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Juan de la Villa y Sánchez

El Muerdequedito

Estudio preliminar, versión paleográfica y notas
de Arnulfo Herrera y Flora Elena Sánchez Arreola

EL PARAÍSO EN EL NUEVO MUNDO, 1

Colección patrocinada por el
Proyecto CB SEP-Conacyt 2012: 179178

El Paraíso en el Nuevo Mundo contribuye al reconocimiento del pasado colonial hispanoamericano a partir de ediciones, críticas o anotadas, de textos significativos de los siglos XVI-XVIII. Su nombre no solo recuerda aquella homónima obra de León Pinelo en la que el Edén estaría situado en las Indias Occidentales, sino también el que su autor fue recopilador de un primer repertorio bibliográfi co indiano en 1629, su famoso Epítome de la bibliotheca oriental i occidental […], en el que consignara los títulos hasta entonces publicados por las imprentas virreinales. La obra de Pinelo reúne entonces los dos polos de aquella metáfora borgiana que concebía el Paraíso Terrenal como una biblioteca, metáfora que esta colección pretende evocar a la manera de un nuevo y letrado Jardín de las Delicias.

DIRECCIÓN

Manuel Pérez

CONSEJO EDITORIAL

Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona)

Aurelio González (El Colegio de México)

Karl Kohut (Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt)

Antonio Lorente Medina (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid)

Beatriz Mariscal (University of California, Santa Barbara)

Martha Lilia Tenorio (El Colegio de México)

Martha Elena Venier (El Colegio de México)

Lilian von der Walde (Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México)

Juan de la Villa y Sánchez

El Muerdequedito

Estudio preliminar, versión paleográfica
y notas de Arnulfo Herrera
y Flora Elena Sánchez Arreola

Iberoamericana - Vervuert - 2016

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Derechos reservados

© Iberoamericana, 2016

© Vervuert, 2016

info@iberoamericanalibros.com

ISBN 978-84-8489-855-9 (Iberoamericana)

Depósito Legal: M-31335-2016

Impreso en España

Diseño de cubierta: Ruth Vervuert

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

ÍNDICE

PRESENTACIÓN

Manuel Pérez

ESTUDIO PRELIMINAR

Apunte preliminar

En torno al asunto de El Muerdequedito

El autor

Sobre la transcripción de El Muerdequedito

Características externas

Características internas

Tipo de transcripción realizada

EL MUERDEQUEDITO

Delantar de la obra

Capítulo primero

Conticuere omnes

Capítulo segundo

BIBLIOGRAFÍA

PRESENTACIÓN

Hemos querido iniciar esta colección con la edición de un texto simple, divertido y significativo, no solo para la rica tradición de sátiras dieciochescas, sino también para la historia de las polémicas sobre la legitimidad y el poder en la Nueva España. El Muerdequedito es producto de la discordia y el talento y es, por tanto, buena muestra del tratamiento literario que solía darse a las emociones políticas en esos años. Se trata de un texto que abre, como ha reconocido Méndez Plancarte, el siglo XVIII de la literatura novohispana, con su cauda de humor satírico, su erudición falsa y sus frecuentes usos jurídicos y políticos de todo sino.

Esta es la primera edición de un texto (cuyo manuscrito también se reproduce aquí) que constituye a nuestro juicio una magnífica forma de comenzar, por su carácter paradigmático, su gracia y su oportunidad; además, viene de la mano de un par de buenos conocedores de la literatura novohispana como son Arnulfo Herrera y Flora Elena Sánchez Arreola, los editores del texto, lectores sensibles y lúcidos. Con su trabajo, seas pues bienvenido, querido lector, a esta biblioteca en el Paraíso.

MANUEL PÉREZ,

Universidad Autónoma de San Luis Potosí

ESTUDIO PRELIMINAR

APUNTE PRELIMINAR

Queremos agradecer el apoyo institucional que nos brindó el Instituto de Investigaciones Bibliográficas para consultar el manuscrito. También queremos agradecer a los amigos y colegas que nos apoyaron en la aclaración de los pasajes difíciles y nos orientaron en la búsqueda de las lecturas auxiliares. En primer lugar al señor Liborio Villagómez (†) y al maestro Artemio López Quiroz, que nos acercaron el manuscrito cuya existencia conocíamos por las noticias del padre Alfonso Méndez Plancarte; esto ocurrió en 1993 y, aunque han pasado muchos años desde entonces, no olvidamos nuestra deuda original.

