Cubierta

El ingenio de Churchill

La recopilación definitiva

RICHARD M. LANGWORTH
(compilador)

Traducción de Francisco García Lorenzana

Plataforma Editorial

Índice

  1.  
    1. Prólogo
    2. Introducción. Una versión bonsái de Churchill by Himself
  2.  
    1. 1. Máximas y reflexiones
    2. 2. Anécdotas y bromas
    3. 3. Fintas y estocadas
    4. 4. Churchillismos
    5. 5. Gran comunicador
    6. 6. Personas
    7. 7. Gran Bretaña, el Imperio y la Commonwealth
    8. 8. Naciones
    9. 9. Guerra
    10. 10. Política y gobierno
    11. 11. Educación, artes y ciencia
    12. 12. Personal
  3.  
    1. Apéndice. «Apócrifos»
    2. Bibliografía. Obras de Winston S. Churchill

Prólogo

En El ingenio de Churchill la palabra «ingenio» tiene el significado de capacidad para provocar diversión o admiración a través de la destreza verbal o mediante la habilidad de asociar palabras e ideas de una manera llamativa. Churchill poseía dicho talento en un grado muy destacable. Como solía decir uno de sus sucesores como primer ministro, lord Home, no había nada que le gustase más a Churchill que «emboscar la palabra o la frase inesperadas».

La costumbre nació en parte por una facilidad innata para el uso del lenguaje y en parte como resultado de su propia experiencia. Ciertamente, no refleja una lectura sistemática de los clásicos, porque la enseñanza del inglés en Harrow1 se concentraba más en la gramática y en la sintaxis que en las glorias de la literatura inglesa. El joven cubrió algunas de las deficiencias creando lo que su posterior colaborador, Bill Deakin, definió como su propia escuela o universidad; es decir, estableciendo listas de libros importantes que quería leer y que dispuso que le enviase a la India. (Más tarde presenciaremos el mismo procedimiento cuando empezó a pintar. Se sometió a una dirección intermitente por parte de expertos, pero en gran parte fue autodidacta. «Nunca he recibido lecciones», solía comentar.)

Esta característica –un ansia por aprender y la voluntad de abrir nuevos campos de interés en su mente (su propia frase, aunque utilizada en un contexto diferente)– fue persistente. Incluso se extendió a la música. Hasta pasados los ochenta años siguió entonando las canciones de music hall o los himnos de su juventud, y disfrutaba de las interpretaciones de las bandas militares. Y cuando finalmente tuvo la oportunidad y la inclinación de escuchar algo diferente, descubrió su gusto por Beethoven, Sibelius y Brahms.

Con una memoria prodigiosa, podía recitar largos pasajes de Gibbon o Macaulay, y al mismo tiempo no saber nada de lo que se esperaría que supiera alguien con una educación mucho más convencional. No había leído muchas de las grandes novelas y había desdeñado a poetas más que notables. Era, en definitiva, un hombre con una gran energía física y muy inquieto, que tuvo preocupaciones interminables y acuciantes desde la primera juventud hasta la vejez. Su conocimiento de la literatura, como de otros muchos temas, era parcial. Lo que sabía, lo conocía extremadamente bien, gracias a su memoria prodigiosa. Un par de semanas después de su fuerte apoplejía en el verano de 1953, le recitó a su médico, lord Moran, largos pasajes de un poema de Longfellow. Cuando le preguntaron cuándo lo había leído por última vez, Churchill contestó: «Hace unos cincuenta años».

Sabrá, o Watson habrá escrito en vano, que tengo un amplio almacén de conocimientos inútiles, sin ningún sistema científico, pero que están a mi disposición para las necesidades de mi trabajo. Mi mente es como un almacén abarrotado de paquetes de todo tipo que se conservan sin orden ni concierto; son tantos que es posible que solo tenga una vaga percepción de todo lo que contiene.

Esas eran las palabras de Sherlock Holmes. Churchill solía expresarlo de una manera mucho más prosaica al decir que por regla general podía hundir el cubo en el pozo y sacarlo con algo útil.

En la mayoría de las ocasiones, su sistema funcionaba admirablemente. ¿Qué podría ajustarse más a la realidad que su descripción improvisada en 1936 de Neville Chamberlain como «el caballo de carga de nuestros grandes asuntos», una frase recordada de Shakespeare y pronunciada en el momento oportuno durante una cena en Birmingham, cuando Baldwin era aún primer ministro, pero se sabía que Chamberlain cargaba con buena parte de los problemas? No obstante, resulta que Chamberlain era un gran experto en los textos shakesperianos, mientras que Churchill no lo era. Por eso divirtió al primero y posiblemente mortificó un poco a este último darse cuenta de que, como no había comprobado la cita antes de hablar, la atribuyó a la obra equivocada.

