflexionamos. De modo que se convierten en puntos de vista sobre la realidad que no admiten discusión. Pero para superar un problema hay que buscar soluciones diferentes, cambiar la mirada con la cual se intenta resolverlo y no insistir por los mismos caminos que no han dado resultado.

A medida que se vayan leyendo las páginas de este libro, se podrá ir conociendo el contenido con el cual intento llenar el concepto de enfermedad. De manera que en cada oportunidad en que aparezca este término hay que tener en cuenta que lo uso con un significado diferente del que, habitualmente, le dan la Psiquiatría y la Medicina.

E. H. G.

INTRODUCCIÓN

Muchas veces, ante una dolencia se pone en marcha
un mecanismo de compensación que hace
que el individuo responda creativamente
.

Oliver Sacks

Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo
.

Pedro Salinas

Hace tiempo escribí un libro, Los afectos están para ser sentidos. En ese momento estaba alentado por la intención de dar cuenta de la naturaleza y de los procesos específicos del padecer bipolar. Era una estación de mi vida en la cual luchaba por curar esa herida en mi alma, al mismo tiempo que una fuerte necesidad me impulsaba a modelar en palabras mi experiencia personal, aún palpitante y en la cual parecía estar, por momentos, “atrapado sin salida”.

Esta sensación de no poder escapar a un destino, que se repite una y otra vez, no es una metáfora literaria sino una cruda realidad que se experimenta hondamente y que inunda la conciencia, al punto de que se transforma en la única opción que se visualiza como posible en la existencia. Esto no significa que esta creencia sea verdad sino, por el contrario, es una ilusión que forma parte de las trampas con que la misma enfermedad acecha a la persona que la lleva a cuestas.

Atrapado, amarrado, sentir que se está a merced de “algo” que nos domina, posee y manipula, como si fuéramos marionetas cuyos hilos opera vaya a saber quién, es parte de una vivencia de aniquilación de la autonomía y de la pérdida de la identidad, que penetra muy profundamente en el corazón de la estructura y la historia del paciente bipolar. De ese modo, al dejar de sentirse autónomo, al no saber muy bien quién se es y al vivir la falta de libertad como un destino, el bipolar reacciona, alternadamente, ya con la negación extrema de la manía, o con la resignación total de la depresión.

Ahora bien, el camino que conduciría a romper este circuito, en el que la persona cree estar prisionera, es el contacto con una productiva relación de amor (a otra persona, a un proyecto) que restaure la estima perdida y que le dé el eje que necesita para que su oscilación se convierta en un vaivén constructivo y no en un sufrimiento. Pero, ¿cómo lograrlo?

De esto es de lo que deseo hablar en este libro, que es una nueva versión sobre el mismo tema de Los afectos están para ser sentidos, una relectura, de mi parte, fundada en una perspectiva diferente. “Cambiamos incesantemente –escribe Borges– y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito”. Una perspectiva, desde esta relectura de mi propia obra, que considera a la bipolaridad no como un obstáculo, sino como un camino de aprendizaje y crecimiento, no como una desventaja sino como un conjunto de talentos que, bien llevados, inclusive, pueden conducir a la genialidad. Una genialidad alcanzada, no por haber logrado superar y sanar la bipolaridad, sino como el fruto de la propia naturaleza “oscilante”. En suma, no a pesar de ella, sino gracias a ella. Por lo tanto, ésta es una versión que aporta razones para bendecir la bipolaridad y por eso lleva el título que lleva.

¿Qué fue lo que me condujo al cambio en la forma de pensar la bipolaridad? Fundamentalmente la insuficiencia de resultados en la práctica clínica, el hecho de que las personas bipolares –aun con excelentes tratamientos y medicaciones– seguían sufriendo, generando crisis y hundiéndose, cada vez más, en el abismo de la resignación y el temor.

En algún punto de este proceso de observación de la realidad, pude darme cuenta de que no había que seguir insistiendo en la búsqueda de nuevas técnicas para abordar el tratamiento de la bipolaridad. Que el problema no es el uso de una tecnología inadecuada, sino que eran los modelos de comprensión del problema bipolar los que estaban fallando; que había que aventurarse a construir nuevos y diferentes paradigmas para orientar el trabajo con estos pacientes.