La copia del manuscrito permaneció en nuestras manos sin que durante todo este tiempo hiciéramos más que notas marginales y apuntes en torno a los pasajes más llamativos. Una vez que decidimos realizar la publicación, nos dimos cuenta que no sería una labor sencilla, puesto que tanto los pasajes latinos como los españoles presentaban dificultades poco comunes en los documentos del siglo XVIII. Fue así como, buscando la ayuda de otros especialistas, contrajimos más deudas y por eso también queremos expresar nuestro reconocimiento al doctor José Quiñones Melgoza, del Centro de Estudios Clásicos, por su valiosa asesoría para entender los pasajes latinos más complicados. Sin su ayuda habría sido imposible descifrar las frases mal copiadas y reconocer las palabras que aparecían incompletas o estaban pegadas a otras palabras. También agradecemos la lectura de las doctoras Carmen Fernández Galán Montemayor, de la Universidad de Zacatecas, y Patricia Villegas Aguilar, de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Todas sus observaciones fueron incorporadas al borrador final.

A nuestros alumnos y colegas del Seminario de Literatura Novohispana del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM también les debemos observaciones muy puntuales y pertinentes.

Naturalmente, todos los desaciertos y las fallas que al final hayamos podido tener se deben a nuestras propias limitaciones.

1

EN TORNO AL ASUNTO DE
EL MUERDEQUEDITO

Entre las muchas páginas que relatan la enconada lucha de los criollos en América contra el permanente agandalle de los gachupines, destaca por su gracia y desenfado —y porque fue una de las pocas escaramuzas que ganaron los mexicanos— el episodio referido en un manuscrito que nos legó el fraile dominico fray Juan de la Villa y Sánchez. Con el título de El Muerdequedito, el pasquín emplea irónicamente la retórica erudita de su época para satirizar la elección del vicario provincial de los dominicos en la Puebla de los Ángeles. El capítulo se celebró el jueves 5 de mayo de 1714. Como es de suponer, no comprendía solamente los establecimientos dominicos de la ciudad poblana, sino toda la “angélica provincia”, que abarcaba, más o menos, lo que hoy es el actual estado de Puebla, una parte de Tlaxcala y otra de Oaxaca. Es decir, había un buen número de conventos en el tapete político.

Sospechosamente, ese día (los poblanos parecen tener eventos especiales los días 5 de mayo) las elecciones recayeron en el padre Bartolomé Manzano, figura respetada e importante en el instituto dominico del cual habría de ser provincial unos años más tarde, pero no en esa precisa ocasión. El problema con la elección de este fraile fue que en aquellos días se encontraba ausente y que seguiría estando alejado de la región angelical, puesto que había sido comisionado por los superiores como “definidor de la provincia en los reinos de Europa”. Según los estatutos, en su ausencia, automáticamente la designación se trasladaba al prior del convento más importante de la provincia: este prior, jovencísimo sujeto, era ni más ni menos que fray Antonio de Vera, el hermano pequeño del provincial en funciones.

Aun cuando los padres electores se dieron cuenta de lo poco conveniente que resultaba la elección y el sospechoso relevo (seguramente fue una elección “cabildeada” por el provincial Diego de Vera para inclinar después la balanza en favor de su hermano), calificaron como “canónico” el proceso y condescendieron a efectuar la ceremonia de investidura. Sin embargo, esta ceremonia estuvo opacada por la discordia, puesto que se llevó a cabo sin el consenso de la facción española de los dominicos, quienes, encabezados por fray Antonio Rui-Díaz, alegaban que no se había respetado la “alternativa” y que, para dar cumplimiento a una elección estatutaria, habría sido factible elegir a un “viceprovincial” español que sustituyera al religioso ausente y, de este modo, mantener la alternancia en el gobierno.1 Los criollos no aceptaron la propuesta porque no se encontraba contemplada en los reglamentos la figura del “viceprovincial” (suponemos que en esta estricta observancia encontraron la ocasión de ganarles una a los gachupines) y se mantuvieron rígidos en la postura acordada inicialmente. Después de un intercambio de buenas y malas razones, no se pusieron de acuerdo los frailes y las diferencias en la tribuna llegaron a las manos; en efecto, terminaron “a puñadas” en una colectiva y pintoresca golpiza. Los peninsulares, raspados y descalabrados, capitaneados “por su Cid”, Rui-Díaz, quien había sido provincial entre 1706 y 1710, pidieron asilo en el convento de San Francisco y se refugiaron en él para promover desde ahí la resistencia ante las autoridades civiles de la capital.