En este contexto, entendemos el «humor» como la capacidad para detectar el tratamiento divertido, absurdo o frívolo de un tema aparentemente solemne, en especial la capacidad para reírse de uno mismo; hay algo menos refinado o delicado en el humor que en el ingenio. Si debemos elegir, posiblemente Churchill se deba contar más entre los ingeniosos que entre los humoristas.

Esta es una obra que permite que el lector realice la comparación; un libro que ha sido posible gracias a un proceso de búsqueda y almacenamiento que habría despertado un gran interés en Churchill, porque su curiosidad sobre la ciencia y sus aplicaciones se extendía desde los puertos flotantes a sus propios padecimientos.

Pocos políticos han tenido un dominio del lenguaje que supere el de Churchill. Ni se han preservado de una manera tan completa los dichos y los escritos de ningún otro estadista moderno. En consecuencia, ha sido tarea del editor remover una cantidad enorme de material. Aun así, debemos reconocer con pena que se han perdido gran parte de las declaraciones de Churchill. Lady Violet Bonham Carter, por ejemplo, apuntó tras una visita a Churchill: «Cuando subíamos las escaleras, declamó una frase larga y magnífica, y concluyó: “Recuérdela. Nunca volveré a pronunciarla tan bien”»; y muchos años después anotó al margen de esta entrada: «¡Ay, la he olvidado!».

DAVID DILKS

(exvicecanciller de la Universidad de Hull;
autor de The Great Dominion: Winston Churchill in Canada, 1900-1954)

Introducción Una versión bonsái de Churchill by Himself

Oh, Dios mío. Ya puedo ver las reseñas y los comentarios en las páginas webs: «Langworth afirma que Churchill creía que los rusos eran unos “babuinos” y los alemanes “ovejas carnívoras”». Pero no, no digo nada de eso. En realidad, Churchill admiraba a los rusos por su valor y a los alemanes por su inventiva, entre otras cosas.

Por eso establezcamos desde el principio que El ingenio de Churchill es una recopilación parcial de sus mejores citas, limitada a su ingeniosidad. En palabras de David Dilks, se trata de «una versión bonsái» de Churchill by Himself –mi recopilación exhaustiva de las citas de Churchill–, además de ciento cincuenta entradas nuevas escogidas por su ingenio y humor.

El peligro al extraer la ingeniosidad de las quince millones de palabras publicadas de Churchill es que puede sugerir una visión sesgada de unas opiniones mucho más amplias. Tomemos por ejemplo Polonia, que en la única entrada que consta en este libro, de muchas miles de palabras sobre el tema, se centra en atiborrar con territorios el «ganso polaco» después de la Segunda Guerra Mundial. Esto no es representativo de la amplia admiración de Churchill por el estado polaco o por el valor con que los polacos lucharon durante la guerra, o de su amistad con hombres como Sikorski. En este caso, estuve tentado de añadir una cita majestuosa e inspiradora: «El alma de Polonia es indestructible…». Pero me mantuve fiel a mi propósito: solo ingeniosidad. Para los lectores que quieran más, Churchill by Himself contiene cuatro mil citas en treinta y cuatro capítulos, una recopilación exhaustiva desde lo divertido a lo sublime.

Las palabras de Churchill, junto con treinta y cinco millones de palabras más sobre él por parte de colegas, biógrafos y amigos, forman la base de datos digital que subyace a este libro. En 1997, Karl-Georg Schon, por aquel entonces un estudiante universitario alemán, me envió amablemente una copia escaneada de la mayor parte de las obras de Churchill publicadas y varios centenares de libros sobre él. En esta tarea de escaneado recibí una gran ayuda adicional de Wayne Brett, presidente de Zuma Corporation en Culver City, California, y de su mago técnico, Alfredo Álvarez. Mi hijo Ian, ingeniero de software, recogió mi tesoro digital en un formato que me permite rastrear cualquier palabra o frase (la gran mayoría procedentes de las obras de Churchill) hasta su fuente original. Prácticamente todas las citas de este libro están respaldadas por fuentes verificables; no se incluye ningún texto al que no se pueda atribuir una autoría.