Un nuevo paradigma

El punto de partida es que cada síntoma no sólo es la manifestación externa de un conflicto y el producto de la supresión de un afecto, sino también el resultado de una potencialidad que transita por caminos equivocados.

Así, al indagar sobre la bipolaridad, se puede descubrir que la oscilación emocional va acompañada de una serie de talentos que, al no ser desarrollados como tales, se convierten en afección.

Algunos de ellos son:

Claro está que uno puede plantearse por qué, disponiendo de tal dispositivo, las personas bipolares parecen no poder escapar de ese esquema de reiteración cíclica de inestabilidad extrema. Sin embargo, las cosas no son así, ya que la inestabilidad y la ciclicidad extrema sí pueden sanarse.

La creencia “en la no-salida” de esta condición se debe a que muchos profesionales de la salud y la educación tratan a los pacientes bipolares con una concepción equivocada, como si fueran enfermos con una “patología sin esperanza”, esclavos de una situación que deben aceptar con resignación.

Sin embargo, la inestabilidad emocional, que llamamos bipolaridad, es más el fruto de la falta de comprensión acerca de las virtudes de la oscilación, que de una estructuración patológica en sí misma. Si se ha convertido en una desventaja en la vida de una persona es porque ha sido tratada, desde el inicio, como tal y no porque realmente lo sea. De esta manera, la bipolaridad no debe considerarse como una etiqueta limitante sino como el resultado de un prejuicio con que la terapéutica y la sociedad estigmatizan algo de lo cual no comprenden su esencia.

La báscula mental

La bipolaridad es semejante a la dislexia. La dislexia es, en el aprendizaje, lo que la bipolaridad en los afectos, y el bipolar es, en cierta medida, un disléxico emocional.

En ambas configuraciones las personas carecen de un punto de orientación, pero cuando pueden llegar a construir y manejar ese “punto de referencia” (giroscopio interior), lo que inicialmente aparecía como una dificultad comienza a desaparecer. En el disléxico se trata de un punto espacio-mental, en el bipolar de una “coordenada vincular” de la cual carece. Esta carencia es la que hay que lograr remediar y que su lugar lo ocupe una “relación guía”, ya que la falta de este eje provoca confusión y ante la emergencia de tal estado psíquico la inestabilidad aparece como una respuesta defensiva.

Al trabajar con esta mirada y aplicando una metodología destinada a que la persona bipolar cree un “vínculo interior referencial” (la báscula mental) que le sirva de guía para alejarla de los cambios extremos y de la confusión que le generan muchas situaciones cotidianas de la vida, los logros que se alcanzan son sorprendentes.

Hay cosas que la persona bipolar no puede representar, que le generan desorden, desorientación, caos y desconcierto, y entonces la oscilación es la respuesta para defenderse de esa circunstancia. Del mismo modo, como su pensamiento es plástico (imágenes en movimiento), su ir y venir emocional refleja su discurrir mental. Cuando le dicen “tienes que ser estable”, él escucha “oscila”, y esta situación es decisiva, ya que desde la medicación y desde la palabra lo que se le está repitiendo al bipolar es algo que no puede comprender o que él traduce exactamente al revés.

La “estabilidad” que el bipolar tiene que lograr no debe provenir de afuera, sino surgir como una “referencia interior”, y no puede equivaler a la detención o quietud, sino a movimiento con sentido y proporción. No hay que pretender que deje de oscilar (su oscilación es su virtud), sino que sane la desproporción que lo traga en un eterno vaivén sin eje.

Los pacientes bipolares (como todos) nos enseñan con sus expresiones aquello que los terapeutas tenemos que aprender para ayudarlos. Sólo hay que poner atención, escucharlos y valorar sus puntos de vista.

Es común observar el hecho de que las dificultades y las desdichas vinculares llenan sus biografías. Es notorio el deseo de ser aceptados y amados, lo que los lleva a establecer relaciones a cualquier precio, construidas desde la necesidad y la dependencia y no desde el amor y el crecimiento.