Para pronunciar el sermón de la ceremonia estaba programado el padre Antonio Rui-Díaz, pero, dada la sorpresiva elección y estallado el cisma dominical de aquel jueves, el predicador debió ser sustituido nada menos que por fray Alonso Gil, reconocida figura de los dominicos, mientras que —según el Muerdequedito— el padre Rui-Díaz “se fue a predicarles a los corcovados como él”, quienes componían una cuarentena de frailes que se habían refugiado con los franciscanos. El muy reverendo padre maestro fray Alonso Gil, natural de Cholula, había sido prior del convento de Puebla y después sería del de Izúcar, era calificador del Santo Oficio2 y nuestro gracioso perro dice que “predicó en término de una hora (que aun es mucho tiempo para su mucha sabiduría […])”, y agregó que, seguramente, para probar la legalidad del proceso, se remontó al Antiguo Testamento y puso como ejemplo la elección de David. Por su parte, el padre Antonio Rui-Díaz había hecho estudios en España, en la Real Universidad, y fue lector de Sagrada Teología en el Colegio de Santo Tomás de Las Filipinas; por eso lo apodaban “El Chino”. A pesar de su mediocre currículum, había llegado a convertirse en provincial de Puebla en 1706 porque tuvo el apoyo del padre Juan de Gorospe —un ex provincial a quien traicionaría después—, y lo eligieron porque la caballada de los gachupines estaba muy flaca y no encontraron otro sujeto en su partido a quien confiar el gobierno de la provincia. Como resaltó el Muerdequedito, el más notorio de los muchos defectos que ostentaba este neo Cid de los predicadores peninsulares estaba en las inmensas corcovas que lo hacían ver como “un gusano entre paréntesis”,3 por ello le asestó este tremendo pastiche del celebrado soneto que Quevedo había hecho a un narizón:

Érase un hombrecillo que asomaba

De allá de lo profundo de una jiba,

Y érase una corcova tan altiva

Que cuasi con las nubes se rozaba.

Era un nuevo Babel que se labraba,

La cuesta de Maltrata era hacia arriba;

Érase una corcova infinitiva,

Corcova perdurable, que no acaba.

Érase El Escorial de las corcovas,

Era el Cáucaso monte inaccesible,

El Olimpo y el Osa y Pelión; era.

Las Siete Maravillas de jorobas:

Corcova tan atroz y tan terrible,

Que a la espalda de Atlante la rindiera.

Conocido ya por nosotros gracias a que Alfonso Méndez Plancarte lo incluyó en su benemérita antología,4 el texto tiene ingenio, gracia y hasta color local con la inclusión de las Cumbres de Maltrata, pasaje en el camino hacia Veracruz que se haría famoso en el siglo XX para los viajeros del hoy desaparecido ferrocarril. Y no es que el padre Rui-Díaz no tuviese una nariz digna del soneto quevediano, lo que pasa es que su nariz era tan grande como sus fechorías y no le ajustaba el poema del madrileño. No le llegó a la talla el cuarteto de Jacinto Polo que viene en la Fábula de Pan y Siringa5 ni el octavo epigrama que Baltasar del Alcázar dedicó a la “hermosa Clara”, ambos citados por el Muerdequedito. Junto a él, un jesuita narigón como Peralta (“Pera altísima”, lo llamó) debería concursar con las “naricillas mocosas de don Chombito de Bárcena”, y la nariz del regidor Rivas, tan grande “como la de un emperador romano”, era la de un “potrico caballete” que se comparara con el caballo de Troya, en quien cupieron “todas las traiciones y máquinas de los griegos”. Y, para que no quedara “en alegoría de pintura”, nuestro perro le compuso su etopeya en un soneto propio y adecuado a sus tremendas narices:

¿Viste locuras nunca imaginadas?

¿Vistes canas y letras abatidas?

¿Viste las pocas prendas escogidas?

¿Y las más eminentes desterradas?

¿Ya vistes las ciudades alteradas?

¿Y vistes las Audiencias afligidas?

¿Vistes excomuniones atrevidas

Contra aquellas personas más sagradas?

¿Viste barrabasadas que ha intentado,

Que de tan grandes males fueron raíces?

¿Has visto, has oído ya y has contemplado

Aquel tropel de casos infelices,

Aquel inmenso daño que ha causado?

Pues todo se lo puso en las narices.

El soneto se explica porque, cuando estuvo en el cargo de provincial (1706-1710), Rui-Díaz gobernó como el más siniestro de los tiranos. Se dedicó a cometer atropellos, y a los que protestaron, así fueran personajes importantes, les redujo la dieta al mínimo, o los desterró de la provincia y les anuló sus títulos universitarios o de plano los excomulgó. A “los sujetos venerabilísimos, beneméritos sabios de edad y ancianos de letras… los privó con anticipada malicia… los trasquiló de borla, los tusó de magisterio…”. Así le sucedió a fray Alonso Rodríguez, “que había traído su magisterio de Roma” y había sido el segundo definidor en el capítulo de 1706, cuando el ingrato Rui-Díaz salió electo: “lo degradaron, lo caparon, que ya que cagándole no le quitaron lo que Dios le dio, le quitaron lo que le dio el vice Dios”. Según nos lo pinta el Muerdequedito, el buen viejo se quedó meditando estos soliloquios:

Por lograr de maestro el grado

Con un Breve pontificio

Vine con todo mi juicio

De allá de Roma cargado.

A saber que un corcovado,

Con razones que acumula,

Los Breves del Papa anula,

Mil veces le hubiera roto,

Que para irritarme un voto

No he menester yo la bula.

Hubo muchas otras víctimas de Rui-Díaz, pero destacaron, entre todas, las notables personas de los padres Gorospe y Sebastián de Santander. Dice nuestro perro:

Lo que cuentan del castor que, en lo más ardiente e inevitable de la persecución, se cercena con los dientes los testículos porque con natural instinto siente que le persiguen por ellos, ni faltó un castor que diese este ejemplo entre los padres dominicos.6 El sapientísimo y ejemplarísimo maestro fray Juan de Gorospe persiguióle el chinito7 Rui Díaz y el padre Veraza;8 persiguiéronle con cárceles, con excomuniones, y como toda esta persecución no suponía en el padre maestro otra cosa que ser entero, le obligaron a que se capase a sí mismo. Renunció la voz, renunció el voto para que cesasen de perseguirle.

Reducido Gorospe, desterraron a Santander a la provincia de Oaxaca porque “así conviene que en las comunidades haya muchos hombres sabios; no sea pues pródiga de sus maestros la provincia de la Puebla, repita sus Santanderes a Oaxaca, que no son tales sujetos que se pueden dar de barato”.9 Para consolarlo, el Muerdequedito le hizo también un soneto:

A los hijos que Roma engrandecía

Un pregonero de metal les daba,

Que con silencio eterno pregonaba

La gloria que a sus nombres se debía.

Solo Catón de estatua carecía,

Pero el grande varón se contentaba

Con la estatua mental que le labraba

Quien dudaba el por qué no la tenía.

Santander, las preguntas te dan gloria,

Y con dudas tu nombre significas,

Pues los que no supieron de tu historia,

¿Dónde dicen estás, que no te explicas?

Y tantos gritos das a tu memoria,

Cuantas las veces son que no te explicas.

Rui-Díaz manejó a su antojo las instituciones democráticas de los religiosos y manipuló todas las votaciones, gracias a que se hizo de un séquito de votantes que por temor a las represalias accedían a sufragar su voto en el sentido que él indicaba. Por eso el Muerdequedito les compuso esta cuarteta:

Estos padres doctrineros,

Que hacen tales elecciones,

Bien merecían ser capones

Pues no saben ser enteros.

Como ocurre cuando el poder corrompe a los hombres, Rui-Díaz se fue rodeando de priores incondicionales para gobernar la provincia a su antojo y perpetuar su poder, incluso entre los sucesores y, como también afirma el Muerdequedito, en el proceso de ganar adeptos “se enamoró” de fray Diego de Vera y lo crió provincial en el capítulo de 1710. Seguramente Rui-Díaz siguió gobernando a través de esta su criatura y apoyó el nombramiento de fray Antonio de Vera como prior del convento de Puebla. No esperaba que el apocado padre Vera resultara un aventajado discípulo de las intrigas y fuese capaz de promover la elección de un fraile ausente para hacer que lo sucediera su hermano en el gobierno de la provincia. Por eso, nuestro perro dice que Rui-Díaz murió “de veras”, y compuso este soneto del pino y la calabaza cuya idea proviene de la tradición y fue estampada por Andrea Alciato en su epigrama CXXIV dedicado a la felicidad efímera (“In momentaneam felicitatem”). Tal vez este soneto contenía aún los tintes renacentistas que le dio el jurista italiano al emblema, pero lo más importante es que seguramente anticipaba el tono moralista hispánico de las fábulas que consagraron a los Moratines, a Iriarte y a Samaniego y, para ser más precisos en el localismo y hacer eco de Méndez Plancarte, era un anticipo de nuestro gran fabulista José Rosas Moreno:

Con fuerte brazo asida estrechamente,

La vana calabaza que, arrogante,

Al pie nació de un pino y, al instante,

Encaramarse quiso hasta la frente.

Hallose ya en la cumbre, ¡qué eminente!

Con aquella hojarasca, ¡qué elegante!

Y al verse tan lozana y tan galante

Vanidades presume, aunque no siente.

Tan erguida del pompanage vano

Le miraba un ciprés funesto y tierno

Y, al ver el boato del verdor lozano,

¡Qué bueno fuera —dijo—, a ser eterno!

Gozad de vuestro tiempo, que es verano,

Mas sabed calabazas que hay hibierno.

El Muerdequedito sufre con los problemas internos de su congregación y, como él dice, intenta sanar las diferencias surgidas entre los padres dominicos con sus “graciosas mordeduras”. Lamenta que los intereses económicos y de poder se sitúen por encima de los valores religiosos y hasta de los preceptos cristianos. En un momento de desesperanza evoca el orden y buen gobierno que guardan otros institutos, como el de los jesuitas, a quienes pone de ejemplo:

¡Ah, gloriosísimo padre san Ignacio que, como buen soldado, hasta los golpes ajenos te acuchillaron! ¡Ah, sacratísima apostólica Compañía de Jesús, a qué buen tiempo que viniste al mundo! Quién pudiera hacer que tu discretísimo gobierno se observara en todas las sacratísimas religiones (f. 130 v).

Es probable que hacia 1714 Juan de la Villa y Sánchez, el Muerdequedito, no hubiera conocido los escritos del padre Juan de Mariana sobre la materia, aunque desde mediados del siglo XVI circularon varias copias manuscritas de textos que debieron estar completos en 1624, año en que murió el jesuita y se publicaron como Discurso de los grandes defectos que hay en la forma de gobierno de los Jesuitas (Bordeaux, 1625); seguramente después, al final de su vida, el fraile poblano pudo conocer el texto del jesuita sobre el gobierno de la Compañía. En este caso, al Muerdequedito podríamos aplicarle (en un sentido muy positivo) las palabras que san Francisco de Borja le expresó a Carlos V en Yuste cuando se refería a los sucesos internos de la Compañía y a las opiniones equívocas de los que juzgaban sin conocimiento los hechos: se debía dar “mayor crédito a los que vivían en la Compañía que a los que estaban fuera, y la miran de lexos, y murmuran de lo que no saben…”.10 En efecto, los jesuitas, como cualquier otro instituto, habían tenido y tendrían los mismos problemas que los dominicos de la provincia angelical, porque las dificultades y los motivos de escándalo están en la naturaleza humana y en las formas de establecer las vidas colegiadas en aquellos siglos. Y aún más problemas —según el padre Mariana— tendría la Compañía por su manera particular de llevar los asuntos de gobierno. A pesar de que Mariana fue calumniado, desacreditado y perseguido no solo por sus propios hermanos sino por las autoridades civiles (con Felipe III y el duque de Lerma a la cabeza11El Muerdequedito