El orden habitual es alfabético por temas y después cronológico por fechas, aunque temas más amplios (como la Segunda Guerra Mundial) han merecido una subsección (dentro del capítulo «Guerra»). Las citas que solo llevan una fecha en las notas bibliográficas proceden de los discursos de Churchill en House of Commons: the Parliamentary Debates (Hansard). Todas las demás citas están específicamente referenciadas con «palabras clave» que se identifican en la bibliografía. Por ejemplo, «biografía oficial» se refiere a la biografía oficial, Winston S. Churchill de Randolph S. Churchill y sir Martin Gilbert, con sus volúmenes biográficos o documentales (véase la bibliografía).

Las fechas citadas son la primera mención atribuible de la cita en cuestión. A veces he indicado la fecha de la cita y cuando fue publicada más tarde, en especial cuando se refieren a las dos guerras mundiales. Localizaciones que no sean Londres, Chartwell o Downing Street se indican si son conocidas. Las citas procedentes de emisiones radiofónicas están identificas y se indican las fuentes.

Apócrifos

Internet es una Hyde Park Corner electrónico de palabras y opiniones, y muchos libros de citas de Churchill contienen numerosas inexactitudes. Decenas de citas que Churchill no pronunció nunca o que se repiten de alguna fuente anterior enturbian el canon. La prueba de cualquier cita es si dispone de una fuente fiable. Si no existe ninguna, probablemente se trate de un «apócrifo». Los ejemplos más habituales se encuentran en el apéndice.

Agradecimientos

El profesor David Dilks me envió extensas notas sobre Churchill by Himself, que me ayudaron a detectar numerosos deslices y a afinar algunos puntos de dicho libro para futuras ediciones, y me permitió publicar una guía en Internet. Inmediatamente le pedí que me ayudase a revisar este libro. No solo me ha salvado del error en numerosos casos, sino que me ha proporcionado un buen número de nuevas ingeniosidades procedentes de su propia experiencia y escritos, y ha redactado un prólogo que explica realmente lo que pretende el libro.

Con los antes mencionados Karl-Georg Schon, Wayne Brent, Alfredo Álvarez y Ian Langworth, junto con mi esposa Barbara (conmigo siempre estorbando), mi gratitud es enorme. Doy las gracias a Winston S. Churchill por la autorización del uso del copyright de su abuelo y a Gordon Wise en Curtis Brown Ltd. por encontrar a los mejores editores posibles en Ebury Press y Public Affaire. El personal de Ebury Press, Andrew Goodfellow y Ali Nightingale, y Clive Priddle, Dan Ozzi y Niki Papadopoulos, de Perseus Books y Public Affaire, merecen mi agradecimiento por adelantado porque mi trabajo está casi acabado y el suyo está a punto de comenzar.

Muchos miembros del Churchill Centre me han ayudado e inspirado algunas entradas, entre ellos Randy Barber, David Boler, Paul Courtenay, Laurence Geller, Chris Matthews, Marcus Frost, el general Colin L. Powell, el embajador Paul H. Robinson y Suzanne Sigman. Ralph Keyes, editor-autor de The Quote Verifier, me ayudó a captar la esencia y el lenguaje de un buen libro de citas. Fred Shapiro, editor de The Yale Book of Quotations, también me ofreció sus opiniones y consejos.

Muchas más personas merecen una mención por su ayuda, inspiración, investigación o material a lo largo de los años. En orden alfabético incluyen, pero no se limitan, al profesor Paul Addison; William F. Buckley, Jr.; el senador Harry F. Byrd, Jr.; el profesor Antoine Capet; Minnie Churchill; Peregrine Churchill; Winston Churchill; el honorable Clark Clifford; Ronald I. Cohen; sir John Colville; Michael Dobbs; sir Martin Gilbert; Ronald Holding; Grace Hamblin; Glenn Horowitz; el profesor Warren Kimball; James Lancaster; sir Fitzroy Maclean; el profesor James W. Muller; Edmund Murray; Elizabeth Nel; Oscar Nemon; la honorable Celia Sandys; Christian Pol-Roger; el profesor David Reynolds; Andrew Roberts; Arthur M. Schlesinger, Jr.; lord Soames; el profesor David Strafford; Haakon Waage, y Mark Weber. Finalmente expreso mi agradecimiento a sir Winston Leonard Spencer Churchill, KG, OM, PC.2 ¿Dónde estaríamos todos sin él?

Estaré encantado de recibir noticias de los lectores que quieran enviarme comentarios, correcciones, elogios y críticas, para ello les dirijo hacia la sección de reseñas de mi página web, http://richardlangworth.com, en la que se publicarán todas las notas.

RICHARD M. LANGWORTH

High Tide

Eleuthera, Bahamas

14 de marzo de 2009

dw-rml@sneakemail.com