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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2009 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
FALSA SEDUCCIÓN, N.º 48 - diciembre 2010
Título original: The Texas Tycoon’s Christmas Baby
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9340-4
Editor responsable: Luis Pugni

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Falsa seducción

BRENDA HARLEN

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Prólogo

Penny McCord colgó el teléfono y sonrió satisfecha tras haber confirmado su cita con Jason Foley para cenar juntos esa noche. Él estaba en Dallas de negocios, pero haría un hueco en su agenda de trabajo para llevarla a pasar una velada tranquila y romántica en su apartamento. Sería la ocasión ideal para contarle las últimas noticias que acababa de recibir hacía sólo unas horas y luego aprovecharían para empezar a hacer planes sobre su futuro como pareja.

Estaba muy entusiasmada y a la vez un poco nerviosa. Deseaba que él se sintiese a su lado tan feliz como ella, aunque no estaba muy segura de sus sentimientos, porque no habían hablado hasta entonces de su relación a largo plazo.

Pero él tenía que sentir lo mismo que ella, no le cabía la menor duda. De otro modo, no se habría comportado como lo había hecho hacía cuatro meses durante la celebración de la boda de Missy Harcourt. En una sala abarrotada, con más de quinientos invitados, él sólo había tenido ojos para ella.

Cuando la pareja con la que había asistido a la boda había tenido que ausentarse, él se había acercado a ella, habían charlado, habían bailado juntos, la había llevado a casa, y luego se había despedido de ella con un beso.

Unas semanas después se habían convertido ya en amantes. Se sentía una mujer afortunada por haberse enamorado del hombre que había sido su primer amante, y pensaba que, si Jason no estaba aún enamorado de ella, lo estaría conforme se fuesen conociendo.

Cuando el teléfono volvió a sonar, pensó que sería de nuevo Jason, como hacía otras veces, para decirle que no podía dejar de pensar en ella.

—¿Ya me echas de menos? —le preguntó ella bromeando.

Hubo un silencio al otro extremo de la línea. Penny se arrepintió de inmediato de no haber comprobado la llamada en la pantalla antes de hablar.

—Penny, soy Paige.

La voz de su hermana sonó algo crispada, como si hubiera estado llorando. No era su desenfadada voz habitual.

—¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo malo?

—No, nada. Sólo que… tengo algo que decirte.

Al margen de los correos electrónicos que se habían intercambiado en los últimos días, hacía mucho tiempo que no se veían. Echaba de menos poder hablar con su hermana gemela, con la que siempre se había llevado muy bien.

—Yo también tengo algunas novedades que contarte, pero pueden esperar. Tú, primero.

Pero Paige no parecía tener prisa.

Hubo un silencio prolongado.

—¿Paige? —exclamó Penny angustiada, pensando que algo terrible podría estar pasándole a su hermana para que no acertase a articular las palabras, que quizá le hubiera ocurrido algún accidente o estuviera enferma—. Me estás empezando a asustar, Paige.

—Lo siento, Penny. Lo siento mucho. Ya sabes lo mucho que te quiero. No te preocupes, cuenta conmigo, yo te ayudaré a sobrellevarlo todo, te lo prometo.

—¿A sobrellevar, qué? —le preguntó ella cada vez más confusa.

—A Jason Foley.

De nuevo se produjo un silencio.

Penny y su hermana gemela siempre habían estado muy unidas, pero no le había dicho que estaba saliendo con Jason Foley. Nunca había tenido secretos para ella, pero en esa ocasión había preferido no hablarle de su relación. Se había dicho que Paige ya tenía demasiadas responsabilidades tratando de encontrar el diamante Santa Magdalena como para darle aún más preocupaciones.

Pero la verdad era que no lo había hecho por miedo a que Paige no aprobara su relación y pudiera acusarla de estar loca enamorándose de un Foley. Ella no quería de ningún modo que aquella vieja y estúpida disputa familiar entre los Foley y su familia pudiera ser un obstáculo entre ella y el primer hombre del que se había enamorado.

—Te estás viendo con Jason Foley, ¿verdad? —le preguntó finalmente Paige.

—Sí, es cierto —respondió Penny desafiante—. Soy consciente de que es algo que no le gusta a nadie y que nadie comprende. A veces me cuesta entenderlo también a mí misma. Pero él no es como tú piensas, Paige. No es como todos pensábamos que era. Es maravilloso, encantador, dulce y amable. Y estoy enamorada de él. Y creo que… —dijo cruzando mentalmente los dedos y deseando desesperadamente que sus palabras fueran ciertas— él también está enamorado de mí.

—Penny, abre los ojos, él sólo te está utilizando para conseguir información de nuestra familia.

Penny se puso furiosa. No por Jason, al que no creía capaz de hacer nada de eso, sino por su hermana, por atreverse a decirle esas cosas tan terribles.

Pero prefirió reírse para hacerla ver que su relación con Jason era una relación sólida y seria y que sus acusaciones carecían de fundamento.

—No, él nunca haría tal cosa.

—Sí, Penny, sí. Abre los ojos —le insistió Paige con un tono de voz cada vez más persuasivo.

—Él no haría una cosa así, te lo repito. Él no es así.

—Penny, estoy en el rancho de Travis Foley, buscando el diamante. Travis estaba a mi lado cuando leí el e-mail de Gabby contándome que estabas saliendo con Jason, y Travis sabía… lo que su hermano iba a hacer.

Penny no estaba segura de cuál de las revelaciones de su hermana le sorprendía más.

—No —replicó, con una voz menos firme que antes.

No quería escuchar una palabra más. Sabía el obstáculo que suponía en su relación la enemistad entre los McCord y los Foley, pero estaba convencida de que ella era más importante para Jason que todo eso.

¿Cómo si no podía haberse comportado con ella con aquella ternura?

Se mordió el labio, reflexionando sobre lo que su hermana acababa de decirle. Jason no le había hecho ninguna pregunta directa sobre aquel maldito diamante, pero, después de pensarlo bien, recordó que había dejado caer algún comentario de vez en cuando. Aunque seguramente no tuviera ninguna importancia, no iba a ponerse a sacar conclusiones precipitadas sólo porque su hermana le hubiera dicho aquello.

—Eso es una locura —dijo ella.

—Querida, escúchame. Siento decírtelo, pero Travis lo admitió todo. Jason le dijo hace unos meses a Travis y a su otro hermano, Zane, lo que tenía intención de hacer. Estaba convencido de que nuestra familia estaba planeando algo en relación al diamante. Jason pensó que podría conseguir esa información a través de ti. Acercándose a ti y dándote a entender que se sentía interesado por ti. Lo siento mucho Penny, sé cómo te sientes y lo difícil que te resultará creer todo esto. Cada vez que lo pienso… creo que le mataría con mis propias manos. Te lo juro. Los Foley pagarán bien caro lo que te han hecho.

—Pensé… —comenzó diciendo Penny hilvanando a duras penas las palabras—. Pensé que estaba enamorada de él.

Y que él también estaba enamorado de ella.

De repente, todos sus sueños y esperanzas se derrumbaron como un castillo de naipes.

Capítulo 1

Jason Foley se dirigía en su coche por el sinuoso camino que llevaba al rancho de su hermano, preguntándose qué diablos estaba haciendo allí en medio de aquel desierto cuando tenía más de una docena de proyectos esperándole en su despacho de Dallas. Pero Travis nunca le había pedido nada, no tenía alternativa. Por alguna razón que no acertaba a comprender, parecía ser muy importante para él tener ese año a toda la familia reunida en el rancho el día de Acción de Gracias. Y no sólo para compartir la tradicional comida, sino todo el fin de semana.

Sin duda, debía ser una razón muy especial. Travis había invitado incluso a la familia McCord. Hacía mucho que los Foley y los McCord no se sentaban juntos en una misma mesa, pero al parecer las cosas estaban cambiando.

Sin saber cómo, vino a su mente la imagen sonriente de Penny McCord. Sí, definitivamente las cosas estaban cambiando. Sintió entonces un dolor en el estómago. Aún no sabía lo que había salido mal entre ellos, pero después de varias semanas sin que ella respondiera a sus llamadas telefónicas ni a sus e-mails, se había resignado a dar por terminada su relación. Cierto que había sido ella la que había tomado esa decisión, pero no era menos cierto que él se había acercado a ella con engaños y, de alguna forma, se había sentido culpable de ello.

A decir verdad, aún se sentía culpable. Había sido idea suya salir con Penny McCord para averiguar los planes de su familia con relación al diamante Santa Magdalena. Había sido un plan fruto de la desesperación y condenado al fracaso desde el primer momento.

Y ese sentimiento de culpabilidad se había ido acrecentando conforme la había ido conociendo mejor y tomándole más afecto. Así que, al dejar de contestar ella a sus llamadas, casi se había sentido más aliviado que desconcertado.

Ella estaría mejor sin él.

Y él sin ella. Si decidía presentarse en casa de su hermano el día de Acción de Gracias, él se mostraría afable y cortés con ella, pero manteniendo las distancias. Aunque hubiera significado algo en su vida, todo había terminado.

O al menos así lo creía, hasta que llegó a la casa, entró en la cocina y la encontró en brazos de su hermano.

—Vaya, esto es lo que yo llamaría una escena enternecedora —dijo entre dientes, con la mandíbula apretada y los puños cerrados.

Se apartaron al oírle entrar y fue entonces cuando Jason se dio cuenta de su error.

No era Penny la que abrazaba a su hermano, sino Paige, su hermana gemela.

Por supuesto que no era Penny. No, no podía ser ella. Incluso antes de darse cuenta de que era su hermana, debería haber comprendido que Penny no era de ese tipo de mujeres que va de cama en cama con cualquier hombre. De hecho, la suya había sido la primera y la única en la que había estado.

Pero ella le había arrojado de su vida.

¿Por qué tenía que importarle tanto entonces el que pudiera estar con otro?

No debería. Pero así era.

—No quiero interrumpir —se disculpó, más relajado.

—Has llegado muy temprano —le dijo Travis a su hermano con una sonrisa.

—Puedo salir y volver más tarde.

—No hace falta —aseguró Travis, tomando de la mano a Paige—. Supongo que conoces a Paige McCord.

—Me alegra verte de nuevo, Paige —dijo Jason inclinando la cabeza.

—Me gustaría poder decir lo mismo —respondió ella con frialdad.

Jason miró a su hermano sorprendido, con las cejas arqueadas, pidiendo una explicación. Travis negó con la cabeza, pero él no estaba dispuesto a pasar por alto las palabras de Paige.

—Si albergas hacia mí algún tipo de rencor por lo de tu hermana, debes saber que fue ella la que rompió nuestra relación.

—Y supongo que tú no tienes ninguna idea de por qué lo hizo, ¿verdad?

No. No la tenía. Después de tres semanas seguía preguntándoselo.

—¿Tenemos que ponernos ahora a hablar de estas cosas? —preguntó Travis queriendo zanjar la cuestión.

—Nada me gustaría más que poder olvidar ese asunto —le aseguró Paige—. De hecho, lo que más me hubiera gustado habría sido que tu hermano no hubiera llegado a acercarse nunca a mi hermana, pero desgraciadamente eso ya no es posible.

Se apartó el pelo de la cara y salió de la habitación.

—¿Se puede saber qué está pasando? —le preguntó Jason a su hermano.

—Dejaré que sea la propia Penny quien te lo explique —replicó Travis.

—¿Va a venir? —exclamó Jason, sintiendo que le daba un vuelco el corazón.

—Te dije que había invitado a todos los McCord.

—Pero no me dijiste que vendría Penny.

—¿Habrías rechazado mi invitación de haberlo sabido?

—No, habría venido de todos modos —dijo Jason sin mucha convicción, dándose cuenta de que su hermano tampoco daba mucho crédito a sus palabras.

No debería haber venido.

Mientras tomaba asiento entre sus dos hermanos mayores, Blake y Tate, en la mesa alargada del comedor de Travis Foley, Penny se preguntó por qué habría accedido a participar en aquella curiosa cena familiar de Acción de Gracias. Por supuesto, había aceptado la invitación con la idea de que no estaría allí Jason.

Estaba siempre demasiado ocupado como para poder pasar todo un fin de semana en el rancho de su hermano. Para él, los negocios eran más importantes que su propia familia. De hecho, eran lo más importante de todo, y haría cualquier cosa para asegurar el éxito de su empresa. La farsa de su relación con ella era buena prueba de ello.

Cuando recibió la invitación a través de Paige, se mostró ansiosa por salir de la ciudad y poder pasar unas horas con su hermana gemela, llorando en su hombro como siempre lo había hecho. Así que aceptó, sin pensárselo dos veces, convencida de que Jason no se ausentaría de su despacho todo un fin de semana para pasarlo en aquel apartado lugar.

Pero se había equivocado.

Todos y cada uno de los miembros de la familia Foley, incluido Jason, estaban presentes, al igual que los McCord. Como si la enemistad y el rencor que habían imperado entre ambas familias durante más de un siglo hubieran quedado en el olvido.

Ella conocía aquella historia, al menos en la versión que había oído siempre a su familia. Los McCord y los Foley, dos de las más importantes familias de Texas, habían mantenido una enconada disputa desde los tiempos de la Guerra de Secesión. Pero esa enemistad se había visto agudizada a finales de la década de 1890, cuando Gavin Foley había perdido sus derechos de propiedad sobre el rancho que tenía en el oeste de Texas en favor de Harry McCord, tras una partida de póquer. Gavin Foley había jurado y perjurado que las cartas habían estado amañadas y que Harry le había hecho trampas.

En aquel momento, nadie había prestado mayor atención a esas acusaciones, todos habían pensado que la reclamación no iría a ningún lado. Sin embargo, se corrió el rumor de que en la escritura, que contenía también un detallado mapa de la mina, figuraban unas pistas sobre la ubicación de un tesoro enterrado en ella, en el que se encontraba también el legendario y supuestamente maldito diamante Santa Magdalena.

Nunca se llegó a encontrar ningún tesoro en aquella mina de la discordia. Pero lo que si se encontró fue una importante veta de plata, fruto de la cual los McCord levantaron su imperio familiar. Pero los rumores sobre el diamante Santa Magdalena no llegaron a extinguirse por completo, máxime después del descubrimiento de un barco hundido en el Golfo de México, en el que se vio por última vez la célebre gema. Sin embargo, no se encontró el menor rastro del diamante, y desde entonces, los aventureros, coleccionistas de piedras preciosas y ladrones de joyas del mundo entero, habían estado tras la huella de la piedra legendaria.

No estaba segura de la existencia del diamante Santa Magdalena, aunque, de ser cierta, sería supuestamente el diamante ámbar más perfecto y mayor del mundo, rivalizando con el diamante Esperanza. Pero se sentía inclinada a creer en la maldición, según la cual todos los que habían estado alguna vez en posesión de la gema habían caído en desgracia, incluyendo a un pachá indio, un príncipe italiano del Renacimiento, un duque del siglo XVII y un gobernador mexicano del XVIII. Porque, aunque ella no hubiera visto nunca con sus ojos aquella famosa joya, parecía como si su influjo hubiera sido la causa de sus reveses amorosos.

Había sido su propia inexperiencia e ingenuidad la causa de haberse visto seducida por Jason Foley, pero lo cierto era que el director jefe de operaciones de Industrias Foley nunca hubiera puesto los ojos en ella de no haber estado interesado en lo que ella sabía, o lo que pensaba que ella sabía, sobre los planes de los McCord para dar con el diamante.

Trató de desechar de su mente todos los pensamientos sobre la gema y sobre la disputa entre los Foley y los McCord. No sabía cuánto habría de cierto y cuánto de ficción en aquella leyenda, ni le importaba realmente. Sus verdaderas preocupaciones no eran ésas. Estar en la misma sala que Jason, tan cerca y a la vez tan distante de él, era como arrancar la costra de una herida que había empezado a cicatrizar.

Era la primera vez que lo veía, cara a cara, desde que se había enterado que toda su relación había sido una simple farsa.

Y también la primera vez desde que había sabido que iba a tener un bebé suyo.

Un bebé del que todavía no le había hablado, a pesar de la encarecida insistencia de su hermana.

Paige le había dicho que Jason tenía derecho a saber que iba a ser padre, y que debía hacerse responsable de sus actos, y ella sabía que su hermana tenía razón.

Pero no estaba preparada para enfrentarse a ello. Aún le dolía demasiado su desengaño amoroso como para ponerse a discutir aspectos tales como el régimen de visitas o las pensiones alimenticias. Además, a pesar de las recientes dificultades por las que atravesaban las joyerías McCord, gozaba de una posición económica lo bastante sólida como para mantener a su hijo por sí misma. Tenía el trabajo más seguro de la empresa, y no por su apellido, sino por la reputación que se había creado con sus diseños de joyas.

No iba a pedirle nada a Jason Foley.

Nunca.

Volvió en sí, sobresaltada, al sentir en un costado el codo de su hermano.

—Gabby te ha pedido que le pases la ensalada —le dijo Tate en voz baja.

—Oh, perdón.

Echó una mirada por la mesa en busca del plato de la ensalada, hasta darse cuenta de que lo tenía en la mano. Se lo pasó a su prima. Al bajar luego la vista hacia su plato, vio que no se había servido nada de ensalada y que se había echado, en cambio, un montón de queso parmesano en la pasta, a pesar de que a ella no le gustaba nada ese tipo de queso. Tomó el tenedor y se puso a remover los espaguetis por el plato.

Gabriella, que estaba sentada frente a ella, le dio ligeramente con el pie por debajo de la mesa para llamar su atención.

—¿Estás bien? —le susurró en voz baja, y luego añadió al ver que asentía tímidamente con la cabeza sin atreverse siquiera a mirarla—: ¿Es por Jason?

Aunque Gabby lo había dicho lo suficientemente bajo para que no las pudiera haber oído nadie de la mesa, Penny lanzó una mirada rápida hacia Jason, que estaba sentado justo al lado de su prima, sintiéndose aliviada al comprobar que charlaba animadamente con su joven sobrina, sentada al otro lado. Sin embargo, empezaba a darse cuenta de que su efímera relación con Jason no era ya ningún secreto para nadie.

Ella negó con la cabeza.

Pero Gabriella no la creyó.

—Si alguna vez quieres hablar de ello…

Ella volvió a negar con la cabeza, esta vez con mayor firmeza. Lo último que quería en aquel instante era hablar de cómo Jason Foley se había servido de ella y de cómo había sido tan tonta como para permitírselo, tan tonta como para creer que un hombre como él pudiera interesarse seriamente por una mujer como ella.

Sintió las lágrimas pugnando por brotar desde el fondo de sus ojos, pero parpadeó repetidamente para impedirlo.

Afortunadamente, Gabriella no tuvo ocasión de insistir en sus preguntas porque Rafael, su marido, se inclinó hacia ella para susurrarle al oído algo que consiguió arrancar una sonrisa luminosa de su bello rostro.

Penny apartó la mirada. Eso era lo que tenían las fiestas y las reuniones familiares. Se veía una rodeada de parejas felices, pero se encontraba siempre sola.

Y ese año la cosa pintaba aún peor, porque las caras nuevas que veía a su alrededor no tenían ese carácter temporal de que pudieran ser sustituidas con mucha probabilidad por otras al año siguiente, como había ocurrido en el pasado. De alguna manera, en el espacio de los últimos seis meses, todos los que estaban sentados con ella en la mesa se habían enamorado milagrosamente.

Gabby y Rafael se habían escapado después de un tempestuoso noviazgo, y aunque muchos habían cuestionado la idoneidad de la pareja que formaban la rica heredera y su guardaespaldas, era obvio que estaban locamente enamorados el uno del otro. Sus dos hermanos mayores tenían ahora sendos compromisos de matrimonio. Y si la relación de su hermano Tate con Tanya Kimbrough, la hija de la mujer que llevaba más de veinte años como ama de llaves de los McCord, había sembrado el desconcierto en la familia, esa sorpresa no había sido nada en comparación con el anuncio de compromiso de Blake con Katie Whitcomb-Salgar, la ex novia y ex prometida de su hermano Tate.

Más recientemente, Paige, su hermana gemela, se había encaprichado de Travis Foley. Incluso su madre parecía haber retomado su vieja relación con Rex Foley, el padre de Jason, que había resultado ser además el verdadero padre de Charlie, el menor de los hermanos McCord. Aquella revelación había caído a todos, incluido a Charlie, como un jarro de agua fría. Al parecer, la vieja enemistad entre los Foley y los McCord había llegado a su fin veintidós años atrás, al menos en lo que se refería a Eleanor y a Rex.

El sonido de un tenedor tintineando sobre el borde de cristal de una copa de vino la hizo regresar al presente. Travis Foley, en un extremo de la mesa, esperó a que se acallaran las voces de todos los asistentes antes de dirigirse al grupo.

—Paige y yo tenemos algunas noticias que nos gustaría compartir con todos vosotros. Son noticias de las que podemos sentirnos felices y agradecidos en este día de Acción de Gracias.

Paige sonrió. Tenía un brillo especial en la mirada cuando se dirigió a los invitados.

—Encontramos el diamante Santa Magdalena.

—¡El diamante Santa Magdalena! —repitió Eleanor asombrada—. Después de tantos años... Empezaba a dudar de su existencia real.

—Existe, claro que existe —le aseguró Paige—. Y es verdaderamente impresionante.

Las exclamaciones de admiración de toda la mesa refrendaron su afirmación cuando Travis puso sobre la mesa, para que todos lo vieran, el espectacular diamante de cuarenta y ocho quilates.

—Sabía que existía —dijo Blake McCord—. Y que sería la solución a todos nuestros problemas, si lográsemos encontrarlo.

—Y sabías también que debía estar escondido en alguna de las minas abandonadas de estas tierras.

—Si fue allí donde lo encontrasteis, el diamante nos pertenece —sentenció el director ejecutivo de las joyerías McCord.

—Pero Travis es el arrendatario legítimo de la propiedad —replicó Jason—. Por lo que el diamante es suyo.

—Lo encontramos juntos Paige y yo, así que el diamante es nuestro. De los dos —dijo Travis, en un tono que no admitía réplica.

—Y después de largas discusiones —continuó Paige—, hemos decidido donarlo, junto con el cofre de monedas antiguas de plata que encontramos con él, al Smithsonian.

—Pero… —comenzó diciendo Blake, pero guardando silencio al ver la mirada de su hermana.

—Pero, por supuesto, vamos a sacar provecho de toda la publicidad que podamos conseguir con este descubrimiento —continuó diciendo Paige—. Y, aunque hemos informado ya al Smithsonian del hallazgo y de nuestro deseo de donar la gema a alguna de sus galerías, vamos a exponer el diamante en nuestra joyería insignia de Dallas durante unos meses antes de hacer la donación oficial.

—Eso sin duda atraerá a muchos clientes —observó Gabby con gran satisfacción.

—Y contribuirá a incrementar las ventas —replicó Rafael.

—Un brillante golpe de efecto publicitario, sin duda —apostilló Tate.

—Gracias —dijo Paige escuetamente.

—Mi intención había sido que los McCord fueran los únicos beneficiarios del tesoro —dijo Blake de forma inesperada—. Pero, dado que, como resulta evidente, mi hermana Paige encontró durante su búsqueda otro tesoro aún mayor que el diamante de Santa Magdalena... —se detuvo unos segundos desviando la mirada hacia su prometida Katie— no puedo decir que me disguste tener que compartir el descubrimiento.

—Encontramos también algo más —dijo entonces Paige, muy sonriente, mirando a Travis.

—¿Qué más podría haber allí? —se preguntó Tanya en voz alta, provocando la risa generalizada de todos los asistentes.

—McCordite —respondió Paige, suscitando el desconcierto de todos los presentes.

—¿Qué es eso? —preguntó Charlie al fin.

—Esto —dijo Paige poniendo sobre la mesa, junto al diamante, una extraña pieza de roca.

No era, por supuesto, tan grande ni tan brillante como el diamante Santa Magdalena, pero era espectacular. Parecía cambiar de color según el ángulo con que recibía la luz. Desde un suave color rosa al dorado más rutilante, pasando por un azul turquesa pálido, la superficie de la gema, lisa y sin impureza alguna, parecía reflejar las esperanzas y los sueños de todo aquél que la contemplaba.

—Pero, ¿qué es? —insistió Charlie.

—Eso es lo que Travis y yo hemos estado tratando de averiguar, y después de todas nuestras investigaciones, lo único que sabemos es que se trata de una gema desconocida y probablemente única en esta parte del mundo. Por eso vamos a comercializarla bajo la marca McCordite. La mina está llena de ellas.

—Una gema inédita debe de valer una fortuna —apuntó Blake.

—Siempre pensando en los negocios —replicó su novia Katie, bromeando.

—Alguien tiene que hacerlo —contestó él, un poco a la defensiva.

—Y esto contribuirá a mejorar notablemente la cuenta de resultados de nuestro negocio —aseguró Paige—. Si Blake está dispuesto a presentar la gema en la próxima edición del Tucson Gem Show.

—Estaré encantado de hacerlo —prometió Blake.

—Antes de pasar a los postres —dijo Travis, esperando a que se acallasen los continuos murmullos que habían suscitado las intervenciones anteriores—. Tengo una petición que hacerle a Penny.

Penny dejó sobre la mesa el vaso de agua que tenía en la mano, consciente de que en ese momento era el foco de atención de todos los comensales, mientras se preguntaba qué podría querer de ella el hermano menor de Jason.

—Me gustaría que diseñases un anillo de compromiso donde engastar la nueva gema —dijo él—. Porque le he pedido a Paige que se case conmigo y ella me ha dicho sí.

Penny tragó saliva al oír aquellas palabras. Tenía un nudo en la garganta, pero hizo un encomiable esfuerzo por adoptar una expresión lo más parecida a una sonrisa. Y no es que no se alegrase por su hermana, todo lo contrario, estaba verdaderamente feliz de verla a ella dichosa. Sólo deseaba que su relación no tuviese un final tan desgraciado como había tenido la suya.

—Será un placer para mí.

De repente, aquello se convirtió en una verdadera algarabía de felicitaciones y brindis en honor de la nueva pareja.

Aunque Penny estaba ya dando vueltas en su cabeza a los materiales y al diseño del anillo de compromiso de su hermana, sintió una punzada en el interior del pecho. Pese a estar sinceramente emocionada por la dicha de su hermana, no podía menos de desear, en medio de tantas parejas felices, poder tener para ella algo mejor que aquel dolor que le roía el corazón.

—¡Por los novios! —exclamó Melanie, la anterior niñera de la hija de Zane, y ahora su novia formal.

Travis y Paige hicieron honor a las felicitaciones y a los brindis, bebiendo de sus copas, y dándose luego un beso.

Penny apartó con tristeza su mirada de aquella demostración de amor y se encontró con los ojos de Jason clavados en los suyos.

Jason había estado observando a Penny toda la noche, incapaz de apartar los ojos de ella y tratando de atraer hacia él su mirada. Quería ver en ella algo que le confirmara con certeza que todo lo que había habido entre ellos había terminado, había muerto. Así quedarían disipadas todas sus dudas y podría tratar de olvidarla y proseguir su vida normal.

Pero lo que vio en sus ojos fue una mezcla de sorpresa, dolor y anhelo.

Y sintió entonces un calor abrasándole todo el cuerpo.

Lo que había habido entre ellos, fuese lo que fuese, no se había roto del todo.

Pero sin duda algo había ido mal, y necesitaba saber lo que había sido para poder ponerle remedio.

Recorrió su rostro detenidamente, como tratando de memorizar algún detalle que se le hubiera pasado por alto durante el tiempo que habían estado juntos. Y percibió en él algunos cambios sutiles desde la última vez que la había visto. Sus pómulos eran ahora algo más prominentes, el tono de su piel un poco más pálido, y tenía unas pequeñas manchas oscuras bajo sus ojos como si llevara algún tiempo sin dormir bien o hubiera estado llorando desde su separación. Él tampoco había dormido muy bien desde entonces. Pero lo más visible de todo eran esas ojeras que ensombrecían sus preciosos ojos verdes.

Ella apartó enseguida la mirada, dejándole con la sensación de que acabase de meterse en lo más hondo de su corazón para arrancárselo del pecho.

Y se dio cuenta entonces de que tal sensación era una analogía muy apropiada, porque en verdad se había adueñado de su corazón, como no lo había hecho ninguna otra mujer desde hacía mucho.

A sus treinta y dos años, había tenido muchas relaciones, sí. Demasiadas quizá, y la mayoría con mujeres que no habían significado nada en su vida. De hecho, desde el trágico final de su relación con Kara, su novia de la universidad, no había pensado seriamente en ninguna mujer... hasta que había conocido a Penny.