En el momento de nacer y luego del corte del cordón umbilical, el ser humano nace al desvalimiento, es decir, no puede valerse por sí mismo para satisfacer sus necesidades básicas. Es el otro o son los otros, sus padres, quienes cumplen esta función, y si ese recién nacido no recibe protección, afecto, cobijo y nutrición se hunde en el desamparo. Esta vivencia es muy radical, al punto de que el bebé va desarrollando, con el paso del tiempo, un complejo mecanismo de defensa consistente en transformar ese desamparo en una creencia: si no me dan lo que requiero es porque no lo merezco y si no lo merezco es que soy indigno. Tal sentimiento de indignidad luego es encubierto, en el futuro bipolar, tras una máscara de prodigalidad exagerada mediante la cual pretende comprar afectos y reconocimiento que sanen su estima dañada y, cuando no los recibe, surge una profunda indignación por sentir que lo tratan injustamente y la represión de esta indignación vuelve como el polo de exceso (maníaco) de la bipolaridad.

Esto se une a la incapacidad que lo domina para dar por terminado un vínculo, para decir “basta” o “no te quiero más”, ya que tal condición forma parte de la vivencia bipolar según la cual una relación que acaba implica una muerte posible del Yo: en cada corte está en juego la aniquilación de su identidad, pero no como metáfora sino como una dolorosa realidad.

Estas circunstancias (la herida en la estima y el temor de aniquilación ante una pérdida de afecto) llevan, a los bipolares, a establecer vínculos enmarañados y destructivos, que son la expresión de un profundo y entrañable barullo afectivo. Ante esto, ¿qué hacen habitualmente los terapeutas? Recomiendan cautela, distancia, inacción, proporción y abstinencia, lo cual implica no haber asimilado lo que acontece en el mundo interior del paciente, porque estas palabras encierran conceptos irrepresentables en el universo de la conciencia bipolar.

La bipolaridad es un problema de salud

Quisiera compartir, en este libro, mi experiencia terapéutica y personal y trasmitir un mensaje optimista sobre la bipolaridad.

El primer paso, que tenemos que dar juntos, es abandonar la concepción fatalista de la bipolaridad.

La bipolaridad es sólo un problema de salud, como lo es una gripe o un resfrío. No es una condena, ni una condición irreversible, ni un destino irrevocable, ni una atrofia de la personalidad. Cuando se avanza en esta dirección y desdramatizamos el padecer bipolar, ocurre que podemos comenzar a verlo como lo que realmente es y así podemos trasmitir a los pacientes una más correcta y objetiva perspectiva sobre su afección.

El segundo paso consiste en considerar que la persona bipolar muestra, por medio de sus síntomas, la máscara de una potencialidad mal utilizada que, cuando logra ser canalizada adecuadamente, se transforma en fuerza creativa.

El “subibaja” afectivo, que los especialistas denominan bipolaridad, resulta ser la amplificación, a niveles crónicamente exagerados, de una capacidad del espíritu del hombre. De modo que, al investigar su naturaleza, estamos profundizando en el entendimiento de los repliegues del psiquismo humano.

Por otra parte, al poner el énfasis más en la virtud que un síntoma señala que hay que desarrollar, y no tanto en la falla que hay que erradicar, nos colocamos en una perspectiva terapéutica mucho más cercana para la cura de este padecimiento y de la posibilidad de pensar que todo malestar tiene un significado en el proceso de evolución del alma.

Existe hoy una gran preocupación por la bipolaridad. Interés que ha nacido en los últimos años, promovido por su crecimiento estadístico pero, también, por la dedicación a su estudio por parte de profesionales de las diferentes áreas de la salud. Así, distintos especialistas bucean en su etiología, en sus manifestaciones y en su dinámica, tratando de generar nuevos tratamientos y espacios de reflexión sobre los caminos de su prevención y su cura.

Como ha ocurrido con otras enfermedades, los pacientes han sido activos colaboradores de esta nueva situación, ya que sus demandas de cura los ha colocado en el lugar de ser motores importantes en la búsqueda de respuestas a sus padecimientos.

Sin embargo, estamos en un punto donde parece que el progreso en la comprensión de la dinámica y de la cura de la bipolaridad se ha estancado. Tal bloqueo deviene, posiblemente, del hecho de que estemos entendiendo inadecuadamente el problema bipolar.

Los puntos de partida actuales se basan en las preguntas: ¿Qué hacer para detener la oscilación? ¿Cómo estabilizar al paciente? Pero, ¿son correctas estas preguntas? Tengo la percepción de que, por lo menos, son insuficientes. Si queremos saber más sobre la bipolaridad y su cura, debemos cambiar las preguntas que nos hacemos sobre ella.

Para esto es necesario tener en cuenta dos principios muy generales: